Tres años
Tres años
Entonces yo tenía 21 años. Hacía la mili. Tenía una moto. Una Ducati, roja. La compré por cinco mil pesetas. De las de 1974. Una baratija. Llegaba al insti con ella entre las piernas. Rugiendo. Y vestido de romano. Romano por la gracia de Dios: ya sabéis: soldado de España. Tabardo, botas de media caña, collarín de plástico anudado al cuello, gorra de plato. Un fantoche. El hazmerreír de la clase. De los compas. De Esmeralda. (¡Jo!, Esmeralda, ésa sí era una profa: la mejor, la única, la auténtica.) —A ver si dejáis de mirarme las piernas con esa cara de deseo —nos decía, ella, nuestro mito sexual, su cuerpo menudo estirándose sobre la pizarra, siempre a punto los apuntes de biología, el rabillo del ojo pendiente de nuestras lascivas miradas. Así era el insti en 1975. El año en que murió Franco y descubrimos a Wilhelm Reich. Una escuela de la vida. Un lugar donde uno aprendía a la par los secretos del ADN y las nefastas consecuencias de la represión sexual sobre el Sistema Nervioso Central. Es decir, constataba cuán lejos estaba la teoría de la realidad. Y se conformaba con esta última. Un suponer: deseaba a María Jesús, pero se libraba mucho de insinuárselo, no fuera que la compañía de pupitre resultara más práctica que teórica y se tomara en serio al bueno de Wilhelm. Luego vino 1976. El espíritu del 12 de febrero. La transición política. Y todos nos hicimos mucho más serios. Fue en aquellos años cuando se gestó el mundo que tenemos ahora. Este que administramos nosotros, es decir, ellos. Los que entonces distinguían entre buen y mal alumno en función de los cargos políticos, o las reuniones, o los rollos cívico-culturales que llevaras adelante. Yo acabé la mili. Vendí la moto. Me hice mayor. Y, con el tiempo, me ocurrió lo que a todo quisque. Empecé a añorar los años del insti. El escote de María Jesús. El ADN de Esmeralda. Las palizas de Juanma. Y todo. Todo lo que pudo haber sido y no fue.
Eugenio Madueño (ex alumno)
Santa Coloma, mayo de 1994,