Talento

per Institut Puig Castellar darrera modificació 2020-04-24T19:18:54+01:00

Talento

 

Mientras preparo mi modesta aportación al “Fem matemàtiques” me viene a la mente una escena que sucedió hace años. Jonathan era por aquel entonces un joven que acababa de realizar el servicio militar en Ceuta y que, una vez libre de sus deberes como soldado, se había puesto a trabajar de albañil en Santa Coloma de Gramenet  y había comenzado a asistir a las clases de bachillerato nocturno. Quiso la fortuna que yo le tuviera como alumno en la asignatura de matemáticas. Según me confesó más tarde, una vez acabada la EGB, se había matriculado cuatro años seguidos en primero de BUP. Durante ese largo periodo de tiempo nunca había pisado una clase. Se quedaba conversando con los colegas, fumando y bebiendo en una plaza. Ni sus profesores, ni sus padres, lograron persuadirle de que cambiara de actitud. Dejó los estudios. Con este historial a sus espaldas, no es de extrañar que a principio de curso su nivel fuese nulo, aunque pronto nos maravilló a todos con su ingenio y su talento natural para las matemáticas.

Un buen día, otro de mis alumnos me pidió que hiciéramos un problema que le había planteado el padre de su novia: “Una madre tiene veintiún años más que su hijo y dentro de seis años la edad de la madre será cinco veces mayor que la del hijo. ¿Dónde está el padre?”. Todo el mundo se quedó paralizado por el estupor. Todos menos Jonathan, que al cabo de unos segundos contestó riendo: “Haciendo el amor. Claro. Haciendo el amor con la madre”. Dos alumnas, situadas en la primera fila se lanzaron una mirada cómplice que interpreté rápidamente. Algo así como “Estos tíos. Siempre pensando en lo mismo”. Me dispuse a lanzar un improperio a Jonathan, pensando que estaba de cachondeo, pero no me dejó. Muy seguro de sí mismo prosiguió en un tono serio: “el niño tiene menos tres cuartos de año, o sea, menos nueve meses, así que imagine, profe, lo que está haciendo el padre” Y, para justificar su respuesta, la emprendió con toda una serie de malabarismos mentales; una versión ingeniosa, pero caótica de la cuenta de la vieja. En un tono que no admitía réplica interrumpí sus explicaciones: ”Llevamos cinco semanas estudiando ecuaciones y sistemas, Jonathan. ¿Podrías hacer un esfuerzo y expresarte en lenguaje algebraico?” “Podría intentarlo– me contestó en un tono que no me gustó mucho- pero usted nos ha dicho que tenemos que ir siempre al final del enunciado y buscar la incógnita, o sea, la pregunta que nos hacen y, en este problema, la pregunta es -¿Dónde está el padre?- ,pero las incógnitas son x, la edad de la madre, e y, la del hijo”. “También os he dicho –interrumpí yo- que siempre es una palabra muy larga que no deben emplear, si no quieren equivocarse, ni siquiera los licenciados en Ciencias Exactas”.

Él también lo es ahora. Licenciado en Exactas, quiero decir. Me enteré hace poco, porque me vino a saludar al instituto. Una de esas visitas que te compensan de los innumerables sinsabores de esta profesión. Había acabado la carrera en cinco años y sin dejar de trabajar de albañil. El que haya asomado la nariz alguna vez por una facultad de matemáticas sabrá perfectamente a qué me estoy refiriendo. Pocos días más tarde comíamos juntos en un restaurante del casco antiguo de Barcelona. La zona es bastante cutre, pero la comida excelente. Allí le confesé lo sorprendido que me quedé años atrás por el hecho de que en unos pocos días hubiera sido capaz de dominar a la perfección la teoría y la práctica de los determinantes. “Hay que reconocer que tuvo cierto mérito –me respondió algo ruborizado- sobre todo teniendo en cuenta que a principios de curso no sabía nada de nada” y concluyó con una sonrisa entre tímida e inteligente: “Es la maravillosa función que cumplen los estudios nocturnos: dar una segunda oportunidad a vagos y maleantes como yo. Recuperar inteligencias perdidas”. Recordamos también cómo resolvió el famoso problema: La primera ecuación que planteó, expresaba el hecho de que la madre tenía veintiún años más que el hijo:  . La segunda, que dentro de seis años la edad de la madre sería cinco veces mayor que la del hijo: . Le costó un poco de trabajo preparar el sistema para poder aplicar el método de Cramer, es decir, convertir la primera ecuación en y la segunda en  , o bien, en, con lo que obtuvo el sistema:

. El resto fue coser y cantar:

años. Es decir, veinte años y tres meses. años. Es decir, menos nueve meses.

Seguramente por temor a que yo me ofendiera, no se atrevió a decirme, hasta los postres, cuando ya casi habíamos dado cuenta de una botella de Yllera, que había sido profesor sustituto durante unos meses en la actual secundaria en uno de esos suburbios donde Badalona y Santa Coloma se funden sin dejar ni un solo resquicio a la esperanza, pero que ahora trabajaba en una empresa de telecomunicaciones. “No podía resistirlo –me confesó”. “Pues anda que si tú no podías- le dije- tú que has nacido en ese barrio y que a su edad te comportabas más o menos como ellos, cómo lo estará pasando la profesora de francés con su inconfundible acento de la parte alta de la calle Balmes”. Nos despedimos a la salida del restaurante. Bajé la calle pensando: ”¿Cómo es posible que esta mente preclara fracasara en diurno?” Al doblar una esquina, me di de narices con el fragor inconfundible de la salida de los niños de una escuela de primaria. Me sobresaltó un chillido de frenos. Un niño acababa de salvarse por los pelos de ser atropellado por un coche. Había intentado cruzar la calle sin mirar y a la carrera. Su madre, a un metro escaso de donde yo estaba, casi me dejó sordo: “ ¡Jonathan! Si vuelve a crusá la calle sin mirá, te via partí l’alma”.

 

Nota: Este texto está extraído de Jesús Villagrá, ¿Matemágicas o Matetrágicas?. Barcelona, Montesinos (Biblioteca de divulgación temática), 2004.

[Aquest article va estar publicat al núm. 27 de la revista Sota el cel del Puig, març de 2007.]