Poderes fraudulentos
Poderes fraudulentos
Carlos J. Álvarez, La parapsicología, ¡vaya timo! Ediciones Laetoli, Pamplona, 2007, 132 páginas.
El gran escapista e ilusionista Harry Houdini, nacido en Budapest en 1874 y fallecido en Detroit 52 años después, llegó a contratar los servicios de una médium para contactar con su difunda madre. Sin éxito. Rápidamente se dio cuenta de que la levitación de objetos, los ruidos del más allá y las apariciones extraordinarias eran trucos que él mismo podía realizar sin demasiados problemas. Desde entonces empleó sus conocimientos sobre magia para exponer a la luz pública los trucos inconfesados de los espiritistas. Houdini colaboró en una iniciativa que ofrecía dinero a quien demostrara sus poderes sobrenaturales. Nadie consiguió cobrar la recompensa. No ha sido la única vez y eso que el conjunto de seres con poderes “extraordinarios” está densamente poblado: telequinesia, zahoríes feng shui, futurólogos, viajeros astrales, iluminados, personas que contactan con alienígenas, videntes, brujos, espiritistas, mentalistas con grandes poderes, curanderos fideistas, levitadores del propio cuerpo, teletransportación a domicilio, auras, control del dolor de quienes caminan por brasas ardientes, efecto ideomotor.
James Randi, el increíble Randi, nació en Toronto en 1928, dos años después de la muerte de Houdini. Es también un mago, muy conocido en los ambientes escépticos, que se ha empeñado en desenmascarar a charlatanes disfrazados de videntes, curanderos o subespecies afines. Durante un programa de radio en 1964, un parapsicólogo le retó a apostar su propio dinero si tan seguro estaba de su posición incrédula. Randi no se contuvo y ofreció 1.000 $USA de su propio bolsillo a cualquiera que pudiera demostrar empíricamente, y con fiabilidad controlada, sus poderes sobrenaturales (La revista Scientific American había ofrecido una cantidad similar en los años veinte). El premio se incrementó hace apenas diez años. El “desafió paranormal del millón de dólares” se lanzó el 6 de marzo de 1998 con aportaciones de escépticos de todo el mundo.
Las pruebas exigidas parte de una consideración razonable señalada hace 250 años por David Hume: una teoría o idea extraordinaria requiere también pruebas extraordinarias. Pues bien, de esas pruebas demostrativas no se tienen noticias. De los más de mil candidatos hasta ahora presentados para conseguir el escéptico premio millonario, ninguno ha conseguido superar ni siquiera las pruebas preliminares. Insisto: ni las preliminares. El resultado del desafío evidencia de que, bajo condiciones adecuadas de observación y control, cualquier supuesta habilidad extraordinaria se convierte en lo que cabe sospechar de entrada: en un fraude, consciente e inconsciente. Es plausible creer que una mayoría de las personas que se creen dotadas de poderes especiales ni tan siquiera se hayan parado a pensar que pueden estar engañando con sus afirmaciones y pretensiones. Admitámoslo. En la mayoría de los casos. Pero no siempre. Uri Geller, al que Carlos J. Álvarez dedica páginas informadas en su magnífico y recomendable ensayo, ha rechazado en más de una ocasión ser sometido a ningún tipo de prueba. No es el único caso. Otros autores, con supuestos poderes especiales y reales ganancias extraordinarias, ni siquiera admiten críticas y echan mano, si les es necesario, del aparato del Estado para defender sus posiciones. Un ejemplo.
Luis Alfonso Gómez fue condenado, a principios de agosto de 2007, a indemnizar a Juan José Benítez con 6.000 euros. La cantidad demandada inicialmente era de 80.000 euros, además de la retirada de la web de El Correo digital de los 13 textos en los que Gómez había examinado con buena arista crítica y envidiable paciencia la verosimilitud de las afirmaciones de Benítez. Gómez había defendido en sus artículos que si alguien se gana a vida con afirmaciones como las vertidas por Juan José Benítez en su programa Planeta encantado –una serie emitida por Televisión española, una televisión pública como es sabido- puede afirmarse, sin excesivo riesgo de error, que su negocio se basa en la mentira, el engaño y la tergiversación. ¿A qué afirmaciones se refería Gómez? Las siguientes: que existían pruebas de que el hombre había convivido con los dinosaurios, que un poder mágico había permitido transportar las estatuas de la isla de Pascua hasta su ubicación definitiva, que seres de Orión levantaran las pirámides de Egipto, que los astronautas del Apolo II encontraron ruinas extraterrestres en la Luna, que Jesús se sentó en el Coliseo romano (70-80 d. C) años después de que el edificio existiera.
Las historias probatorias, sin embargo, no son siempre descartables de entrada. Álvarez cuenta, por ejemplo (pp. 44 y ss.), que en la década de 1970, dos físicos del Stanford Research Institut, Russell Targ y Harold Puthoff, publicaron un artículo en Nature, en Nature nada menos, donde presentaban pruebas de una capacidad humana llamada VR, visión remota. Se trataba de una habilidad para percibir informaciones de lugares lejanos por medios no sensoriales y no conocidos. Según los autores, esa habilidad estaba al alcance de cualquiera. David Marks, un psicólogo de la City University de Londres, pudo probar años más tarde la debilidad de las pruebas presentadas. De este modo, la parapsicología que investiga supuestos fenómenos como la telepatía, la telequinesia o las psicofonías, sumaría un nuevo fracaso.
Los timadores directos, en todo caso, son otra cosa. Uri Geller es un ejemplo conocido. En nuestro país apareció, en 1975, con indudable éxito en un programa televisivo. Media España se paralizó contemplando sus extraordinarios poderes: cucharas que se doblaban, relojes parados que se ponían en funcionamiento, etc. El desenmascaramiento de sus falsas capacidades ocurrió al intervenir en un programa de máxima audiencia de la televisión norteamericana, Tonight Show. Su director Johnny Carson, ilusionista aficionado, pidió consejo a Randi, quien colaboró sin dudarlo. Le dijeron a Geller que lo iban a entrevistar y, sin que lo supiera, ellos mismos prepararon cucharas, relojes y recipientes para que adivinara cuáles estaban llenos de agua y cuáles no. Nadie del equipo del “psíquico” tocó o pudo manipular los objetos esta vez. Geller no salía de su sorpresa. No consiguió superar ninguna de las pruebas que se le pedía. Alegó que se sentía presionado, afirmó que esa noche se sentía débil y que, por tanto, sus poderes no funcionaban. Aquel día se demostró claramente, ante 40 millones de telespectadores, que cuando se controlaba su material, cuando no había posibilidad de “prepararlo” por sus ayudantes, sus poderes desaparecían. Curiosamente, aunque la estela de Geller declinó durante un tiempo, a pesar de lo visto y conocido volvió a resurgir nuevamente tiempo después.
Álvarez recuerda (p. 65) un artículo crítico de la parapsicología de George R. Price aparecido en 1955 en Science. El argumento de Price sigue valiendo. Si los poderes sobrenaturales que defiende la parapsicología fueran reales, se violarían un número considerable de principios asentados que subyacen a todas las ciencias. Así, que las señales se atenúan con la distancia, que se bloquean si se interpone un escudo apropiado, que las causas preceden a los efectos. Si las PES (Percepción Extra Sensorial) existiera realmente, señalaba Price, su explicación debería estar en la magia y no en alguna ley oculta de la naturaleza porque sus mecanismos serían contradictorios con todas las leyes que rigen el resto de las ciencias. Los poderes mentales del tipo de la PES o la telequinesia, por ejemplo, van en dirección contraria de las leyes de la termodinámica y la conservación de la energía. ¿De dónde surgiría sino la energía que provoca el movimiento de objetos o los fenómenos PES?
La parapsicología ¡vaya timo! está dividido en cuatro capítulos –“Cerebro y mente”, “Ciencia y poderes paranormales”, “La parapsicología, una pseudociencia ‘científica” y “Parapsicología de la vida cotidiana”- y un breve cierre con conclusiones. Álvarez presenta, discute y refuta en el capítulo 4º algunas de las consideraciones usuales en torno a temas como la telepatía, la intuición y el sexto sentido, la adivinación, del fenómeno del déjà vu o al mito del uso del 10% del cerebro.
Vale la pena destacar y resumir las conclusiones alcanzadas por el autor en su estudio: no existe ningún dato ni ninguna prueba contrastada que avalen la existencia de poderes mentales de tipo paranormal o parapsicológico; todos o casi todos hemos vivido situaciones anómalas a las que tendemos a dar explicaciones extravagantes en ocasiones pero, obviamente, del hecho de que no dispongamos de una explicación racional -esto es, de una explicación- de un determinado fenómeno no se infiera que deba existir una “explicación” de marchamo paranormal y, finalmente, las ciencias cognitivas, de la mente, de la conducta y del cerebro ofrecen explicaciones profundas sobre muchos de los supuestos poderes mentales de tipo paranormal. Álvarez apunta que, bien mirado, las pequeñas cosas que hacemos a diario –pensar, memorizar, hablar, escuchar- no tienen nada de mágicas ni paranormales y son, sin duda, fascinantes. Si la astrología es la pseudociencia que acompaña a la astronomía, la parapsicología es una de las pseudociencias que acompañan a la psicología. Tras más de 130 años de investigaciones, el número de pruebas contrastadas de la existencia de los llamados poderes mentales extraordinarios son las mismas que en el inicio de este largo período: ninguna, cero absoluto escala Kelvin.
En síntesis, un volumen muy recomendable que hay que añadir a la magnífica colección –“¡Vaya timo!”- que dirige Javier Armentia y que pretende ni más menos que facilitar argumentos contundentes, y además sabrosos, para pensar críticamente (id est, para pensar): la herramienta más útil que tenemos para librarnos de lo timos”, si bien, desgraciadamente, no de los timadores.
[Aquest comentari va estar publicat al número 28 de la revista Sota el cel del Puig, maig de 2008.]