Blas de Otero

per Francisco Gallardo darrera modificació 2020-03-25T14:36:58+01:00
Comentarios de textos de Blas de Otero para uso de alumnos de bachillerato

 

Blas de Otero

Digo vivir

Porque vivir se ha puesto al rojo vivo.

(Siempre la sangre, oh dios, fue colorada.)

Digo vivir, vivir como si nada

hubiese de quedar de lo que escribo.

 

Porque escribir es viento fugitivo,

y publicar, columna arrinconada.

Digo vivir, vivir a pulso; airada-

mente morir, citar desde el estribo.

 

Vuelvo a la vida con mi muerte al hombro,

abominando cuanto he escrito: escombro

del hombre aquel que fui cuando callaba.

 

Ahora vuelvo a mi ser, torno a mi obra

más inmortal: aquella fiesta brava

del vivir y el morir. Lo demás sobra.

Blas de Otero, Redoble de conciencia.

 

1. Temática y organización formal del tema.

El autor certifica aquí su voluntad de resucitar a una nueva vida más terrena, plena y austera, lo que significa, de hecho, reencontrarse consigo mismo, con un modo de ser y de estar en el mundo más solidario, más atento a los otros. Por eso, el poeta declara abominar de cuanto ha escrito, porque quiere empezar una vida nueva y, al mismo tiempo, un nuevo estilo literario, una nueva orientación estética que esté en consonancia con su nuevo ser.

Desde un punto de vista fonológico-métrico, este poema es un soneto, una composición clásica muy del gusto de Blas de Otero. El poeta gusta de hormar su arrebato, antes que dejarlo campar por sus respetos (el soneto le exige disciplina, contención, pues le obliga a encerrar en catorce endecasílabos, de manera sintética, todo un torrente de sugerencias). Mientras que los dos cuartetos presentan una organización convencional en cuanto a la rima (ABBA ABBA), los dos tercetos, en cambio, presentan una novedad: CCD EDE, es decir, los dos primeros versos forman un pareado y el tercer verso se encadena con el segundo del último terceto. Por otro lado, en el examen del ritmo no pueden dejar de señalarse las numerosas marcas anafóricas y los paralelismos, que, a modo de emblemas, refuerzan la cohesión formal del poema: “Porque vivir...”/ “Porque escribir...”, “Digo vivir, vivir...”/ “Digo vivir, vivir a pulso...”, “Vuelvo a la vida...”/ “...vuelvo a mi ser...”, etc. La serie de repeticiones dignas de ser consideradas desde el punto de vista fonológico continúa con las reduplicaciones (“...vivir, vivir...”) y, sobre todo, con las constante aliteración de la /r/, que marca al poema con la aspereza y la dureza que son rasgos habituales en Blas de Otero. Esta aliteración se explica en este caso como modo de sugerir acústicamente el coraje y la fuerza con que el poeta aborda su “nueva vida”.

La estructura del soneto marca el esquema del contenido, las partes en que se organiza conceptualmente. Mientras que los dos cuartetos introducen variaciones sobre la causa del cambio de actitud del poeta (“Porque vivir...”/ “Porque escribir...”), los dos tercetos expresan el efecto de tales causas: el deseo de vivir con otro talante más resolutivo, propio de quien vuelve a ser él mismo, como si hubiera andado confundido durante algún tiempo. Este esquema viene a romper con el más habitual de las explicaciones causales que introducen primero el efecto y después la causa. Por otra parte no conviene pasar por alto el concluyente final: “Lo demás sobra”, tan breve como rotundo, y eco indudable del hamletiano “Lo demás es silencio”.

Si reparamos en el plano morfosintáctico de la expresión advertiremos la abundancia de infinitivos. Esto no es casual. Si el infinitivo indica máxima tensión, máxima posibilidad de desarrollo de la acción, aquí no resultará insignificante que de las aproximadamente veinticinco formas verbales que aparecen, doce sean de infinitivo y seis de ellas precisamente del verbo vivir. Se subraya de esta manera, muy explícitamente, el deseo de empezar a construir una vida auténtica en la que vida y escritura sean la misma cosa. El número de nombres y adjetivos es inferior al de verbos (recuérdese el final: sobra todo lo que no sea vivir y morir, es decir, sobran los accidentes, las anécdotas, los fenómenos que no son esenciales), por tanto se emplea un recurso dinamizador propio de la narración. Otro aspecto llamativo es la inmediatez que confiere el uso del presente (“digo”, “escribo”, “es”, “vuelvo”, “torno”, “sobra”, etc.), el gerundio (“abominando”) y el adverbio “ahora”. El empleo de los nexos causales (“porque”) introduce el poema dentro de una lógica vitalmente irrefutable, firme. Por otra parte, la primera persona del singular (“digo”, “escribo”, etc.) subraya el carácter subjetivo de la decisión adoptada. La única alusión a un posible interlocutor aparece en el apóstrofe interjectivo (“oh Dios”) del segundo verso. Pero, en realidad, el poeta parece hablar consigo mismo: se trata de un monólogo lírico con el que el yo poético afirma su voluntad.

Hemos llamado la atención sobre la repetición del verbo vivir. Su presencia adquiere más relieve porque aparece junto a formas empleadas a modo de sinónimos: “vuelvo a la vida”, “vuelvo a mi ser”. Estas formas iterativas, muy corrientes en la poesía oteriana, expresan su combate permanente con la muerte, siempre aludida como una sombra inevitable, a veces en forma de oxímoron (“vuelvo a la vida con mi muerte...”), otras en forma de mera antítesis (“del vivir y del morir”). Otros rasgos característicos del lenguaje oteriano se manifiestan también aquí: la utilización de locuciones (“al rojo vivo”, “a pulso”) con verbos con los que no cabría esperar tales expresiones (ruptura de la norma), el juego de palabras a partir de la identificación de dos términos parecidos fonéticamente (“vivir” en lugar de “escribir” en “vivir como si nada hubiese de quedar de lo que escribo”), la transmutación de frases hechas (“fiesta brava” en alusión a la vida y no al toreo), etc. Por otra parte, son abundantes los términos y frases cargados de connotaciones negativas: “como si nada...”, “viento fugitivo”, “columna arrinconada”, “airada-/mente morir”, “abominando”, “escombro”, etc. Especialmente hay que reparar sobre esta última “escombro” (el poeta entiende su pasado como un “escombro”, como un fardo pesado con el que tiene que cargar) y sobre “columna arrinconada” (los versos dispuestos uno debajo de otro evocan una forma de columna), pues ambos son elementos muy familiares dentro del paisaje ruinoso en el que el autor sitúa al hombre. Dentro del empleo de otras figuras del significado, cabe llamar la atención sobre la acuñación “con mi muerte al hombro”, pues al hombro suele llevarse, por ejemplo, la chaqueta (pensemos que  en esa imagen se contiene una referencia a los obreros que cargan con la chaqueta al hombro, pero también a Jesús, que carga con la cruz, que es su muerte). Otra paradoja se contiene en “mi obra más inmortal” referida no a la escritura, sino a la vida, entendida como una fiesta taurina en la que puede encontrarse con naturalidad la muerte. Tampoco faltan referencias a alguna forma de límite o de abismo: “citar desde el estribo” (evocación del cervantino “puesto ya el pie en el estribo”), en términos taurinos, significa provocar al toro para que embista desde un saliente de la barrera en que se apoya el torero, y, por tanto, un desafío a la muerte, pero también podría entenderse, simultáneamente, como la disposición a recitar (a escribir) aún cuando se esté a punto de morir.

Blas de Otero parece renunciar a seguir escribiendo como venía haciéndolo: las palabras, dice metafóricamente, se las lleva el viento (“escribir es viento fugitivo”). Ahora, después de comprobar dolorosamente (“oh Dios) que la vida española se tiñe de rojo (acaso por la sangre de otros, la de los que eran víctimas de la represión franquista en el largo túnel de los años 50), prefiere escribir sin voluntad de quedar, prefiere escribir y “vivir a pulso” (esto es, combativa, solidariamente), como quien participa en un juego en el que no importaría perder la vida, pues, al fin y al cabo, la vida es algo inútil). El juego al que parece dispuesto el poeta será, en cambio, su mejor obra (y por eso, “la más inmortal”), pues en ella se aunarán con radicalidad la vida y la muerte, sin adornos ni paliativos (“Lo demás sobra”). Este ejercicio de despojamiento curiosamente le acerca a sus orígenes (la pureza del misticismo juvenil), y por eso dice que “vuelve a su ser”, aunque ahora su finalidad esté instigada por el redoble de conciencia de lo humano (“la sangre”), más que por ningún afán metafísico.

 

2. Significación formal, temática y estética en la obra (o etapa) a la que pertenece y en la trayectoria poética de su autor.

Blas de Otero (1916-1979), poeta de postguerra, es autor de una obra breve  e intensa, muy representativa de algunas de las tendencias de la poesía española de su tiempo. En la obra de Otero se distinguen tres etapas: a) la de carácter existencial (1945-1954, aproximadadamente ), concentrada  en Ancia (1958), libro que aglutina Ángel fieramente humano (1950) y Redoble de conciencia (1951), más treinta y ocho poemas inéditos; b) la de la poesía social (1955-1965), de carácter más político, integrada por Pido la paz y la palabra (1955), En castellano (1959) y Que trata de España (1964), y c) la de búsqueda de nuevas formas (1965-1979), conocida parcialmente a través del libro Mientras (1970).

Aunque el poema que comentamos pertenece a la primera etapa de la obra de su autor —aquella que centrándose en el yo expresa angustia existencial, búsqueda del sentido de la vida y desarraigo ante la sociedad del momento—, laten en él ecos que parecen anunciar la siguiente etapa, más comprometida políticamente. En este sentido resulta significativo que este poema que aparecía el último en Redoble de conciencia fuera colocado, a modo de broche, también al final de Ancia, como si fuera un engarce con la etapa siguiente.

¿Qué significa formalmente este poema en la obra del autor? Este poema está compuesto en forma de soneto, composición en la que Blas de Otero se movía muy a gusto, sobre todo en su primera época. El 50 por 100 de poemas de Ángel fieramente humano y el 66 por 100 en Redoble de conciencia son sonetos. En la segunda época, esa proporción bajó a un 15 por 100 y en su tercera época, a un 18 por 100. Esto nos da una idea de lo mucho que significó el soneto para nuestro autor. (En Historias fingidas y verdaderas (1970), su libro en prosa, dice Otero que en el soneto —“una palabra tan triste”—, en sus límites muy precisos, debe caber “una historia completa”.) Otero acepta el soneto para encajar sus numerosas ideas poéticas porque le obliga a tensar el lenguaje, a comprimirlo, y le permiten así transmitir la violencia verbal que él quiere comunicar. Sus sonetos presentan numerosas variaciones con respecto a los sonetos clásicos, sobre todo rítmicas. En este que comentamos esas variaciones vienen dadas, sobre todo, por el ritmo de los versos esticomíticos (secos, cortantes como hachazos) y por los encabalgamientos. Es decir, en este soneto se alternan versos esticomíticos (1º, 2º, 4º, 5º y 9º), que refuerzan la rotundidad de la expresión, con otros que contienen encabalgamientos sirremáticos (10º, 11º, 12º y 13º) e incluso uno de tipo léxico (significativamente colocado en la mitad, en el v. 7º, como si con él se trazara la línea divisoria de dos etapas vitales y estilísticas), que subrayan la radical decisión de cambiar que manifiesta el poeta.

En el plano temático el poema se sitúa a medio camino de la temática metafísica de la primera época y la temática solidaria de la segunda: es un poema que habla del “yo” (fijémonos en el título “Digo vivir”, en primera persona del singular, así como en otras referencias verbales y pronominales referidas igualmente al yo hablante) pero que también se refiere de alguna forma al “nosotros”, pues cuando dice que “vivir se ha puesto al rojo vivo” no se refiere a su propio vivir, sino al “vivir” de los españoles, víctimas de la represión franquista). Habla de su “muerte” como de una sombra que siempre le acompaña, y también en ese aspecto este poema es representativo de la primera época. A Otero, aunque le resulte angustiosa  por la soledad que conlleva (porque, como dice en otro lugar, “morir es ir donde no hay nadie”), la muerte  no parece asustarle, más bien se enfrenta a ella como un torero al toro (de ahí que diga: “...morir, citar desde el estribo”). Sabe que el ser humano tiene luchar contra la muerte, pero no huir de ella ni ignorarla.

En cuanto a la significación estética, en este poema no es tan visible la influencia de los Salmos bíblicos como en otros de esta primera época. Una serie de recursos estéticos nos lleva a pensar en Quevedo, en Unamuno y, especialmente, en César Vallejo como referentes estéticos de Blas de Otero en esta composición. Señalemos algunos de estos recursos: el dramatismo (continuas alusiones a la muerte, a la idea de lucha o de combate; la presencia de términos taurinos, “citar desde el estribo”, “fiesta brava”, etc.), el dinamismo estilístico que comunican los infinitivos (cuya acción se orienta al futuro), la inmediatez que comunican el uso del presente y del gerundio (“abominando”), la sequedad que confieren los versos esticomíticos, la escasez de adjetivos, la aliteración de la /r/, etc. En definitiva, estamos ante un poema que comunica energía, vitalidad, fuerza, decisión, aspereza... valores todos ellos muy alejados de los que dominaban en la estética de la poesía arraigada, por ejemplo. Y es que Otero, cuando escribe este soneto, pensaba más en la concisión y en el conceptismo quevediano que en la dulzura de Garcilaso. Aspiraba a decir mucho con poco y a “escribir/ hablando”, es decir, a escribir con la mayor naturalidad posible, de ahí que empleara expresiones que parecen coloquiales (“vivir a pulso”).

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