Fue un año después del 68
Fue un año después del 68
No fue uno. Fueron dos los aldabonazos. París, Praga. Miles, miles de miles de jóvenes (sin exagerar ni un mil), de adultos, de mujeres, de niños (y de niñas, claro), sectores de ancianitos (as) y, sobre todo, muchos, muchísimos bebés, salieron a la calle, a pasearse a cuerpo. La hicieron, la calle, poéticamente suya. Querían cambiar el mundo y sabían que los otros mundos estaban ya en éste. Asqueados de tanta cosificación, de tanta unidimensionalidad, de tanto autoritarismo, de tanta choza y de tanto palacio, a un tiempo, dijeron, escribieron, gritaron: ¡BASTA! ¡Hasta aquí hemos llegado! Así no seguimos ni un instante más. El mundo no es mágico pero nosotros (ellos) tenemos la magia necesaria para que no sea un valle de lágrimas, sufrimientos y dolor para muchos y muchas.
No pudieron. El poder los venció. Momentáneamente. Querían prohibir las prohibiciones y los poderosos les prohibieron a ellos. Querían que la imaginación tomase el poder y fue éste quien tomó la imaginación. Querían un socialismo (no otra cosa) con rostro y cuerpo humanos y les dieron trompazos por todo su cuerpo y parte de sus rostros. Fueron derrotados. Los de siempre vencieron de nuevo. Se disponían a dominar plácidamente durante décadas y décadas. Siglos, tal vez. Sin embargo...
Sin embargo, erraron. El viejo topo, tan temido por los señores de la Tierra, no se encarnó tan sólo en aquellos meses (gloriosos) del 68. Fue un año más tarde cuando reapareció. No en París. Tampoco en Praga. Mucho más cerca, aquí al lado, en nuestra ciudad. Nació, surgió, como la nada, como la pura creación divina, el que es, para siempre, nuestro instituto. Y los poderosos, todos ellos, temblaron, temblaron y aún tiemblan. Sabían que la cosa iba en serio. Nada de bromas. Que no estábamos para chistes fáciles y soeces.
Así ha sido. Llevamos 25 años de combate ininterrumpido pero pensamos celebrar nuestras bodas de oro, de platino, de diamantes y de lo que sea necesario. Seguiremos hasta el fin, hasta enterrarlos, a todos, en el mar. Por el momento, la cosa está, netamente, a nuestro favor. Hemos conseguido, sin demasiado esfuerzo, todo hay que decirlo, que todo ciudadano/a santacolomense que ha pasado por estos lugares asuma (en su mente y en su vida cotidiana) la vieja aspiración kantiana: trata siempre a tu prójimo (próximo o no) y con él a la Humanidad que representa, como un fin en sí mismo; nunca como un medio para conseguir otros fines. Humanizamos, no cosificamos. ¡Qué hermoso! Vencer, por fin, la razón instrumental, la des-humanización y combatir, sin tregua, contra las dos fichas de la (post) modernidad: el poder mediático (los poderes mediáticos) y el mercado como encarnación de la Razón y el Ser. Nuestros éxitos se cuentan por millares. Ninguno de nuestros alumnos y ex alumnos está dispuesto, por ejemplo, a tragarse cinco minutos de la Máquina de la verdad (perdón: de las mentiras) ni indecentes reformas del mercado laboral (observen: mercado. Ser humano=producto).
Aún más, todo esto hecho con humor, con mucho humor. Como Mario Benedetti, reivindicamos la alegría. Si Nietzsche escribiera La Gaya Ciencia, nosotros, sin ser todos gays, hemos creado La Gaya Academia. No hay nada extraño en ello. Uno de nuestros santos lacios es el viejo maestro Epicuro. ¿Le recuerdan? Aquel griego que sostenía que la amistad (algo sexualizada, eso sí) es el máximo placer humano. De él han dicho pestes. De nosotros, igual. Pero seguimos. Y seguiremos. Además: ¿no nacimos en un 69? Más aún: nosotros nacimos de un 69 y vivimos con un 69. ¿Es posible? ¿Qué tal es la vida así? Prueben, prueben, ya verán cómo les gusta. Y repiten. Quien lo probó --nosotros-- lo sabe.
Colectivo Perplejidad
Santa Coloma, mayo de 1994.