No existe la exclusiva

per elpuig — darrera modificació 2020-12-21T13:04:54+01:00
Impresiones de A. C., un ex alumno, escritas con motivo del 25º aniversario

No existe la exclusiva

No, Édgar, no me mires como si fuese realmente tan estúpido como crees. Déjame contarte antes de que te vayas. Sólo necesito un par de tus silencios para explicarte que hoy no he venido aquí por creerme mejor que tú o, mucho menos, porque piense que puedo explicarte cómo mirar aquello aqnte lo que, quizá pero no se lo cuentes a nadie, yo sólo supe cubrirme el rostro y llorar. Muy bien, veo que me vas entendiendo. Pero relájate aún más, deja que tus dedos pierdan tensión, no me mires y sólo escúchame.

Si hoy me atrevo a usurparte tu posibilidad de silencio es sólo porque quiero que sepas que eres como yo fui. O no, ni eso; eres como creí ser y como ahora me veo hace unos años, apoyado en este mismo rincón del bar en que te aburres preguntándole al quinto café dónde, cuándo acabará el tiempo del desasosiego. Como tú ahora, llegaba tarde sabiendo que no me iban a dejar entrar en clase y, claro, decirme no, yo no, son ellos los que me impiden su normalidad. Y como a ti, ese exilio me permitía gastar los días, buscar las ventanas huyendo del tedio y esperando a las mañanas, las tardes, a que llegasen las noches para colocarme una enorme losa sobre el pecho y creerme las desdichas de saldo que tú también te crees. O quizás seamos injustos, quizá no sean tristezas de saldo sino la tristeza, en minúscula pero única, pequeña pero creciendo, hace años, como uno mismo. Mirándote me da por pensar que aquella desgana era la misma de ahora, la de siempre, que no importa que me parezcan ridículos los poemas que le escribes a tu último desamor, que le digas que su ausencia te despoja de la posibilidad de subsistir. No importa nada, ni siquiera que me mires como a un intruso y que yo no sepa saltar la desconfianza de tu mirada; que te masturbes cada noche pensando en esa compañera de pechos imposibles y yo pierda mis insomnios, me los beba, imaginando que alguien vuelve para decirme que me sigue necesitando. Tampoco importa que desees tomar decisiones y yo las esquive, que me den miedo y sepa de mi error. No importa porque somos casi iguales. Al final, sólo dos personas huyeno de tu bar de institituton o de mi mediocridad de joven promesa de nada, mientras, cansados, nos enfrentamos a la decepción y al hastío, al miedo de no encontrar mañana un poco de compañía amable. Me temo, siento decírtelo, que la tristeza no es un estado del alma, es casi una forma de mirar.

Espero que empieces a comprenderme y que veas que no quiero darte consejos, que no los tengo, que soy más ignorante que tú. No, Édgar, no te rías, no miento; esto no es otra forma de posar. Soy más ignorante que tú porque junto a la mirada cargada de recelo tienes a otro Édgar, también tuyo, soñando mundos mejores, sabiendo que exisgten, mirando con desprecio a todo aquel que te los niegue. A mí, en cambio, un par de ausencias me mataron esa otra posibilidad de mirar mientras me enseñaban a distinguir, sin yo saberlo, entre la literatura y mi vida.

Pero no te asustes, que nada se merece ser tan dramático. Pide otro café, lo pago yo, que quiero que hables, que me digas qué libro imprescindible esás leyendo, qué amigo te acompaña, en qué confías, quién es la mujer que te humedece la espalda sólo con mirarte. Seguro que es hermosa. Pero no, no me confundas. No soy otro Ulises varado en la playa que llora por la Ítaca perdida. No puedo envidiarte. De tu tiempo sólo me queda la certeza de que fui ese pésimo actor que, sobre la escena, no sabe recordar su papel. Y te aseguro, querido Édgar, que no me gustó.

Prefiero el tiempo que te espera. Antes de darte cuenta vivirás muchos de tus sueños y será esa mujer de pechos imposibles la que buscará tu espalda. Y viajarás. Conocerás ciudades, calles, músicas de las que ahora no sabes nada. También veras que la gente es aún peor de lo que piensas; que los amigos desaparecerán tan rápido como olvidarás ese poema inolvidable que leíste anoche. Descubrirás los bares y el alcohol, y los domingos desayunando junto a alguien que te mira justo como le pediste que nunca te mirase. Y te dirás que vivir rápido no consiste en arrasar tu cuerpo unas pocas noches al mes, que correr no lo es todo. Ni la música, ni los amigos, ni tan siquiera ella lo es todo. Olvidarás. A mí, a ellos; lo que creen que te enseñan. Elegirás la peor de las opciones y te decepcionarás. Pero también disfrutarás y te sentirás vivo mirando un mar del sur frente al que yo le negué mi tiempo a la hermosa mujer que ahora ocupa mis sueños. Pero nada importará. Como ahora, todo constituirá tan sólo en acumular muchos pequeños momentos de quietud.

Se nos va acabando el tiempo. Debes subir a clase y yo no quiero ponerme pesado. Sólo quería explicarte que al hablar contigo me es permitido hablar con el que fui. Vistes, sueñas, bebes y miras igual que todos los que hemos estado durante un cuarto de siglo en este rincón de este bar de instituto pidiendo un café y sintiéndonos los jóvenes más únicos del mundo. Y los más solos.

Me despido. Puedes ver que no hay ningún consejo estúpido que yo tampoco hubiese seguido. La única vida que me es posible controlar es la mía. Y ya voy por el tercer, o quizá cuarto, proyecto de futuro.

A. C. (ex alumno)

Stupefatto del mondo mi giunse un'età che tiravo dei pugni nell'aria e piangevo da solo. Cesare Pavese

(Atónito ante el mundo, alcancé una edad en que me liaba a puñetazos con el aire y lloraba a solas.)


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