Carme Muñoz: "El IES Parc de l'Escorxador en El País de los Estudiantes"
El IES “Parc de l’Escorxador” en El País de los Estudiantes
CARME MUÑOZ GIMENO
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| Un anuncio en color, a toda página, en un periódico del domingo fue mi primer contacto con “El país de los estudiantes”. Separé la hoja y la guardé, con la intención de leerlo con calma pues el eslogan no me pareció demasiado explícito: “Si eres profesor, mira lo que hemos preparado para ti”. La información era escasa pero remitía a una página web donde ampliarla. Disponía de tiempo pues apenas habían empezado las vacaciones de Navidad; era un 22 de diciembre. Más tarde vinieron las llamadas de algún compañero y amigo que, sabiendo de mi afición al trabajo con la prensa en clase, me avisaron de que habían visto el anuncio. Tenían en mente, con toda seguridad, las repetidas ediciones del periódico escolar El farol del IES “Parc de l’Escorxador” que tuvo continuidad hasta que desapareció el anterior bachillerato y con él la oferta de Autoedición dentro de las opciones de EATP y del que todos nos sentíamos orgullosos porque con él que se había obtenido un premio otorgado por el Museo de Artes Gráficas de Barcelona; aunque también recordaban el más reciente Quorum del que sólo llegó a salir un número en doble formato papel y electrónico gracias al esfuerzo de un grupo de alumnos de los últimos cursos de BUP y COU que dedicaban parte de los viernes por la tarde para llegarlo a editar.
En la página web se exponían las líneas maestras del programa: El periódico El País, ponía en marcha un proyecto con el que se sumaba a los docentes en el interés por fomentar el hábito de lectura entre los alumnos de todos los niveles educativos y en el propósito de conectarlos con los acontecimientos diarios de actualidad.
Como el periodo vacacional me había hecho pensar en las posibilidades que el proyecto ofrecía y en cómo podrían llevarse a cabo, me inscribí, antes de que me hicieran llegar la carpeta informativa que el periódico había enviado al centro, un par de semanas después de que se iniciara el siguiente trimestre. La verdad, no añadía mucha más información que el anuncio y conducía, por supuesto, a la página web.
La experiencia que “El País” proponía estaba abierta a todos los niveles educativos no universitarios: desde la enseñanza primaria hasta el bachillerato. Lo óptimo habría sido formar un equipo con alumnos de 3ºde ESO, curso en que se trabajan los medios de comunicación y, en especial, el uso de la lengua en la prensa, pero no impartía ningún grupo en ese nivel, de manera que opté por proponérselo a mis alumnos de 4º, que el año anterior tuvieron sus primeros contactos serios con el lenguaje periodístico. Así que fue a ellos a quienes les plantee la posibilidad de participar de forma absolutamente voluntaria. Hacía días que ya había caído en la cuenta de que se podían incluir como actividad en un crédito variable que había de impartir en el tercer trimestre, siempre que me llegara la confirmación de que estábamos admitidos en el proyecto.
Llegué, además, al compromiso, con el consentimiento de la dirección del centro, de que serían estos alumnos y no otros los que se seleccionarían para el CV vinculado al uso de Internet que yo misma había de impartir y en el que dedicaríamos un tiempo a la creación de nuestro ejemplar de periódico para la participación en el I Certamen Nacional de El País de los Estudiantes. Los días pasaban y, a pesar de no llegar noticias, empezamos a intercambiar opiniones sobre lo que se podría hacer y a trabajar en la organización de equipos por las secciones que estábamos obligados a crear: Ciencia y tecnología, Tu comunidad, Sociedad y cultura, Medio Ambiente y, por supuesto, Portada.; a lo que había que añadir un tema de libre elección. El equipo quedó constituido por los 20 alumnos del CV pero las solicitudes de participación en el proyecto eran bastantes más. Los 10 alumnos restantes se eligieron en función de las secciones que menos cubiertas estaban. El equipo formado era bastante heterogéneo: jóvenes procedentes de todos los grupos de 4º de ESO con intereses diversos y también distintos resultados académicos; tenían en común la voluntad de participar en un proyecto común que les supondría un esfuerzo adicional en horas y dedicación.
He de advertir que la participación del IES “Parc de l’Escorxador” en El País de los Estudiantes no se puede considerar estándar porque una serie de problemas retrasó nuestra incorporación al proyecto. Para empezar, nunca llegaba la confirmación de que podíamos entrar en la página para tener acceso a los materiales que el profesor y los alumnos debían consultar. Los días pasaban, todo se suponía iniciado y nosotros seguíamos parados y sin noticias. Finalmente, me decidí a llamar para saber en qué situación nos encontrábamos. Tras un safari telefónico conseguí saber que no se nos consideraba inscritos. Realmente la situación era incómoda, no tanto para mí, como para el grupo de alumnos que andaba ya ilusionado después de algunas reuniones preparatorias que ya habíamos mantenido. La copia y el registro del fax enviado para la inscripción dio pista sobre nuestro rastro y abrió un nuevo compás de espera: necesitábamos claves de acceso, se nos había de mandar el material de trabajo y el centro tenía que recibir ejemplares del diario para trabajar en clase.
Éstos fueron los primeros en llegar: cinco ejemplares con los que se suponía que teníamos que trabajar los 30 alumnos inscritos en el proyecto. Cómo no tenía referencias de cuántos se recibían en otros centros – 30, uno por alumno incrito, según he sabido después - diseñé una estrategia para su consulta: los cinco se prestarían para hojear a lo largo de la mañana; al término de la cual dos se quedarían en el centro, en una improvisada hemeroteca y los tres restantes se repartirían entre los alumnos, en hojas sueltas que se llevarían los diversos equipos de las secciones para cubrir sus necesidades de información. Si bien ésta no era la situación ideal, sí dio los resultados esperados porque se suscitó el interés por ver la información de primera página y echar un repaso rápido al periódico al tiempo que las páginas interiores, de las secciones, eran leídas con mayor detenimiento. Por tanto, el primer contacto que cualquier lector tiene con el periódico se convirtió en un hábito diario. Más adelante, cuando ya tenía cada redactor definido su tema e iba bastante avanzada la creación de los textos escritos, el interés por tener el periódico entre manos sólo se mantuvo en parte del grupo y, en ocasiones, algunos alumnos sólo lo pedían para echar un vistazo a lo que más les interesaba... los deportes, los lunes.
Empezamos a trabajar de forma efectiva pasada Semana Santa; la carta con la clave nos llegó en Abril. Disponíamos de un aula de informática, dotada con diez ordenadores, conectados en red y empleando una línea ADSL, a la que accedíamos tres veces por semana, en horas asignadas, 20 de las 30 personas que formábamos el equipo. Las características del aula nos habrían permitido un alto rendimiento si no nos hubieran surgido nuevas dificultades: la saturación de la red (los ordenadores conectaban con lentitud y se navegaba sin viento) y el exceso de personas trabajando simultáneamente en el programa on-line facilitado por El País. Lo primero dificultaba de por sí el trabajo e impedía que el proceso de consulta se llevara adecuadamente puesto que nuestros medios de obtención de información eran básicamente dos: los periódicos impresos que nos llegaban diariamente (salvo sábados y domingos) y los periódicos electrónicos que se repasaban en la red. El método de consulta como ya se ha indicado pasaba primero por la lectura del ejemplar impreso y, posteriormente, las noticias, crónicas o reportajes que tenían cierto interés para alguno de los redactores eran localizados en otros periódicos para, finalmente, ampliar los datos en otras fuentes de internet (enciclopedias on-line, portales especializados, páginas específicas...).
El equipo tuvo que adaptarse a dos formas de trabajo distintas, la que emanaba del grupo-clase y los diez miembros restantes que se incorporaban en las horas fuera del marco horario del centro o en contacto permanente con otros miembros de la seccción y con el profesora coordinadora. Los otros 20 alumnos empezamos a trabajar tan pronto como tuvimos la contraseña. Las dos primeras sesiones de aula se dedicaron a la familiarización con el programa y al aprendizaje y consolidación de la navegación en Internet: se realizaron una serie de prácticas sobre dónde y cómo buscar información. Un número importante de horas de trabajo se invirtió en el proceso de documentación (resultó especialmente difícil fijar los temas, elegir el género periodístico darle orientación adecuada), creación y corrección del texto. Los redactores compartían el proceso de documentación, buscaban, seleccionaban, comentaban pero cada uno, salvo casos muy concretos, quería tener su propio escrito. Por esta razón, algunos completaban en casa los materiales, me los enviaban por correo electrónico y se los devolvía corregidos. Los textos finales eran el resultado de un largo proceso de idas y venidas de un texto del alumno al profesor (podéis imaginar la inversión en tiempo añadido), de sugerencias de cambios y de corrección en pantalla durante la clase. El uso del correo electrónico hizo más fluido un proceso que de otra manera no habría llegado al fin que tuvo: nuestro periódico se hizo en quince días, incluyendo dos viernes por la tarde y dos sábados por la mañana, sesiones a las que voluntariamente asistían sólo algunos de los alumnos inscritos en la experiencia.
Durante las primeras sesiones los compaginadores se ocuparon de elaborar un diseño de periódico, leerse los manuales, familiarizarse con el programa y realizar las primeras pruebas... Dieron indicaciones a los redactores de qué estructura había de tener el texto definitivo para que su trabajo resultara lo más sencillo posible dada la complejidad que suponía montar en una misma página títulos, textos e imágenes de cada uno de los redactores y completarla con unidades de publicidad. Cada redactor recibió del equipo de maquetadores indicaciones del aspecto que debía tener cada una de las partes de su texto (familia, cuerpo y tipo de letra); parecía evidente que estas características serían respetadas por el programa pero no fue así. La primera decepción de los compaginadores vino cuando descubrieron que el programa sobre el que se trabajaba era tan cerrado que no permitía ni siquiera elegir la familia de letra con la que se quería componer las diferentes partes del titular, la entrada, el cuerpo de texto o la línea de data. Este era pues un gran impedimento porque daba al traste con todo el diseño que se tenía. Como no acababan de creérselo empezaron a visitar las páginas de otros centros y descubrieron que en todas ellas no variaba el tipo de letra. Definitivamente habría que usar el ingenio si se querían aplicar todas las convenciones de las que hablaba el Libro de estilo de El País que estábamos obligados a consultar y de las que ya se había tratado durante dos trimestres el año anterior al estudiar el lenguaje de la prensa y se habían aplicado, incluso, en la creación de periódicos de aula en un procesador de textos.
Así que parte de la documentación obtenida en la web y reproducida en el interior de la carpeta no fue empleada en su totalidad, a pesar de su interés porque en ella se trataban contenidos referentes a la organización del equipo a manera de la redacción de un periódico y a la exposición de las formas de trabajo en ésta. Materiales que, por otra parte, están confeccionados con un gran sentido común y que, seguramente, en otras condiciones, se habrían tenido en cuenta. Los tutoriales que aún ahora pueden consultarse en la web de El País de los estudiantes, recientemente actualizada, constituyen un interesante material de trabajo, tanto para el profesor de lengua como para los docentes de otras materias. Lamentablemente, no hicimos uso de ellos, pero no prescindiré de ellos la próxima vez y planificaré cómo incorporarlos en las sesiones de tercer curso de la ESO, donde la prensa sigue ocupando un lugar destacado como contenido. Los Boletines mensuales que llegaron pasaron también a formar parte de nuestra hemeroteca, que iba creciendo día a día y fueron material de inspiración y consulta. A lo que sí se dio distinto uso fue al Libro de estilo pues se sugirió a todo el grupo que se leyera con detenimiento, juntamente con el Manual de funcionamiento del programa que describía el uso de las cajas, cómo había que asignarlas a los redactores, distribuirlas en el espacio de la página y llenarlas de contenido. Ambos documentos, con una redacción clara y explícita, fueron de gran utilidad y facilitaron tanto la tarea de redactores como la de compaginadores
Tras la primeras pruebas se empezó a diseñar una estrategia para mejorar evitar las restricciones que imponía el programa y mejorar su rendimiento: así pues, se empleaban cajas de subtítulo para citas extraídas, guiones bajos para trazar corondeles de separación horizontal, cajas de publicidad para insertar imágenes, imágenes para introducir textos en color.... En cambio, nos fue por entonces del todo imposible saber cómo introducir el cambio en las características de la letra (familia, tipo y cuerpo o color); más adelante descubriríamos que había un método en el que no habíamos caído. Pero eso forma parte de otra historia, quizás la de la participación en una nueva convocatoria de El País de los Estudiantes. Indudablemente, la aplicación de los recursos que llegamos a deducir acarreaba un coste para la publicación: se perdían cajas de texto y agotábamos las de maquetación que se habían asignado por página: 8 de texto, 2 de imagen, 1 de publicidad. Ésta es la que salió más perjudicada porque se redujo para dar cabida a la imagen complementaria. Aunque lo intentamos, no hubo manera de introducir en la página los géneros fotográficos pues no era posible contemplar las fotonoticias ni mucho menos los reportajes gráficos como posibilidad de trabajo.
Cuando los textos estuvieron listos, se empezaron a llenar las páginas que los diseñadores habían planeado a partir de las nuevas pruebas realizadas tras los primeros intentos fallidos. Ahora eran los compaginadores los encargados de explicar a sus compañeros cómo debían utilizar el programa para incluir los textos procedentes del procesador. A cada compaginador se le asignó el asesoramiento de equipos informáticos de una misma sección, a alguno de dos secciones con objeto de liberar a dos compaginadores que quedaron exentos de este trabajo porque se dedicarían a crear el diseño de portada, empleándose especialmente en el de la cabecera y del sumario de contenidos.
Hay que hacer notar que nuestro equipo no tuvo acceso desde el principio a otras prestaciones que ofrecía la web de “El País de los estudiantes” : Cazanoticias o Cuestión de segundos porque verdaderamente estábamos manteniendo una lucha contra el tiempo y cada minuto que pasaba iba en nuestra contra. Fue en este periodo cuando se evidenciaron más las ventajas de haber participado en el proyecto: el interés por la actualidad, el ansia de perfeccionamiento de los propios escritos, el interés por leer los textos de los compañeros, el sentimiento de pertenencia a un grupo, la voluntad de cumplir los plazos establecidos. Fue también en este momento en que los alumnos tomaron un mayor contacto con el mundo exterior a través de las páginas de los periódicos y conocieron realidades y personas con los que, probablemente, nunca habrían entablado ningún tipo de relación como Fernando Fonseca, delegado de Medicos del mundo o el poeta Silvano Andrés de la Morena, entre otros. El proyecto se abrió como una ventana al exterior en un enfebrecido sueño por llegar a tiempo.
En nuestra carrera contrarreloj era prioritario propiciar una estrategia de cara a completar el periódico en relación a las bases: como era necesario tener sólo una página por sección, fueron las primeras de cada una las que se compusieron; se eligió por el interés que suscitaban los temas y los textos más impactantes. A continuación vino la selección de imágenes: algunas se confeccionaron especialmente, otras se capturaron de la red y se modificaron; la premura y la lentitud de navegación en la página de “El país de los Estudiantes” nos hizo descartar la posibilidad de usar las imágenes que el periódico ponía a disposición de todos los participantes. A estas alturas seguíamos sin nombre en la cabecera hasta que una tarde surgió de una alocada lluvia de ideas: “El matiz en el ojo del huracán”. Mantuvimos en local las páginas hasta el último momento y nos decidimos a colgarlas el día antes de que se cumpliera el plazo previsto, fuera de horario escolar, porque a esas horas la red funcionaba a mayor rendimiento. A medida que se iban teniendo las páginas a la vista, se iban completando las secciones. Logramos tener un buen ejemplar: tres páginas en cada sección. Por fin, a las cinco de la tarde del viernes 26 de Abril dábamos el periódico por acabado.
Los miembros del equipo se llevaron una gran decepción cuando, contra todo pronóstico y, sin previo aviso, El país de los estudiantes amplió, por problemas de saturación en la red, el plazo de publicación de los periódicos. Como profesora les había estado inculcando el sentido de la responsabilidad en el trabajo, en los métodos durante todo este tiempo, como cualquier otro educador hubiera hecho. La respuesta a la prórroga fue rotunda: no admitían en su mayoría que un periódico serio como El País incumpliera los compromisos con los que nos habíamos vinculado desde un principio y habían influido en las trayectoria de nuestro trabajo. A pesar de todo, se decidió usar el nuevo tiempo disponible para retocar y mejorar algunos aspectos con los que los maquetadores y los propios redactores no acababan de estar de acuerdo. Asimismo, se realizó una primera impresión en papel con objeto de que cada uno de los alumnos dispusiera de un ejemplar completo para leer y comentar entre todos y, si fuera posible, hacer una edición para distribuir entre el resto de alumnos del centro. Como el tamaño de la página sobrepasaba los límites del DIN-A4 fue del todo imposible que pudiéramos convertir nuestro periódico electrónico en un periódico papel. Fue entonces cuando, mediante carteles, se hizo publicidad en el instituto del periódico que estaba a la espera de veredicto. El ánimo de los miembros del equipo era esperanzado y confiado, estaban muy seguros de la corrección de su trabajo y, en este punto, sin la tensión previa, empezaron a visitar con detenimiento las páginas de otros periódicos participantes y, a partir de su lectura, valorar la posición en que nos podríamos encontrar.
La espera fue larga y tensa. Demasiado tiempo para la impaciencia juvenil y, por supuesto, la adulta. Finalmente el domingo 2 de junio, apareció en la página de internet el fallo que se confirmó al día siguiente en una crónica titulada “Una cantera de plumillas”: habíamos sido seleccionados entre los 25 finalistas. En el texto se reproducían los criterios que se habían aplicado para decidir entre los 3.000 equipos participantes: “el interés de los contenidos recogidos en la publicación, la calidad de los textos redactados, el material gráfico (ilustraciones, fotos, viñetas...) elaborados por los mismos alumnos y el tratamiento de la publicidad”. El texto continuaba destacado la mirada periodística y profesional de muchos de los equipos que “han aportado datos, han investigado, han consultado con distintas fuentes y no se han limitado a refritar los textos publicados por otros periódicos” y resaltando los temas elegidos por los redactores, cuestiones cercanas (el consumo de drogas o alcohol, las nuevas tecnologías, la labor de las ONGs) y otras no tanto (el genoma humano, la globalización o el terrorismo...).
A partir de ese momento el entusiasmo fue en aumento y la creación de nuestro periódico “El matiz en el ojo del huracán” trascendió los límites de lo puramente escolar y se convertían en “textos bien escritos que, como en cualquier otro periódico informaban de forma veraz sin aburrir al lector” que podían ser consultados desde cualquier ordenador. La magia de Internet había conseguido que el trabajo metódico llevado al ámbito de escritura periodística se hubiera convertido en lo que desde un principio era un objetivo compartido por “El país” y los educadores, que la publicación de un trabajo escolar, con el incentivo de la participación en un concurso, fuera la forma de motivar el aprendizaje y reforzar contenidos además de favorecer la capacidad expositiva y reflexiva de cada uno de los miembros de un equipo a partir de la realidad con la que se había entrado en contacto a través de las páginas de la prensa. Se había contribuido de manera decisiva a la formación como ciudadanos de todos aquellos que habían participado en la experiencia. A ello se le añadieron las felicitaciones que llovieron desde todas partes, compañeros del centro, profesores, padres, personal de administración y servicios, amigos personales y, en mi caso, compañeros de profesión de otros centros. No cabíamos de gozo.
La siguiente votación, que dependía de los miembros de todos los equipos participantes, y de la que saldrían los equipos ganadores no suscitó tanto entusiasmo como la anterior. Quizás porque para ellos mismos era preciso disponer de tiempo para visitar los periódicos realizados por otros centros y tomar decisiones. Lamentablemente, no todos los alumnos disponían de un ordenador en casa para hacerlo y ya habíamos restado mucho tiempo al crédito variable. Se asignó un cuarto de hora diaria para esta actividad y realizar una votación responsable. Lo que sí hubo fue una discusión sobre cómo valorar los otros periódicos y cómo convenía votar. La decisión final fue totalmente individual, en la que cada persona debía decidir, ya al margen del equipo. Ya sólo cabía esperar. Realmente, como se decía en Una cantera de plumillas, los equipos habían respondicdo como “auténticos periodistas” y los resultados de compaginación eran excelentes, por lo que resultaba difícil hacerse esperanzas en relación al resultado final. Cuando a finales de junio, se supo el fallo del jurado, un jarro de agua fría cayó sobre los chicos y chicas. En el fondo, aunque no lo hubieran confesado en voz alta esperaban, de nuevo, aparecer entre los equipos destacados a pesar de que había estado preparando el momento durante todo el tiempo en que se estuvo esperando el fallo.
A pesar del interés de la experiencia, el paso del tiempo caerá lamentablemente sobre ella y entonces, los chicos y chicas sólo tendrán un recuerdo vago de su esfuerzo y su entusiasmo juvenil, una fotocopia de una crónica, una foto que se hicieron para la portada y poco más. No tendrán, ni siquiera el centro, una copia electrónica del periódico (que sepamos no era posible hacerla), ni un ejemplar en papel en que se lea completa cada página, ni tan sólo una hoja que acredite su participación en el proyecto y su papel destacado como finalistas. ¡Con lo barato que resulta y lo estimulante que puede llegar a ser! De momento aún pueden acceder a la página de “El País de los estudiantes “ para ver cómo su trabajo y el otros esforzados equipos sigue en la red y, cada vez que lo hagan, sabrán que otros chicos y chicas como ellos y algunos profesores seguimos interesados en leer y escribir, en estar al tanto de la actualidad.
Eso sí, la experiencia ha animado a algunos miembros del equipo a buscar continuidad como grupo, ya no sólo con objeto de participar en un nuevo certamen de parecidas características sino en la intención de crear un periódico electrónico propio que no esté sometido a tantas limitaciones técnicas. Y de hecho, en las últimas sesiones de clase – que ahora ya dedicábamos al conocimiento de la literatura a través de Internet – se empezó a planear cómo se organizaría desde el principio de curso, quiénes estarían dispuestos a seguir en la brecha, qué secciones se abrirían, cuándo nos reuniríamos y en qué momento empezaríamos a trabajar. Como los finales de curso son siempre duros, dejamos la decisión aplazada hasta Septiembre, cuando volviéramos a coincidir por el inicio de un nuevo curso académico.
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