Silvano Andrés de la Morena: "Dificultades didácticas de El Quijote"
Dificultades didáctiques de El Quijote
Silvano Andrés de la Morena
IES Terra Roja
Santa Coloma de Gramenet
Introducción
Buenas tardes.
Después de lo que se ha oído en las anteriores intervenciones, espero que mis palabras puedan aportaros alguna idea novedosa, aunque soy consciente de que hablar del Quijote implica muchos riesgos, uno de ellos, sin duda, el de caer en terrenos comunes. De todas maneras, me atrevería a afirmar que mi exposición será menos optimista que las que me han precedido, pero puedo asegurar que se encuentra bien asentada en la experiencia de 28 productivos años en las aulas.
En gran medida, nuestra sociedad vive del pasado. Pocos años quedan libres de celebraciones centenarias, cuyos objetivos culturales son tan dispersos como política y crematísticamente provechosos. El IV centenario del Quijote no podría ser menos. En un mundo en el que predomina la imagen sobre la palabra, ahora se nos inunda con vistosos dibujos, carteles, caricaturas, cuadros o exposiciones del héroe cervantino, que bien pueden hacer que se olvide lo sustancial: que el Quijote es una obra para leer y que, por lo tanto, no sirve sólo con poner figura a don Quijote, Sancho o Dulcinea. Por eso, nosotros, profesores de Literatura, hemos de clarificar los objetivos: conseguir, primero, que la obra se lea; se entienda, después, y sirva, finalmente, como punto de partida para despertar el interés del alumno por la creación literaria.
En este sentido, nuestra labor no consiste en lograr que el alumno se acerque al Quijote como si tuviera que atravesar de manera precipitada por un lugar, sino en dar la clave para entrar en ese lugar, pasear por él, conocerlo y entender lo que allí sucede, que no sólo vea sino que mire, que no sólo oiga sino que sepa escuchar. Nada fácil en una sociedad con escasa actitud contemplativa, donde la cultura del esfuerzo se encuentra en horas bajas. Si, como digo, los centenarios no son ajenos al mercado, desde la escuela nuestra labor consiste en intentar que el alumno, ciudadano que tiene reconocido su derecho a una educación completa, no sea reemplazado por un simple consumidor. También contra todo esto, es decir, contra el contexto histórico y cultural en el que nos movemos, tenemos que habérnoslas a la hora de poner a los alumnos ante el Quijote, una obra lejana en tantos aspectos para un muchacho de 15 ó 18 años.
Si nos fijamos en muchos de los actos de estos meses, se puede comprobar que a menudo los objetivos son más externos, coyunturales, políticos, locales y hasta personales que literarios. A modo de ejemplo, quizá recordaréis el artículo de Goytisolo, titulado significativamente “¿Quijotitos a mí?”, aparecido en Babelia el sábado 15 de enero, donde realizaba una magistral ironía sobre el papel de Francisco Rico, que, como sabéis, es el coordinador general de los actos del IV centenario. O, en otro sentido, la publicación por Península de un libro con el título de Don Quijote en Barcelona, de José María Micó, que contiene sólo los capítulos que el protagonista pasa en esta ciudad. No se sabe si el objetivo es la obra o la propaganda doméstica. No quiero decir que todo esto resulte inútil, por fuerza. El problema es que incluso la gente que debería tener como meta la obra en sí misma busca otras más inmediatas. En este contexto, no es de extrañar que las cuestiones más literarias y didácticas aparezcan como secundarias, como algo que se deja para los profesores de a pie.
Prolegómenos a las dificultades didácticas del Quijote
Andrés Trapiello ha sostenido más de una vez que a Cervantes, y de manera especial el Quijote, se le lee poco, pero que, contraria y paradójicamente, se le estudia mucho. La diferencia entre una actividad y otra es significativa. Si su afirmación resulta cierta, debería hacernos pensar a todos, y de manera especial a los profesores de Literatura. La verdad es que quizá Trapiello no ande desencaminado. Sin ir más lejos, ¿cuántos de los que ahora nos encontramos aquí hemos leído, no digo toda la obra cervantina, que sería demasiado pedir, pero sí el Quijote entero? Si la respuesta confirmara la sospecha, tendríamos que preguntarnos por qué.
Daniel Eisenberg, un gran conocedor de la obra de Cervantes y de manera especial del Quijote, que ha publicado líneas clarificadoras, escribe en la página 30 de su Cervantes y Don Quijote (leer subrayado).
Esta duda sobre la posibilidad o no de enseñar el Quijote a los escolares, e incluso sobre la necesidad de hacerlo, no es nueva ni mucho menos. Pero la simple existencia de la discusión es todo un síntoma de la relación problemática de la enseñanza reglada, universalmente obligatoria en el mundo moderno, con las grandes obras de arte o de la cultura en general, bien sea literatura, ciencia o filosofía. Incluso aunque, desde el punto de vista teórico llegáramos a la conclusión de que la enseñanza de obras como ésta resulta imposible, hagámonos una pregunta: ¿qué sistema educativo, proyección de un sistema político e ideológico, se puede permitir que no aparezca como prescriptivo en sus planes de estudios el Quijote?
Decía que la duda sobre la posibilidad de enseñar el Quijote no era nueva. Efectivamente, la mayor polémica se levantó en España justo en el momento en el que la lectura de la primera obra cervantina entró en los planes de estudio y la hizo obligatoria. ¿Sabíais que esta obligatoriedad en los planes de enseñanza aún no ha cumplido un siglo?
También Torrente Ballester lanzó más de una vez el grito de que España es el país donde se lee menos el Quijote. Sin embargo, es dudoso que así sea, si tenemos en cuenta que seguirá siendo lectura obligatoria, a pesar de que podamos admitir que leer por obligación es peor que no leer. Pero, si somos optimistas, pensaremos que, por lo menos, pueda quedar un recuerdo de las molestas lecturas escolares, que con los años va depurándose de su desagradable obligatoriedad. Situándonos en el mejor de los escenarios, entonces, es probable que la memoria se convierta en llamada que vuelve libre a aquella lectura.
La obligatoriedad de la lectura escolar del Don Quijote fue decidida por un real decreto de 9 de marzo de 1920, dado por el ministerio de Instrucción Pública, del que era titular Natalio Rivas, que se sintió animado por una conferencia algo agónica de Rodríguez Marín, que tituló justamente ¿Se lee mucho el Quijote? La consecuencia inmediata fue que se levantó una gran controversia en torno a la medida. La polémica dejó un intenso rastro a través de dos autores, Ortega y Zozaya. Ortega y Gasset escribió una serie de artículos con el descriptivo título de Don Quijote en la escuela. Al contrario de lo que era habitual en él, las razones que dio para oponerse a la medida no estaban especialmente claras, pues las basaba más que nada en las dificultades prácticas de la idea, porque, según sus palabras, “es un libro de espíritu abierto demasiado moderno para las aulas”, a la vez que un altísimo ideal educativo para cualquier nivel de enseñanza. Fueron mucho más claras, en cambio, las de Antonio Zozaya, que sostenía que el Quijote no era lectura para niños ni para adolescentes, y que la escuela no tenía especial necesidad de Don Quijote ni de Hamlet, ya que ni uno ni otro "preparan para la vida", según sus palabras. Zozaya pensaba, en resumidas cuentas, que más que una preparación para la vida lo es, más bien, para la efímera y lábil mentira cotidiana.
Pero, dejando a un lado la escuela y la aversión que consigue provocar hacia una gran obra cuando establece su obligatoriedad, es creíble que entre los 10 ó 20 grandes libros que, en unos lugares más y en otros menos, constituyen un duradero patrimonio humano, el Quijote sea en todas partes, incluido este país, uno de los menos leídos. Y las razones pueden ser muy simples. Por ejemplo, que todos creen saber de qué se trata, como si se hubiese leído en una vida anterior o como si se hubiese soñado. O como si continuamente fuese transmitido por medio de señales, símbolos, figuras y situaciones, al igual que los proverbios y mimos de una tradición local en la que cada uno de nosotros tiene raíces. De modo que, creyendo saber qué es el Don Quijote -y sobre todo qué es Don Quijote-, no son demasiados a quienes les entran ganas de descubrir lo que no es el libro y lo que no es el personaje, es decir, qué puede ser nuevo y distinto para cada lector y en cada lectura.
Pero ésta no es la única razón, si bien puede estar entre las primeras. Hay otras. Y podemos buscarlas jugando sobre las dos primeras palabras del prólogo, en las que Cervantes se dirige, bromeando, al tipo de lector al que ha destinado el libro. Lo llama "desocupado lector". Y estas dos palabras constituyen, para los traductores e intérpretes, el primer problema del libro.
Así, las dudas algo imprecisas de Ortega y las razones, precipitadas y airadas de Zozaya, no hacían sino recoger una evidencia y tal vez una tradición. Remontémonos, como digo, al mismo Quijote y veamos lo que dice Cervantes sobre la lectura de su obra. Como sabéis, las referencias literarias en este obra son constantes. El mismo Don Quijote es fruto de la lectura, mejor dicho de los efectos que la lectura produce.
Fijémonos en dos textos. La primera referencia a la lectura la encontramos ya en el texto que abre la obra: “Desocupado lector”, empieza el prólogo de la primera parte. ¿A quién se dirige Cervantes? ¿Qué significa ese adjetivo calificativo que aquí casi aparece como epíteto? Es curioso que la mayoría de las ediciones pasan de largo a la hora de poner notas a pie de página que clarifiquen el sentido que Cervantes pudo querer asignar. Sólo la edición de Crítica relaciona el “desocupado” con el sentido horaciano de “otiusus”. Ese “desocupado” era el lector que Cervantes pensaba que podría resistir su obra, pero hoy ya sabemos lo que significa desocupado y la predisposición que tendría para resistir esta novela y a los ociosos (¿o mejor amantes del ocio?), esta lúdica sociedad les ofrece otras cosas dirigidas más bien a los sentidos.
"Desocupado lector", dos palabras que constituyen, para los traductores e intérpretes, el primer problema del libro. Por ejemplo, una de las mejores traducciones italianas, la de Ferdinando Carlesi, dice: "Lettore beato, che non hai nulla da fare", pero se da cuenta, y lo dice en una nota, que ocho palabras para traducir dos son demasiadas. Pero es que la de Vittorio Bodini necesita 10, mientras que Sciacia opta por la dos del original: "ozieggiante lettore", convencido de que el ocio será quizá el padre de ciertos vicios, aunque también de alguna virtud. Cervantes se dirige a un lector que sepa leer con alegría, desocupado, es decir, capaz de dejarse ocupar por la alegría que proporciona la lectura de una obra impregnada de misterio. ¿Acaso Cervantes no tuvo clara conciencia de que había escrito un libro alegre y misterioso?
Pero ese concepto de "desocupado lector" se da hoy raras veces. Desde un punto de vista que engloba a la generalidad de los lectores, bien puede decirse que son muy pocos hoy los que son capaces de leer con alegría. Hoy se lee más bien por otras razones. Cuando se lee. Por imposición de la moda, para cumplir una obligación, para poder hablar del libro del que se habla, o bien, para poder decir únicamente "lo he leído". También a veces se lee sufriendo, de manera especial muchos alumnos. Por otra parte, quien se acerca al Don Quijote ya no está, precisamente con relación al libro, desocupado, sino bien ocupado, por lo que, si somos sinceros, admitiremos que leer el Quijote supone un gran esfuerzo. Para empezar de tiempo, y no están los tiempos para eso.
El segundo texto tal vez nos dé más pistas.
Como decía, el “Quijote” es una obra literaria llena ella misma de literatura. En la segunda parte, Cervantes introduce, a través de un nuevo personaje, el bachiller Sansón Carrasco, la crítica hacia la primera. En el capítulo III de aquélla, el autor se arriesga a poner en boca de este personaje unas palabras que resultaron proféticas. "Tengo para mí, afirma, que el día de hoy están impresos más de doce mil libros de tal historia; si no, dígalo Portugal, Barcelona y Valencia, donde se han impreso; y aun hay fama que se está imprimiendo en Amberes, y a mí se me trasluce que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzga". Capítulo en el que también se nos describe la enorme popularidad que ya había conseguido la historia a sólo diez años de la publicación. “Es tan clara, continúa Sansón Carrasco, que no hay cosa que dificultar en ella: los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes, que apenas han visto algún rocín flaco, cuando dicen: «Allí va Rocinante». Y los que más se han dado a su lectura son los pajes: no hay antecámara de señor donde no se halle un “Don Quijote”: unos le toman si otros le dejan; éstos le embisten y aquéllos le piden”.
Fijémonos en lo que el mismo Cervantes decía. “Los niños la manosean, los mozos la leen”. Los niños de los que habla serían nuestros escolares, porque los mozos que la leen son ya los mayores. Y hoy, ¿qué manosean nuestros alumnos? Margarita Rivière lo ha dejado escrito con bastante claridad. “¿Cómo se logra la gran hazaña de que individuos entretenidísimos con artefactos técnicos espectaculares y con imágenes fáciles y seductoras se sumerjan en el placer eterno pero lento, íntimo y laborioso de leer? La lectura hoy es un acto de pura rebeldía frente al velocímetro frenético e histérico del presente. Gustan -cuestión de prisa- los libros que se devoran o se captan más que los que se degustan o permiten, paso a paso, entender y pensar. La tiranía del tiempo acelerado cae sobre todos: lectores, autores, librerías, críticos y, desde luego, editores”.
Después de lo que acabo de exponer, ¿podemos seguir afirmando que El Quijote presenta dificultades didácticas? ¿Qué os parece? A mi entender, la respuesta no ofrece dudas: el Quijote, como todas las grandes obras clásicas, ofrece todas las dificultades del mundo, lo que no significa que sea un imposible hacerlo accesible a los lectores.
Pero quizá sería más conveniente partir de dudas que de certezas absolutas que nos pueden llevar a la futilidad, cuando lo que de verdad necesitamos los profesores es confianza en nuestra tarea. A pesar de todo, ¿puede existir una didáctica del Quijote en la enseñanza obligatoria y en el bachillerato? Es decir, ¿un conjunto de procedimientos técnicos, objetivos y estructurados que sirvan para hacer, no digo ya atractiva (que, ojalá) esta obra cervantina, sino por lo menos inteligible y comprensible?
Como la cuestión me la formulo yo mismo, me gustaría dejar claro que parto de dos premisas:
La primera, que mi pregunta no es fruto de la improvisación ni del azar ni del deseo de llamar la atención, sino resultado personal al que he llegado tras 27 años de dedicación a la enseñanza de la lengua y de la literatura y de haber compartido ideas con decenas de compañeros, entre los que hay de todo, desde el optimista enajenado, que puede resultar admirable, hasta el escéptico convencido, que te ayuda a buscar nuevos caminos.
Y en segundo lugar, que no pretendo que mis dudas o afirmaciones se puedan hacer, de manera mecánica y necesaria, extensibles a la posibilidad o no de una didáctica de la literatura en general, sino de las grandes obras clásicas, entre las que sobresale, sin duda, el Quijote, que resulta en sí misma casi inabarcable.
Decir algo nuevo, y, sobre todo, provechoso, sobre el Quijote es poco menos que pretensión vana y loco atrevimiento. Por eso, sentiría decepcionaros si alguno de vosotros esperara que de mis palabras saliera el bálsamo de fierabrás que dé respuesta a nuestro trabajo diario. Como profesor de a pie, me limito a enunciar en voz alta una serie de cuestiones que nos preocupan a todos y, al mismo tiempo, buscar la manera de reflexionar sobre la tarea del docente en la enseñanza de la Literatura y de manera especial de esta novela cervantina.
Días atrás leía en el diario Clarín de Buenos Aires una interesante entrevista con el escritor argentino Abelardo Castillo. A la pregunta de rigor en estos casos “¿qué le empujó a la literatura?”, contestaba sin titubear:
“La lectura. Nunca supe bien cómo aprendí, pero cuando empecé el colegio, ya sabía leer. Y si bien en casa no había biblioteca, de algún modo fueron cayendo sobre mí, casi por azar, libros fundamentales. Recuerdo que cuando entré en el colegio estaba leyendo el Robinson Crusoe, pero no la versión para niños, sino la de la biblioteca Sopena, en letra chiquita a dos columnas. Me lo prohibieron, desde ya. Pero ésa fue una lectura crucial. Luego, entre los doce y trece años, en la casa de mi abuelo encontré Anna Karenina y Crimen y castigo. Y me regalaron El jugador de Dostoievski”.
Situaciones así no son frecuentes en nuestras aulas, mucho menos en las de Santa Coloma, donde existen, por regla general, contextos familiares y sociales, sino hostiles, sí, al menos, poco propicios para lanzarse espontáneamente a la lectura. Pero si algún sentido tiene la celebración del 400 aniversario de la grande novela de las letras hispanas es precisamente ése, el de convertirla en un acicate para nuestro tiempo y despertar la pasión por la lectura y por la escritura, dos campos, como sabemos, inseparables.
Puedo contar, como anécdota, que mi pasión por el Quijote me la transmitió en el instituto Antonio Machado de Soria un profesor de latín en el antiguo 4º de Bachiller, un cura ya muy mayor que se lo sabía de memoria y que nos lo contaba con tanta familiaridad y leía con tanta pasión que aquello fue realmente contagioso. Las declinaciones no las aprendimos entonces, pero el Quijote nos acompañaría para siempre. Recuerdo también que uno de los maestros de primaria en el pueblo, a principios de los años sesenta, que ya ha llovido, nos leía cada tarde, alrededor de una estufa de leña, un largo episodio de Ben Hur, ante el silencio más absoluto de toda la clase. Son experiencias de lectura inolvidables, pero que demuestran la diferencia entre el placer de escuchar lo que otros leen y hacerlo uno mismo, especialmente cuando el entorno, o un conjunto de entornos particulares y diversos, no favorece la idea de la necesidad del esfuerzo en el desarrollo personal. También he de decir que, por aquellos tiempos, ni internet ni la TV ni otros artefactos comían nuestro tiempo, aunque bien es verdad que en los pueblos se los comía la calle.
Como decía antes, más de una vez se ha mantenido la idea de que el Quijote se lee poco y se estudia mucho. ¿Por qué? Y también, ¿cómo hacer que la situación cambie? Nosotros, por obligación y por devoción, deberíamos preguntarnos por las formas de encontrar la mejor didáctica que nos permita dar un vuelco a la cuestión. Pero, la mejor didáctica, ¿para qué? ¿Para aprobar el bachillerato? ¿Para aprobar la selectividad, tal vez? Quizá antes que nada, tendríamos que definir en cada situación qué objetivos buscamos y qué procedimientos son los más adecuados para esos objetivos? Uno de ellos podría ser que conozcan el argumento de la obra. Pero si para eso los alumnos ya se espabilan y muchos profesores, aunque no hayan leído la obra, que de todo hay en la viña del señor, también. No sólo internet ofrece datos abundantes, aunque muchos haya que tomarlos con pinzas, sino que existe una amplia bibliografía sobre el asunto. Por ejemplo, las obras de
Martín de Riquer: Aproximación al Quijote
Torrente Ballester: El Quijote como juego
Novokov: Curso sobre el Quijote
Daniel Eisenberg: Cervantes y Don Quijote
Guía del Quijote: CLAVES PARA LA LECTURA DE DON QUIJOTE DE LA MANCHA
César Vidal: Enciclopedia del Quijote.
Todos estos libros, y otros que se pueden encontrar en las bibliotecas, ofrecen datos más que suficientes para conocer toda la trama del Quijote, sin necesidad de leer la obra entera ni en profundidad.
También puede suceder que en vez de querer que conozcan el argumento, nada fácil, por otra parte, porque los argumentos son muchos, lo que se pretenda es que sepan las cuatro aventuras más convencionales. No cabe duda de que en una obra como ésta hay una serie de tópicos que los ha generalizado el tiempo y la propaganda hasta convertirla un poco en lo que no es, pero que sirven para que todo el mundo crea conocerla de cabo a rabo. Como he apuntado antes, una buena lectura, y una buena explicación añado ahora, en los centros educativos deberían servir también para desconstruir, para hacernos ver lo que no es ni el Quijote ni don Quijote.
Nuestro objetivo final, y el final es difícil situarlo en un punto de la vida, deberá ser que lean el Quijote completo, que lo entiendan lo mejor posible, que disfruten con él y que les sirva para plantearse algunas cosas, pues para eso y más da una obra inagotable donde campa a sus anchas la palabra. A lo mejor resulta que para leer una novela como ésta lo más adecuado es, sin ningún tiempo determinado para ello, que en un momento salte la liebre y uno decida dar el paso, es decir, que el estímulo salga de dentro, no se imponga desde fuera, aunque para ello nuestra labor deberá ser de preparación lenta.
¿Con qué pretensiones acudimos cada curso como profesores de Literatura?, ¿que se lo lean todos los alumnos? Eso sería una barbaridad y una quimera. Probablemente, si cada uno de nosotros se conformara con lograr tan sólo un par de lectores al año, no digo que incondicionales, pero sí medianamente interesados en la obra, ya podría darse por satisfecho. Pero como las cosas no son tan sencillas, las dificultades son múltiples y los retos también.
¿Y cuáles son esas dificultades?
Para empezar me voy a arriesgar a clasificarlas en dos grandes grupos: por una parte, las que podríamos denominar intrínsecas, es decir, las que encuentran su origen en las propias características de la novela; y, por otra, las de origen externo, esto es, las que conviene situarlas, en un sentido muy amplio, en el contexto sociocultural del alumno, pero no por eso menos decisivas.
Entre las primeras, pueden enumerarse algunas como las siguientes:
Primera dificultad: la extensión, que, en este caso, sí pone frenos a una lectura íntegra en el periodo escolar, pero también a que el alumno la pueda hacer por sí solo. Pensad que no hay novela en la literatura española que, en versión íntegra, tenga tantas páginas. Esto, evidentemente, es un escollo objetivo, que, con bastante frecuencia, resulta difícil de superar incluso para los adultos. Y si no que cada uno responda en su fuero interno, ¿cuántos han leído el Quijote completo? Por curiosidad, por rutina o por vicio, como quien no quiere la cosa, cada curso intento que el Quijote se convierta en tema de conversación con los alumnos que tengo haciendo las prácticas del CAP. La conclusión es que, a pesar de haber estudiado Filología Hispánica, la mayoría no ha leído la obra completa. Y hablo de universitarios.
Segunda dificultad: la diferencia cultural entre el momento actual y la época de transición del Renacimiento al Barroco. No en vano estamos celebrando cuatrocientos años. El Quijote es una obra que necesita para su interpretación una gran cantidad de información externa. Esto, además, se ha complicado desde la puesta en marcha de la reforma a mediados de los 80, pues el corte de contenidos culturales con el pasado ha resultado enorme. Una lectura, parcial quizá, del Quijote no es un imposible para los jóvenes, pero tampoco deben engañarse, porque esta obra, en un acercamiento profundo, requiere empeño y un bagaje de experiencia suficiente que haya descubierto el necesario equilibrio y distancia que convienen a la valoración de los hechos humanos, desde su felicidad a su miseria, desde su apariencia a su verdad.
Tercera dificultad: la complejidad de historias, alguna de las cuales, como la de El curioso impertinente, fue criticada en la segunda parte por el mismo Cervantes. No olvidemos en este sentido que el Quijote es una novela de novelas.
Cuarta dificultad: el problema léxico, lingüística en general, pero ante todo léxico, de cara a los alumnos de hoy, poco predispuestos, en la era de la imagen y del facilismo, a realizar un esfuerzo añadido para superar ciertos retos en el mundo de la enseñanza.
Quinta dificultad: las propias técnicas narrativas, pues en esta obra no basta con acercarse a los contenidos, es decir, al qué cuenta, sino que es imprescindible detenerse en los procedimientos narrativos, es decir, en el cómo está contada.
Sexta dificultad: relacionado con lo anterior nos encontramos, por una parte la gran diversidad de estilos y registros y, por otra, el desdoblamiento de la perspectiva, cuando en la segunda parte don Quijote descubre que hay un libro que cuenta sus propias aventuras, se pregunta cómo será, se encuentra con gente que lo ha leído y cambia la técnica de contar respecto de la primera parte.
Séptima dificultad: el listado tan enorme de personajes, relacionado, claro está, con la extensión y la cantidad de historias. Más de 700, según nos aclara Gabriel Maldonado en Quién es quién en el Quijote, de editorial Acento.
Octava dificultad: el contexto literario en el que nace el Quijote, tanto en los objetivos del autor de acabar con las novelas de caballerías, que venían de una larga tradición desde la Edad Media, como en el desarrollo narrativo tan diverso del siglo XVI, desde la pastoril a la bizantina, todas las cuales aparecen en esta obra.
Y entre las segundas, se pueden destacar:
Para empezar, la dificultad objetiva referida a la procedencia, tanto social como geográfica, de los alumnos. Dificultad que es relativamente nueva, provocada, primero por la misma puesta en marcha de la Reforma educativa, es decir, la universalización y obligatoriedad de la escolarización; y después, por el hecho migratorio masivo de determinados países hacia España, que es muy significativa de manera especial en zonas como Santa Coloma, lo que ha supuesto, inevitablemente, cambios sustanciales tanto en los métodos y objetivos, como en las estrategias educativas y didácticas. La heterogeneidad del alumnado que hoy tenemos en las aulas, lo que se llama oficialmente, diversidad, debido a múltiples causas, como distintas procedencias nacionales, culturales o lingüísticas, pero también sociales, entre los alumnos autóctonos, ha cambiado el paisaje de las aulas. Quienes venimos del antiguo modelo del BUP y COU sabemos muy bien de las diferencias que se han producido en las clases de Literatura, y no lo digo en el sentido conservador de reivindicar nostálgicamente el pasado, sino como un hecho empíricamente constatado.
Ya lo decía la catedrática de Lengua de la Autónoma, Anna Camps, “la escuela secundaria actual se ha hecho muy compleja. Lejos de una secundaria sólo para los que deseaban continuar estudios universitarios, de unos contenidos escolares indiscutibles, de una enseñanza basada en la palabra del profesor, se nos plantea ahora una escuela para todos, con alumnos con expectativas, niveles, e incluso lenguas, diversos, en que los contenidos parecen multiplicarse y hay que seleccionarlos”. Esta situación hace más evidente que nunca la necesidad de una formación inicial del profesorado que no se puede limitar al conocimiento de unos contenidos disciplinares, sino que debe contemplar una formación para la enseñanza específica de las materias escolares. Aquí, ésta es una asignatura pendiente. Ya sé que esto puede sorprender a muchos compañeros, pero me parece incuestionable que primero hay que saber cómo aprende el alumno para después adaptar la enseñanza de la Literatura a su desarrollo y aprendizaje
En segundo lugar, nos encontramos ahora mismo con una realidad que ha sido publicitada de manera amplia por los medios de comunicación, pero que no ha servido para abrir un debate social: las deficiencias en aspectos decisivos de la formación estudiantil en la educación obligatoria, como apuntaba el Informe PISA 2003 hecho público el 7 de diciembre, que mide el rendimiento educativo en los países de la OCDE. Nos ha recordado lo que ya sabíamos, que la comprensión lingüística queda bastante alejada de lo deseable en España.
A propósito de este estudio, e intentando acercarnos al campo de la Literatura, que es el que nos toca, y de manera especial a obras que por sí mismas presentan escollos, como el Quijote, habría que decir que los factores externos, aquéllos que forman parte de entorno, del contexto histórico, que inciden en la dificultad de la tarea son múltiples. Por ejemplo, es de manual que los alumnos, adolescentes entre 12 y 16 años, o 18 en Bachillerato, desarrollan sus habilidades lingüísticas también fuera de las aulas, incluso se podría asegurar que, en los tiempos que corren, fundamentalmente lo hacen fuera de los centros de enseñanza. Y no lo digo sólo por el entorno familiar, que también, sino sobre todo por el social, pues la cantidad de estímulos recibidos de los medios de comunicación es abrumador. Lo que aprenden fuera, por ejemplo a escribir con las condiciones que les impone la economía del teléfono móvil, o a hablar con los modelos de determinados programas que gozan de gran aceptación, todo eso no sólo no lo controla la enseñanza reglada, sino que, muchas veces, va contra ella. ¿Cómo hacer que lean el Quijote, digo lean, con lo que eso implica, cuando sus héroes actuales tienen tan poco de caballerescos y mucho de banalidad? Me parece evidente que hasta que no se asuma, y lo veo difícil, que la cultura, también la literaria, no es algo que pueda quedar encerrado en la escuela, las cosas cambiarán poco. Y resulta curiosa la paradoja, pues mientras casi todos los modelos de la sociedad consumista marchan paralelamente por caminos contrarios a la escuela, tanto en valores como en objetivos, se exige cada vez más que sea la escuela la que solucione todos los problemas. La sociedad exige a la escuela que cargue con todos los nuevos fenómenos sociales (además de sus obligaciones originarias, como enseñar a leer el Quijote, por ejemplo). Al final, el resultado es que se muestra impotente, no ya ante esos nuevos retos educativos, sino ante los viejos retos didácticos, con lo que no puede espantar que crezca el fracaso escolar.
Pero existen algunas dificultades externas más. Estos meses leemos casi cada día que las ventas del Quijote baten todas las marcas. Tal vez eso no signifique mucho desde el punto de vista de la calidad literaria y de la lectura, pero sí significa algo desde el punto de vista de las actitudes del público, que se deja influir por las duras campañas publicitarias . Si existe un público poco exigente y poco dispuesto a realizar esfuerzos destacables, es decir, lo que se podría llamar lector inmaduro, ¿por qué los esfuerzos institucionales no van encaminados en este sentido? Nada es gratuito. Ya sabemos que se hacen campañas para promocionar la lectura como se hacen para consumir otras cosas, pero tendrían que ir encaminadas a formar lectores de calidad, porque para pedir simplemente que se lea ya está el mercado, la publicidad o la moda.
No se agotan aquí las dificultades, aunque no creo que no se necesario insistir. Con esto, naturalmente, no sacaré la conclusión, y espero que vosotros tampoco, de que estamos ante una obra imposible en los centros de enseñanza, pero sí que necesitamos un análisis que nos permita calibrar cómo, cuándo y qué se debe ofrecer a los alumnos en cada momento.
El 2005 no sólo es el año del Quijote, el mundo de la literatura también homenajeará a Hans Christian Andersen y a Julio Verne, dos populares autores, que tal vez necesiten menos esfuerzo didáctico que nuestra principal novela para hacerlos accesibles a los alumnos. Con bastante probabilidad, la mayoría de sus obras no necesite ninguna orientación previa para que los alumnos las lean, y, en algunos casos, ni la indicación de hacerlo. ¿Qué tienen, entonces, para que eso suceda que no tenga el Quijote?
Por muchas razones, y no sólo de lejanía temporal, hay autores que se leen por sí mismos y otros que necesitan llaves que nos abran las puertas de sus renglones. El Quijote es un libro en este sentido contradictorio, pues se puede leer por sí solo pero también es tal vez uno de los que necesita más empuje, ayuda y explicación. Es de esos libros que todos lo tienen en sus estanterías, de los que todos hemos oído hablar, que todos lo haríamos nuestro, pero que han leído muchos menos de los que lo asegurarían bajo juramente sanchino.
Ya me he referido a las dificultades, así como a la necesidad de una didáctica que no presente contradicciones entre estrategias, principios y objetivos, sabiendo que unas y otros son tan plurales como diversos. Pero también conviene saber que cuando hablamos de la dificultad didáctica no estamos hablando de literatura, hablamos de otra cosa, de todo aquello que rodea a la enseñanza en general y a la de obras como el Quijote en particular.
Algunas propuestas para las dificultades didácticas
Éstas y otras son dificultades para el alumno, pero ante todo para el profesor, si tenemos en cuenta que una obra casi inabarcable nos presenta la duda de cómo empezar y por dónde, de si cuenta más el cómo que el qué, de qué objetivos nos proponemos o de si habremos leído la obra con suficiente profundidad como para después transmitírsela a unos adolescentes que se hallan a años luz en sus vivencias, necesidades y objetivos inmediatos. Y que conste que no lo digo porque crea que haya que dar al alumno lo que pide, pues parto de la evidencia de que no hay que dejar al joven a su libérrimo desarrollo, de que en la enseñanza y en la educación no hay que imitar, ni necesariamente ni siempre, los procesos de la naturaleza, pues las acciones educativas son acciones intencionales reflexivas, que van tras la consecución de una meta, por lo cual exigen cooperar técnicamente en la maximización del potencial vital de los alumnos.
¿Qué podemos hacer dentro de los límites que nos impone el sistema y con las peculiaridades del alumnado?
1. Tomar conciencia de que el problema no es ya sólo la lectura, sino la comprensión de los textos escritos, lo que implica graves consecuencias para una didáctica adecuada, así como para todo el proceso de aprendizaje.
2. Empezar a trabajar la obra desde temprano, pues no se les puede ofrecer un tocho de literatura clásica si desde la escuela no se ha fomentado el interés por la lectura. Esto nos tiene que llevar a plantearnos qué debe hacerse leer en cada edad y qué edición utilizar en cada caso. Esta tarde ya se ha hablado de las ediciones escolares del Quijote y ahí quizá resida el quid, aunque también resulte inevitable la pregunta. ¿Por qué tiene que haber ediciones escolares del Quijote? ¿a alguien se le ocurriría cambiar el Partenón para que se entendiera mejor? ¿tendríamos que retocar las Meninas para que a los alumnos les resultara más accesible? ¿habría que dar una nueva redacción a la Crítica de la Razón Pura para que los alumnos no desesperaran? ¿se cambiaría la teoría de la relatividad de Einstein, de cuya primera formulación se cumple este año también el centenario, otro más, para hacerla accesible a los alumnos de la enseñanza obligatoria? Ya se sabe que, en primera instancia, el arte entra por los sentidos, pero la literatura, que utiliza la palabra, la ciencia y la filosofía actúan de otra manera y necesitan dosificación controlada. Por eso, en literatura tal vez sí se puedan hacer algunas adaptaciones. Personalmente, he sido algo reticente a las ediciones escolares de las obras clásicas de la literatura española, como el Libro de Buen Amor, Poema de Mío Cid, La Celestina o el Quijote. Ahora, tengo una opinión más matizada, porque la realidad escolar me ha hecho ver las cosas de otra manera. El problema de las ediciones escolares o de las adaptadas es, como todo, la forma de plantearlas y si sirven para conseguir los objetivos de lectura a través de un acercamiento escalonado a obras que presentan dificultades notables para un joven. A mi entender una obra adaptada deberá intentar dar como mínimo una visión global y de conjunto de la obra, ahora que estamos tan acostumbrados a créditos tan parciales y sesgados en la enseñanza. Pero hay que salvar algunas contradicciones. Por ejemplo, es curioso que con frecuencia suceda que nos llegan ediciones adaptadas que luego elaboran propuestas de trabajo con auténticas dificultades de enunciación y comprensión incluso para el profesor.
Por otra parte, creo que dar valor absoluto a estas ediciones es excesivo y el rechazo acrítico que muchas veces existe hacia la obra original es antipedagógico, porque en determinados niveles y edades es la única que debe ser utilizada, pues, en caso contrario, díganme qué esfuerzo queremos exigir al alumno y ya se sabe que estudiar no es jugar sino esforzarse. Quien quiere que todo le resulte cómodo y sin esfuerzo acaba siendo fácil, demasiado fácil, para la ambición de los que no se andan con miramientos. Como decía Leopardi, el placer en la lectura está al final de un camino lleno de asperezas.
Y lejos de mí situarme en la línea de Unamuno, que defendía en 1906 la lectura original del Quijote, con abominación de cualquier retoque o censura por mor de los niños, por lo que en 1915 se oponía a su uso pedagógico si para ello se recurría a textos alterados.
3. Por lo tanto, tenemos que diferenciar entre la ESO y el Bachillerato. Mientras que en la ESO las preguntas serían cuándo empezar, con qué edición y con qué selección de textos, en Bachillerato, el profesor ni siquiera elige, porque la selección de capítulos le vienen dados en el programa oficial. En este caso, deberíamos tener la ventaja positiva de la predisposición del alumno, ya que elige Literatura voluntariamente, pero, no obstante, el deseo de los alumnos suele ser conocer el argumento, con lo que recurren a argucias varias que incluso puede obviar una lectura que exige tiempo. Pero, en fin, a pesar de que la finalidad sea leer, ellos buscan aprehender (y pongo la h intercalada), pues manda la nota de Selectividad.
Por eso, uno de los objetivos de toda programación será la insistencia en realizar un acercamiento escalonado a la obra y, como se ha dicho, en esto pueden ser de gran utilidad algunas de las ediciones adaptadas o reducidas que ahora existen en el mercado. En este sentido, las ediciones adaptadas de Vicens Vives, la de Espasa, con el significativo título de Mi primer quijote, u otras pueden ser un buen utensilio de trabajo.
Tampoco conviene olvidar los cómics del Quijote, de cuya historia en España el último número de la revista Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil presenta un artículo interesante (llevar ejemplar).
4. Conviene asumir que cada alumno tiene su ritmo de aprendizaje, por lo que no hay que desesperar, ya que nuestro trabajo va por etapas y uno de los objetivos consiste en saber cómo dosificar el acercamiento a esta obra. Pero, sobre todo, lo que hemos de intentar conseguir es que al alumno siempre le quede el recuerdo grato de poder volver a una obra inagotable, que es para toda la vida. Y ahí está nuestra tarea como profesores, que, a mi entender es, más que técnica, de otro tipo, creadora, vivencial, algo difícil de reducir a objetiva y cuantificable programación. En este sentido, y relacionándolo con el punto anterior, por qué no empezar presentando la obra a los alumnos con el mismo criterio con el que se leía cuando se publicó. Ya sabemos que El Quijote es un libro que cuando apareció era para hacer reír. Tan es así, que, por ejemplo, se conoce la anécdota de que Felipe IV vio un estudiante que se reía mientras leía un libro y contestó: “este estudiante o está loco o está leyendo el Quijote”. Después, los románticos, en cambio, se pusieron a llorar ante los ideales caídos y ante la tragedia de un hombre desprendido y generoso, al que todo le salía mal. Muy bien, esta interpretación puede venir después, pues ni anula la anterior ni la empequeñece, pues esta interpretación romántica, que llega hasta hoy, no es, por supuesto, la única ni nos puede hacer deducir que el Quijote es sólo un ejercicio para la madurez.
5. Es fundamental una figura que guíe y recomiende bien, porque para hacer un alumno lector no basta con los libros, es necesario que tenga contacto con un adulto interesado en el tema, y, en este sentido, para empezar quizá cualquier lectura sea válida. Si el profesor no disfruta con la lectura que recomienda es difícil que pueda transmitir el placer de leer a sus alumnos. Hay que compartir la experiencia. Una persona que se dedica a la educación no es sólo un técnico y mucho menos un simple funcionario. La enseñanza es una práctica de comunicación e intercambio social.
6. Leer el Quijote en clase tampoco pude convertirse en una rutina, para no cerrar las puertas a que con el tiempo acabe siendo fruto de una decisión personal.
7. Pablo Jauralde, catedrático de Literatura Española del Siglo de Oro de la Universidad Autónoma de Madrid, recomienda tacto y prudencia. "Uno lee las obras literarias desde la base cultural que se le suministra, afirma. Cuando los ambientes son adecuados, funciona, pero si no, uno se puede estrellar en el desencanto si acude al texto con muchas expectativas. Siempre hay que proveerse de un mínimo bagaje cultural. Hay muchos modos antes de entrar al texto; puede ser un buen prólogo, un repaso a un suplemento que lo trate en profundidad. Hay que llegar avisado".
8. ¿Qué decir de la utilidad o no de las unidades didácticas? No quiero referirme a la elaboración de las que yo crea que me pueden haber funcionado, porque, a pesar de su aparente objetividad, estos métodos didácticos suelen responder a modas, ser bastante personales y poco exportables. Lo que a uno le funciona a otros, no; incluso lo que un curso va bien al siguiente puede ir peor. El tipo de alumno, la hora de clase, etc., pueden ser condicionantes decisivos.
La experiencia personal me dice que, en todo caso, puede trabajarse una didáctica del esqueleto de la obra, de su estructura externa, incluso de lo que se cree en cada época que es su estructura interna. En definitiva, de los conocimientos librescos, pero resulta mucho más difícil una didáctica del aspecto creativo, de la riqueza interna de la obra. Eso se transmite más bien cuando al profesor se le da absoluta libertad no sólo de explicar sino de vivir la obra en contacto con sus alumnos y en voz alta.
No es difícil desarrollar unidades didácticas de aspectos parciales del Quijote, todos lo hemos hecho, pues al fin y al cabo es una actividad meramente mecánica, pero ¿qué logramos con ello? Quiero decir, ¿qué queda de todo eso al final en el alumno, si nos planteamos el objetivo de que éste tenga una visión general, un sentido lo más completo posible, si partimos de la premisa que una obra literaria es la recreación artificial de un mundo, con unos valores, con unas premisas, con unas propuestas estéticas e incluso morales? Eso es lo que nos tenemos que esforzar en transmitir sin dejar de intentar que el alumno lo descubra por sí mismo con la ayuda del profesor, a pesar de lo inabarcable de la tarea en una obra como ésta. Además, ¿creemos a Cervantes y la leemos sólo como invectiva contra la “máquina mal fundada de los libros caballerescos”? ¿No sirve la visión que de ella se hacía en el siglo XVII, en el XVIII, en el XIX o en el XX? En todo caso, tendremos que descubrir la pluralidad de interpretaciones que el Quijote sigue enviando para que “el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla”.
No olvidemos que cuando nosotros estamos en clase ante un grupo variopinto y heterogéneo (diversidad lo denomina la actual nomenclatura), somos enseñantes que tenemos que cumplir una obligación por la que cobramos, pero también somos lectores, apasionados o desapasionados, y eso es un condicionante fundamental.
Como digo, uno de los problemas de cualquier didáctica del Quijote es que esta obra tiene una arquitectura tan impresionante que casi con acotarla y asimilarla a veces es suficiente en los centros de enseñanza, pero al mismo tiempo puede distraernos de la obra en sí misma, de su riqueza de temas, de perspectivas, del sabor lingüístico. Por otra parte, con frecuencia, las unidades didácticas son instrumentos dirigidos a nosotros mismos, para aclararnos con el gigante literario que tenemos delante, porque, si el docente no tiene bien definido cuál es su objeto de estudio y cómo transmitirlo de forma inteligible, las dificultades para hacer accesible a los alumnos serán enormes.
Es que, en realidad, la pregunta sería ¿qué pretendemos que el alumno aprenda de la obra? ¿Que se conozca y entonces damos una visión erudita y magistral que los chicos aprenden de memoria con la misma rapidez que lo pueden olvidar? ¿Que la vivan, les sirva de estímulo para su propia concepción creativa y entonces logremos hacerles despertar la necesidad de leerla? Es fácil buscar didácticas que sirvan para aumentar la erudición, pero resulta tremendamente difícil para despertar la curiosidad, la inquietud y el interés por la lectura en general y esta obra en particular.
Quiero hacer mención ahora a dos unidades didácticas.
La primera se titula
Siglo XXI: entre lazarillos y quijotes. Propuesta didáctica en torno a Lazarillo de Tormes y Don Quijote de la Mancha
De Alicia Brandou y Rosana Sosa y fue publicada en la prestigiosa revista Espéculo.
La segunda
Miguel de Cervantes y el Quijote
Creo que ambas son ejemplo de lo perdidos que a veces nos encontramos en este terreno.
De la primera, baste destacar como ejemplo de lo que digo la bibliografía que cita:
ADRIANA PUIGGRÓS- “En los límites de la educación. Niños y jóvenes del fin de siglo”, Homo Sapiens Ed. 1999.
GUILLERMO OBIOLS Y SILVIA DI SEGNI DE OBIOLS -“Adolescencia, postmodernidad y escuela secundaria. La crisis de la enseñanza media”. Bs. As. Kapelusz. 1995.
HENRY A. GIROUX - “Cruzando límites”. Ediciones Paidós. 1997.
LUIS VILLORO -“El pensamiento moderno”. F. c. económica. México. 1992.
PAULO FREIRE - “Pedagogía de la esperanza”. Siglo veintiuno editores. 1993.
Ni una sola alusión a bibliografía literaria ni a la del Quijote. De la segunda, decir que el carácter transversal que le dan los autores la hace, a mi entender, impracticable, pues si hablar sólo del Quijote ya es trabajo de titanes, imaginaos relacionarla incluso con las Ciencia Naturales.
Por eso, creo que esta jornada puede tener una doble finalidad: por una parte, como profesores, plantearnos en común algunas cuestiones que venimos arrastrando tal vez desde siempre; por otra, como lectores, profundizar en nuestro sentido de esta novela universal como ciudadanos que buscamos nuevas interpretaciones que den luz a las incertidumbres que nos rodean.
No vale eso de que es una obra que se puede empezar a leer por cualquier capítulo y dejarla cuando se quiera. Eso es trampa y sólo sirve una vez leída entera detenidamente, es decir como relectura. Lo válido de una gran obra literaria es ir más lejos, saborear el placer de sus palabras, de su combinatoria, de la hechura de cada frase, porque sino partimos de que la literatura usa como materia plástica la palabra y después no hacemos que el alumno pueda saborear la industria que Cervantes les dio, estaremos haciendo otra cosa, pero no acercando el Quijote.
8. Comentar las sugestivas propuestas sobre el estudio de El Quijote de Daniel Eisenberg en su obra Cervantes y don Quijote, páginas 32, 33, 34, 35 y 36.
Reflexión final
No he descubierto nada nuevo. En todo caso, constatar en voz alta una vez las dificultades con las que se encuentra el profesor de Literatura y el lector en general ante una obra como el Quijote. Pero la asunción de estas dificultades no nos ha de llevar a concluir a unos que hayamos encontrado la llave mágica o a otros que nuestro trabajo sea inútil. En todo caso, asumimos que si el empeño existe, las dificultades también, porque tal vez la lectura del Quijote sea una lectura de toda la vida, por lo que nuestro objetivo debe ser modesto: despertar una primera inquietud que sirva para mantener encendida una lucecita, cuya mecha algunos alumnos consigan que no se apague con el paso de los años que luego les permita descubrir en esta obra un mundo que existe por sí mismo.
Por eso, quiero invitaros a mantener presente la duda del principio, ¿puede haber una didáctica del Quijote en la enseñanza obligatoria y en el bachillerato, es decir, un conjunto de procedimientos técnicos, objetivos y estructurados que sirvan para hacer atractiva, inteligible y comprensible esta obra cervantina?
Con bastante probabilidad acierte si afirmo que somos muchos los que admitamos habernos encontrado con enormes dificultades, todas las que una obra total puede regalarnos, pero la grandeza de la creación implica el goce de superar la dificultad en el empeño de hacerla accesible, tal vez porque una obra como el Quijote exige toda una vida para acabar de saborearla. Al fin y al cabo, fue en las postrimerías de su propia vida cuando Cervantes la escribió y allí proyectó toda su experiencia. Experiencia que para nosotros, lectores del cuarto centenario, tiene que ser un punto de partida no un punto de llegada. El Quijote ni se agota ni nos agota, es inagotable, por eso, su simple existencia nos hace felices. Mi empeño, como profesor, es que también sirva para ayudar a hacer felices a mis alumnos. Pero reconozco, que en un mundo en el que la enseñanza se ha convertido en el aparcadero de las deficiencias sociales, eso resulta bastante complicado. Si el IV centenario de la publicación de la primera parte del Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha no sirve para esto, no tendrá efectos demasiado productivos. En la cultura y en la enseñanza, quiero decir, pues la política práctica, la coyuntural, va por otros derroteros.
Ya sólo un comentario sobre las palabras que encabezan la convocatoria de estas jornadas. Por una parte, la Literatura, de manera especial el Quijote, debe ser “pedagogía en acción”, y, por otra, como escribió Menéndez Pelayo, don Quijote no sólo se educa a sí mismo, sino que se hace a sí mismo, pues fue con la lectura con lo que pasó de ser hidalgo aburrido en un pueblo de La Mancha a convertirse en caballero andante, es decir, en un hombre capaz de salir al mundo por decisión propia, para transformarlo. Son los efectos de la lectura, en definitiva de la cultura. Ésa es la metáfora de esta obra universal, llena ella misma de literatura. ¿Puede esta obra ayudar a que todavía hoy sintamos esa necesidad de encontrar en la lectura un acicate para la acción? ¿Podemos nosotros, que cobramos por enseñar a los adolescentes, encontrar formas para acercar a los jóvenes a la lectura de esta obra en un mundo que ofrece tantas baraturas distintas y confrontadas con la cultura de la letra impresa? He ahí el reto, para poder responder a la pregunta que hace Forges en uno de sus múltiples y agudos chistes aparecidos en El País sobre esta obra. Por cierto, el personaje que lee es femenino, pero el despistado que le dirige la pregunta, masculino. A mi entender, todo un síntoma de los tiempos que corren, como podemos volver a comprobar esta misma tarde aquí (*añado esta apostilla porque se me confirma una intuición: que la gran mayoría de los asistentes a esta jornada de El Quijote es público femenino) y también en las clases diarias.
Gracias.
(Una viñeta de Forges: Echada en la cama, una mujer lee El Quijote. Su compañero, con cara de estar bien perdido, le pregunta: “¿Qué lees?”, “El Quijote”, contesta ella. “¿De qué va? vuelve a preguntar él, con esa cara de palurdo que le pone Forges”)