Antología de poesía española

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Fragmentos y poemas completos de lectura obligatoria para bachillerato

Antología de poesía española


1. Jarchas (siglo XI): “Vayse meu corachón de mib”, “Garid vos, ay yermanelas”, “¿Qué faré, mamma?, “Si me quereses”:

Vayse meu corachón de mib.
Ya Rab, ¿si me tornarád?
¡Tan mal meu doler li-l-habib!
Enfermo yed, ¿cuánd sanarád?

[Adaptación:]
Mi corazón se va de mí.
Oh Dios, ¿acaso volverá a mí?
¡Tan fuerte [es] mi dolor por el amado!
[Mi corazón] enfermo está, ¿cuando sanará?

Garid vos, ay yermaniellas,
¿com conteneré mieu male?
Sin al-ḥabib non vivré yo:
¿advolaréi demandare?

[Adaptación:]
Decidme, ay hermanitas,
¿cómo contener mi mal?
Sin el amado no viviré:
¿adónde iré a buscarlo?

¿Qué faré, mamma?
Meu al-habib est ad yana.

[Adaptación:]
¿Qué haré, madre?
Mi amado está en la puerta.

Si me quereses,
ya uomme bono,
si me quereses,
darasme uno.

[Adaptación:]
Si me quisieras,
¡ay buen hombre,
si me quisieras
me darías un [beso].


2. Lírica tradicional (siglos XI-XVII): “En Ávila, mis ojos”, “Que miraba la mar / la mal casada”; “Al alba venid, buen amigo”, “Aprended, flores, de mí”, “Dentro en el vergel, moriré”.

En Ávila, mis ojos,
dentro en Ávila.
En Ávila del Río,
mataron a  amigo,
dentro en Ávila.

 

Que miraba la mar
la mal casada,
que miraba la mar
cómo es ancha y larga.

Descuidos ajenos
y propios gemidos
tienen sus sentidos
de pesares llenos.
Con ojos serenos
la mal casada,
que miraba la mar
cómo es ancha y larga.

Muy ancho es el mar
que miran sus ojos,
aunque a sus enojos
bien puede igualar.
Mas por se alegrar
la malcasada,
que miraba la mar
cómo es ancha y larga.

Al alba venid, buen amigo,
al alba venid.

Amigo el que yo más quería,
venid al alba del día.

Amigo el que yo más amaba,           
venid a la luz del alba.

Venid a la luz del día,
non traigáis compañía.

Venid a la luz del alba,
non traigáis gran compaña.

Aprended, flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y sombra mía aun no soy.
Dentro en el vergel,
moriré.
Dentro en el rosal
matarme han.

Yo me iba, mi madre,
las rosas coger;
hallé mis amores
dentro en el vergel.
Dentro en el rosal
matarme han.

3. Cantar de mío Cid (finales del siglo XII): vv. 1-14, 715-777, 2689-2762.

[Versos 1-14:]

De los sos ojos    tan fuerte mientre llorando,
tornaba la cabeza    e estábalos catando:
Vio puertas abiertas    e uços sin cañados,
alcándaras vacías    sin pieles e sin mantos,
e sin falcones    e sin azores mudados.
Sospiró mio Cid    ca mucho habié grandes cuidados.
Fablo mio Cid bien    e tan mesurado:
"¡Grado a ti, Señor,   Padre que estás en alto!
Esto me han vuelto    mios enemigos malos!"

Allí piensan de aguijar,    allí sueltan las riendas:
A la exida de Vivar   hubieron la corneja diestra,
e entrando a Burgos    huieron la siniestra.
Meció mio Cid los hombros    e engrameó la tiesta:
"¡Albricias, Alvar Fáñez,    ca echados somos de tierra!".

[Prosificación:]

Con los ojos llenos de lágrimas, volvía la cabeza para contemplarlos (por última vez). Y vio las puertas abiertas y los postigos sin candados; vacías las perchas, donde antes colgaban mantos y pieles, o donde solían posar los halcones y los azores mudados. Suspiró el Cid, lleno de tribulación, y al fin dijo así con gran mesura:
—¡Loado sea Dios! A esto me reduce la maldad de mis enemigos.

Ya aguijan, ya sueltan la rienda. A la salida de Viviar vieron la corneja al lado derecho del camino; entrando a Burgos, la vieron por el lado izquierdo. El Cid se encoge de hombros, y sacudiendo la cabeza:
—¡Albricias, Álvar Fáñez —exclama—; nos han desterrado.

[Versos 715-777:]
Embrazan los escudos      delante los corazones,
abajan las lanzas      a vueltas de los pendones,
inclinaron las caras      de suso de los arzones,
íbanlos ferir      de fuertes corazones.
A grandes voces llama     el que en buen hora nació:
—¡Feridlos, caballeros,      por amor de caridad!
¡Yo soy Ruy Diaz,      el Cid Campeador de Vivar!"

Todos fieren en el haz      do está Pero Bermúdez;
trescientas lanzas son,      todas tienen pendones.
Sendos moros mataron    todos de sendos golpes,
a la tornada que facen    otros tantos son.
¡Veriedes tantas lanzas   premer y alzar,
tanta adarga    foradar e pasar,
tanta loriga    falsar e desmanchar,
tantos pendones blancos    salir bermejos en sangre,
tantos buenos caballos    sin sus dueños andar!
Los moros llaman: "¡Mahoma!"   e los cristianos: "¡Sant Yagüe!"
Caien en un poco de logar    moros muertos mil e trezientos ya.


¡Cuál lidia bien,    sobre exorado arzón,
mio Çid Ruy Díaz,    el buen lidiador!
Minaya Álvar Fáñez,   que Zorita mandó,
Martín Antolínez,    el burgalés de pro;
Muño Gustioz,    que fue su criado;
Martín Muñoz,    el que mandó a Monte Mayor;
Álvar Álvarez    e Álvar Salvadórez,
Galindo García,    el bueno de Aragón;
Félez Muñoz,    su sobrino del Campeador,
desí adelante,   cuantos que hi son
acorren la seña    e a mio Cid el Campeador.


A Minaya Alvar Fañez    mataronle el caballo,
Bien lo acorren      mesnadas de cristianos;
La lança ha quebrada,      al espada metio mano,
Maguer de pie,      buenos colpes va dando.
Violo mio Cid Ruy Diaz el castellano,
Acostose a un aguazil que tenie buen caballo,
Diole tal espadada con el su diestro braço,
Cortolo por la çintura el medio echo en campo.
A Minaya Alvar Fañez ibale dar el caballo.
"¡Cabalgad, Minaya, vos sodes el mio diestro braço!
Hoy en este dia de vos habre grande bando;
Firmes son los moros, aun no se van del campo.!
Cabalgó Minaya, el espada en la mano,
Por estas fuerças fuertemiente lidiando,
A los que alcança valos delibrando.
Mio Çid Ruy Diaz, el que en buen hora nasco
Al Rey Fariz tres colpes le habia dado,
Los dos le fallen y el uno le ha tomado;
Por la loriga ayuso la sangre destellado.
Volvio la rienda por irsele del campo;
Por aquel colpe rancado es el fonsado.
Martin Antolinez un colpe dio a Galve,
Las carbonclas del yelmo echoselas aparte,
Cortole el yelmo, que llego a la carne;
Sabed, el otro no se lo oso esperar.
Arrancado es el rey Fariz y Galve.
¡Tan buen dia por la cristiandad,
Ca fuyen los moros de la parte!
Los de Mio Çid firiendo en alcançe,
El rey Fariz en teruel se fue entrar
Y a Galve no lo cogieron alla,
Para Calatayuth, quanto puede, se va;
El Campeador ibalo en alcançe,
Fasta Calatayuth duro el segudar.

[Versos 2689-2762:]
Ya partieron de La Ansarera          los infantes de Carrión;         
Dispónense a andar          de día y de noche.         
A siniestro dejan a Atienza,          una peña muy fuerte;         
La sierra de Miedes          pasáronla entonces;         
Por los Montes Claros          aguijan a espolón;         
A siniestro dejan a Griza          que Álamos pobló;         
Allí están los caños          do a Elfa encerró;        
A diestro dejan a San Esteban,          mas a lo lejos quedó;         
Entrados son los infantes          al Robledo de Corpes;         
Los montes son altos,          las ramas pujan con las nues;         
Y las bestias fieras          que andan alrededor.         
Hallaron un vergel          con una limpia fuente;      
Mandan hincar la tienda          los infantes de Carrión;         
Con cuantos ellos traen,          allí yacen esa noche;         
Con sus mujeres en brazos          demuéstranles amor.         
¡Mal se lo cumplieron          cuando salía el sol!         
Mandaron cargar las acémilas          con haberes de valor;        
Han recogido la tienda          donde albergaron de noche;         
Adelante eran idos          los de criazón;         
Así lo mandaron          los infantes de Carrión:         
Que no quedase allí ninguno,          mujer ni varón,         
Sino ambas sus mujeres,          doña Elvira y doña Sol:       
Solazarse quieren con ellas          a todo su sabor.         
Todos eran idos,          ellos cuatro solos son.         
Tanto mal urdieron          los infantes de Carrión:         

"Creedlo bien,          doña Elvira y doña Sol,         
Aquí seréis escarnecidas          en estos fieros montes.         
Hoy nos partiremos          y dejadas seréis de nos;         
No tendréis parte      en tierras de Carrión.         
Irán estos mandados          al Cid Campeador;         
Nos vengaremos en ésta          por la del león."        

Allí les quitan los mantos          y los pellizones;         
Déjanlas en cuerpo          y en camisas y en ciclatones.         
¡Espuelas tienen calzadas          los malos traidores!         
En mano prenden las cinchas          resistentes y fuertes.         
Cuando esto vieron las dueñas,          hablaba doña Sol:

"¡Por Dios os rogamos,          don Diego y don Fernando, nos!         
Dos espadas tenéis          tajadoras y fuertes;         
A la una dicen Colada          y a la otra Tizón;         
Cortadnos las cabezas,          mártires seremos nos.         
Moros y cristianos          hablarán de esta razón;         
Que, por lo que nos merecemos,          no lo recibimos nos;      
Tan malos ejemplos          no hagáis sobre nos.         
Si nos fuéremos majadas,          os deshonraréis vos;         
Os lo retraerán          en vistas o en cortes."        

Lo que ruegan las dueñas          no les ha ningún pro.         
Ya les empiezan a dar          los infantes de Carrión;          
Con las cinchas corredizas,          májanlas tan sin sabor;         
Con las espuelas agudas,          donde ellas han mal sabor,         
Rompían las camisas y las carnes          a ellas ambas a dos;         
Limpia salía la sangre          sobre los ciclatones.         
Ya lo sienten ellas          en los sus corazones.          
¡Cuál ventura sería ésta,          si pluguiese al Criador         
Que asomase ahora          el Cid Campeador!         
Tanto las majaron          que sin aliento son;         
Sangrientas en las camisas          y todos los ciclatones.         
Cansados son de herir          ellos ambos a dos,         
Ensayándose ambos          cuál dará mejores golpes.         
Ya no pueden hablar          doña Elvira y doña Sol;         
Por muertas las dejaron          en el Robledo de Corpes.         

Lleváronles los mantos          y las pieles armiñas,         
Mas déjanlas apenadas          en briales y en camisas,          
Y a las aves del monte          y a las bestias de fiera guisa.         
Por muertas las dejaron,          sabed, que no por vivas.

¡Cuál ventura sería,          si asomase ahora el Cid Campeador!         
Los infantes de Carrión,          en el Robledo de Corpes,         
A las hijas del Cid          por muertas las dejaron     
Que la una a la otra          no le torna recado.         
Por los montes do iban,          ellos se iban alabando:         

"De nuestros casamientos,          ahora somos vengados;         
No las debíamos tomar por barraganas          si no fuésemos rogados,     
Pues nuestras parejas          no eran para en brazos.         
La deshonra del león          así se irá vengando."

4. Gonzalo de Berceo, Milagros de Nuestra Señora (s. XIII): Milagro XIV, "La imagen respetada por el fuego".

LA IMAGEN RESPETADA POR EL FUEGO


Sant Miguel de la Tumba    es un gran monesterio,
El mar lo cerca todo,    elli yace en medio:
Es logar peligroso,    do sufren gran lacerio
Los monjes que hi viven,    en esi cimiterio.

En esti monesterio que avemos nomnado,
Avie de buenos monges buen convento provado,
Altar de la gloriosa rico e mui onrrado,
En él rica imagen de precio mui granado.

Estava la imagen en su trono posada,
So fijo en sus brazos, cosa es costummada,
Los reis redor ella, sedie bien compannada,
Como rica reina de Dios santificada.

Tenie rica corona como rica reina,
De suso rica impia en logar de cortina,
Era bien entallada de lavor mui fina.
Valie más essi pueblo que la avie vezina.

Colgava delant ella un buen aventadero
en el seglar lenguage dizenli moscadero:
de alas de pavones lo fizo el obrero,
luzie como estrellas semeiant de luzero.

Cadió rayo del cielo por los graves peccados,
Encendio la eglesia de todos quatro cabos,
quemó todos los libros e los pannos sagrados,
Por poco que los monjes que non foron quemados.

Ardieron los armarios e todos los frontales,
Las vigas, las gateras, los cabrios, los cumbrales,
Ardieron las ampollas, calizes e ciriales,
Sufrió Dios essa cosa como faz otras tales.

Maguer que fué el fuego tan fuert e tan quemant,
Nin plegó a la duenna, nin plegó al ifant,
Nin plegó al flabello que coltgava delant,
Ni li fizo de danno un dinero pesant.

Ni ardio la imagen, nin ardio el flabello,
Nin prisieron de danno quanto val un cabello,
Solamaiente el fumo non se llegó a ello,
Nin nuçió más que nuzo io al obispo don Tello,

Continens e contentum, fue todo astragado,
Tornó todo carbones, fo todo asolado:
Mas redor de la imagen quanto es un estado,
no fizo mal el fuego, ea non era osado.

Esto tovieron todos por fiera maravella,
Que nin fumo nin fuego non se llegó a ella,
Que sedie el flabello más claro que estrella,
El ninno mui fermoso, fermosa la ponzella.

El precioso miraclo non cadió en oblido,
Fué luego bien dictado, en escripto metido,
Mientre el mundo sea, será él retraido,
Algún malo por ello fo a bien combertido.

La Virgo benedicta reina general,
Como libró su toca de esti fuego tal,
Asin libra sus siervos del fuego perennal,
Llévalos a la gloria,    do nunca vean mal.

5. Romancero viejo (siglos XIV-XIX):  “Romance del conde Arnaldos”, “Romance de la jura de Santa Águeda”.

ROMANCE DEL CONDE ARNALDOS

Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar,
como hubo el conde Arnaldos
la mañana de san Juan
yendo a buscar la caza
para su falcón cebar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar
las velas trae de seda
jarcias de oro torzal
áncoras tiene de plata
tablas de fino coral
marinero que la guía
diciendo viene un cantar
que la mar ponía en calma
los vientos hace amainar
las aves que van volando
al mástil vienen posar
los peces que andan al fondo
arriba los hace andar.
Allí habló el infante Arnaldos
bien oiréis lo que dirá
"Por tu vida el marinero
dígasme ahora ese cantar"
Respondiole el marinero
tal respuesta le fue a dar
"Yo no digo mi canción
sino a quien conmigo va"
Anónimo

 

ROMANCE DE LA JURA DE SANTA GADEA

En santa Gadea de Burgos,
do juran los hijosdalgo,
le toman jura a Alfonso
por la muerte de su hermano;
tomábasela el buen Cid,
ese buen Cid castellano,
sobre un cerrojo de hierro
y una ballesta de palo
y con unos evangelios
y un crucifijo en la mano.
Las palabras son tan fuertes
que al buen rey ponen espanto;
—Villanos te maten, Alonso,
villanos, que no hidalgos,
de las Asturias de Oviedo,
que no sean castellanos;
mátente con aguijadas,
no con lanzas ni con dardos;
con cuchillos cachicuernos,
no con puñales dorados;
abarcas traigan calzadas,
que no zapatos con lazo;
capas traigan aguaderas,
no de contray ni frisado;
con camisones de estopa,
no de holanda ni labrados;
caballeros vengan en burras,
que no en mulas ni en caballos;
frenos traigan de cordel,
que no cueros fogueados.
Mátente por las aradas,
que no en villas ni en poblado,
sáquente el corazón
por el siniestro costado;
si no dijeres la verdad
de lo que te fuere preguntando,
si fuiste, o consentiste
en la muerte de tu hermano.
Las juras eran tan fuertes
que el rey no las ha otorgado.
Allí habló un caballero
que del rey es más privado:
—Haced la jura, buen rey,
no tengáis de eso cuidado,
que nunca fue rey traidor,
ni papa descomulgado.
Jurado había el rey
que en tal nunca se ha hallado;
pero allí hablara el rey
malamente y enojado:
—Muy mal me conjuras, Cid,
Cid, muy mal me has conjurado,
mas hoy me tomas la jura,
mañana me besarás la mano
.—Por besar mano de rey
no me tengo por honrado,
porque la besó mi padre
me tengo por afrentado.
—Vete de mis tierras, Cid,
mal caballero probado,
y no vengas más a ellas
dende este día en un año.
—Pláceme, dijo el buen Cid,
pláceme, dijo, de grado,
por ser la primera cosa
que mandas en tu reinado.
Tú me destierras por uno,
yo me destierro por cuatro.
Ya se parte el buen Cid,
sin al rey besar la mano,
con trescientos caballeros,
todos eran hijosdalgo;
todos son hombres mancebos,
ninguno no había cano;
todos llevan lanza en puño
y el hierro acicalado,
y llevan sendas adargas
con borlas de colorado.
Mas no le faltó al buen Cid
adonde asentar su campo.

Anónimo

6. Libro de buen amor (primer tercio del siglo XIV): estrofas 653-656, 697-701, 878-882, 950-971.

[Estrofas 653-656:]

¡Ay Dios, y quán fermosa viene doña Endrina por la plaça!
¡Qué talle, qué donayre, qué alto cuello de garça!
¡Qué cabellos, qué boquilla, qué color, que buenandança!
Con saetas de amor fiere quando los sus ojos alça.

Pero tal lugar non era para fablar en amores,
a mí luego me vinieron muchos miedos e temblores,
los mis pies e las mis manos non eran de sí señores,
perdí seso, perdí fuerza, mudáronse mis colores.

Unas palabras tenía pensadas para le desir,
el miedo de las compañas me fasíen al departir,
apenas me conosçía nin sabía por dó ir,
con mi voluntat mis dichos non se podían seguir.

Fablar con muger en plaça es cosa muy descobierta,
a veses mal perro anda tras mala puerta abierta,
bueno es jugar fermoso, echar alguna cobierta,
a do es lugar seguro es bien fablar cosa çierta.

[Estrofas 697-701:]
Busqué trotaconventos qual me mandó el Amor,
de todas las maestrías escogí la mejor,
Dios e la mi ventura que me fue guiador,
açerté en la tienda del sabio corredor.

Fallé una vieja qual avía menester,
artera e maestra e de mucho saber,
doña Venus por Pánfilo non pudo más faser
de quanto fiso aquésta por me faser plaser.

Era vieja buhona destas que venden joyas:
éstas echan el lazo, éstas cavan las foyas,
non hay tales maestras como éstas viejas troyas,
éstas dan la maçada: si as orejas, oyas.

Como lo an de uso estas tales buhonas,
andan de casa en casa vendiendo muchas donas,
non se reguardan d'ellas, están con las personas,
fasen con el mucho viento andar las ataonas.


Desque fue en mi casa esta vieja sabida,
díxele: «Madre señora, tan bien seades venida,
en vuestras manos pongo mi salud e mi vida,
si vos non me acorredes, mi vida es perdida.

[Estrofas 878-882:]

«Quando yo salí de casa, pues que veíades las redes,
¿por qué fincábades con él sola entre estas paredes?
A mí non rebtedes, fija, que vos lo meresçedes,
el mejor cobro que tenedes, vuestro mal que lo calledes.


»Menos de mal será que esto poco çeledes
que non que vos descobrades, et ansí vos pregonedes,
casamiento que vos venga por esto non lo perderedes,
mejor me paresçe esto que non que vos enfamedes.


»E pues que vos desides, que es el daño fecho,
defiéndavos et ayúdevos a tuerto e derecho,
.fija, a daño fecho aved ruego, et pecho,
callad, guardat la fama, non salga de so techo.


»Si non parlase la picaza más que la codornís,
non la colgarían en la plaza, nin reirían de lo que dis';
castigadvos, amiga, de otra tal contraís,
que todos los omes fasen como don Melón Ortís.»


Doña Endrina le dixo: «¡Ay, viejas tan perdidas!
a las mugeres traedes engañadas, vendidas;
ayer mil cobros me dabas, mil artes, mil salidas,
hoy, que só escarnida, todas me son fallesçidas.»

[Estrofas 950-971:]
Provar todas las cosas, el Apóstol lo manda:
fui a provar la sierra, e fiz loca demanda;
luego perdí la mula, non fallava vianda,
quien más de pan de trigo busca, sin seso anda.

El mes era de março, día de Sant Meder
pasado el puerto Loçoya fui camino prender
de nieve e de granizo non ove do me asconder
quien busca lo que non pierde, lo que tiene deve perder.

En çima deste puerto vi me en gran rebata:
fallé una vaqueriza çerca de una mata;
pregunté le quién era, respondió me: «la Chata:
yo só la Chata rezia, que a los omnes ata.»

«Yo guardo el portadgo e el peage cojo;
el que de grado me paga, non le fago enojo,
el que non quiere pagar, priado lo despojo;
págame, si non verás commo trillan rastrojo.»

Detovo me el camino, commo era estrecho,
una vereda angosta, vaqueros la avían fecho,
desque me vi en coíta, arrezido, mal trecho,
«Amiga», díxel', «amidos fase el can barvecho.

«Dexa me pasar, amiga, dar te he joyas de sierra:
si quieres, di me quáles usan en esta tierra;
ca segund es la fabla, quien pregunta non yerra,
e por Dios da me posada, que el frío me atierra.»

Respondiome la chata: «Quien pide non escoge;
promete me qué quiera antes que me enoje;
non temas, sim' das algo, que la nieve mucho moje;
conssejo te que te abengas antes que te despoje.»

Como dize la vieja quando bebe su madeja;
«Comadre, quien más non puede, amidos morir se dexa.»
Yo, desque me vi con miedo, con frío e con quexa,
mandé le prancha con broncha, e con çorrón de coneja.

Echó me a su pescueso por las buenas respuestas,
e a mí non me pesó porque me llevó a cuestas:
escusó me de pasar los arroyos e las cuestas.
Fiz de lo que y passó las coplas de yuso puestas.

[Estrofas 959-971:]
CÁNTICA DE SERRANA

Pasando una mañana
por el puerto de Malangosto
salteó me una serrana
a la asomada del rostro:
«Fademaja», dis' «¿dónde andas?
¿Qué buscas o qué demandas
por aqueste puerto angosto?»

Díxele yo a la pregunta:
«Vo me fazia Sotosalbos.»
Dis: «El pecado te barrunta
en fablar verbos tan bravos:
que por esta encontrada,
que yo tengo guardada,
non pasan los omnes salvos.»
Paróseme en el sendero
la gaha roín heda:
«Alahe», dis', «escudero,
aquí estaré yo queda:
fasta que algo me prometas,
por mucho que te arremetas
non pasarás la vereda.»

Díxele yo: «¡Por Dios, vaquera,
non me estorves mi jornada,
tírate de la carrera,
que non tray para ti nada.»
Ella dis: «Dende te torna,
por Somosierra trastorna,
que non avrás aquí posada.»

La Chata endiablada,
¡que Sant Illán la confunda!
Arrojóme la cayada
e rodeóme la fonda,
enaventóme el pedrero.
Dis: «¡Por el padre verdadero,
tú me pagarás hoy la ronda!»
Fasía nieve e granisaba.
Díxome la Chata luego,
fascas que me amenasaba:
«Págam', si non, verás juego.»
Díxel' yo: «Pardiós, fermosa,
desirvos he una cosa:
más querría estar al fuego.»

Dis': «Yo te levaré a casa,
e mostrarte he el camino,
faserte he fuego, e brasa,
.darte he del pan e del vino.
¡A la é!, Promet’me algo,
e tenerte he por fidalgo.
¡Buena mañana te vino!»

Yo, con miedo e arrezido
prometil' una garnacha,
e mandél para el vestido
una broncha et una prancha.
Ella diz: «Dam' más, amigo.
Anda acá, trota conmigo,
non ayas miedo al escacha.»

Tomome rezio por la mano,
en su pescueço me puso
como a çurrón liviano,
e levom' lo cuesto ayuso,
«¡Hadeduro! Non te espantes,
que bien te daré que yantes,
como es de la sierra uso.»

Púsome mucho aína
en una venta con su enhoto,
diome foguera de encina,
mucho gaçapo de soto,
buenas perdiçes asadas,
fogaças mal amasadas,
et buena carne de choto.

De buen vino un quartero,
manteca de bacas mucha,
mucho queso asadero,
leche, natas e una trucha;
dise luego: «¡Hadeduro!,
comamos d'este pan duro
después faremos la lucha.»

Desque fui un poco estando,
fuime desatirisiendo,
como me iva calentando,
ansí me iva sonriendo;
oteóme la pastora,
dis': «¡Ya compañero! Agora,
creo que vo entendiendo.»

La vaquera traviessa
dis': «Luchemos un rato
liévate dende apriesa,
desvuélvete de aques'hato.»
Por la muñeca me priso,
ove de fazer quanto quiso,
creo que fiz' buen barato.

7. Marqués de Santillana, “La vaquera de la Finojosa” (primera mitad del siglo XV):

LA VAQUERA DE LA FINOJOSA

Moza tan fermosa
non vi en la frontera,
como una vaquera
de la Finojosa.
Faciendo la vía
del Calatraveño
a Santa María,
vencido del sueño,
por tierra fragosa
perdí la carrera,
do vi la vaquera
de la Finojosa.

En un verde prado
de rosas y flores,
guardando ganado
con otros pastores,
la vi tan graciosa
que apenas creyera
que fuese vaquera
de la Finojosa.

No creo las rosas
de la primavera
sean tan fermosas
ni de tal manera,
fablando sin glosa,
si antes supiera
de aquella vaquera
de la Finojosa.
No tanto mirara
su mucha beldad,
porque me dejara
en mi libertad.
Mas dije: «Donosa
(por saber quién era),
¿dónde es la vaquera
de la Finojosa?»

Bien como riendo,
dijo: «Bien vengades;
que ya bien entiendo
lo que demandades:
non es deseosa
de amar, nin lo espera,
aquesa vaquera
de la Finojosa.»

8. Jorge Manrique, Coplas a la muerte de su padre (después de 1476): coplas 1-5, 13-17, 25-28, 33-40.

[Coplas 1-5:]

I

Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;

cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
fue mejor.


II

Pues si vemos lo presente
cómo en un punto s'es ido
e acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo non venido
por passado.

Non se engañe nadi, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de passar
por tal manera.

III

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
qu'es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
e consumir;

allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
e más chicos,
allegados, son iguales
los que viven por sus manos
e los ricos.

IV

Dexo las invocaciones
de los famosos poetas
y oradores;
non curo de sus ficciones,
que traen yerbas secretas
sus sabores.

A Aquél  sólo m'encomiendo,
a Aquél sólo invoco yo
de verdad,
que en este mundo viviendo,
el mundo non conoció
su deidad.

V

Este mundo es el camino
para el otro, qu'es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.

Partimos cuando nascemos,
andamos mientra vivimos,
e llegamos
al tiempo que feneçemos;
assí que cuando morimos,

descansamos.

[Coplas XIII-XVII:]

XIII

Los plazeres e dulçores
desta vida trabajada
que tenemos,
non son sino corredores,
e la muerte, la çelada
en que caemos.

Non mirando a nuestro daño,
corremos a rienda suelta
sin parar;
desque vemos el engaño
y queremos dar la vuelta
no hay lugar.

XIV

Esos reyes poderosos
que vemos por escripturas
ya passadas
con casos tristes, llorosos,
fueron sus buenas venturas
trastornadas;

assí, que no hay cosa fuerte,
que a papas y emperadores
e perlados,
assí los trata la muerte
como a los pobres pastores
de ganados.

XV

Dexemos a los troyanos,
que sus males non los vimos,
ni sus glorias;
dexemos a los romanos,
aunque oímos e leímos
sus hestorias;

non curemos de saber
lo d'aquel siglo passado
qué fue d'ello;
vengamos a lo d'ayer,
que también es olvidado
como aquello.

XVI

¿Qué se hizo el rey don Joan?
Los infantes d'Aragón
¿qué se hizieron?
¿Qué fue de tanto galán,
qué de tanta invención
como truxeron?
¿Fueron sino devaneos,
qué fueron sino verduras
de las eras,
las justas e los torneos,
paramentos, bordaduras
e çimeras?


XVII

¿Qué se hizieron las damas,
sus tocados e vestidos,
sus olores?
¿Qué se hizieron las llamas
de los fuegos encendidos
d'amadores?
¿Qué se hizo aquel trovar,
las músicas acordadas
que tañían?
¿Qué se hizo aquel dançar,
aquellas ropas chapadas

que traían?

XXV

Aquel de buenos abrigo,
amado, por virtuoso,
de la gente,
el maestre don Rodrigo
Manrique, tanto famoso
e tan valiente;
sus hechos grandes e claros
non cumple que los alabe,
pues los vieron;
ni los quiero hazer caros,
.pues qu'el mundo todo sabe
cuáles fueron.


XXVI

Amigo de sus amigos,
¡qué señor para criados
e parientes!
¡Qué enemigo d'enemigos!
¡Qué maestro d'esforçados
e valientes!
¡Qué seso para discretos!
¡Qué gracia para donosos!
¡Qué razón!
¡Qué benino a los sujetos!
¡A los bravos e dañosos,
qué león!

XXVII

En ventura, Octavïano;
Julio César en vencer
e batallar;
en la virtud, Africano;
Aníbal en el saber
e trabajar;
en la bondad, un Trajano;
Tito en liberalidad
con alegría;
en su braço, Aureliano;
Marco Atilio en la verdad
que prometía.

XXVIII

Antoño Pío en clemencia;
Marco Aurelio en igualdad
del semblante;
Adriano en la elocuencia;
Teodosio en humanidad
e buen talante.
Aurelio Alexandre fue
en desciplina e rigor
de la guerra;
un Constantino en la fe,
Camilo en el grand amor

de su tierra.

XXXIII

Después de puesta la vida
tantas vezes por su ley
al tablero;
después de tan bien servida
la corona de su rey
verdadero;
después de tanta hazaña
a que non puede bastar
cuenta cierta,
en la su villa d'Ocaña
vino la Muerte a llamar

a su puerta,

XXXIV

diziendo: –Buen caballero,
dexad el mundo engañoso
e su halago;
vuestro corazón d'azero
muestre su esfuerço famoso
en este trago;
e pues de vida e salud
fezistes tan poca cuenta
por la fama;
esfuércese la virtud
para sofrir esta afruenta
que vos llama.

XXXV

»Non se vos haga tan amarga
la batalla temerosa
qu'esperáis,
.pues otra vida más larga
de la fama glorïosa
acá dexáis.
Aunqu'esta vida d'honor
tampoco no es eternal
ni verdadera;
mas, con todo, es muy mejor
que la otra temporal,
peresçedera.

XXXVI

»El vivir qu'es perdurable
non se gana con estados
mundanales,
ni con vida delectable
donde moran los pecados
infernales;
mas los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
e con lloros;
los caballeros famosos,
con trabajos e aflicciones
contra moros.

XXXVII

»E pues vos, claro varón,
tanta sangre derramastes
de paganos,
esperad el galardón
que en este mundo ganastes
por las manos;
e con esta confianza
e con la fe tan entera
que tenéis,
partid con buena esperança,
qu'estotra vida tercera
ganaréis.
[Responde el Maestre:]

XXXVIII

–Non tengamos tiempo ya
en esta vida mesquina
por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la divina
para todo;
.e consiento en mi morir
con voluntad plazentera,
clara e pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera,
es locura.
[Del maestre a Jesús:]

XXXIX

–Tú que, por nuestra maldad,
tomaste forma servil
e baxo nombre;
tú, que a tu divinidad
juntaste cosa tan vil
como es el hombre;
Tú, que tan grandes tormentos
sofriste sin resistencia
en tu persona,
non por mis merescimientos,
mas por tu sola clemencia
me perdona".

XL

Assí, con tal entender,
todos sentidos humanos
conservados,
cercado de su mujer
y de sus hijos e hermanos
e criados,
dio el alma a quien gela dio
(el cual la ponga en el cielo
en su gloria),
que aunque la vida perdió,
dexónos harto consuelo
su memoria.

9.Garcilaso de la Vega, Soneto XXXIII, A Boscán desde La Goleta (ca. 1535)

SONETO XXXIII
A Boscán desde La Goleta

Boscán, las armas y el furor de Marte,
que con su propria fuerza el africano
suelo regando, hacen que el romano
imperio reverdezca en esta parte,

han reducido a la memoria el arte
y el antiguo valor italïano,
por cuya fuerza y valerosa mano
África se aterró de parte a parte.

Aquí donde el romano encendimiento,
donde el fuego y la llama licenciosa
solo el nombre dejaron a Cartago,

vuelve y revuelve amor mi pensamiento,
hiere y enciende el alma temerosa,
y en llanto y en ceniza me deshago.

10.Garcilaso de la Vega, Égloga III (antes de 1535), estrofas: 8-10, 25-32, 39-47.

[Estrofas 8-10:]

Cerca del Tajo, en soledad amena,
de verdes sauces hay una espesura
toda de hiedra revestida y llena,
que por el tronco va hasta el altura
y así la teje arriba y encadena
que’l sol no halla paso a la verdura;
el agua baña el prado con sonido,
alegrando la hierba y el oído.

Con tanta mansedumbre el cristalino
Tajo en aquella parte caminaba
que pudieron los ojos el camino
determinar apenas que llevaba.
Peinando sus cabellos d’oro fino,
una ninfa del agua do moraba
la cabeza sacó, y el prado ameno
vido de flores y de sombra lleno.

Movióla el sitio umbroso, el manso viento,
el suave olor d’aquel florido suelo;
las aves en el fresco apartamiento
vio descansar del trabajoso vuelo;
secaba entonces el terreno aliento
el sol, subido en la mitad del cielo;
en el silencio solo se ’scuchaba
un susurro de abejas que sonaba.

La blanca Nise no tomó a destajo
de los pasados casos la memoria,
y en la labor de su sotil trabajo
no quiso entretejer antigua historia;
antes, mostrando de su claro Tajo
en su labor la celebrada gloria,
la figuró en la parte dond’ él baña
la más felice tierra de la España.

Pintado el caudaloso rio se vía,
que en áspera estrecheza reducido,
un monte casi alrededor ceñía,
con ímpetu corriendo y con rüido;
querer cercarlo todo parecía
en su volver, mas era afán perdido;
dejábase correr en fin derecho,
contento de lo mucho que habia hecho.

Estaba puesta en la sublime cumbre
del monte, y desde allí por él sembrada,
aquella ilustre y clara pesadumbre
d’antiguos edificios adornada.
D’allí con agradable mansedumbre
el Tajo va siguiendo su jornada
y regando los campos y arboledas
con artificio de las altas ruedas.

En la hermosa tela se veían,
entretejidas, las silvestres diosas
salir de la espesura, y que venían
todas a la ribera presurosas,
en el semblante tristes, y traían
cestillos blancos de purpúreas rosas,
las cuales esparciendo derramaban
sobre una ninfa muerta que lloraban.

Todas, con el cabello desparcido,
lloraban una ninfa delicada
cuya vida mostraba que habia sido
antes de tiempo y casi en flor cortada;
cerca del agua, en un lugar florido,
estaba entre las hierbas degollada
cual queda el blanco cisne cuando pierde
la dulce vida entre la hierba verde.

Una d’aquellas diosas que’n belleza
al parecer a todas ecedía,
mostrando en el semblante la tristeza
que del funesto y triste caso había,
apartada algún tanto, en la corteza
de un álamo unas letras escribía
como epitafio de la ninfa bella,
que hablaban ansí por parte della:

«Elisa soy, en cuyo nombre suena
y se lamenta el monte cavernoso,
testigo del dolor y grave pena
en que por mí se aflige Nemoroso
y llama “Elisa”; “Elisa” a boca llena
responde el Tajo, y lleva presuroso
al mar de Lusitania el nombre mío,
donde será escuchado, yo lo fío».

En fin, en esta tela artificiosa
toda la historia estaba figurada
que en aquella ribera deleitosa
de Nemoroso fue tan celebrada,
porque de todo aquesto y cada cosa
estaba Nise ya tan informada
que, llorando el pastor, mil veces ella
se enterneció escuchando su querella;

TIRRENO

Flérida, para mí dulce y sabrosa
más que la fruta del cercado ajeno,
más blanca que la leche y más hermosa
que’l prado por abril de flores lleno:
si tú respondes pura y amorosa
al verdadero amor de tu Tirreno,
a mi majada arribarás primero
que’l cielo nos amuestre su lucero.

ALCINO

Hermosa Filis, siempre yo te sea
amargo al gusto más que la retama,
y de ti despojado yo me vea
cual queda el tronco de su verde rama,
si más que yo el murciélago desea
la escuridad, ni más la luz desama,
por ver ya el fin de un término tamaño,
deste dia, para mí mayor que un año.

TIRRENO

Cual suele, acompañada de su bando,
aparecer la dulce primavera,
cuando Favonio y Céfiro, soplando,
al campo tornan su beldad primera,
y van artificiosos esmaltando
de rojo, azul y blanco la ribera:
en tal manera, a mí Flérida mía
viniendo, reverdece mi alegría.

ALCINO

¿Ves el furor del animoso viento
embravecido en la fragosa sierra
que los antigos robles ciento a ciento
y los pinos altísimos atierra,
y de tanto destrozo aun no contento,
al espantoso mar mueve la guerra?
Pequeña es esta furia comparada
a la de Filis con Alcino airada.

TIRRENO

El blanco trigo multiplica y crece;
produce el campo en abundancia tierno
pasto al ganado; el verde monte ofrece
a las fieras salvajes su gobierno;
adoquiera que miro, me parece
que derrama la copia todo el cuerno:
mas todo se convertirá en abrojos
si dello aparta Flérida sus ojos.

ALCINO

De la esterilidad es oprimido
el monte, el campo, el soto y el ganado;
la malicia del aire corrompido
hace morir la hierba mal su grado;
las aves ven su descubierto nido
que ya de verdes hojas fue cercado:
pero si Filis por aquí tornare,
hará reverdecer cuanto mirare.

TIRRENO

El álamo de Alcides escogido
fue siempre, y el laurel del rojo Apolo;
de la hermosa Venus fue tenido
en precio y en estima el mirto solo;
el verde sauz de Flérida es querido
y por suyo entre todos escogiólo:
doquiera que sauces de hoy más se hallen,
el álamo, el laurel y el mirto callen.

ALCINO

El fresno por la selva en hermosura
sabemos ya que sobre todos vaya;
y en aspereza y monte d’espesura
se aventaja la verde y alta haya;
mas el que la beldad de tu figura
dondequiera mirado, Filis, haya,
al fresno y a la haya en su aspereza
confesará que vence tu belleza.

Esto cantó Tirreno, y esto Alcino
le respondió, y habiendo ya acabado
el dulce son, siguieron su camino
con paso un poco más apresurado;
siendo a las ninfas ya el rumor vecino,
juntas s’arrojan por el agua a nado,
y de la blanca espuma que movieron
las cristalinas ondas se cubrieron.


11.Fray Luis de León, Oda III (“El aire se serena”), mediados del siglo XVI.

EL AIRE SE SERENA

A Francisco Salinas
Catedrático de Música de la Universidad de Salamanca
El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música estremada,
por vuestra sabia mano gobernada.

A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.

Y como se conoce,
en suerte y pensamientos se mejora;
el oro desconoce,
que el vulgo vil adora,
la belleza caduca, engañadora.

Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera.

Ve cómo el gran maestro,
aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno templo es sustentado.

Y como está compuesta
de números concordes, luego envía
consonante respuesta;
y entrambas a porfía
se mezcla una dulcísima armonía.

Aquí la alma navega
por un mar de dulzura, y finalmente
en él ansí se anega
que ningún accidente
estraño y peregrino oye o siente.

¡Oh, desmayo dichoso!
¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh, dulce olvido!
¡Durase en tu reposo,
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido!

A este bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro,
amigos a quien amo
sobre todo tesoro;
que todo lo visible es triste lloro.

¡Oh, suene de contino,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos
quedando a lo demás amortecidos!

12. San Juan de la Cruz, Cántico espiritual (segunda mitad del siglo XVI)

CÁNTICO ESPIRITUAL
Canciones entre el alma y el esposo

Esposa:
¿Adónde te escondiste,
amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti, clamando, y eras ido.          

Pastores, los que fuerdes
allá, por las majadas, al otero,
si por ventura vierdes
aquél que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero.          

Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.            

(Pregunta a las Criaturas)

¡Oh bosques y espesuras,
plantadas por la mano del amado!
¡Oh prado de verduras,
de flores esmaltado,
decid si por vosotros ha pasado!             

(Respuesta de las Criaturas)

Mil gracias derramando,
pasó por estos sotos con presura,
y yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura.              

Esposa:

¡Ay, quién podrá sanarme!
Acaba de entregarte ya de vero;
no quieras enviarme
de hoy más ya mensajero,
que no saben decirme lo que quiero.          

Y todos cantos vagan,
de ti me van mil gracias refiriendo.
Y todos más me llagan,
y déjame muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo.         

Mas ¿cómo perseveras,
oh vida, no viviendo donde vives,
y haciendo, porque mueras,
las flechas que recibes,
de lo que del amado en ti concibes?          

¿Por qué, pues has llagado
aqueste corazón, no le sanaste?
Y pues me le has robado,
¿por qué así le dejaste,
y no tomas el robo que robaste?              

Apaga mis enojos,
pues que ninguno basta a deshacellos,
y véante mis ojos,
pues eres lumbre dellos,
y sólo para ti quiero tenellos.              

¡Oh cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados,
formases de repente
los ojos deseados,
que tengo en mis entrañas dibujados!         

¡Apártalos, amado,
que voy de vuelo!

Esposo:

Vuélvete, paloma,
que el ciervo vulnerado
por el otero asoma,
al aire de tu vuelo, y fresco toma.          

Esposa:

¡Mi amado, las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos;              

la noche sosegada,
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora;                

nuestro lecho florido,
de cuevas de leones enlazado,
en púrpura tendido,
de paz edificado,
de mil escudos de oro coronado!              

A zaga de tu huella,
las jóvenes discurran al camino;
al toque de centella,
al adobado vino,
emisiones de bálsamo divino.                 

En la interior bodega
de mi amado bebí, y cuando salía,
por toda aquesta vega,
ya cosa no sabía
y el ganado perdí que antes seguía.          

Allí me dio su pecho,
allí me enseñó ciencia muy sabrosa,
y yo le di de hecho
a mí, sin dejar cosa;
allí le prometí de ser su esposa.            

Mi alma se ha empleado,
y todo mi caudal, en su servicio;
ya no guardo ganado,
ni ya tengo otro oficio,
que ya sólo en amar es mi ejercicio.         

Pues ya si en el ejido
de hoy más no fuere vista ni hallada,
diréis que me he perdido;
que andando enamorada,
me hice perdidiza, y fui ganada.             

De flores y esmeraldas,
en las frescas mañanas escogidas,
haremos las guirnaldas
en tu amor florecidas,
y en un cabello mío entretejidas:            

en sólo aquel cabello
que en mi cuello volar consideraste;
mirástele en mi cuello,
y en él preso quedaste,
y en uno de mis ojos te llagaste.            

Cuando tú me mirabas,
tu gracia en mí tus ojos imprimían;
por eso me adamabas,
y en eso merecían
los míos adorar lo que en ti vían.           

No quieras despreciarme,
que si color moreno en mí hallaste,
ya bien puedes mirarme,
después que me miraste,
que gracia y hermosura en mí dejaste.        

Cogednos las raposas,
que está ya florecida nuestra viña,
en tanto que de rosas
hacemos una piña,
y no parezca nadie en la montiña.            

Deténte, cierzo muerto;
ven, austro, que recuerdas los amores,
aspira por mi huerto,
y corran sus olores,
y pacerá el amado entre las flores.          

Esposo:

Entrado se ha la esposa
en el ameno huerto deseado,
y a su sabor reposa,
el cuello reclinado
sobres los dulces brazos del amado.          

Debajo del manzano,
allí conmigo fuiste desposada,
allí te di al mano,
y fuiste reparada
donde tu madre fuera violada.                

O vos, aves ligeras,
leones, ciervos, gamos saltadores,
montes, valles, riberas,
aguas, aires, ardores
y miedos de las noches veladores,            

por las amenas liras
y canto de serenas os conjuro
que cesen vuestras iras
y no toquéis al muro,
porque la esposa duerma más seguro.          

Esposa:

Oh ninfas de Judea,
en tanto que en las flores y rosales
el ámbar perfumea,
morá en los arrabales,
y no queráis tocar nuestros umbrales.        

Escóndete, carillo,
y mira con tu haz a las montañas,
y no quieras decillo;
mas mira las compañas
de la que va por ínsulas extrañas.           

Esposo:

La blanca palomica
al arca con el ramo se ha tornado,
y ya la tortolica
al socio deseado
en las riberas verdes ha hallado.            

En soledad vivía,
y en soledad he puesto ya su nido,
y en soledad la guía
a solas su querido,
también en soledad de amor herido.           

Esposa:

Gocémonos, amado,
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte o al collado
do mana el agua pura;
entremos más adentro en la espesura.         

Y luego a las subidas
cavernas de la piedra nos iremos,
que están bien escondidas,
y allí nos entraremos,
y el mosto de granadas gustaremos.           

Allí me mostrarías
aquello que mi alma pretendía,
y luego me darías
allí tú, vida mía,
aquello que me diste el otro día:            

el aspirar del aire,
el canto de la dulce filomena,
el soto y su donaire,
en la noche serena
con llama que consume y no da pena;          

que nadie lo miraba,
Aminadab tampoco parecía,
y el cerco sosegaba,
y la caballería
a vista de las aguas descendía.              


13. Luis de Góngora, “Mientras por competir con tu cabello” (1582)

Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;

mientras a cada labio, por cogello.                  
siguen más ojos que al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello:

goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada                 
oro, lilio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

 

14. Luis de Góngora, Fábula de Polifemo y Galatea (1611), estrofas 4-9, 13-14, 62-63.


[Estrofas 4-9:]

Donde espumoso el mar siciliano
El pie argenta de plata al Lilibeo,
Bóveda o de las fraguas de Vulcano
O tumba de los huesos de Tifeo,
Pálidas señas cenizoso un llano,
Cuando no del sacrílego deseo,
Del duro oficio da. Allí una alta roca
Mordaza es a una gruta de su boca.

Guarnición tosca de este escollo duro
Troncos robustos son, a cuya greña
Menos luz debe, menos aire puro
La caverna profunda, que a la peña;
Caliginoso lecho, el seno obscuro
Ser de la negra noche nos lo enseña
Infame turba de nocturnas aves,
Gimiendo tristes y volando graves.

De este, pues, formidable de la tierra
Bostezo, el melancólico vacío
A Polifemo, horror de aquella sierra,
Bárbara choza es, albergue umbrío
Y redil espacioso donde encierra
Cuanto las cumbres ásperas cabrío,
De los montes esconde: copia bella
Que un silbo junta y un peñasco sella.

Un monte era de miembros eminente
Este que -de Neptuno hijo fiero-
De un ojo ilustra el orbe de su frente,
Émulo casi del mayor lucero;
Cíclope a quien el pino más valiente
Bastón le obedecía tan ligero,
Y al grave peso junco tan delgado,
Que un día era bastón y otro cayado.

Negro el cabello, imitador undoso
De las oscuras aguas del Leteo,
Al viento que lo peina proceloso
Vuela sin orden, pende sin aseo;
Un torrente es su barba, impetuoso
Que -adusto hijo de este Pirineo-
Su pecho inunda- o tarde, o mal, o en vano
Surcada aun de los dedos de su mano.

No la Trinacria en sus montañas, fiera
armó de crueldad, calzó de viento,
que redima feroz, salve ligera
su piel manchada de colores ciento:
pellico es ya la que en los bosques era
mortal horror al que con paso lento
los bueyes a su albergue reducía,
pisando la dudosa luz del día.

[Estrofas 13-14:]
Ninfa, de Doris hija, la más bella,
adora que vio el reino de la espuma.
Galatea es su nombre y dulce en ella
el terno Venus de sus Gracias suma.
Son una y otra luminosa estrella
lucientes ojos de su blanca pluma:
si roca de cristal no es de Neptuno,
pavón de Venus es, cisne de Juno.

Purpúreas rosas sobre Galatea
La Alba entre lilios cándidos deshoja:
Duda el Amor cuál más su color sea,
O púrpura nevada, o nieve roja.
De su frente la perla es, eritrea,
Émula vana. El ciego dios se enoja,
Y, condenado su esplendor, la deja
Pender en oro al nácar de su oreja.

[Estrofas 62-63:]
Con violencia desgajó infinita
La mayor punta de la excelsa roca,
Que al joven, sobre quien la precipita,
Urna es mucha, pirámide no poca.
Con lágrimas la Ninfa solicita
Las deidades del mar, que Acis invoca:
Concurren todas, y el peñasco duro
La sangre que exprimió, cristal fue puro.

Sus miembros lastimosamente opresos
Del escollo fatal fueron apenas,
Que los pies de los árboles más gruesos
Calzó el líquido aljófar de sus venas.
Corriente plata al fin sus blancos huesos,
Lamiendo flores y argentando arenas,
A Doris llega que, con llanto pío,
1Yerno lo saludó, lo aclamó río.


15. Lope de Vega, La Filomena (1612), Epístola IX, vv. 49-63 (“Pasan las horas de la edad florida"):

A DON JUAN DE ARGUIJO

Pasan las horas de la edad florida
como suele escribir renglón de fuego
cometa por los aires encendida.

Viene la edad mayor, y viene luego,
tal es su brevedad, y finalmente
pone templanza el varonil sosiego.

Mas cuando un hombre de sí mismo siente
que sabe alguna cosa, y que podría
comenzar a escribir mas cuerdamente,

ya se acaba la edad y ya se enfría
la sangre, el gusto, y la salud padece
avisos varios que la muerte envía.

De suerte que la edad, cuando florece,
no sabe aquello que adquirió pasando,
y cuando supo más, desaparece.

¡Oh quien pudiera recoger, rasgando,
tanto escrito papel, pues cuando un hombre
comenzara mejor está acabando!


16. Andrés Fernández de Andrada, Epístola moral a Fabio (antes de 1613), vv. 1-21, 46-51, 58-63, 67-72, 100-108, 115-117, 127-129, 163-168, 172-174, 181-195, 202-205.

EPÍSTOLA MORAL A FABIO

[Versos 1-21:]

Fabio, las esperanzas cortesanas
prisiones son do el ambicioso muere
y donde al más activo nacen canas;

el que no las limare o las rompiere
ni el nombre de varón ha merecido,
ni subir al honor que pretendiere.

El ánimo plebeyo y abatido
elija en sus intentos temeroso
antes estar suspenso que caído;

que el corazón entero y generoso
al caso adverso inclinará la frente
antes que la rodilla al poderoso.

Más coronas, más triunfos dio al prudente
que supo retirarse, la fortuna,
que al que esperó obstinada y locamente.

Esta invasión terrible e importuna
de contrarios sucesos nos espera
desde el primer sollozo de la cuna.

Dejémosla pasar como a la fiera
corriente del gran Betis, cuando airado
dilata hasta los montes la ribera.

[Versos 46-51:]

Más quiere el ruiseñor su pobre nido
de pluma y leves pajas, más sus quejas
en el bosque repuesto y escondido,

que agradar lisonjero las orejas
de algún príncipe insigne, aprisionado
en el metal de las doradas rejas.


[Versos 58-63:]

Iguala con la vida el pensamiento,
y no le pasarás de hoy a mañana,
ni aún quizá de un momento a otro momento.

Apenas tienes ni una sombra vana
de nuestra antigua Itálica, ¿y esperas?
¡Oh error perpetuo de la suerte humana! […]

,[Versos 67-72:]

¿Qué es nuestra vida más que breve día
do apenas sale el sol cuando se pierde
en las tinieblas de la noche fría?

¿Qué más que el heno, a la mañana verde,
seco a la tarde? ¡Oh ciego desvarío!
¿Será que de este sueño se recuerde?

[Versos 100-108:]

¿Piensas acaso tú que fue criado
el varón para rayo de la guerra,
para surcar el piélago salado,

para medir el orbe de la tierra
o el cerco por do el sol siempre camina?
¡Oh, quien así lo entendiese, cuánto yerra!

Esta nuestra porción, alta y divina,
a mayores acciones es llamada
y en más nobles objetos se termina.

[Versos 115-117:]

Quiero, Fabio, seguir a quien me llama
y callado pasar entre la gente,
que no afecto los nombres ni la fama. […]

,[Versos 127-129:]

Un ángulo me basta entre mis lares,
un libro y un amigo, un sueño breve,
que no perturben deudas ni pesares. […]

[Versos 163-168:] .

¡Qué muda la virtud por el prudente!
¡Qué redundante y llena de ruido
por el vano, ambicioso y aparente!

Quiero imitar al pueblo en el vestido,
en las costumbres sólo a los mejores,
sin presumir de roto y mal ceñido.

[Versos 172-174:]

Una mediana vida yo posea,
un estilo común y moderado,
que no le note nadie que le vea. […]

,[Versos 181-195:] .

Sin la templanza, ¿viste tú perfeta
alguna cosa? ¡Oh muerte!, ven callada,
como sueles venir en la saeta;

no en la tonante máquina preñada
de fuego y de rumor,que no es mi puerta
de doblados metales fabricada.

Así, Fabio, me enseña descubierta
su esencia la verdad, y mi albedrío
con ella se compone y se concierta.

No te burles de ver cuánto confío,
ni al arte de decir, vana y pomposa,
el ardor atribuyas de este brío.

¿Es, por ventura, menos poderosa
que el vicio la virtud? ¿Es menos fuerte?
No la arguyas de flaca y temerosa.

,[Versos 202-205:]

Ya, dulce amigo, huyo y me retiro
de cuanto simple amé; rompí los lazos:
ven y sabrás al grande fin que aspiro
antes que el tiempo muera en nuestros brazos.

 

17. Francisco de Quevedo, “¡Ah de la vida!”… ¿Nadie me responde?” (ca. 1640)

REPRESÉNTASE LA BREVEDAD DE LO QUE SE VIVE Y CUÁN NADA PARECE LO QUE SE VIVIÓ

«¡Ah de la vida!»... ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.

¡Que sin poder saber cómo ni adónde
la Salud y la Edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue; Mañana no ha llegado;
Hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.

En el Hoy y Mañana y Ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.

18. Francisco de Quevedo, “Cerrar podrá mis ojos la postrera” (ca. 1620)

AMOR CONSTANTE MÁS ALLÁ DE LA MUERTE

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra, que me llevare el blanco día;
y podrá desatar esta alma mía
hora, a su afán ansioso lisonJera:

mas no de essotra parte en la rivera
dejará la memoria, en donde ardía;
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

Alma, a quien todo un dios prisión ha sido,
venas, que humor a tanto fuego han dado,
medulas, que han gloriosamente ardido;

su cuerpo dejarán, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.

19. Sor Juana Inés de la Cruz, “Hombres necios que acusáis” (finales del siglo XVII)

REDONDILLAS

Hombres necios que acusáis
a la mujer, sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis;

si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis
para prentendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Opinión, ninguna gana,
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues como ha de estar templada
la que vuestro amor pretende?,
¿si la que es ingrata ofende,
y la que es fácil enfada?

Mas, entre el enfado y la pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en hora buena.

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?

¿O cuál es de más culpar,
aunque cualquiera mal haga;
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?

¿Pues, para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.


20. José de Espronceda, “Marchitas ya las juveniles flores” (ca. 1840)
A XXX, dedicándole estas poesías

Marchitas ya las juveniles flores,
nublado el sol de la esperanza mía,
hora tras hora cuento, y mi agonía
crecen, y mi ansiedad y mis dolores.

Sobre terso cristal, ricos colores
pinta alegre, tal vez, mi fantasía,
cuando la dura realidad sombría
mancha el cristal y empaña sus fulgores.

Los ojos vuelvo en incesante anhelo,
y gira en torno indiferente el mundo
y en torno gira indiferente el cielo.

A ti las quejas de mi mal profundo,
hermosa sin ventura, yo te envío.
Mis versos son tu corazón y el mío.

 

21. Gustavo Adolfo Bécquer, “Del salón en el ángulo oscuro”, de Rimas (1868)

RIMA VII
Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
veíase el arpa.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!

¡Ay!, pensé; ¡cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz como Lázaro espera
que le diga «Levántate y anda»!

 

22. Rosalía de Castro, “Adiós, ríos; adiós, fontes”, de Cantares gallegos (1863):

ADIÓS

Adiós ríos, adiós fuentes
adiós regatos pequeños
adiós vista de mis ojos
no sé cuando nos veremos.

Mi tierra mía, mi tierra,
tierra donde me críe
huerto que yo labraba,
higueras que yo planté.

Prados, ríos, arboledas,
pinares que mueve el viento,
pajarillos piadores,
la casa de mi contento.

Molino del castañar,
noches de luna clara,
campanitas timbradoras
de la iglesia del lugar.

Zarzamoras de las zarzas
que yo le daba a mi amor,
caminos entre el maíz,
¡adiós para siempre adiós!

¡Adiós gloria!, ¡adiós contento!
¡Dejo la casa en que nací
y la aldea que conozco
por un mundo que no vi!

Dejo amigos por extraños
y la vega por el mar
dejo, en fin, lo que más quiero…
¡quien pudiera no dejar!

Adiós adiós que me voy
hierbas del camposanto
donde se enterró a mi padre
hierbas que besé tanto
tierra que nos crió.

Ya se oyen lejos muy lejos
las campanas del Pomal
para mi, ¡ay!, desdichado
nunca más han de tocar.

Ya se oyen lejos muy lejos…
cada son es un dolor;
me voy solo sin amparo…
tierra mía, ¡adiós!, ¡adiós!

¡Adiós tanbién, mi querida…
Adiós quizá para siempre!...
Te digo este adiós llorando
desde la orilla del mar.

No me olvides tu mi amor
si muero de soledad…
tantas leguas mar adentro…
¡Mi casa ! ¡Mi hogar!

[Versión original en gallego:]

Adiós, ríos; adiós, fontes;
adiós, regatos pequeños;
adiós, vista d'os meus ollos,
non sei cándo nos veremos.

Miña terra, miña terra,
terra donde m'eu criei,
hortiña que quero tanto,
figueiriñas que prantei.

Prados, ríos, arboredas,
pinares que move o vento,
paxariños piadores,
casiñas d'o meu contento.

Muiño d'os castañares,
noites craras d'o luar,
campaniñas timbradoiras
d'a igrexiña d'o lugar.

Amoriñas d'as silveiras
que eu lle daba ô meu amor,
camiñiños antr'o millo,
¡adiós para sempr'adiós!

¡Adiós, gloria! ¡Adiós, contento!
¡Deixo a casa onde nascín,
deixo a aldea que conoço,
por un mundo que non vin!

Deixo amigos por extraños,
deixo a veiga pol-o mar;
deixo, en fin, canto ben quero...
¡quén puidera non deixar!

Adiós, adiós, que me vou,
herbiñas d'o camposanto,
donde meu pai se enterrou,
herbiñas que biquei tanto,
terriña que nos criou.

Xa s'oyen lonxe, moi lonxe,
as campanas d'o pomar;
para min, ¡ai!, coitadiño,
nunca máis han de tocar.

Xa s'oyen lonxe, máis lonxe...
Cada balad'é un delor;
voume soyo, sin arrimo...
miña terra, ¡adiós!, ¡adiós!

¡Adiós tamén, queridiña...
Adiós por sempre quizáis!...
Dígoche este adiós chorando
desd'a veiriña d'o mar.

Non m'olvides, queridiña,
si morro de soidás...
tantas légoas mar adentro...
¡Miña casiña!, ¡meu lar!

23. Rubén Darío:

CANCIÓN DE OTOÑO EN PRIMAVERA
A G. Martínez Sierra
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer.

Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este
mundo de duelo y aflicción.

Miraba como el alba pura;
sonreía como una flor.
Era su cabellera obscura
hecha de noche y de dolor.

Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé...

Juventud, divino tesoro
¡ya te vas para no volver...!
Cuando quiero llorar, no lloro,
y a veces lloro sin querer...

La otra fue más sensitiva,
y más consoladora y más
halagadora y expresiva,
cual no pensé encontrar jamás.

Pues a su continua ternura
una pasión violenta unía.
En un peplo de gasa pura
una bacante se envolvía...

En sus brazos tomó mi ensueño
y lo arrulló como a un bebé...
Y le mató, triste y pequeño
falto de luz, falto de fe...

Juventud, divino tesoro,
¡te fuiste para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro,
y a veces lloro sin querer...

Otra juzgó que era mi boca
el estuche de su pasión                                           
y que me roería, loca,
con sus dientes el corazón

poniendo en un amor de exceso
la mira de su voluntad,
mientras eran abrazo y beso
síntesis de la eternidad:

y de nuestra carne ligera
imaginar siempre un Edén,
sin pensar que la Primavera
y la carne acaban también...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!...
Cuando quiero llorar, no lloro,
¡y a veces lloro sin querer!

¡Y las demás!, en tantos climas,
en tantas tierras, siempre son,
si no pretexto de mis rimas,
fantasmas de mi corazón.

En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!

Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris me acerco
a los rosales del jardín...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!...
Cuando quiero llorar, no lloro,
y a veces lloro sin querer...

¡Mas es mía el Alba de oro!
Rubén Darío, Cantos de vida y esperanza (1905)

24. Antonio Machado:

CAMPOS DE SORIA
I
Es la tierra de Soria árida y fría.
Por las colinas y las sierras calvas,
verdes pradillos, cerros cenicientos,
la primavera pasa
dejando entre las hierbas olorosas
sus diminutas margaritas blancas.
La tierra no revive, el campo sueña.
Al empezar abril está nevada
la espalda del Moncayo;
el caminante lleva en su bufanda
envueltos cuello y boca, y los pastores
pasan cubiertos con sus luengas capas.

II
Las tierras labrantías,
como retazos de estameñas pardas,
el huertecillo, el abejar, los trozos
de verde obscuro en que el merino pasta,
entre plomizos peñascales, siembran
el sueño alegre de infantil Arcadia.
En los chopos lejanos del camino,
parecen humear las yertas ramas
como un glauco vapor —las nuevas hojas—
y en las quiebras de valles y barrancas
blanquean los zarzales florecidos,
y brotan las violetas perfumadas.

III
Es el campo undulado, y los caminos
ya ocultan los viajeros que cabalgan
en pardos borriquillos,
ya al fondo de la tarde arrebolada
elevan las plebeyas figurillas,
que el lienzo de oro del ocaso manchan.
Mas si trepáis a un cerro y veis el campo
desde los picos donde habita el águila,
son tornasoles de carmín y acero,
llanos plomizos, lomas plateadas,
circuidos por montes de violeta,
con las cumbres de nieve sonrosado.

IV
¡Las figuras del campo sobre el cielo!
Dos lentos bueyes aran
en un alcor, cuando el otoño empieza,
y entre las negras testas doblegadas
bajo el pesado yugo,
pende un cesto de juncos y retama,
que es la cuna de un niño;
y tras la yunta marcha
un hombre que se inclina hacia la tierra,
y una mujer que en las abiertas zanjas
arroja la semilla.
Bajo una nube de carmín y llama,
en el oro fluido y verdinoso
del poniente, las sombras se agigantan.

V
La nieve. En el mesón al campo abierto
se ve el hogar donde la leña humea
y la olla al hervir borbollonea.
El cierzo corre por el campo yerto,
alborotando en blancos torbellinos
la nieve silenciosa.
La nieve sobre el campo y los caminos,
cayendo está como sobre una fosa.
Un viejo acurrucado tiembla y tose
cerca del fuego; su mechón de lana
la vieja hila, y una niña cose
verde ribete a su estameña grana.
Padres los viejos son de un arriero
que caminó sobre la blanca tierra,
y una noche perdió ruta y sendero,
y se enterró en las nieves de la sierra.
En torno al fuego hay un lugar vacío
y en la frente del viejo, de hosco ceño,
como un tachón sombrío
—tal el golpe de un hacha sobre un leño—.
La vieja mira al campo, cual si oyera
pasos sobre la nieve. Nadie pasa.
Desierta la vecina carretera,
desierto el campo en torno de la casa.
La niña piensa que en los verdes prados
ha de correr con otras doncellitas
en los días azules y dorados,
cuando crecen las blancas margaritas.

VI
¡Soria fría, Soria pura,
cabeza de Extremadura,
con su castillo guerrero
arruinado, sobre el Duero;
con sus murallas roídas
y sus casas denegridas!
¡Muerta ciudad de señores
soldados o cazadores;
de portales con escudos
de cien linajes hidalgos,
y de famélicos galgos,
de galgos flacos y agudos,
que pululan
por las sórdidas callejas,
y a la medianoche ululan,
cuando graznan las cornejas!
¡Soria fría! La campana
de la Audiencia da la una.
Soria, ciudad castellana
¡tan bella! bajo la luna.

VII
¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, obscuros encinares,
ariscos pedregales, calvas sierras,
caminos blancos y álamos del río,
tardes de Soria, mística y guerrera,
hoy siento por vosotros, en el fondo
del corazón, tristeza,
tristeza que es amor! ¡Campos de Soria
donde parece que las rocas sueñan,
conmigo vais! ¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas!...

VIII
He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio,
tras las murallas viejas
de Soria —barbacana
hacia Aragón, en castellana tierra—.
Estos chopos del río, que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
el son del agua, cuando el viento sopla,
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas.
¡Álamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña,
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazón os lleva!

IX
¡Oh, sí!  Conmigo vais, campos de Soria,
tardes tranquilas, montes de violeta,
alamedas del río, verde sueño
del suelo gris y de la parda tierra,
agria melancolía
de la ciudad decrépita.
Me habéis llegado al alma,
¿o acaso estabais en el fondo de ella?
¡Gentes del alto llano numantino
que a Dios guardáis como cristianas viejas,
que el sol de España os llene
de alegría, de luz y de riqueza!
A. Machado, Campos de Castilla (1912)

25. Antonio Machado:

PROVERBIOS Y CANTARES
XXIX
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

PROVERBIOS Y CANTARES
XLIV
Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.
Antonio Machado, Campos de Castilla (1917)

26. Juan Ramón Jiménez:

ÁLAMO BLANCO

Arriba canta el pájaro
y abajo canta el agua.
(Arriba y abajo,
se me abre el alma).
¡Entre dos melodías,
la columna de plata!
Hoja, pájaro, estrella;
baja flor, raíz, agua.
¡Entre dos conmociones,
la columna de plata!
(¡Y tú, tronco ideal,
entre mi alma y mi alma!)
Mece a la estrella el trino,
la onda a la flor baja.
(Abajo y arriba,
me tiembla el alma).
Juan Ramón Jiménez, Canción (1936)

27. Juan Ramón Jiménez:

SI YO POR TI, HE CREADO UN MUNDO PARA TI

Si yo, por ti, he creado un mundo para ti,
dios, tú tenías seguro que venir a él,
y tú has venido a él, a mí seguro,
porque mi mundo todo era mi esperanza.

Yo he acumulado mi esperanza
en lengua, en nombre hablado, en nombre escrito;
a todo yo le había puesto nombre
y tú has tomado el puesto
de toda esta nombradía.

Ahora puedo yo detener ya mi movimiento,
como la llama se detiene en ascua roja
con resplandor de aire inflamado azul,
en el ascua de mi perpetuo estar y ser;
ahora yo soy ya mi mar paralizado,
el mar que yo decía, mas no duro,
paralizado en olas de conciencia en luz
y vivas hacia arriba todas, hacia arriba.

Todos los nombres que yo puse
al universo que por ti me recreaba yo,
se me están convirtiendo en uno y en un dios.

El dios que es siempre al fin,
el dios creado y recreado y recreado
por gracia y sin esfuerzo.
El Dios. El nombre conseguido de los nombres.
Juan Ramón Jiménez, Dios deseado y deseante (1949)

28. Pedro Salinas:

EL ALMA TENÍAS

El alma tenías
tan clara y abierta,
que yo nunca pude
entrarme en tu alma.
Busqué los atajos
angostos, los pasos
altos y difíciles...
A tu alma se iba
por caminos anchos.
Preparé alta escala
-soñaba altos muros
guardándote el alma-,
pero el alma tuya
estaba sin guarda
de tapial ni cerca.
Te busqué la puerta
estrecha del alma,
pero no tenía,
de franca que era,
entrada tu alma.
¿En dónde empezaba?
¿acababa, en dónde?
Me quedé por siempre
sentado en las vagas
lindes de tu alma.
Pedro Salinas, Presagios (1924)

29. Jorge Guillén

MÁS ALLÁ    
I
(El alma vuelve al cuerpo,
se dirige a los ojos
y choca) ¡Luz! Me invade
todo mi ser. ¡Asombro!
Intacto aún, enorme,
rodea el tiempo... Ruidos
irrumpen. ¡Cómo saltan
sobre los amarillos
todavía no agudos
de un sol hecho ternura
de rayo alboreado
para estancia difusa,
mientras van presentándose
todas las consistencias
que al disponerse en cosas
me limitan, me centran!
¿Hubo un caos? Muy lejos
de su origen, me brinda
por entre hervor de luz
frescura en chispas. ¡Día!
Una seguridad
se extiende, cunde,
el esplendor aploma
la insinuada mañana.
Y la mañana pesa,
vibra sobre mis ojos,
que volverán a ver
lo extraordinario: todo.
Todo está concentrado
por siglos de raíz
dentro de este minuto,
eterno y para mí.
Y sobre los instantes
que pasan de continuo
voy salvando el presente,
eternidad en vilo.
Corre la sangre, corre
con fatal avidez.
a ciegas acumulo
destino: quiero ser.
Ser, nada más. Y basta.
Es la absoluta dicha.
¡Con la esencia en silencio
tanto se identifica!
¡Al azar de las suertes
únicas de un tropel
surgir entre los siglos,
alzarse con el ser,
Y a la fuerza fundirse
con la sonoridad
más tenaz: sí, sí, sí,
la palabra del mar!
Todo me comunica,
vencedor, hecho mundo,
su brío para ser
de veras real, en triunfo.
Soy, más: estoy. Respiro.
Lo profundo es el aire.
La realidad me inventa,
soy su leyenda. ¡Salve!

II
No, no sueño. Vigor
de creación concluye
su paraíso aquí:
penumbra de costumbre.
Y este ser implacable
que se me impone ahora
de nuevo –vaguedad
resolviéndose en forma
de variación de almohada,
en blancura de lienzo,
en mano sobre embozo,
en el tendido cuerpo
que aun recuerda los astros
y gravita bien– este
ser avasallador
universal, mantiene
también su plenitud
en lo desconocido:
un más allá de veras
misterio, realísimo.

III
¡Más allá! Cerca de veces,
muy cerca, familiar
alude a unos enigmas.
Corteses,
Irreductibles, pero
largos, anchos, profundos
enigmas –en sus masas.
Yo los toco, los uso.
Hacia mi compañía
la habitación converge.
¡Qué de objetos! Nombrados,
se allanan a la mente.
Enigmas son aquí
viven para mi ayuda,
amables a través
de cuanto me circunda
sin cesar con la móvil
trabazón de unos vínculos
que a cada instante acaban
de cerrar su equilibrio.

IV
El balcón, los cristales,
unos libros, la mesa.
¿Nada más esto? Sí,
maravillas concretas.
Material jubiloso
convierte en superficie
manifiesta a sus átomos
tristes, siempre invisibles.
Y por un filo escueto,
o al amor de una curva
de asa, la energía
de plenitud actúa.
¡Energía o su gloria!
En mi dominio luce
sin escándalo dentro
de lo tan real, hoy lunes.
Y ágil, humildemente,
la materia apercibe
gracia de Aparición:
esto es cal: esto es mimbre.

V
Por aquella pared,
bajo un sol que derrama,
dora y sombra claros
caldeados, la calma
soledad varía.
Sonreído va el sol
por la pared. ¡Gozosa
materia en relación!
Y mientras, lo más alto
de un árbol –hoja a hoja
soleándose, dándose,
todo actual– me enamora.
Errante en el verdor
un aroma presiento,
que me regalará
su calidad: lo ajeno,
lo tan lejano que es
allá en sí mismo. Dádiva
de un mundo irremplazable:
voy a por él a mi alma.

VI
¡Oh perfección! Dependo
del total más allá,
dependo de las cosas.
Sin mi son y ya están
Proponiendo un volumen
que ni soñó la mano,
feliz de resolver
una sorpresa en acto.
Dependo en alegría
de un cristal de balcón,
de ese lustre que ofrece
lo ansiado a su raptor,
y es de veras atmósfera
diáfana de mañana,
un alero, tejados,
nubes allí, distancias.
Suena a orilla de abril
el gorjeo esparcido
por entre los follajes
frágiles. (Hay rocío.)
Pero el día al fin logra
rotundidad humana
de edificio y refiere
su fuerza mi morada.
Así va concertando,
trayendo lejanías,
que al balcón por países
de tránsito deslizan.
Nunca separa el cielo.
Ese cielo de ahora
–aire que yo respiro–
de planeta me colma.
¿Dónde extraviarse, dónde?
Mi centro es este punto:
cualquiera. ¡Tan plenario
siempre me aguarda el mundo!
Una tranquilidad
de afirmación constante
guía a todos los seres,
que entre tantos enlaces
universales, presos
en la jornada eterna
bajo el sol quieren ser
y a su querer se entregan
fatalmente, dichosos
con la tierra y el mar
de alzarse a lo infinito:
un rayo de sol más.
Es la luz del primer
vergel, y aún fulge aquí,
ante mi faz, sobre esa
flor, en ese jardín.
Y con empuje henchido
de afluencias amantes
se ahínca en el sagrado
presente perdurable
toda la creación,
que al despertarse un hombre
lanza la soledad
a un tumulto de acordes.
Jorge Guillén, Cántico (1928)

30. Gerardo Diego:

ROMANCE DEL DUERO

Río Duero, río Duero,
nadie a acompañarte baja;
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua.
Indiferente o cobarde,
la ciudad vuelve la espalda.
No quiere ver en tu espejo
su muralla desdentada.
Tú, viejo Duero, sonríes
entre tus barbas de plata,
moliendo con tus romances
las cosechas mal logradas.
Y entre los santos de piedra
y los álamos de magia
pasas llevando en tus ondas
palabras de amor, palabras.
Quién pudiera como tú,
a la vez quieto y en marcha,
cantar siempre el mismo verso
pero con distinta agua.
Río Duero, río Duero,
nadie a estar contigo baja,
ya nadie quiere atender
tu eterna estrofa olvidada,
sino los enamorados
que preguntan por sus almas
y siembran en tus espumas
palabras de amor, palabras.
Gerardo Diego, Soria (1912)

31. Federico García Lorca:

ROMANCE DE LA LUNA

La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
Niño déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño déjame, no pises,
mi blancor almidonado.
El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.
¡Cómo canta la zumaya,
ay como canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con el niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
el aire la está velando.
Federico García Lorca, Romancero gitano (1927)

32. Federico García Lorca

CIUDAD SIN SUEÑO
(NOCTURNO DE BROOKLYN BRIDGE)

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase.
No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido, ni sueño:
carne viva. Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.
Un día
los caballos vivirán en las tabernas
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.
Otro día
veremos la resurrección de las mariposas disecadas
y aún andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua.
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero,
a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato,
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan,
donde espera la dentadura del oso,
donde espera la mano momificada del niño
y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul.
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Pero si alguien cierra los ojos,
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!
Haya un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes,
abrid los escotillones para que vea bajo la luna
las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.
Federico García Lorca, Poeta en Nueva York (1929-1930, publicado en 1940)

33. Dámaso Alonso:

INSOMNIO

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?
Dámaso Alonso, Hijos de la ira (1944)

34. Vicente Aleixandre:

SE QUERÍAN

Se querían.
Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,
labios saliendo de la noche dura,
labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?
Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.
Se querían como las flores a las espinas hondas,
a esa amorosa gema del amarillo nuevo,
cuando los rostros giran melancólicamente,
giralunas que brillan recibiendo aquel beso.
Se querían de noche, cuando los perros hondos
laten bajo la tierra y los valles se estiran
como lomos arcaicos que se sienten repasados:
caricia, seda, mano, luna que llega y toca.
Se querían de amor entre la madrugada,
entre las duras piedras cerradas de la noche,
duras como los cuerpos helados por las horas,
duras como los besos de diente a diente solo.
Se querían de día, playa que va creciendo,
ondas que por los pies acarician los muslos,
cuerpos que se levantan de la tierra y flotando...
Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.
Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,
mar altísimo y joven, intimidad extensa,
soledad de lo vivo, horizontes remotos
ligados como cuerpos en soledad cantando.
Amando. Se querían como la luna lúcida,
como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,
dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,
donde los peces rojos van y vienen sin música.
Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música, labio, silencio, vegetal,
mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.
Vicente Aleixandre, La destrucción o el amor (1935)

35. Rafael Alberti:

SI MI VOZ MURIERA EN TIERRA

Si mi voz muriera en tierra
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera.
Llevadla al nivel del mar
y nombardla capitana
de un blanco bajel de guerra.
¡Oh mi voz condecorada
con la insignia marinera:
sobre el corazón un ancla
y sobre el ancla una estrella
y sobre la estrella el viento
y sobre el viento la vela!
Rafael Alberti, Marinero en tierra (1924)

36. Luis Cernuda:

DONDE HABITE EL OLVIDO

Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.
Luis Cernuda, Donde habite el olvido (1933)

37. Miguel Hernández:

ELEGÍA
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero.

Miguel Hernández, El rayo que no cesa (1936)

38. Gabriel Celaya:

LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.
Gabriel Celaya, Cantos iberos (1955)

39. Blas de Otero:

EN EL PRINCIPIO

Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.

Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
Blas de Otero, Pido la paz y la palabra (1955)

40. Ángel González:

PARA QUE YO ME LLAME ÁNGEL GONZÁLEZ

Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...
Ángel González, Áspero mundo (1940)

41. José Maria Valverde:

EN EL PRINCIPIO

De pronto arranca la memoria,
sin fondos de origen perdido;
muy niño viéndome una tarde
en el espejo de un armario
con doble luz enajenada
por el iris de sus biseles,
decidí que aquello lo había
de recordar, y lo aferré,
y desde ahí empieza mi mundo,
con un piso destartaado,
las vagas personas mayores
y los miedos en el pasillo.
Años y años pasaron luego
y al mirar atrás, allá estaba
la escena en que, hombrecito audaz,
desembarqué en mí, conquistándome.
Hasta que un día, bruscamente,
vi que esa estampa inaugural
no se fundó porque una tarde
se hizo mágica en un espejo,
sino por un toque, más leve,
pero que era todo mi ser:
el haberme puesto a mí mismo
en el espejo del lenguaje
doblando sobre sí el hablar,
diciéndome que lo diriía,
para siempre vuelto palabra,
mía y ya extraña, aquel momento.
Pero cuando lo comprendí
era ya mayor, hombre de libros,
y acaso fue porque en alguno
leí la gran perogrullada:
que no hay más mente que el lenguaje,
y pensamos solo al hablar,
y no queda más mundo vivo
tras las tierras de la palabra.
Hasta entonces, niño y muchacho,
creí que hablar era un juguete,
algo añadido, una herramienta,
un ropaje sobre las cosas,
un caballo con que correr
por el mundo, terrible y rico,
o un estorbo en que se aludía
a lo lejos, a ideas vagas:
ahora, de pronto, lo era todo,
igual que el ser de carne y hueso,
nuestra ración de realidad,
el mismo ser hombre, poco o mucho.
José María Valverde, Ser de palabra (1976)

42. José Ángel Valente:


SI NO CREAMOS UN OBJETO METÁLICO

Si no creamos un objeto metálico
de dura luz,
de púas aceradas,
de crueles aristas,
donde el que va a vendernos, a entregarnos, de pronto
reconozca o presencie metódica su muerte,
cuándo podremos poseer la tierra.

Si no depositamos a mitad del vacío
un objeto incruento
capaz de percutir en la noche terrible
como un pecho sin término,
si en el centro no está invulnerable el odio,
tentacular, enorme, no visible,
cuándo podremos poseer la tierra.

Y si no está el amor petrificado
y el residuo del fuego no pudiera
hacerlo arder, correr desde sí mismo, como semen o lava,
para arrasar el mundo, para entrar como un río
de vengativa luz por las puertas vedadas,
cuándo podremos poseer la tierra.

Si no creamos un objeto duro,
resistente a la vista, odioso al tacto,
incómodo al oficio del injusto,
interpuesto entre el llanto y la palabra,
entre el brazo del ángel y el cuerpo de la víctima,
entre el hombre y su rostro,
entre el nombre del dios y su vacío,
entre el filo y la espada,
entre la muerte y su naciente sombra,
cuándo podremos poseer la tierra,
cuándo podremos poseer la tierra,
cuándo podremos poseer la tierra.

José Ángel Valente, El inocente (1970).

43. Jaime Gil de Biedma:

INTENTO FORMULAR MI EXPERIENCIA DE LA GUERRA

Fueron, posiblemente,
los años más felices de mi vida,
y no es extraño, puesto que a fin de cuentas
no tenía los diez.
Las víctimas más tristes de la guerra
los niños son, se dice.
Pero también es cierto que es una bestia el niño:
si le perdona la brutalidad
de los mayores, él sabe aprovecharla,
y vive más que nadie
en ese mundo demasiado simple,
tan parecido al suyo.
Para empezar, la guerra
fue conocer los páramos con viento,
los sembrados de la gleba pegajosa
y las tardes de azul, celestes y algo pálidas,
con los montes de nieve sonrosada a lo lejos.
Mi amor por los inviernos mesetarios
es una consecuencia
de que hubiera en España casi un millón de muertos.
A salvo en los pinares
—pinares de la Mesa, del Rosal, del Jinete!,
el miedo y el desorden de los primeros días
eran algo borroso, con esa irrealidad
de los momentos demasiado intensos.
Y Segovia parecía remota
como una gran ciudad, era ya casi el frente
—o por lo menos un lugar heroico—,
un sitio con tenientes de brazo en cabestrillo
que nos emocionaba visitar: la guerra
quedaba allí al alcance de los niños
tal y como la quieren.
A la vuelta, de paso por el puente Uñés,
Buscábamos la arena removida
donde estaban, sabíamos, los cinco fusilados.
Luego la lluvia los desenterró,
los llevó río abajo.
Y me acuerdo también de una excursión a Coca,
que era el pueblo de al lado,
una de esas mañanas que la luz
es aún, en el aire, relámpago de escarcha,
pero que anuncian ya la primavera.
Mi recuerdo, muy vago, es sólo una imagen,
una nítida imagen de felicidad
retratada en un cielo
hacia el que se apresura la torre de la iglesia,
entre un nimbo de pájaros.
Y los mismos discursos, los gritos, las canciones
eran como promesas de otro tiempo mejor,
nos ofrecían
un billete de vuelta al siglo diez y seis.
Qué niño no lo acepta?
Cuando por fin volvimos
a Barcelona, me quedó unos meses
la nostalgia de aquello, pero me acostumbré.
Quien me conoce ahora
dirá que mi experiencia
nada tiene que ver con mis ideas,
y es verdad. Mis ideas de la guerra cambiaron
después, mucho después
de que hubiera empezado la postguerra.
Jaime Gil de Biedma, Moralidades (1966)

44. María Victoria Atencia:

PLACETA DE SAN MARCOS

Amárrate, alma mía; sujétate a este mármol,
Sebastián de su tronco, con cuantas cintas pueda
ofrecerte en Venecia la lluvia que te empapa.

Amárrate a este palo, alma Ulises, y escucha
—desde donde la plaza proclama su equilibrio—
el rugido de bronce que la piedra sostiene.
María Victoria Atencia, El coleccionista (1979)

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