Yo era un puente
Yo era un puente
“Yo era rígido y frío, yo era un puente;
tendido sobre un precipio estaba yo.”
Franz Kafka
Yo era un puente, no como los que están encima de un río que sirven para que los coches pasen de un lado al otro, aunque era parecido… Porque yo soy una persona a quien nadie escucha, a quien nadie importa, sino simplemente me utilizan para pasar por encima de mí, como un puente, en el sentido de humillarme. Nadie quiere saber mi opinión. Siempre que hay un problema y doy mi opinión, momento en que me echan en cara mis defectos. Me sentía como un puente sin poderme defender y me pasaban por encima, hasta que tantas veces y veces me lo decían, que me hacían sentir la peor persona del mundo, me hacían daño.
Al final el puente se rompió, como era de esperar. Exploté, me puse histérica, me enfadé mucho, le dije a cada uno sus defectos de forma despectiva y les hice sentirse a ellos como ellos me hacían sentir a mí.
Ahora no nos hablamos, pero al menos me respetan. Yo no soy un puente: exploto.
Ana Mª Balsera (1º C)
Yo era un puente grande o muy grande, no me acuerdo demasiado, pero sí me acuerdo de que era de color gris y mis tornillos o las tuercas eran negras. Antes pasaban por encima de mí coches, furgonetas, camiones, motos... sin parar, algunos pasaban muy rápidos y otros más lentos que una tortuga.
Ya hace mucho tiempo que me hicieron y más tarde levantaron otros más. Justo debajo de mí pasaba un río, ya no me acuerdo qué nombre tenía ni tampoco en qué ciudad vivía yo. Varias veces al mes pasaban unos camiones con unos cerditos dentro y… su olor no era demasiado agradable, pero seguro que darían unos jamones riquísimos.
Ya no puedo notar aquel olor de los cerditos ni cómo pasaban los coches, sólo noto una pala de un camión muy grande o un tractor arrastrándome por los suelos con otro montón de escombros, ya que hace un par de meses me tiraron al suelo y me derribaron con grandes máquinas. Sólo sé que me derribaron porque tenían que construir otro puente mejor.
Silvia Ramírez Osuna (1º C)
Yo era un puente de caramelo, de esos ladrillos que tienen un poquito de picante. Yo, el puente, estaba en un pueblo muy pequeño, al norte de Francia. A toda la gente le gustaban las chucherías y mucho más los ladrillos de caramelo. Estaba en las afueras del pueblo pero nadie sabía que existía.
Un día, a un niño le entraron ganas de bañarse en el río donde yo estaba situado y pasando por encima de mí, vio que estaba hecho de ladrillos de dulce, sus preferidos, y me dio un mordisco. No me dolió nada, pero sentí que me faltaba un trozo de mi cuerpo.
Al día siguiente vi a muchos niños dispuestos a morderme. Les dije que no me mordieran porque, si no, no podrían cruzar al otro lado del río, pero no me hicieron caso, y me quedé llorando sin parar todo el día, hasta que vino una persona adulta y como me vio con mordiscos, me puso ladrillos nuevos de caramelo para repararme, pero se le acabaron y me dejó un mordisco sin arreglar.
Pero suerte que esto fue un sueño y que cuando me desperté, me alivié mucho, porque lo pasé tan mal, que pensaba que me moría, y cuando me miré al espejo, me vi en la barriga un mordisco, justo el que aquel adulto no me había arreglado.
Cristina Sánchez Lafuente (1º C).
Yo era un puente en el que los enamorados siempre estaban abrazados y queriéndose, y nunca se iban de mí porque se amaban y porque el paisaje que se ve desde mí es completamente romántico.
Míriam Ramírez García (1º C)
Yo era un puente y todos los días tenía que soportar miles y miles de coches que pasaban por encima de mí. A mí no me gustaba porque todos los días eran iguales. Por eso, un día, decidí derrumbarme, pero luego pensé que eso no era lo apropiado porque mataría a gente y causaría desastres, así que pediré que me construyan otro puente al lado, para que nos podamos divertir hablando.
Miguel Ángel Vera Reina (1º C)
Yo era un puente, hasta que me desperté con mucho calor, debo decir. Comenzó como un sueño de lo más normal, con mi padre, mis hermanas, mi madre y yo, un domingo frío de invierno. Ese hecho nos hizo quedarnos en casa, pero sólo hasta media tarde. Porque debíamos ir a celebrar el cumpleaños de mi primo Alberto (a la vez celebrábamos el aniversario de sus padres). Aquello requería traje y corbata, algo que yo odiaba y que no entendía, ¿por qué teníamos que hacerlo? Algo que sí entendía y que no quería hacer era reunirme con mis familiares, que veía de cumpleaños en cumpleaños, de boda en boda… Siempre decían: “¡Cuánto has crecido!” “¡Qué mayor…!”
Y muchas más cosas que no quiero recordar… Una vez allí, con todo el mundo, ya agobiado, vi algo reluciente que me llamó la atención. Era una lámpara mágica de esas que conceden deseos, con diversas advertencias: sólo un deseo y el primero que pase por tu cabeza, no podrás volver a utilizarla y no se responsabiliza nadie de los hechos.
Y yo quise irme de allí, dije que me daba igual dónde y lo que yo mismo fuera. Ahora pienso que fue un deseo desperdiciado, yo hubiese tenido que pedir un coche, por ejemplo, así podría haberme ido de allí y además tendría un coche nuevo. Pero aquello era un sueño y no pude controlarlo. Y aparecí en medio de un bosque en forma de puente. Un insignificante puente de madera. Pensé que toda mi vida se acababa allí y que nunca volvería a ver a los míos por muy pesados que fueran. Y fue en ese momento cuando me desperté muy acalorado.
Alba González (1º C)
Yo era un puente de madera vieja y, de pronto, un chico comenzó a saltar encima de mí y me rompió un trozo de madera. Grité y el chico me escuchó. El chico gritó: “¡Hola, ¿quién está ahí?”. Me decido y, de pronto, salgo, y le digo: “Soy yo, el puente. Quieres que te lo explique, ¿no?” “La verdad, sí.”
“Mira, yo era un puente normal y corriente pero, de pronto apareció una chica, una bruja, y me convirtió en un puente de cemento duro y también me dio la capacidad de poder hablar, y desde ese momento soy un puente parlante.”
Alberto Vite (1º C)
Yo era un puente viejo, de madera, por donde pasaba la gente cantando, hablando y silbando, y eso me hacía feliz. Un día empezaron a hacer obrar a mi lado. Terminaron las obras y vi que lo que habían construido era otro puente por donde pasaba toda la gente que antes pasaba por encima de mí. Dejaron de pasar por encima de mí, hasta que un día me derrumbaron y jamás pude volver a sentir aquella felicidad.
Odín Álvarez Díaz (1º C)
Yo era un puente, y han pasado cuatro años en los que no pasaban por encima de mí, qué quieres que le haga. Antes pasaban coches, motos, carros… Y por abajo, el río Besós. El agua estaba fresquita y mis pies los tenía todos los días fríos. En verano tenía calor y en invierno frío por las mañanas. Hasta que, un día, se me rompieron los pies y me derrumbé.
Joshua Fernández (1º C)
Yo era un puente situado encima del río Gabriel; unía las tierras de Esteplá y Bergantín.Yo tenía aspecto cansado, los ladrillos se me caían y cada vez tenía más humedad. Lo que no soportaba eran los domingos. Vaya, los odiaba, porque en Esteplá cada domingo el alcalde Bergantín, que vive en Esteplá, saluda desde el balcón de su casa y tira flores. Y, claro, todas las muchachitas y muchachas van locas por recibir una flor de su parte.
Pero lo peor es el mes de junio; los de Esteplá van hacia Bergantín porque allí montan un circo. Y eso es deprimente: gente por aquí, por allá, corriendo, saltando, también se forman tumultos… Entonces sí que lo paso mal. Bueno, todo esto viene porque hace unos dos años los alcaldes de Esteplá y Bergantín decidieron sustituirme por un puente mejor y más nuevo.
Y lo que hicieron conmigo os lo podéis imaginar… ¡Pues, claro, me restauraron, es decir, me pusieron guapo y me alargaron un buen trecho. Y ahora estoy en Bar-chelona, uniendo dos barrios. La verdad es que añoro el sitio donde nací y a mis paisanos. Pero ahora vivo mejor, porque estoy muy escondido y cada semana sobre mí suelen pasar unas diez o quince personas. Así que, mejor vivir tranquilo que con malos sacrificios.
Gisela Ruiz Vega (1º C)
Yo era un puente. Me construyeron hacia 1957, después de la posguerra. Yo comunicaba la Ciudad de las Ilusiones con la Ciudad de los Sueños. Allí la gente era muy simpática y las dos ciudades se llevaban bien.
Cada mañana pasaba Francisco con su mula hacia la Ciudad de los Sueños. Dos horas más tarde pasaba Pepe con su burro hacia la Ciudad de las Ilusiones. Cada día era así. El río que me traspasaba era tranquilo, se llamba Lexis. Me gustaba esa vida envuelta en naturaleza y paz. Después de 50 años estoy en el mismo sitio, pero me han pasado muchas cosas. En 1978 empecé a envejecer, empecé a caerme a pedazos. Un día, después de que Francisco pasara, se me cayó una piedra y comencé a derrumbarme. Estuve medio derrumbado durante unos meses, pero, después, las dos ciudades se pusieron de acuerdo. Las barcas pasaban de un lado a otro. Hasta que, un día, decidieron restaurarme. Pasaron meses y meses. Hombres y más hombres intentaron levantarme. Exactamente siete meses, dos semanas y tres días después, me encontraba otra vez como al principio, pero esta vez me hicieron más confortable, más resistente.
Ahora tengo 81 años y, gracias a esa, sigo como la primera vez, y espero seguir así por mucho tiempo.
Lidia Díez (1º C)
Yo era un puente fuerte y sano. Toda la gente que pasaba por encima de mí decía que me habían construido muy fuerte y en un buen sitio, ya que tenían que pasar de un lado al otro del río. Al cabo de los años, empecé a hacerme viejo y la gente ya no cruzaba tanto el río. Al poco tiempo empezaron a venir unos jóvenes que se divertían ensuciándome y escupiéndome. Cada día y a la misma hora venían a hacer lo mismo de siempre. Durante años, les estuve aguantando día tras día, año tras año. Así hasta que me enteré de que ese pueblo se estaba modernizando, igual que todos. Entonces comprendí por qué la gente no pasaba encima de mí, ya que tenían que ir al pueblo de al lado para comprar, porque en el mismo pueblo ya había tiendas. Todo el pueblo estaba modernizado, todo menos yo. A las tres o cuatro semanas unos obreros decidieron derrumbarme para construir una autovía porque en el pueblo ya no iban a caballo, sino que ahora lo que estaba de moda eran los coches.
Hicieron planes para saber el día de mi derrumbamiento y decidieron que sería al mes siguiente. Unas horas antes de mi muerte empecé a recordar momentos de mi vida en los que me lo pasé muy bien, todo esos recuerdos me llevaron a una muerte menos dura. En una hora ya era cenizas, pero mis amigos no fueron al vertedero, sino a otro pueblo donde me volvieron a reconstruir y no me volvieron a hacer cenizas, porque en ese pueblo se conserva todo menos lo moderno.
Cristina Ramiro (1º C)
Yo era un puente, estaba muy feliz porque la gente pasaba por encima de mí, pero, de cuando en cuando, alguien se tiraba: se ataba una cuerda a los pies y saltaba. Parecía muy divertido. Si yo hubiera sido una persona en vez de un puente, lo habría intentado también porque creo que no tengo vértigo.
A mí me hubiera gustado ser otra cosa en vez de un puente, porque a mí no me gusta el agua, me da miedo, y pienso que si se deshace el barro por el agua, me puedo caer y temo ahogarme. Bueno, creo que no es hora de hablar de esto, porque llevo toda mi vida pensando lo mismo, da igual, pero, por lo menos, podría tener un nombre famoso, como el puente de Brooklyn o una cosa así… mejor que el puente de al lado de casa, como normalmente me llaman. Bueno, estoy contenta de ser un puente, la verdad.
Noelia Solà (1º C)
Yo era un puente por donde pasaba la gente. Cuando pasaban por mí, cruzaban la ría Nervión. Estaba en la ciudad de Portugalete (España). Yo sabía un poco de euskera porque hacía algún tiempo que me habían colocado, por lo menos hacía seis años.
La gente decía que cuando me construyeron hicieron un bien para la población, por dos razones.
Primera, porque la gente que vivía a uno y otro lado del puente estaba más cerca gracias a mí. Entonces pasaban por encima, si no, tenían que andar un buen rato hasta llegar a otro de los dos puentes, o si no, tenían que coger el coche y cuando estaban cerca de uno de los puentes, aparcar por allí, porque por el puente sólo podían pasar las personas.
Segunda, porque cuando pasaban por encima de mí se sentían más seguros, porque era fuerte que los otros dos y más ancho, y no daba la impresión de que la gente fuese apretada.
Hace tres años, un grupo de arquitectos de la ciudad se reunió para hablar. Querían hacer un puente colgante por el que podía pasar un mínimo de personas y coches. Entonces, cuando estuviese lleno el puente, se desplazaría hasta la otra punta de la ría.
Cuando me enteré bien de la noticia, me dio la impresión de que me iba a hacer muy amigo del nuevo puente.
Esa impresión fue falsa. Cuando hicieron los cálculos, vieron que sobraría dinero. Entonces, repararon los dos puentes viejos y construyeron el otro puente, pero para construir el puente nuevo, me destruyeron a mí para ponerlo a él en mi lugar.
Sara Barrero Sojo (1º C)
Yo era un puente en mi otra vida. Era de piedra. Estaba en medio de unas montañas a las que unos animale muy grandes, malvados y destructores, los humanos, llamaban Pirineos.
Debajo de mí pasaba un gran río, y todo a mi alrededor estaba lleno de árboles, animales y pequeños insectos. Los humanos pasaban por encima de mí, me escupían, daban patadas… ¡y eso que les estaba haciendo un favor! No hay quien los entienda.
Alguna vez me daban ganas de romperme y dejarlos caer al río. Llegué a intentarlo… pero no pude.
Aguanté fuertes tormentas, huracanes, desbordamientos del río. Pero lo que no pude aguantar fueron unas gigantescas máquinas, inventadas, manejadas y posteriormente destruidas por los humanos. ¡Qué tontos llegan a ser!
Bueno, lo que os iba contando. Eran máquinas diferentes, pero con el mismo objetivo: destruirme.
Lo único que recuerdo es que sentí un fuerte golpe y me vi destrozado, en el río… ¿Qué pasa? ¿Que no les hice suficientes favores? No hay quien los entienda.
Y por si fuera poco, me acabo de enterar que ahora soy yo uno de ellos… No podía ser una feliz mariposa, no, tenía que ser un humano. ¡Esto no hay quien lo aguante!
Rubén Ortuño Peñarrubia (1º C)
Yo era un puente de piedra y me construyeron en la época medieval para pasar de un lado a otrodel río sin tener que saltar. Les costó mucho encontrar las piedras que pudieran encajar, pero me dejaron bien construido y difícil de derribar. Al fin me inauguraron. Fue gente rica y pobre a la inauguración. Estaba allí el alcalde, con su traje de gala, su señora, la alcaldesa, y su perra, Mariana.
Un día, yo vi que pasaban unas personas. Enola, la hija rica de Andrés y Carmen, junto a Neo, el hijo pobre de Amalia y Arturo. Al segundo día los vi de nuevo más juntos que el día anterior. Al tercer día pasearon con ropa elegante y cogidos de la mano y, al cuerto día se celebró la boda, una preciosa boda sobre mí, el puente de piedra donde se conocieron por primera vez.
Montserrat Molina Reyes (1º C)
Cuando yo era un puente, todo el mundo pasaba sobre mí, pero desde que un día hubo un accidente en la curva antes de llegar al puente, nadie quiso pasar por allí porque me llamaban el puente encantado.
Un día, un coche descapotable pasaba por encima de mí, iba a mucha velocidad y a mí sus ruedas me hacían daño, así que decidí moverme de mi sitio. Hice tal terremoto, que los chicos y chicas que iban dentro del coche, se cayeron por mi lado derecho.
Todos, ya convertidos en espíritus, quisieron destrozarme, y cada vez que pasaba alguien por encima de mí, aparecía una de las chicas convertida en espíritu y hacía autoestop. Hasta que alguno le abriera la puerta del coche para llevarla a casa. Cuando llegaron a casa de la chica, el propietario del coche llamó a la puerta, le abrieron, miró hacia atrás y la chica ya no estaba, y el dueño de la casa le explicó lo que pasaba y le dijo que cada vez que alguien pasaba por aquella curva, venía a esa casa alguien en coche, pero que el espíritu volvía al sitio donde había muerto.
Yo conseguí que se fuera el espíritu de allí y como vieron que ya no había espíritus, los del pueblo decidieron reformarme a tope, y yo fui el puente más moderno de todo el mundo, hasta que construyeron un puente en Manhattan.
Jéssica García Ventura (1º C)
Yo era un puente muy limpio y respetado y venía mucha gente a verme porque desde mí se veía el mar. Me hicieron en el año 1890. Pasaron muchos años. Era el año 2010 y yo era muy viejo. Una noche pasaron unos gamberros por el puente, rompieron trozos, tiraron latas, botellas de cerveza, y así todas las noches, y el puente cayó en una gran tristeza. Cada vez se caía a trozos y los gamberros no dejaban de ensuciarlo, parecía un contenedor de basura. Un año después, la tristeza se convirtió en rabia y de aquella rabia salió el espíritu del puente en forma humana y a los gamberros los condenaron a limpiar puentes hasta el fin de sus vidas.
Este cuento nos enseña que no debemos ensuciar las calles ni los puentes.
Javier Rodríguez Guerrero (1º C)
Yo era un puente… ¿Sabes por qué digo que era un puente? Porque en la Guerra de Vietnam yo era el único puente y los soldados se refugiaban debajo de mí. Pero llegó un día en que los Estados Unidos de Norteamérica lanzaron una bomba, por eso ahora estoy destruido. Tengo una grieta que nadie puede ni podrá reparar. Y por eso digo que era, porque la gente de Vietnam se refugiaba bajo mis muros, pero creo que siempre me tendrán en su mente, porque era lo único que seguía en pie, y espero que no me olviden fácilmente después de tantos años que han pasado, pero yo todavía sigo allí con la grieta y me doy cuenta de que todos se han olvidado del viejo puente.
Marvin Erazo (1º A)
Lo que ahora os contaré es la odisea más grande de mi vida. Yo, Eusebio, a mis diez años, iba un día tranquilo por la calle cuando, de pronto, me encontré con un hombre de traje blanco que me dijo:
—La vida de muchas personas de este pueblo depende de ti.
—Oiga, ¿pero me puede decir quién es? ¿Por qué debería creerle?
—Bueno, allá tú si, poco a poco, el viejo puente se derrumba…
—¿Cómo? ¿Qué el viejo puente se va a derrumbar?
—Sí, ya hace más de cien años que se construyó y está viejo, ¿quieres ser la mayor parte de tu vida un puente o prefieres que centenares de personas mueran por tu cabezonería?
—Pero, ¿y mi vida? ¿Cuánto tiempo será eso? Mis padres, mis hermanos, todos, no me verán.
—Tú decides: ser un desaparecido y matar a tu pueblo o ser feliz en tu casa.
—Acepto, pero sólo por veinticinco años de mi valiosa vida. ¿Vale?
Y así fue como Eusebio siguió su vida de puente, pero la siguió.
Carlos Barcos (1º A)
Yo era un puente malvado. Cuando vienen forasteros, los echo y no pueden pasar al pueblo de Villa Vacía. El pueblo se llamaba así porque sólo había tres personas y mi familia de puentes, claro.
Se me acabó el turno y vino mi hermano puente. Vi que pasaba un coche y le quise pegar, pero se me escapó. Resulta que ese coche iba a mi casa. Fui y, al ver a una chica que resulta que era amiga de mis padres, me enamoré de ella. Era rubia, de ojos azules, alta, ni delgada ni gorda. Mi corazón latía a cien por hora, era la chica de mis sueños, aunque supongo que por ser yo un puente, ella no querría salir conmigo. No le dije nada, pero ella sí que me dijo algo. Me dijo que era muy guapo y que cualquier puente chica caería rendido a mis pies. Fuimos a dar un paseo, y yo se lo dije. Ella sabía, me dijo, que como no podíamos ser novios, seríamos amigos. Me daría su dirección y nos comunicaríamos por carta.
Yo me morí a los ochenta años. Me convertí en chico y ella se convirtió en puente. Seguimos siendo amigos, aunque ella sea un puente y yo un chico.
Diego Lucía (1º A)
Yo era un puente muy viejo y como era viejo, tenía muchos baches. Y todos los que pasaban por encima de mí se quejaban de que me tendrían que arreglar porque tenía muchos baches.
Pero, bueno, yo me aguantaba, porque como sabía que hacía bien a las personas, me daba igual que se quejaran o no. Cuando algún loco venía y hacía algo, me daba igual, porque sabía que estaba haciendo que las personas pudieran cruzar el puente. Pero como se quejaban tanto, decidieron arreglarme. Dije: “Menos mal, así dejarán de quejarse y de hacerme daño cuando pasan.”
Porque cuando pasaban, con los baches que tenía, me hacían daño. Cuando vi que me iban a arreglar, me puse muy contenta. Cuando me arreglaron, estaba fresco el cemento que me habían puesto, y una listilla quería pasar. Pero yo la vi y me puse muy furioso. No la dejé pasar. Era la primera vez que me ponía furioso, pero me fue bien hacer eso para que no pudiera pasar. Al final, cuando pasaban, no se enfadaban, y yo, con eso, también me puse muy feliz. Desde ese día estaba muy contento, porque nadie se quejaba de mí.
Estefanía Martínez (1º A)
Hace tiempo, iba yo por el bosque. Iba a buscar setas. Me adentré en un bosque negro pero tupido y verde a la vez. Se veía en un bosque triste, pero había muchas setas. Fui por un camino marcado por flechas rojas. Lo seguí hasta llegar a algo muy extraño. Había un río de agua oscura, cubierto de hojas, con un puente viejo y podrido. Parecía estar desierto. No se escuchaba ningún ruido, ni siquiera llegaba la luz del sol allí. El río era muy grande, pero ese río no figuraba en ningún mapa. Subí al puente y, de repente, se partió y me caí al agua. Me cayó encima una inmensa piedra y me ahogué. Al cabo de los años, desperté. Intenté moverme, pero no pude, ¡yo era el puente! ¡Qué horror! Me puse a llorar y, entonces, abrí los ojos. El bosque ya no estaba, había casas a mi alrededor. De pronto, pasó gente por encima de mí, yo les saludé, y ellos salieron corriendo. Nadie me quería en el pueblo, excepto una niña que se hizo mi amiga. Cada mañana venía y corría por encima de mí. Un día, la niña estaba en la orilla y vino corriente muy fuerte del río, y se la llevó. Yo no podía hacer nada, no me podía mover, deseé ser otra vez un hombre. Vi una luz de colores y un túnel. Aparecí en el agua y salvé a la niña. Mi vida como puente acabó, pero fui muy feliz para siempre.
Xavier Parro Ventura (1º A)
Había una vez un pequeño niño de tan sólo 11 años. Un día se encontró una pequeña botella de unos colores brillantes que le parecieron bonitos y la cogió. Al otro día, al niño se le cayó de las manos y de ella salió un pequeño hombrecillo llamado Caza. El niño le preguntó que cómo podía ser que hubiera salido de la botella. El mago le dijo que había venido para hacer realidad su sueño de hacerse famoso y ser un fantástico cantante de rock americano. El niño le pidió que en vez de convertirlo en famoso lo convirtiera en rico o en millonario, que él quería ser el amo del mundo y que nadie se lo impediría. El genio, al ver su reacción, decidió que el pequeño no se merecía ese deseo, así que le dijo: “No, no voy a convertirte en nada de lo que dices, sino que te convertiré en algo que ni te imaginas.” “¿En qué?”, dijo él con cara de curiosidad.
“Te convertiré en un pequeño y precioso puente.” El niño se miró de arriba abajo y vio que estaba convertido en un puente, pero aquel puente no era tan bonito como él pensaba. “Ahora me voy, adiós”, dijo el mago. “¡No…!” El niño se puso a llorar y, de repente, se encontró en su cama y pronunció estas palabras. “Yo era un puente…”
Yeraldina Paulino (1º A)