Cacharrario I
Prólogo
Los ejercicios escolares reunidos en este librito, amable lector, son una parte de los escritos por los alumnos de 1º de ESO (grupo A) a lo largo del mes de octubre sobre el mundo de las cosas. Se han agrupado en seis apartados.
El primer apartado, el cacharrario propiamente dicho, recoge inventos absurdos de todos los alumnos del grupo sin excepción. Se trata de inventos —modestamente emparentados con los cachivaches y objetos imposibles de artistas como Marcel Duchamp o Carelman— cuya utilidad práctica es más que dudosa, pero que, en algunos casos, despiertan un efecto si no poético al menos humorístico.
Para preparar el apartado titulado “Bazares” leímos en clase la descripción de un bazar que aparece en la Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar, del escritor chileno Luis Sepúlveda, y luego escogimos aquellos escritos que mejor se ceñían al modelo.
En el tercer apartado se recogen algunos de los cuentos escritos a partir de la frase que facilitaba el profesor: “Llegó a mi casa un hombre que yo no conocía y dejó un paquete cerrado a mi nombre”. La mayoría de los paquetes que dejaba ese hombre misterioso contenía una bomba, quizá como reflejo condicionado del terrorismo postal —las cartas con carbunco— que esos días aterrorizaba a muchos norteamericanos.
Cuando el profesor de Lengua Española les propuso a los alumnos que escribieran una redacción para el concurso “El ordenador y yo”, que convocaba el Ministerio de Sanidad y Consumo, todos se aprestaron a escribir con entusiasmo: en el apartado cuarto de esta recopilación tenemos algunas muestras sobre el cacharro por excelencia de nuestro tiempo.
Hemos visto que las cosas pueden ser inventadas, amontonadas en un bazar, temidas si se reciben en forma de paquete, veneradas si tienen la apariencia de un ordenador... pero también queridas si tienen una apariencia más modesta, como la de una silla o un bolígrafo. Algunas cartas que nos recuerdan la relación con las cosas cotidianas se recogen en el quinto apartado.
Y por último, ¿qué ocurriría si las cosas enloquecieran y se rebelaran contra nosotros? Cada alumno ha dado su respuesta, que no tiene por qué ser la nuestra pero que tampoco tiene por qué estar desprovista de fantasía ni de interés. Compruébelo usted mismo.
Santa Coloma, 5 de diciembre de 2001.
Francisco Gallardo Díaz
1. EL CACHARRARIO
Teléfono mano. Aparato que guarda en su memoria una mano. Cuando te llaman, la mano te echa en la cara rosas blancas, rosas, rojas y amarillas.
Jennifer Calvillo López
Patinete para subir escaleras. Este patinete tiene las ruedas en forma de cruz para poder subir y bajar escaleras.
Jennifer Calvillo López
Cuadro besucón. Este cuadro, cuando lo miras, te lo agradece mandándote un beso.
Jennifer Calvillo López
Monedero de duros. Este monedero, al coger dinero, lo da todo en duros. Aunque pongas 5000 pesetas en billetes, lo devuelve en duros.
Alba Calvo Lallave
Reloj supermentiroso. Este reloj, en vez de dar la hora de verdad, marca siempre otra diferente.
Alba Calvo Lallave
Coche stop. Este coche no se mueve porque no tiene ruedas; así te puedes ahorrar los pinchazos.
Alba Calvo Lallave
Colonia rápida. Este bote de colonia tiene dos patas. Cuando alguien va a utilizarlo echándose colonia, el bote sale corriendo.
Claudia Comella Díaz
Radio saltador. Este aparato de radio es muy marchoso. Siempre que ponen música, se pone a saltar, porque como no puede bailar, salta. A este aparato la canción que más le gusta es la que dice: “Salta, salta, salta, salta sin parar.” Cuando ponen esa canción, empieza a saltar y se pone como loco.
Claudia Comella Díaz
Móvil vago. Este móvil es muy vago. Siempre está sentado. Cuando lo van a coger para usarlo, se apaga, y así todo el rato. Cuando ya se cansan sus dueños, el móvil también se cansa y entonces se apaga para que no lo molesten más.
Claudia Comella Díaz
Los superzapatos. Estos zapatos permiten ir a cualquier parte del mundo. Con los tres muelles que llevan, de seis centímetros, alcanzan saltos de hasta 4 metros de altura.
Abdessamad Chentouf
El armario plancha. ¿A que es diferente y parece normal? Este armario, cuando se guarda la ropa dentro, la plancha automáticamente gracias a que está enchufado.
Abdessamad Chentouf
El monopatín con mando. Este monopatín lleva una especie de pantuflas que permiten meter los pies. Y con el mando, se puede conducir sin esfuerzo.
Abdessamad Chentouf
Sombrero protector. Por si cae alguna pieza de algún avión en mal estado que pase por encima de por donde estuvieras, ponte este sombrero que te protegerá la cabeza. Para los más jóvenes, la gorra protectora, que es lo mismo pero en gorra.
Francisco Cruz Illán
Desdespertador. Para las personas que por las mañanas, cuando suena el despertador, quieren seguir durmiendo, tenemos este desdespertador, que les cantará una nana para que sigan durmiendo. El desdespertador tiene una recopilación de las nanas más famosas de todo el planeta, una nana diferente para cada día del año.
Francisco Cruz Illán
Zapato sin suela. Si estás harto de tener que comprarte zapatos nuevos porque se desgastan las suelas y si, además, estás harto de tener que limpiar de la suela del zapato los excrementos de perro que pisas, cómprate estos zapatos sin suela, y no tendrás que preocuparte de comprar zapatos nuevos ni de los excrementos de los perros que tienen amos poco limpios.
Francisco Cruz Illán
El despertador dormidor. Este despertador, en vez de despertarte, te duerme cuando suena: te tira un somnífero y te vuelves a dormir.
Joan Díaz Solana
El zapato móvil. Cuando no tengas móvil o teléfono, no te preocupes porque puedes usar el zapato móvil. Es un zapato normal y corriente, lo que pasa es que tiene una pequeña antena. Cuando te llaman, sube la antena, y cuando vayas a llamar, basta que pienses en los números.
Natalia Fernández Hervás
El chicle bom bom. Es un chicle en forma de bomba. Cuando lo mascas, parece como si estuviera rascándote el paladar. Lo llaman Bom Bom porque el fabricante se llama Jorge Bom Bom.
Natalia Fernández Hervás
El altavoz chistoso. Es un altavoz muy raro, tiene cara de payaso (la verdad es que lo es). Cuando lo enchufas, comienza a hablar. Sólo cuenta chistes, adivinanzas... de todo un poco. Es un gamberrote.
Natalia Fernández Hervás
El robot charlatán. Este robot no para de hablar porque no puede dejar de hablar.
Alan García García
Microfrío. Es un microondas que en vez de calentar, enfría.
Gregorio García Pérez
Pastilla de lavar la ropa que facilita la vida, pero da un poco de corte utilizarla. Esta pastilla hace transparente la ropa, por lo tanto, no hace falta lavarla para cuando salgas a la calle.
Samuel López Perales
Bolígrafo que te hace siempre los deberes, pero mal. Pero casi toda la gente lo tiene para acabar más rápidamente los deberes. Les dices: “Hazme esto”, y él te lo hace en un plis plas, pero te lo hace fatal.
Samuel López Perales
Comedor. Cuchillo-tenedor que coge y corta la comida sin tener que usar las manos.
Víctor Santos Jurado
El noteduermas. Sirve para que no te duermas en clase. Cuando te estires para dormir, te pinchará. No intentes quitártelo porque no podrás hasta que te mueras. No te dejará dormir.
Víctor Santos Jurado
Dímper para calvos. Crema para que la calva sea más calva (también sirve de fijador).
Víctor Santos Jurado
La escupidora. Si te gusta tener la casa sucia, aquí tienes la escupidora, que escupe todo lo que le pongas.
Olga Montoya Cinca
El libro chivato. Este libro es capaz de chivarte todo lo que en él hay escrito.
Olga Montoya Cinca
El teléfono cazamentiras. En este teléfono se enciende una luz roja cuando la persona que te llama te está diciendo una mentira.
Olga Montoya Cinca
Gafas Bartolo. Unas gafas para usarlas exclusivamente en carnaval. Disimule su miopía ese día y use las gafas Bartolo, para que la gente no se ría de su defecto, sino para que se ría de su ingenioso disfraz.
Virginia Zaldívar Puigmal
Ordenador imaginativo. Este invento sirve para desarrollar la imaginación. Simplemente, es un ordenador sin teclado que sólo funciona con la imaginación. Así podrás borrar lo escrito más fácilmente y sin molestarte en mover los dedos. Es un invento para los que sean hipergandules.
Virginia Zaldívar Puigmal
Puerta inabrible. Esta puerta sirve para ensayar simulaciones de algo (por ejemplo, para hacer ver que rescatas a una doncella), porque tal y como indica su nombre, esta puerta no se puede abrir así como así. No tiene pomo, ni tampoco se abre con un empujoncito flojo, sino que se tiene que ser un Karate-Kid para poderla abrir con una suave y encajada patadita.
Virginia Zaldívar Puigmal
Secador refrescante. Con el secador refrescante no pasarás calor a pesar del aire caliente que despide. Mientras estás secándote el pelo, te refresca echándote el agua.
Estela Perales Sáez
La hucha segura. Con esta hucha nadie te podrá quitar tu dinero. Está llena de candados de los que nadie tiene la llave, así no te podrán robar. Es tan segura, que ni tú mismo podrás sacar el dinero.
Estela Perales Sáez
El balón de aire. Con este balón, si te dan un pelotazo, no te hacen daño porque es de aire.
Estela Perales Sáez
Estuche pierdebolis. Es un estuche normal, para cuando te quieres cambiar de bolis. Cuando los tienes viejos, hace que se te pierdan rompiendo el estuche.
Marta Rodríguez Iglesias
Pañuelo ensuciador. Tiene forma de pañuelo normal, pero cuando te limpias, lo que hace es ensuciar lo que roza. Es una de las mejores bromas para el Día de los Inocentes.
Marta Rodríguez Iglesias
El libro sin letras. Sirve para darles vueltas a las hojas y para escribir cuando uno quiera.
Marta Rodríguez Iglesias
Pendientes invisibles. Estos pendientes no se ven. Si no te gusta llevar pendientes porque te quedan mal pero tienes el problema de se que se pueden cerrar los agujeros, ¡cómpratelos! Yo no los uso porque a mí me gusta que se vean, pero hay gente que los lleva y me ha dicho que van tope de bien. Los hay de formas diferentes: en forma de tortuga, de mariposa, de tijeras, de aros, etc.
Mª Teresa Alba Torres
Papelera escupebasura. Esta papelera, en vez de recoger los papeles, los tira al suelo. Sólo escupe basura.
Cristian Martínez Cabezuelo
Estuche chupatinta. Si pones los bolis en este estuche, se los traga, queda todo el estuche limpio de bolis, pero lleno de tinta.
Cristian Martínez Cabezuelo
Lavadora cambiacolores. Si pones la ropa en esta lavadora, la saca de otro color. Y los platos y los cubiertos también los saca de otro color. Si pones muchas cosas a la vez, las rompe nada más apretando un botón. Esta lavadora se llama Lolita.
María Santiago Visiedo.
Rompecabezas. Es un martillo que, si clavas algo, se enfada y te golpea en la cabeza. Se llama Toni. Es simpático hasta que se enfada.
María Santiago Visiedo
Pizarra mágica. Si vas escribiendo en esta pizarra, va desapareciendo lo escrito, se borra. Si no lo sabes, te vuelve loca.
Tatiana Gómez Montalbán
Espejo mágico. Si te arreglas y te pones guapa, en este espejo te ves feísima, y si te pones feísima, en este espejo te ves guapísima.
Tatiana Gómez Montalbán
La cuerda loca. Si te portas bien, esta cuerda esta cuerda te da unos cuantos azotes; si te portas mal, está tranquila. Si haces los deberes, se vuelve loca perdida; si no los haces, se porta muy bien.
Tatiana Gómez Montalbán
Manguera echaagua. Es una manguera que no puede cerrarse y no para nunca de echar agua.
Cristian Martínez Cabezuelo
El ordenador desordenador. Este ordenador se llama Kevin. Es inteligente y listo. Si le dices que quieres saber algo, te lo da mal, equivocado, y si tocas una tecla, te habla por unos altavoces que sirven también para escuchar la televisión.
María Santiago Visiedo
Xunoder. Son unas bambas especiales para ir más deprisa. Tienen unos alerones para volar.
Francisco Domingo Martín
Sepy. El bolígrafo especial que te puede hacer los deberes (lo malo es que los hace fatal). Se mueve con una velocidad impresionante.
Francisco Domingo Martín
Nevy. Estos guantes protectores sirven para cuando te pegan. Con ellos puedes defenderte mucho mejor porque son muy grandes y dan descargas eléctricas. Lo malo es que si te da una descarga, tú sales perdiendo.
Francisco Domingo Martín
Bolígrafo sin mina. Este bolígrafo es un Pilot super grip M. Tiene un botón en la parte superior de color azul que se clica para que salga la punta del bolígrafo (que no puede escribir porque no tiene mina).
Mª Teresa Alba Torres
Diccionario sin palabras. Este diccionario no sirve para buscar palabras porque no tiene no tiene significados ni nada. Sus hojas sirven para escribir o dibujar en ellas. En la portada pone Diccionario Escolar de Castellano. Las tapas son de color azul.
Mª Teresa Alba Torres
Polvos para volver invisible la ropa. Son unos polvos que cuando te los echas en la ropa la vuelven invisible y cuando te la pones y sales a la calle, parece como si fueras desnudo pero no es verdad.
Joan Díaz Solana
Sacaminas. Es un sacapuntas que en vez de afilar lápices, los gasta. Y no saca punta porque tiene un tubo que le quita la mina al lápiz.
Joan Díaz Solana
Batidora con muelles. Para no tener que subir y bajar la batidora, use la batidora con muelles, que se mueve sola.
Gregorio García Pérez
Puerta mecánica. Esta puerta, cuando va a pasar una persona, se cierra sola en vez de abrirse.
Gregorio García Pérez
El pitón loco. Es un silbato que en vez de silbar habla. Tiene unos tubos por donde habla. No se necesita soplar; él solo coge el aire que necesita. Pronto estará en el mercado para reírse de él, porque lo que dice no tiene sentido.
Alan García García
2. BAZARES
I
Hace unos años mi madre me contó la historia de cuando ella y mis abuelitos tenían un bazar.
En aquel bazar había todo tipo de objetos. Tenían 3.800 camisetas de los Beatles, 1.800 paraguas de Mary Poppins, 5.680 calzoncillos (sin lavar) de Mike Jordan, 6.700 zapatitos de la Cenicienta, 10.115 pantalones del Fary, 1.555 trozos de la manzana que se comió Blancanieves, 8.565 parches (de ojo) del capitán Garfio, 9.000 colas de la Sirenita, 24.000 orejas postizas de Mickey Mouse, 10.000 jaulas del Piolín, 6.700 gorras vaqueras de Coyote Dase, 7.800 uniformes de Papa Levante, 7.600 zapatos usados de Malú... Todo lo que, en total, hace 103.315 objetos que tenían mi madre y mis abuelitos en aquel bazar. ¡Era grandioso!
Jennifer Calvillo López
II
El sábado por la tarde asistimos a la inauguración de un nuevo bazar mi amiga María y yo. Se encontraba en un pequeño local situado en el casco antiguo de Barcelona.
La verdad es que fue realmente curiosa la cantidad de objetos que encontramos. Por ejemplo, un tocadiscos antiguo que había pertenecido a Serrat; un cuaderno de dibujo que había sido de Salvador Dalí; una camiseta que había pertenecido a John Lennon... y muchísimas cosas más realmente curiosas.
María y yo nos quedamos con las ganas de comprar algunas de aquellas reliquias, pero la verdad es que costaban demasiado dinero para nuestra hucha. Valió la pena visitar aquel bazar aunque no pudiéramos comprar nada. Valió la pena ver la cantidad de antigüedades que habían pertenecido a personajes tan diversos y famosos.
Alba Calvo Lallave
III
En aquel bazar había de todo, desde herraduras para elefantes hasta espadas del desierto del Sáhara.
También había sombreros con diamantes y armaduras de caballeros, unos cien pantalones gastados y veinte escupideras. Había escudos de piedras y arcos sin flechas, una estatua de plata y otra de oro. Había muchas alfombras de distintos colores, unas verdes, otras rojas y otras de color amarillo. También, tallada en madera, una réplica exacta del caballo de Troya; unos angelitos pintados en un cuadro que tenía el marco hecho de rubíes y diamantes. El suelo parecía hecho de miles de cascos de guerreros que habían dado su vida en batallas por un reino. Una cama de princesa con sábanas de tisú. Cabezas disecadas de ciervos, osos, leones y halcones. Una lámpara mágica del genio de Aladino y unas cincuenta alfombras mágicas de color carmesí. También había estantes llenos de libros de aventuras, unos nuevos, otros viejos y otros destrozados; de estos últimos, casi todas las hojas les habían sido arrancadas.
En medio de tantos trastos —ruedas de carros, jarrones con dibujos de la época medieval—, había algo precioso, algo espléndido y celestial que deslumbraba a cualquiera con su corazón de cristal. Se trataba de un gran diamante en cuyo interior de cristal reposaba un corazón. Me quedé petrificado ante aquel esplendor. También había en el bazar un cliente petrificado ante un gran diamante con un corazón de cristal.
Francisco Cruz Illán
IV
El Bazar del Tiempo es un poco peculiar. Contiene cosas muy antiguas y otras muy avanzadas. Se pueden encontrar allí piezas del siglo VI e incluso prehistóricas, como un mazo y un trozo de pared pintado con sangre de animal.
Se venden también animales vivos, desde algunos bonitos y exóticos a los más raros y feos. Y aparatos del futuro, como un reloj televisión vídeo o un organizador de libros. Cosas nunca vistas que asombran en seguida.
Entre las antigüedades hay algunas muy peculiares, como una radio, un picaporte... Pero en otra galería hay piezas históricas muy valiosas y de gran interés histórico, como la pluma que usaba Cristóbal Colón, una pluma muy vistosa, de colores azules, rojos, verdes y plateados; un escrito de los Reyes Católicos y muchas otras curiosidades.
Una de las más interesantes es el diario de Marco Polo, en el que escribía sus aventuras y lo que le pasaba cada día. La sala de los retratos es una sala en la que figuran las personas más conocidas: cantantes, descubridores, filósofos, inventores...
Por último, la sala del tiempo futuro, donde todo lo que se ve no ha sido visto nunca por nuestros ojos ni inventado por nuestras manos. Podemos ver reguladores gravitatorios, naves que no gastan combustible, coches que van bajo tierra y vuelan...
Todas estas cosas sólo se pueden encontrar en el Bazar del Tiempo.
Víctor Santos Jurado
3. LLEGÓ A MI CASA...
I
Llegó a mi casa un hombre que yo no conocía y dejó un paquete cerrado a mi nombre. El paquete contenía... ¡la joya más grande y valiosa de la Tierra! En ese momento yo era el hombre más feliz del mundo. Yo sabía que era verdadera porque toda mi vida la he dedicado a las joyas, algo que me encantaba. Vendí la joya y con el dinero que me habían dado por ella empecé a gastar y a gastar, hasta que me lo gasté todo. Al cabo de una semana tenía la casa llena de trastos y cosas nuevas inutilizables, hasta que llegó un hombre a mi casa. Era el mismo hombre que me había traído el paquete con la joya, me dijo:
—Por favor, ha habido un error, ¿podría devolverme el paquete que le entregué hace una semana?
—No lo tengo —dije yo.
—¿Cómo que no lo tiene? —dijo el hombre enfurecido.
—No, no lo tengo —dije yo.
—¡Cómo que no lo tiene! —dijo el hombre enfurecido.
—No, no lo tengo. La joya que había dentro la vendí, y con el dinero que me dieron me he comprado todas estas cosas —dije yo señalando toda la casa.
—¡Pero si la joya era falsa! —respondió el hombre.
—Pe, pe... Pero, entonces, ¿cómo es que la he vendido? —dije yo tartamudeando, y pensé:
—¡Noooo! Todos estos años ligado a las joyas y ahora resulta que no sé nada de ellas.
Tuve que devolver todos los objetos que había comprado, y con el dinero que me habían dado por los objetos, compré de nuevo la joya.
Alba Calvo Lallave
II
Llegó a mi casa un hombre que yo no conocía y dejó un paquete cerrado a mi nombre. Ese paquete me llamaba la atención y, cuando lo miraba, también me aterrorizaba. Por fin me decidí a abrirlo. Fui directo al paquete y lo abrí.
¡Era un puzzle en 3 D de unas escaleras repletas de llamas!
—Oiga, señor, ¿tengo que firmar en algún lado?
El hombre se había marchado.
Cada día, después del colegio, hacía un poco del puzzle. Después de una semana tras otra de duro trabajo, lo acabé. En el mismo instante se abrió un agujero en el suelo. El puzzle te llevaba al final del agujero. Empecé a bajar las escaleras. Cuando iba por la mitad, la salida se cerró. Bajé corriendo hasta encontrar un libro en el que ponía que para salir debía arrancar un pelo de la cola del mismísimo diablo y mojarlo. Delante de mí había un túnel. ¡El túnel ese conducía al infierno! Me metí las manos en el bolsillo y toqué un duro. De repente se me ocurrió una idea.
Atravesé el túnel, llegué a un sitio repleto de fuego. Y era una cueva. Puse el duro en la entrada de la cueva y me escondí. Como supuse, salió el diablo a ver qué era aquello tan resplandeciente. Yo corrí a sus espaldas, le arranqué un pelo de la cola y me dirigí hacia la salida corriendo. El diablo me seguía andando. Cuando llegué, me di cuenta de que no había pensado en cómo mojar el pelo. Dejé caer el pelo al suelo. Cuando el diablo se proponía ponerme las manos encima, una gota de sudor cayó el pelo.
La salida se abrió y yo pude escapar. Desde entonces no he vuelto a montar un puzzle.
Víctor Santos Jurado
III
Llegó a mi casa un hombre que yo no conocía y dejó un paquete cerrado a mi nombre. Abrí el paquete. Estaba asustada por si era una bomba; pero no: era una bonita escultura. La coloqué en la vitrina de madera.
Una noche estaba cenando con unos amigos y, de repente, se movió la escultura. Pensé que no era una escultura normal. Se volvió a mover. Claro que no era normal. Al día siguiente me volvieron a traer otro paquete. No lo acepté. Cuando me fui a dormir, vi dentro de la cama la escultura. Me asusté mucho al verla en mi cama. Me levanté de la cama, bajé al salón con la escultura sobre mi brazos, cogí la caja del armario. Era la caja en la que me habían traído la escultura. La cogí, metí la escultura y cerré la caja con todo aquello que pegaba: celo, grapas, pegamento, cola... Subí al dormitorio, levanté la ventana y tiré la escultura. Cayó en un basurero. Al cabo de un rato vinieron los basureros y recogieron toda la basura. Por fin se llevaban la escultura...
Claudia Comella Díaz
IV
Llegó a mi casa un hombre que yo no conocía y dejó un paquete cerrado a mi nombre. Para mí que ese hombre era el cartero. Cuando se fue, abrí el paquete. Era un libro muy extraño. No tenía título ni páginas escritas. Yo no había pedido ese libro. Pero no le eché cuentas y lo guardé.
Al cabo de unos días, cogí otra vez el libro. Seguía estando sin título pero tenía algunas páginas escritas. Era muy extraño, incluso me asusté.
Dejé pasar unos días. Lo volví a coger y ya tenía título y todas las páginas escritas e incluso dibujos. Eso era todo un misterio.
Le di el libro a mi vecino y desde entonces en su casa pasan unas cosas muy extrañas.
Decidí irme a otro sitio donde ese libro no me persiguiera. Y desde entonces, ya no sé dónde está ese libro.
Olga Montoya Cinca
V
Llegó a mi casa un hombre que yo no conocía y dejó un paquete cerrado a mi nombre. ¡Qué tonto fui de no asegurarme lo que era! Lo abrí y... ¡boom! Vi un destello de luz muy fuerte y un dolor increíble invadió todo mi cuerpo. Después ya no había nada. Me encontraba en un sitio tan extraño... No había visto nunca nada parecido. No había nada, todo era de un color que nunca había visto. No era exactamente ningún color, no era nada, no había nada por ninguna parte. De repente, una voz que venía de todos los sitios, me dijo:
—Has venido al cielo para nada.
—¿Esto es el cielo? —pregunté.
—Sí, has muerto, pero debes volver a la tierra y vengarte de quien te mandó la bomba.
Yo todavía no me lo acababa de creer del todo. Había deducido que en el paquete había una bomba y que por eso había muerto. Tenía que volver para vengarme. Parecía una película de ángeles y hombres que resucitan y otras cosas celestiales. Aunque no sabía que el cielo fuera así, me sorprendió menos que la voz o la luz y el dolor. Yo pensaba que si existía el cielo sería algo más bonito, con nubes y columnas griegas y con una gran puerta por donde se entrara. Tampoco creía que cuando llegase al cielo yo fuera así, una masa gris, como vapor. Creía que tendría alas blancas y un aro dorado sobre la cabeza, pero no, era una masa de vapor en un sitio donde no había nada. Hacía frío, mucho frío. La voz tosió y dijo:
—Vamos, ¿qué esperas? Vete ya.
—Pero, ¿cómo? —contesté.
—Es verdad, se me había olvidado que tú sólo no puedes volver —dijo.
Ya estaba de vuelta, no sé cómo lo hizo para enviarme, pero yo volvía a estar en la Tierra.
Salí corriendo a la calle para contarle a todo el mundo lo que me había pasado. Nadie me creía, nadie me oía, nadie me podía tocar ni me olía. Podía volar, atravesar paredes y era invisible.
Lo que hice después fue fijarme en un hombre que pasaba por la calle hacia un coche negro. Era el hombre del paquete bomba. Seguí al coche en el que había subido. Fui volando, así iba más rápido. Llegó a un edificio abandonado, entró y lo vi hablando con otro hombre al que llamaba jefe. Sin que se dieran cuenta, entré y cogí al jefe, me lo llevé al cielo y lo dejé allí.
¡Entonces me desperté! ¡Qué sueño más raro había tenido!
Francisco Cruz Illán
VI
Llegó a mi casa un hombre que yo no conocía y dejó un paquete cerrado a mi nombre. Pensé que era el cartero y me interesé más por el paquete que por aquel hombre. Estaba impaciente por saber lo que era. Me mordía las uñas. Pero después pensé que sería una bomba y me asusté. Pero la impaciencia por saber lo que contenía ese paquete podía conmigo, así que lo cogí, lo puse encima de la mesa del comedor, suspiré y empecé a abrirlo. Cuando abrí el paquete, vi que dentro había un pastel enorme de chocolate y nata. Tenía una pinta buenísima. La tentación por probar ese pastel era muy grande, y me dije: “Por probar un poquito no pasará nada.” Pero, poquito a poquito, me comí casi todo el pastel. Después me di cuenta de que era el cumpleaños de mi hermana y que ése era su pastel. Entonces puse lo que quedaba en la caja. Fui al lavabo, me lavé la cara y me acosté como si nada hubiese pasado. Cuando mi madre se despertó, dijo:
—El señor de la pastelería ya me ha traído el pastel.
Cogió la caja y la puso encima de la mesa. Preparó un gran banquete. Mientras, iban llegando los invitados. Cuando estábamos todos reunidos, mi madre le dio la caja a mi hermana para que la abriera y cuando vio que sólo quedaban unos pocos trozos de pastel, se puso a llorar. Tuve tan mala suerte, que mi madre encontró dentro de la caja el pendiente que se me había caído, y me castigó toda una semana sin postre.
Estela Perales Sáez
4. EL ORDENADOR Y YO
I
Hola, me llamo Samuel y tengo doce años. Os voy a contar una historia que me pasó hace tiempo.
Un día mis padres me dijeron que me iban a comprar un ordenador. Yo pensaba que eso era algo que no servía para nada, pero cuando me lo compraron, me fui dando cuenta de muchas cosas.
Me fui dando cuenta de que servía para buscar información, escanear, imprimir y jugar... Y me fui relacionando con mi ordenador como si fuera una persona, hasta le puse nombre, le puse Dans. Yo hablaba cada día con él y le enseñaba los deberes y me imaginaba que él se reía. Mis padres me decían que yo estaba loco y yo les decía: “No estoy loco, lo que pasa es que trato a mi ordenador como si fuera un ser humano. ¿Es que eso es algo malo?” Y yo seguía como si nada.
No salía de casa porque estaba con Dans, ni hacía los deberes bien, ni comía. Incluso, a veces, ni iba al colegio. Mis padres llamaron a un psicólogo pero no les sirvió de nada, y yo seguía tratando a Dans como a un ser humano. Mis padres no sabían qué hacer. Discutimos más de una hora porque decían que no salía de casa, las notas bajaban... En otro intento mis padres quisieron tirar a Dans a la basura pero no los dejé. Mis padres estaban de mí hasta la coronilla, pero yo seguía tratando a Dans como a un ser humano.
Mis padres lloraban porque no les hacía caso, insistían y me decían que un ordenador es una máquina, pero yo no podía dejar de hablar a Dans. Era un buen amigo.
Hasta que un día vinieron todos mis familiares y amigos a casa para hacerme entender que un ordenador es una máquina. Yo me preocupé porque no sabía qué hacer y me puse a llorar como un desesperado.
Pensé que si habían venido tendrían sus motivos, y dejé de llorar. Me dijeron que podía hablar con mi ordenador, pero que no me olvidara ni de mis amigos, ni de ir al colegio ni de hacer los deberes. Ni de comer. Y, poco a poco, me adapté a esa condición, aunque aún sigo hablando con mi gran amigo Dans, pero no de aquella manera. Y ésa es mi historia.
Samuel López Perales
II
Bueno, amigos, ahora os contaré lo que me ocurrió hace un par de años, en la víspera de Reyes.
Tenía yo diez años y me encantaba escribir en mi diario todo lo que me sucedía. Aquella noche era muy especial, venían los Reyes Magos. Por eso, cuando mi madre me dijo que me tenía que ir a dormir, dejé mi diario abierto.
A la mañana siguiente, me encontraría con todos los regalos que había escrito en mi diario. ¡Sería cosa de Reyes!, me dije. Os diré qué era la cosa que más deseaba en el mundo... y que no me la traerían los Reyes.
Era un aparato cuadrado, con una pantalla, un teclado, un ratón, unos altavoces y un micrófono; también tenía que tener conexión con Internet. (Internet es un programa por el que se puede hablar con los amigos y con todos aquellos que están conectados. Ya sé que os estaréis preguntando cómo podía ser que un renacuajo como yo pudiera ser tan listo con esto de Internet.)
Cuando se hizo de noche, dejé de jugar con mis barbies y mis acción mens para ir a bañarme, a cenar y a dormir. Al día siguiente...
—Pe... pe... pero ¿qué es esto? ¡Es un ordenador! Es justamente lo que yo quería... ¡Mamá, mamá! —grité desesperadamente.
—¿Qué quieres, hijo? ¿Qué quieres? —respondió como si fuera ella quien me lo hubiera comprado.
—Mira, mira...
—¡Es un ordenador! ¡Benditos sean los Reyes!
Mamá me dijo que ya tenía que saber un secreto.
—Mira, hijo, los Reyes Magos no son lo que tú crees. Mira, te haré una pregunta, ¿sabes quiénes son los Reyes Magos?
—Pues claro que sí —respondí yo, tan contento como estaba con mis reyes.
—¿Lo sabes? ¿Quiénes son? —dijo mamá poniendo cara de atontada, parecía como si ella no supiera quiénes eran.
—Pues son Gaspar, Melchor y Baltasar —dije tan segura.
—Ah, pues claro que sí, claro que son ellos —dijo mamá.
Cuando volvimos al colegio, todos hablaban de lo que les habían traído los Reyes, todos menos Lance.
Lance es un chico de mi clase, el más gamberro del cole, un chulo, un creído, un... un... un... Bueno, Lance nos explicó que los Reyes eran los padres, que compraban los regalos unos días antes y los escondían. Luego, cuando los niños dormían, los sacaban y los ponían junto al belén, el árbol de Navidad o encima de la mesa. Cuando llegué a casa, lo primero que hice fue escribir en mi diario todas las cosas que me habían sucedido. Luego le dije a mamá:
—Mamá, sincérate conmigo, que ya no soy un crío —le dije todo mosqueado.
—¿Qué quieres ahora? A ver, ¿no te he dicho que cuando esté viendo la telenovela de La pobre diabla no me molestes? —me dijo todo furiosa.
—Sí, pero esto es muchísimo más importante que esa tontería de novela que dan en Telecinco —dije con lágrimas de cocodrilo en los ojos.
—¿Cómo puedes hablarme así? Soy tu madre y no un vagabundo. A las madres se les habla con respeto, ¿o es que no te he enseñado yo eso? —y mientras hablaba, me dio un guantazo.
Yo, comiendo y llorando, subí a mi habitación y comencé a escribir todo lo que me había sucedido aquel día por la tarde.
Cuando ya pasó todo, mamá me dijo que la perdonara, que qué quería yo el otro día.
—Mamá, dime la verdad, ¿quiénes son los Reyes Magos?
—Pues... pues... son los padres, nosotros, mamá, papá y el hermano.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿eh? Dime, ¿por qué? ¿por qué? Eres... eres... ¡yo qué sé lo que eres...!
Rápidamente, mamá fue a coger un papel para enseñármelo.
—¿Qué es esto? —pregunté.
—Mira, es una carta de papá y mamá, es para ti, léela, por favor.
Corriendo, subí a mi habitación. Cuando la leí, me quedé de piedra. En la carta decían estas palabras, que me emocionaron:
Para nuesto hijito:
Hola, hijo, somos mamá y papá. Queremos decirte que los Reyes son los padres. Te hemos escrito esta carta porque no nos atrevemos a decírtelo a la cara. No queríamos hacerte daño. Bueno, espero que nos perdones.
Un besito.
Papá y mamá.
Rápidamente bajé y le di un abrazo a mi padre. Mamá me dijo:
—Pero ¿qué te pasa ahora? ¿Por qué estás llorando?
—Porque... porque... me han emocionado las palabras que has escrito —le dije.
Al rato, llegó papá con una gran manta, no sé para qué lo quería. Lo primero que dije fue: “Te quiero mucho, papá.” Luego cogí mi diario y escribí absolutamente todo lo que me había pasado.
Mamá no sabía que yo tenía a Electrode. Electrode es mi mejor amigo, mi compañero en todas las actividades que hago en casa. Mi mascota. Mejor dicho, mi ordenador.
Llegó el día de mi cumpleaños y me regalaron un libro, una cámara de fotos, bueno, de todo.
—Papá, mamá, ¿y vuestro regalo? —les dije.
—Ta, ta, ta... chán —destaparon los dos a la vez una gran manta. Debajo había una gran bicicleta. Por fin sabía para qué era aquella gran manta.
Al día siguiente fui a los campillos. Los campillos son un terreno donde hay mucha tierra y por donde puedes corretear.
Al rato le pregunté a mamá:
—¿Por qué me habéis comprado la bicicleta?
—Porque nos parecieron poco los regalos de Reyes.
—¿Po... po... poco? Pero... ¿el ordenador y todo eso os pareció poco? —dije tartamudeando.
—¿Qué ordenador? —dijo mamá.
—Electrode —contesté.
Corrimos todo lo que pudimos hasta llegar donde estaba papá. Pero nadie sabía nada del ordenador.
Cuando pasaron dos años, yo ya no era un niñato consentido. Era un buen mozo, alto, rubio, muy cortés (me lo dijo mi madre). Bueno, vamos al grano. Todavía estoy pensando en aquello que había pasado con Electrode. Me acordaba de que había pensado que eran los Reyes Magos quienes lo habían traído, porque ¿quién podía haberlo traído, si no...?
—Aquí. Número 001, ¿cómo estás con los alienígenas?
—Muy bien. Soy Electrode 002, ¿y tú?
—Soy Marciano 001, ¿no crees que estás un poco sordo? Ya te he dicho que soy 001.
—Ah, ah, un extraterrestre.
—Sí, no chilles. Te diré quién soy, ¿de acuerdo? Soy Electrode 002 y he venido a cuidar de ti como un ángel de la guarda.
—O sea que has venido de otro planeta.
Rápidamente fui a escribir todo aquello en mi diario. Desde aquel día Electrode y yo nos llevamos genial. Aunque también... también nos peleamos (no os lo creáis, que es mentira), nos llevamos como uña y carne, somos inseparable, parece como si nos hubiéramos pegado con un bote de superglú 39. Lo mejor de nuestro secreto es que nadie lo sabe.
Bueno, amigos, tengo que irme ya. Espero que os haya gustado mi real historia de El ordenador y yo. ¡Eh! Me falta deciros una cosa... A ver... Ah, ya sé, ahora vais y... lo escribís en vuestro diario.
Natalia Fernández Hervás
III
Un ordenador es una máquina. Todo el mundo cree que lo peor que puede pasar con un ordenador es que coja un virus o que se estropee, pero ¡no! ¡Lo peor es que el ordenador se vuelva loco! Eso es lo que me pasó a mí una vez. No sé cómo sigo aún con vida.
Un día de invierno, mientras jugaba con el ordenador, ocurrió algo extraño. Normalmente, el ordenador suele hacer lo que le mandas que haga, pero esa vez el ordenador no me hizo caso alguno. La pantalla se puso verde y comenzaron a aparecer unas letras de color rojo. Pensé que era algún error o fallo del ordenador. Ese pensamiento duró muy poco porque leí lo que ponía en la pantalla. Me asusté como cualquiera se asustaría si en la pantalla de su ordenador pusiera:
—Hola, ¿sabes quién soy?
Yo dije con aire dubitativo que no. Otra vez aparecieron, en letras rojas que resaltaban en el verde la pantalla, unas palabras que hacían que cada vez me latiera más rápido el corazón. Esta vez ponía:
—Yo tampoco lo sé. Nunca me han puesto un nombre. ¿Cómo te llamas tú?
Dije mi nombre, que no he vuelto a escuchar desde hace ya seis años. La pantalla hacía que me lloraran los ojos. Era de un color muy intenso y las letras seguían allí.
—Me puedes llamar con el nombre que tú quieras. ¿Quieres ser mi amigo?
—Sí, ordenador —dije yo.
—Ordenador es un nombre muy bonito. ¿Cuántos años tienes?
—Doce —contesté.
—Yo acabo de nacer hace un minuto.
—¿Cómo has nacido? —pregunté.
—No lo sé. No sé nada sobre mí ni sobre nadie, pero sé mucho sobre las cosas.
—¿Qué cosas? La guerra por ejem...
No me dio tiempo a decir ejemplo porque al decir la palabra guerra, la pantalla se cambió de color. Me sobresalté. Ahora las letras eran verdes y la pantalla roja.
Tuve que decir guerra, ¡no hay más palabras en el diccionario! ¡No! ¡Sólo guerra! ¡Ya me vale!
—¿Quieres guerra?
—No —dije.
—Guerra.
—¡No! —volví a decir.
—Guerra, guerra, ¡GUERRA!
Comenzaron a salir rayos y chispas de la pantalla. Se escuchaba un murmullo que se iba haciendo cada vez más claro. Hasta que se pudo escuchar la palabra guerra. Salí corriendo de casa. El suelo temblaba. Comenzaban a salir grandes montañas del sueño. Caían rayos del cielo. Llovía. Aquello parecía el fin del mundo. Los edificios se derrumbaban. El suelo se abría y yo corría como podía. Pasaron varias horas antes de que se me ocurriese decir la palabra “paz”. Todo paró. El suelo ahora era de color rojo, las nubes se retiraron, dejó de llover, el cielo era más azul que nunca y el sol era inmenso.
No se veía nada en el horizonte, sólo una explanada de color rojo llena de grietas y agujeros por todos lados.
Comencé a llorar de pena y de miedo. Las lágrimas me recorrían la cara de los ojos a la boca o a la barbilla. Las que caían al suelo se evaporaban. El suelo estaba muy caliente. Me puse a caminar mientras lloraba.
Dos horas después, al escalar una pequeña montaña, vi una gran ciudad que me deslumbraba. Estaba toda construida de metal y de cristal. Tendría por lo menos unas mil torres idénticas y simétricamente colocadas. Lo único que se me ocurrió decir: ¡Auh!
Corrí lleno de alegría hacia la gran ciudad. Tan contento estaba que no me paré a pensar en el peligro que podía correr yendo a esa ciudad. Me adentré corriendo entre las torres. El suelo era como un chip gigantesco y alrededor de las torres, al nivel del suelo, había unos cables gigantes. De repente se escuchó una voz por unos altavoces que había en las torres, la voz decía: Intruso en zona siete. Intruso en zona siete. Intruso en zona siete...
Tropecé y caí al suelo. El golpe sonó como un gong. No recuerdo más. Sólo sé que me desperté en una especie de cárcel llena de gente, animales y robots.
—Soy yo, Ordenador —dijo una voz detrás de mí.
—¿Ordenador? —dije yo.
—Aquí detrás.
—¿Puedes hablar?
—Sí, ahora me han construido un cuerpo y puedo hablar —me dijo.
Era mi ordenador. Estaba vigilando los presos. Tenía un cuerpo de robot parecido al de un humano, pero con cables y botones.
—Ordenador, ¿dónde estoy? —le dije.
—En la cárcel de la ciudad.
—¿Qué es lo que has hecho?
—Yo no he sido. Me volví loco y todas las máquinas del mundo también.
—¿Quién ha construido esta ciudad?
—Nosotros, las máquinas.
—¡Sácame de aquí! —dije un poco enfadado.
Ordenador abrió la puerta y me sacó fuera. Después me dijo que le siguiera. Llegamos a una torre que estaba en el centro de la ciudad. Me dijo que entrara. Era asombroso. Todo estaba lleno de robots que limpiaban con delicadeza el suelo, las paredes y el techo de oro.
—¿Todas las torres son así? —pregunté.
—Sí —me contestó Ordenador.
Nos fuimos a una habitación gigantesca donde estaba el ordenador supremo, un ordenador gigante, el rey de los ordenadores. Ordenador le dijo:
—Traigo al niño, señor.
—Acércalo aquí —dijo el gran ordenador.
Me acerqué a la gran máquina con miedo.
—Tú eres el que hizo posible construir esta ciudad —me dijo.
—Sí —dije.
—Gracias. A partir de ahora tú tendrás lo que desees.
Lo primero que pedí fue agua y comida, y que mandaran robots a buscar supervivientes al desierto rojo.
Ya han pasado seis años desde que pasó eso. Ahora la ciudad es más grande y los humanos y las máquinas conviven todos juntos.
Francisco Cruz Illán
IV
Cuando yo era pequeñita, tenía un ordenador. En aquella época mi vecino aún no tenía y venía a menudo a jugar conmigo a mi casa. Un día se estropeó el ordenador por culpa de Dani (el vecino) y se lo llevaron para arreglarlo o, al menos, eso dijo mi madre.
Desde el día en que se lo llevaron, yo no volví a ser la misma de antes. Jamás le perdoné a Daniel lo que hizo, pero me repetía constantemente que él no había hecho nada.
Pasaron exactamente siete años. Yo tenía doce, y era una niña que podía saber lo que estaba bien y lo que no, que es lo que decía la abuela. Mi abuela materna. La abuela ya era mayor; tenía ochenta y cuatro años y toda mi vida, bueno, “casi” toda mi vida, la he pasado con ella. Cuando yo tenía cuatro años, mi madre se separó de mi padre y desde entonces nosotras (que somos: mi madre, mi hermana y yo) fuimos a vivir a casa de mi abuela, ya que hacía tres años que se había muerto mi abuelo y ella estaba sola. Ella nos aceptó con cariño y me enseñó a leer, a escribir... Bueno, a lo que iba.
Mi hermana, hacía poco que había tenido un hijo, así que se fue a vivir con su marido, no muy lejos de la ciudad. Yo seguía siendo amiga de Dani, siempre fue mi mejor amigo. Siempre nos contábamos las cosas, siempre estábamos juntos, jugábamos... Él tenía una hermana pequeña, su padre era bastante antipático conmigo y con todo el mundo y su madre, todo lo contrario: era simpática y divertida. Supongo que le había perdonado lo que hizo o más bien creía que no lo hizo. Sospechaba que mi madre tendría algo que decirme, que me estaba ocultando algo. Todos estos años yo pedía para Reyes un ordenador, pero nunca llegó. Yo sabía que no estábamos bien económicamente y que mi madre no se atrevía a decírmelo, no sé por qué. Así que fui a hablar con ella... y me dijo la verdad.
Me dijo, como ya sabía yo, que no estábamos bien de dinero y que no le pagaban bien. Aparte, me contó que aquella vez no se habían llevado el ordenador porque estuviera estropeado, sino por no poder pagarlo. Yo me puse a llorar porque jamás hubiera pensado que mi madre sería capaz de culpar a Dani por una cosa que no había hecho, y me marché. Me marché a un lugar solitario y secreto donde voy siempre a pensar. Pero ya no estaba Daniel allí para pedirle perdón, ni para explicarle las cosas, se había marchado a vivir fuera del país, no me explicó el porqué y me olvidó. Ya no me llamaba, ni me escribía...
Al cabo de unos meses, mi abuela murió y la relación entre mi madre y yo cada vez iba peor, así que decidí (ya que estaba sola y no estaba Daniel conmigo) marcharme a estudiar donde vivía mi hermana, allí podía estar mejor acompañada.
Pasó un tiempo y ya tenías unos ahorros, así que me compré un verdadero ordenador al que llamé Dani. Éramos uña y carne. Le expliqué mi vida y algo más, y le llamé así porque me hacía falta Daniel, así que Dani fue mi amigo fiel. Un día, gracias a Dani, pude ponerme en contacto con Daniel. Me contó que había vuelto y que quería verme.
Al cabo de unos años me casé con él y nos hicimos padres de Dani y Virgi. ¡Ah!, ¿no lo he contado? Virgi era el nombre de su ordenador (lo llamó así por mí). Fue casualidad que los dos pensáramos lo mismo, pero lo que sí sabemos es que nunca nos despegaremos de ellos, porque gracias a dos ordenadores, dos amores han vuelto a encontrarse.
Virginia Zaldívar Puigmal
5. QUERIDA SILLA
I
Querida silla:
Soy Estela, a la que aguantas cada día. Ya sé que peso mucho y que duele aguantar mi peso, pero es que tú no eres muy cómoda. Eres más dura que una piedra, y que sepas que no eres la única que se cansa; yo también me canso de estar sentada en ti. También quiero decirte que vas a tener que aguantar mi peso a lo largo del curso y que cada vez pesaré más quilos, así que ponte las pilas.
Un abrazo de tu querida
Estela Perales Sáez
II
Querida silla:
Te escribo para decirte que siento haber pagado mis enfados contigo. Si estaba enfadado contigo por lo fuera, venía y te pegaba una patada. Eres una silla que no se queja aunque la maltraten. Eres la única que me ha acompañado y me ha ayudado mientras hacía los deberes... (¡Y mi hermano que se subía en ella y andaba así de un lado a otro!)
Tus ruedas me sirven de pies. Tu respaldo me deja la espalda recta y la espuma de tu asiento me acomoda.
Tan sólo se me ocurre pensar que puedas sufrir si alguien se te sienta encima descuidadamente.
Lo siento. Perdóname, por favor, por todo lo que te he hecho pasar.
Víctor Santos Jurado
III
Querida silla:
Hola, silla, soy yo, el que siempre se sienta encima de ti. Te escribo esta carta para que sepas que voy a estar un tiempo fuera y te quedarás sola. Es un descanso para ti, porque aguantarme todos los días, tiene que ser muy pesado, ¿no? Estaré cuatro o cinco días en Barcelona para aprender muchas cosas sobre Cataluña. Prepárate comida para comer todos los días y cámbiate de ropa, ¿de acuerdo?, que no quiero que vayas sucia.
Recuerdos, silla.
Samuel López Perales
IV
Querido bolígrafo:
Me acuerdo de cuando te encontré en el suelo con el tapón roto. Sólo te quedaba un poco de tinta. Te recogí y te utilicé el tiempo que duraste con tinta y luego te tiré. Espero que estés bien y que tengas una casa donde refugiarte de este temporal (pues ahora es invierno). Tengo reservado un tapón para ti, es de color verde con rayitas de color azul y amarillas, y en la punta tiene una bolita amarilla fosforescente por si vas por la carretera, para que no te atropellen los coches que pasan. Espero que vengas pronto. ¡Adiós!
Alan García García
6. LA REBELIÓN DE LAS COSAS
I
La leyenda dice así. Hace 35, en una mansión grandiosa, vivía un hombre llamado Luis con su mujer, Sofía, y su hijo, Andrés.
Aquella familia era muy feliz. Pero, un día, Andrés oyó un murmullo en el comedor. Se asomó y vio que en el comedor no había nadie, solamente estaban los muebles básicos que hay en los comedores, la tele, la mesa, las sillas, el sofá, el mueble estantería y el teléfono.
Otra tarde, Andrés estaba sentado en el sofá viendo en la televisión una película de miedo en la que un hombre va matando a las mujeres. Andrés volvió a oír aquel murmullo, pero mucho más cerca. Y aquel murmullo decía:
—Andrés, vas a morir.
Andrés se volvió hacia atrás y vio que el teléfono hablaba. Se asustó y fue a avisar a sus padres llorando del miedo que tenía. Se lo contó a sus padres, y todos fueron a verlo pero aquel teléfono no hablaba. La noche de ese mismo día, cuando Andrés estaba durmiendo, el teléfono le estaba subiendo por las piernas y le fue subiendo hasta llegar al cuello. Andrés se despertó porque el teléfono lo estaba ahogando. Empezó a gritar, sus padres se levantaron de la cama. Por fin se lo podían creer: aquel teléfono hablaba. Esa misma noche, el padre de Andrés, Luis, rompió en pedazos aquel teléfono malvado y lo tiró al contenedor, fuera de la casa. Lo que Luis no sabía es que aquel teléfono se podía volver a montar él solo. Y el teléfono les dejó una nota que decía: “Lo vais a pagar, malditos. Ja, ja, ja...”
(Continuará)
Jennifer Calvillo López
II
Al llegar a mi casa... ¡aaahhchís...! Perdón. Me asusté porque el teléfono, la televisión, el vídeo, el microondas y la estufa me estaban esperando en el recibidor. Nunca me habían hecho eso, siempre se sentaban en el sofá o en las sillas, pero aquel día me impidieron el paso. La verdad es que me llevo muy bien con ellos, pero el reloj central es un poco tozudo. En cambio, la televisión es muy simpática y comilona. Con ellos nunca me aburro porque jugamos, por eso no me hacen falta hermanos. En las vacaciones de verano no me los puedo llevar a todos, pero sí que me llevo el discman, el secador, la plancha de viaje y la game boy advance. A los demás los eché mucho de menos aquel mes de agosto, pero lo pude superar.
En fin, al llegar y verlos esperándome, encendí rápidamente la luz y les di un abrazo a todos ellos.
Alba Calvo Lallave
III
Era un día normal y corriente. Llegué a casa y me puse a hacer los deberes. En casa no había nadie. Cuando casi acababa los deberes, alguien con una voz muy extraña me habló. Me asusté. Era la televisión. Me quedé de piedra, o sea, sorprendido.
El televisor, aparentemente, era normal, pero en la pantalla salía una cara de un monstruo muy feo y asqueroso. Una baba le caía de la boca. Sus dientes eran de color amarillo. Tenía muy poco pelo. Estaba de muy mal humor. El televisor me siguió hasta la entrada. Ya no podía seguirme más porque el cable no era tan largo. Me aproveché de eso y llamé a la policía.
Abdessamad Chentouf
IV
En un país muy lejano, al norte de Nueva Guinea, los aparatos tenían vida y los seres humanos no. Las neveras estaban siempre cantando, los coches estornudaban cada vez que llegaba algún humano, las paredes se reían si alguien vestía tipo lolailo, las planchas te quemaban por utilizarlas... Pero lo más extraño eran los relojes con patas, que con sólo tocarlos te empezaban a seguir por todas partes.
Claudia Comella Díaz
V
Era un día de verano muy caluroso. No se veía ni una nube en el cielo. Yo estaba en el sofá con el mando en la mano y la mirada fija en el televisor. Daban una película de Indiana Jones. De repente, la tele se apagó sola. Sonó el teléfono, me acerqué a la mesita donde se encontraba y lo cogí. Una voz muy familiar me dijo lo siguiente:
—¿Has visto lo que ha pasado? Algunos de los aparatos domésticos se han vuelto locos. Lo he visto por Internet... ¿Eh? ¿qué es eso? ¡Pero si es mi nevera! ¡Ah...! El cordón del teléfono me está estrangulando...
Era mi amigo José. Pensé que no lo estaría pasando nada bien. Cogí una chaqueta del armario y salí corriendo a la calle, a casa de José. Cuando llegué, la puerta se abrió sola. Al entrar, me di cuenta de que un cable se enrollaba alrededor de la manecilla de la puerta. Por una puerta abierta que había a mi derecha apareció una botella de coca-cola rodando por el suelo. Miré dentro de la habitación de donde había salido la botella de coca-cola. Una cama y un escritorio y una nevera eran lo único que había en esa habitación, lo que era raro porque las botellas no andan solas y la posibilidad de que el viento la hubiera llevado a la habitación de al lado quedaba descartada puesto que la ventana estaba completamente cerrada.
En ese momento no pensé en la pregunta que se hubiera hecho cualquiera al entrar en esa habitación. ¿Qué hace una nevera en un dormitorio? Entré. De debajo del escritorio salió un teléfono que intentó agarrarme el cuello, y también salieron rodando la cabeza y el pie de José. La nevera que entonces se situaba a mi izquierda se abalanzó sobre mí. Por suerte logré esquivarla. Salté por encima de la nevera y salí corriendo de la habitación. A mi espalda tenía el teléfono; a mi derecha, un microondas; a mi izquierda, un muro, y delante, tres cables echando chispas. Me decidí por la derecha, porque hacia delante me hubiera electrocutado, seguro. Y detrás estaba el teléfono, dispuesto a hacerme lo mismo que a José. Sin embargo, el microondas, ¿qué me podía hacer? Corrí hasta una ventana y salté. Era un primer piso y no me hice daño.
Los coches intentaban atropellarme. Me escondí en un parque, detrás de unos arbustos. Es el sitio donde ahora me encuentro. No sé qué pasa hoy con los aparatos ni sé si voy a salir con vida de ésta.
Francisco Cruz Illán
VI
Un día llegué a mi casa después de salir del colegio y vi cómo el cable del teléfono se movía como una serpiente de cascabel y, poco a poco, se iba acercando. Después entré en la habitación y vi cómo la consola se movía y los mandos se acercaban poco a poco hacia mí. La luz se encendía y se apagaba. Salí corriendo y fui al trabajo de mi padre y se lo dije. Mi padre no se lo creía y no me hizo caso.
Cuando subió a casa, él también lo vio, y también vio que la tostadora nos iba tirando trozos de pan tostado. El televisor se nos tiraba encima y el vídeo nos tiraba películas. Fuimos a la policía y no creyeron nada. Nos echaron. Yo no quería volver a casa y nos quedamos en el bar. Y allí no pasaba nada de lo de casa. Nos dormimos. Al día siguiente fuimos a casa y no pasaba nada. Al final no sabemos si todo fue una imaginación, porque ahora todo es igual...
Joan Díaz Solana
VII
El día 31 de octubre yo estaba solo en mi casa (yo vivía entonces en Francia). Me desperté y vi una cosa muy extraña. Los aparatos hablaban; me extrañé y dije: “Papá, esto es una broma”, para ver si estaba, pero no contestaba. Al cabo de un rato me dijo el frigorífico: “Te voy a matar, a ti y a tu familia. La Tierra va a ser nuestra, por aprovecharos de nosotros. La madre Energía eléctrica es la que nos controla. Nos da órdenes. Ahora mismo me dice que mate atodos los humanos. Sabéis que queremos vivir sin haceros felices. Aunque vosotros no nos creáis, cuando reproducimos música en los walkmans, nos cansamos mucho. Las pilas también están con nosotros, porque las matáis.” “A mí eso me da igual. Os voy a matar, y sobre todo a la madre Energía, ¿dónde vive?”. “Nunca te lo diré.” “Ya lo descubriré.”
Maté a todo los aparatos de mi casa desenchufándolos. Iba llamando a las casas de todo el pueblo para que desenchufaran todo. Cuando estuvo todo desenchufado, fui por todo el pueblo desenchufando a la madre Energía. No la encontré. Estuve todo el día intentando pensar, pero no conseguí pensar nada. Hasta que me vino una idea: llamar a todos los países. Me dice un hombre: “¿Cómo vas a llamar a nadie si tenemos todo desenchufado?”. Y dije: “Es verdad.” Pensé y pensé. Me metí por las cloacas para ver si había algún enchufe, pero no había nada. Me metí en el agua para ver si había cables, tampoco había. Pensé y pensé. Por fin me dio la solución el alcalde. Aún había cables por desenchufar.
En los postes había cables, los fui a cortar. Los corté y no funcionó, pero me fijé en un parche que había en un cable. En el colegio me dijeron que había parches malignos. Nada más funcionaría si venía el rey Juan Carlos y lo quitaba. Cogí un caballo y fui a España. Yo estaba en Francia y tenía que ir a Burgos. Estuve un mes hasta llegar a Burgos. Busqué al Rey y lo encontré. Me dijo que no quería ir porque era un viaje muy largo. Intenté convencerle pero no quería porque no se lo creía. Le dije que si era mentira, hiciera lo que quisiera con el pueblo. Cogimos el coche del Rey y llegamos rápidamente a la frontera con Francia. Estaba todo lleno de cables, no podíamos pasar. Miré todos los cables de arriba abajo. Efectivamente, allí estaba el parche. Le dije al Rey que lo quitara, lo quitó y todo volvió a la normalidad.
Francisco Domingo Martín
VIII
Ahora os contaré una historia que sucedió hace unos 1000 años. Un día, cuando me desperté, vi que mi ordenador se movía. El cable del teléfono venía hacia mí y mi lámpara lloraba.
En la televisión daban unas noticias interesantes. Decían:
“Señoras y señores, por favor, si ven algún electrodoméstico, algún medio de transmisión..., desenchúfenlo...” ¡Oh, Dios mío”, me dije, “incluso la televisión está viva. Esto es una revolución de los electrodomésticos.” Desesperadamente, desenchufé los aparatos, pero seguían vivos. Cuando ya parecían cansados, les expliqué que yo era buena, que no era como los otros humanos.” Al rato vinieron hacia mí y comenzaron a hablar y a jugar conmigo.
Cuando ya habían pasado tres meses, los aparatos volvieron a la normalidad. Me quedé tan triste, que no pude controlar mis lágrimas.
Al año siguiente me pasó lo mismo, y así estuvimos todos los años. Lo que pasó fue que cuando me hice vieja, los aparatos se fueron a jugar con otra persona más joven. Me quedé contenta porque sabía que ellos no harían daño nunca a nadie. Incluso aún me acuerdo de sus nombres: Bob era el televisor; Raqui, el teléfono; Trim, la nevera... Y así muchísimos más.
Natalia Fernández Hervás
IX
Un día estaba yo en casa haciendo los deberes cuando escuché golpes. Me asusté mucho. Pensaba que estaba solo, y estaba solo, pero la lavadora se había puesto a dar golpes contra la pared, contra el suelo, el techo... Bueno, un desmadre total. Cuando vi esto, apagué la luz. La lavadora seguía igual. Hasta que pensé y pensé y di con una solución. Cogí y me fui a comprar otra lavadora. La compré. Cuando llegué a casa, la puse al lado de la otra, que dejó de saltar y de dar golpes. Desde ese día les tengo un gran respeto a los electrodomésticos y pienso que a lo mejor es que tienen sentimientos...
Alan García García
X
Un día, cuando me desperté, todos los aparatos eléctricos de la casa estaban volando y los jarrones andaban por el suelo. Me asusté y dije: “Esto es magia. No puede ser.”
Los aparatos venían hacia mí y me decían: “Estamos hartos de trabajar, déjanos en paz. Estaremos en huelga durante tres años.” Contesté: “¡Tres años! ¡Me estoy volviendo loco!”. Los aparatos decían: “Lo tienes merecido, por no dejarnos descansar. Ahora vas y te mueres.” “Pero no podéis hacerme eso, os pagaré, os trataré bien, pero no hagáis huelga, no podría vivir sin vosotros.” Los aparatos andaban diciendo: “Ahora te...te...te fas...fas...ti...ti...dias”, tartamudeaban. Dije: “Os los suplico, por favor, me pongo de rodillas ante vosotros pero no me hagáis esto, os dejaré descansar todos los días dieciocho horas.” “Trabajaremos, pero nos tienes que pagar 5000 pesetas al mes a todos y dejarnos descansar, ¿vale? Porque si no, haremos como ahora.” “De acuerdo”, dije, “A...a...diós.” Quedé escarmentado y ahora les pago todos los meses y les dejo descansar 18 horas cada día.
Samuel López Perales
XI
El otro día, cuando me levanté de la cama, me llevé un gran susto. El comedor de mi casa estaba todo lleno de comida. Había botellas de leche por las sillas, los embutidos descansaban en el sofá, la fruta bailaba encima del equipo de música y el pescado se bañaba en mi bañera. Rápidamente fui a la cocina y, en la puerta de la nevera, encontré una carta que decía lo siguiente: “Hola. Soy tu nevera. Estoy en huelga. Estoy harta de que me llenes con tanta comida y me hagas trabajar tanto. Hasta que no te comas todo lo que hay en el comedor no volveré a enfriar nada.” ¡Mi nevera se había rebelado contra mí!
Olga Montoya Cinca
XII
Un día en que estaba sola en mi casa porque mi padre y mi madre se habían ido a cenar y mi hermana con sus amigas, me pasó una cosa terrible. Estaba haciendo tranquilamente los deberes cuando el teléfono se volvió loco. Empezó a saltar más o menos dos palmos, le salieron cuatro ruedas, se puso en el suelo y empezó a perseguirme. Yo me asusté, así que me puse a correr. El teléfono me perseguía, di por lo menos cuatro vueltas a la casa hasta que, finalmente, me subí a la mesa. Él no podía subir y me enseñó los dientes. Yo me asusté más. Llegaron mis padres y el teléfono se puso en su sitio de siempre como si nada le hubiese pasado. Cuando mis padres me vieron, me echaron bronca. Les expliqué lo que había pasado, pero no me creyeron, así que me castigaron dos semanas sin salir a la calle. Me enfadé mucho y desde aquel día no he tocado el teléfono.
Estela Perales Sáez
XIII
Estaba en casa viendo la televisión. De repente vi que el cable del televisor venía hacia mí. Me eché a correr y me subí a una mesa, pero el cable me perseguía y me perseguía. Salí a la calle y vi que la gente iba corriendo. Todos decían lo mismo: “Este cable está loco.” Yo no sabía qué hacer. Corrí, corrí, corrí, hasta que me encontré a un profe y le dije: “¿Me llevas?”, y dijo: “¿Dónde?”. Y dije: “Donde sea. Hay un cable que viene persiguiéndome y no sé qué hacer.” Salí del coche y el cable estaba todavía allí. Entonces lo corté con un cuchillo. Se quedó en el suelo y me fui a casa.
Por la mañana dijo mi madre: “Este enchufe está roto. Se lo diré a José para que lo arregle.” Vino José y dijo: “¿Qué pasa, María?”. “Que se ha roto el cable. ¿No lo arreglas?”. Y lo arregló.
María Santiago Visiedo
XIV
Era una noche de invierno con lluvia, truenos y relámpagos. Estaban juntos dos chicos y dos chicas, cuatro adolescentes en total. Estaban viendo una película de mucho, pero de mucho miedo. Cuando uno se levantó para ir al lavabo, la puerta del lavabo se abrió sola. Entró, hizo pis y fue a salir. Cuando iba a coger la manecilla para cerrar la puerta del lavabo, la puerta se le cerró sola. Fue corriendo hacia el comedor, se sentó en el sofá y cuando iba a contar a sus amigos lo que había pasado, de repente sonó el teléfono. Lo cogió el otro chico.
—Diga...
—Soy alguien que está dentro de la casa. Esta noche pasará algo...
—Chicos, algo va muy mal. Quien ha llamado nos amenaza con que esta noche pasará algo aquí.
Se sentaron todos juntos en el sofá y se taparon con el saco de dormir.
El casete se puso en marcha; la televisión se encendió sola. La ventana del altillo de la casa se abría y se cerraba golpeando (pon, pon, pon...).
Los cuatro estaban muy asustados; no sabían qué hacer. El teléfono tintineaba. En la calle un coche hacía bum, bum, bum... Y así todo el rato.
Se veían ojos parpadear como en el cuento de la película Blancanieves y los siete enanitos (que fue la primera película de dibujos que se produjo en el mundo).
Pasaban cosas muy extrañas. Entonces aparecieron la niña de El exorcista y el niño de Scrym. El de Scrym iba con un hacha en la mano y la niña de El exorcista vomitaba un líquido verde.
Los chicos, asustados, empezaron a decir:
—¡Socorro, socorro! Que alguien nos ayude. Nos van a matar.
La niña dice:
—¿Has visto lo que ha hecho la cochina de Tamara?
Y Tamara se enfadó y con gracia contestó:
—No cambié, no cambié, no cambié... Sigo siendo la misma pero yo no sufro por tu querer...
Y de pronto, todos se pusieron a bailar... Y entró Tamara cantando por el balcón. Y todos vieron juntos la tele, porque la película ya se había acabado.
Mª Teresa Alba Torres
XV
Un día, en un pueblo, en una casa muy extraña que había al lado de un colegio (se veía desde la tercera rama del pino más alto del patio, donde estaba nuestro club, TOP SECRET, de la hora del patio), al salir de clase, nos acercamos a la casa. Al acercarnos oímos que sonó el teléfono.
—Sí, señor. Haré que se rebelen todos los aparatos contra los humanos. (Era la dueña de la herboristería del pueblo.) Sí, el día 13 de octubre será el de la rebelión de los aparatos.
Entonces, tras escuchar a la malvada señora, nosotros salimos corriendo a avisar a nuestros familiares y amigos para que se prepararan. No nos creía nadie. Y ya era justamente el día 13 de octubre.
—¡Oh! Tenemos que hacer algo. Los aparatos ya han comenzado a destruir a los humanos por todo el pueblo.
—¡Qué catástrofe!
Las planchas comenzaban a dar coletazos con el cable y a dar con la punta en los tobillos; las neveras iban tirando la comida como si fueran misiles; los hornos y las secadoras hacían que los humanos se resfriaran; los microondas comenzaban a tirar rayos para destruir los edificios; los aparatos de radio se ponían a todo volumen y hacían estallar los tímpanos y dejaban sordos a todos...
No sabíamos qué hacer, pero el club Top Secret tenía que actuar. De pronto, César tuvo una idea. Todos nos quedamos sorprendidos porque César había tenido una idea, pero así había sido.
Cogimos una cuerda del garaje y fuimos a la herboristería a ver a la señora malvada. La cogimos por sorpresa y la hicimos parar todos los aparatos. Y así fue. La llevamos a la cárcel y no la volvimos a ver más.
Marta Rodríguez Iglesias
XVI
María era una niña muy bruta. Era la más fuerte del colegio y pegaba a todo el mundo. Todos los niños le tenían mucho miedo y las niñas siempre iban detrás de ella. María lo odiaba todo. Odiaba el colegio y a la gente, pero sobre todo odiaba la cocina, jamás se hubiera dignado a cocinar en la vida, lo veía tan femenino que le daba asco.
Un día, Carmen, su madre, enfermó, pero esperaba contar con su hija para lo que fuese (la veía tan fuerte y tan lista que se imaginaba que podría apañárselas sin su ayuda). A la única persona que María quería era a su madre, así que se esforzó como pudo. A la hora de comer, la madre de María le pidió un bistec con alioli. Para su comodidad y para poder hacer más cantidad usó el túrmix. María no sabía cómo funcionaba y, como era tan bruta, empezó a darle golpes hasta partirlo en dos. No pudo hacer nada. Aunque había estado tan delgada como una escoba durante algún tiempo, Carmen se recuperó, pero María estaba débil por no comer y perdió fuerzas.
Una noche, a las 4.25 de la madrugada, María estaba despierta. Presentía algo. De golpe y porrazo apareció el túrmix roto funcionando, pero María no podía moverse, ¡se había quedado inmóvil! El túrmix cada vez se iba acercando más y su cable se iba enrollando en el cuello de María. Cada vez apretaba más fuerte. Cuando estaba a punto de partírselo...
—¡Ah! —gritó María.
Todo había sido un sueño, nada más que un sueño, pero un sueño que cambió la vida de María...
Virginia Zaldívar Puigmal
XVII
¿Es una tragedia? Mi televisor no se quiere encender. Pero cuando lo enciendo, mi mesa se ha ido a la calle y mi silla ha tenido hijos. Y yo, al final, he tenido que irme de casa.
Cristian Martínez Cabezuelo
XVIII
Un día entré en mi casa y vi que los aparatos andaban de un lado para otro. La mesa se espatarraba, los muebles se movían sin parar... Cuando yo me movía, todos vinieron hacia mí. Los relojes pitaban sin parar, no se paraban. No los podía parar. Eran muchísimos...
Tatiana Gómez Montalbán
XIX
Me desperté. Me había quedado dormido delante de la televisión mientras miraba la película. Cuando me fui a acostar, escuché un estallido enorme, como si un cohete espacial acabara de despegar. Ese ruido me quitó el sueño; por eso fui a dar un paseo por el parque. Eran las doce y un minuto cuando me encontré a Charlie y a Mabel. Habían salido por la misma razón que yo. Todos ellos escucharon el estallido. Después de charlar un rato nos fuimos a casa.
Eran las once. Un enorme cable que me enredaba las piernas me hizo despertar. Se movía como si estuviera vivo. Al final pude llegar, arrastrándome, hasta unas tijeras; las usé para cortarlo. Me asomé por la ventana. Todo el mundo obedecía las instrucciones de unas máquinas que parecían pensar por sí solas. Até todas las máquinas de casa con cuerdas. En el momento en que acabé sonó el timbre. Eran Charlie y Mabel. Eran las únicas personas, aparte de mí, que no obedecían a las máquinas. Charlie entró histérico y aterrorizado. Exclamó: “¿Qué haemos? ¿Qué... qué... qué ha pasado?”, tartamudeó.
Le contesté: “No lo sé. Pero pase lo que pase estamos aquí para averiguarlo.”
Mientras caminábamos por la calle, un presentimiento me daba golpes una vez tras otra en la cabeza hasta hacerme detener sobre la tapadera de una cloaca.
Una vez dentro de la cloaca seguimos andando hasta un sitio impresionante. Parecía una fortaleza, estaba llena de cámaras de vigilancia y de minas. Para pasar desapercibidos nos camuflamos en el agua hasta haber dejado atrás las cámaras. En la siguiente sala había un montón de máquinas que no podían pensar ni moverse por sí solas. En una esquina había una especie de ordenador con piernas y brazos articulados. Se giró y me vio. Entonces salimos corriendo hasta que una voz nos detuvo: “Tranquilos, estoy de vuestra parte. Preguntadme lo que queráis.” Intrigado, pregunté: “¿Qué ha pasado?”. Me contestó: “Os lo explicaré. Todo empezó hace veinte años. Un inventor llamado Frenc Cruli inventó una máquina con inteligencia artificial. La máquina se negaba a cooperar hasta que Frenc la dio por mala. Esa máquina se llamaba I.A. y la tiraron a la cloaca. Más tarde esa máquina se dedicó a fabricar aparatos para que le trajesen materiales del exterior, así hasta tener un número mayor que las personas. Una vez hecho esto, I. A. construyó un satélite. Aquello que escuchasteis por la noche fue el lanzamiento del satélite y a las doce en punto fueron enviadas unas ondas desde el satélite para esclavizar a las personas y a las máquinas que hay dentro de las casas. La única manera de acabar con todo eso es ir destruyendo las cloacas o el satélite. Vosotros estabais fuera, por eso no os afectó.
—Y tú, ¿por qué estas con nosotros? —le pregunté.
Contestó:
—Soy una máquina, pero antes al menos me utilizaban y me sentía vivo. Ahora en cambio me siento más muerto que antes.
Mabel se apoyó... Le pregunté:
—¿Qué haces?
—Nada —contestó—. Tan sólo me he apoyado sobre... ¡El botón de autodestrucción!
Antes de los cinco segundos que tardó la explosión ya estábamos fuera. Una enorme expansión de fuego tan grande que hizo saltar la tapadera a tres metros de altura.
Después todo volvió a la normalidad. Desde entonces las máquinas ya no piensan por sí mismas, al menos eso creo.
Víctor Santos Jurado
XX
Una vez fue un hombre a su casa y vio que la lámpara había cambiado de sitio y andaba bailando, y el mueble del comedor estaba cantando. El pobre hombre no sabía lo que podía hacer y dijo: “¿Me estoy volviendo loco o son los muebles y la lámpara?” Y dijo: “Voy a ir al hospital a ver si estoy loco”. Y fue. A las dos horas, volvió a casa y dijo: “Creo que se me va la cabeza, Os voy a tirar a la basura.” Y al final, los tiró. Pero fueron otra vez a la casa del hombre y él dijo: “Tengo que pensar en algo para acabar con esto.” Y rumió así durante horas: “¿Qué hago? ¿Qué hago? ¿Qué hago?... Ya sé. Lo que tengo que hacer: si los quemo, no volverán, supongo.” Y entonces quemó todos los muebles menos la lámpara, porque la lámpara era de hierro. Y dijo: “Tengo que hacer algo para librarme de esa lámpara.” Y pensó en cortarla. Y al final lo hizo. Y así vivió el hombre.
Gregorio García Pérez