Robert Louis Stevenson
El penitente
Un hombre se encontró con un joven que estaba llorando.
-¿Por qué lloras? -le preguntó.
-Lloro por mis pecados -respondió el joven.
-Tendrás muy poco que hacer -dijo el hombre.
Al día siguiente volvieron a encontrarse.
El joven seguía llorando.
-¿Por qué lloras ahora? -preguntó el hombre.
-Lloro porque no tengo nada que comer -respondió el joven.
-Ya imaginé que acabarías así -dijo el hombre.
El renacuajo y la rana
-Debería darte vergüenza -dijo la rana-. Cuando yo era un renacuajo no tenía cola.
-Esto es lo que yo pensaba -dijo el renacuajo-. No has sido nunca un renacuajo.
El hombre y su amigo
Un hombre se enemistó con su amigo.
-Me has decepcionado -dijo el hombre.
Y el amigo puso mala cara y se marchó.
Al cabo de un tiempo murieron los dos, y he aquí que se presentaron juntos ante el Gran Juez de Paz. Al principio las cosas pintaban mal para el amigo, pero el caso del hombre no iba nada mal y se le veía muy contento.
-Aquí se informa sobre cierta disputa -dijo el Gran Juez de Paz, estudiando sus papeles-. ¿Quién de ustedes tenía razón?
-Yo -dijo el hombre-. Él hablaba mal de mí a mis espaldas.
-¿Y cómo hablaba de sus otros amigos? -preguntó el Juez.
-Los ponía a caldo -dijo el hombre.
-¿Y, sin embargo, usted lo tomó como amigo? -exclamó el Juez-. Señor mío, aquí no nos interesan los tontos.
El hombre arrojado al abismo, y el amigo se rió en la oscuridad, y tuvo que responder a otros cargos.
[Estas tres fábulas, traducidas por Emilio Tejada, están tomadas de Robert Louis Stevenson, Fábulas y pensamientos, colección El Club Diógenes de Valdemar. Madrid, 2002, 2ª edición.]
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