Póngase en su lugar
Póngase en su lugar
Texto de Antonio Ortí
La empatía es una especie de radar que permite saber cómo se siente alguien, incluso aunque no lo verbalice. Es una cualidad básica para ser felices, como seres sociales que son los humanos, porque abre la puerta a los demás. Aunque la empatía es natural en las personas, se puede cultivar.
Cuando a alguien le abandona su pareja o trabaja en algo que detesta, muchas veces no quiere palabras de ánimo ni palmaditas en la espalda, sólo que entiendan lo que está pasando, que le escuchen y que le dejen hablar. La regla de oro para tener más feeling es abrir bien los oídos y poner en marcha el radar que permite saber cómo se siente alguien, incluso aunque no lo verbalice.
Percibir lo que otros sienten sin decirlo es la esencia de la empatía. Según Daniel Goleman, autor de Inteligencia emocional, cuando falta esa sensibilidad, la gente queda desconectada, algo que se paga con el peor de los castigos: quedarse solo.
Luis Rojas Marcos, profesor de Psiquiatría en la Universidad de Nueva York, está de acuerdo. Rojas Marcos es considerado el padre de la empatía, por haber sido el primero en utilizar el vocablo en España hacia 1970, pese a que él le resta importancia y apunta que en Estados Unidos se acuñó antes el concepto, “por lo que, en todo caso, fui de los primeros en emplearlo en castellano”. Para el psiquiatra sevillano, la empatía es “la capacidad de una persona de ponerse en las circunstancias de otra”. “Se aprende en los ocho o nueve primeros años de vida y guarda relación con la compasión, aunque es un sentimiento más avanzado. Básicamente, es ponerse en la piel de otro, en sus sentimientos. En este sentido, aunque es importante conectar desde un punto de vista intelectual, lo es más hacerlo a través de las emociones”, especifica.
Una persona empática es una especie de médium, de vidente que, en lugar de ver el futuro, se especializa en ver el interior de las personas. Cuando se está ante alguien así, se tiene la sensación de que el tiempo pasa volando y de que sobran las palabras, de tan cristalina que es la comunicación.
LA CLAVE DE LA COMUNICACiÓN
En realidad, no hace falta ser tan profundo: se puede sentir empatía con el vecino, con una persona que se cruza con nosotros en el mercado o con un perro que sale en un programa de televisión y que mueve la cola justo antes de que le lancen la pelota.
“Las personas con gran capacidad de empatía –interviene Mati Segura, psicóloga que trabaja en el campo de la inteligencia emocional– son capaces de sincronizar su lenguaje no verbal con el de su interlocutor y de interpretar y de dar significado a los cambios en el tono de voz y a los gestos.”
Algo parecido opinan Richard Brandler y John Grinder, autores de Frogs into Princes (de sapos a príncipes), un libro editado en 1979, cuando aseguran que los magos de la comunicación se caracterizan por presentar una agudeza sensorial tal que les permite advertir las emociones de otra persona sin que ésta las haya verbalizado.
La empatía es una cualidad consustancial al ser humano que puede desarrollarse en menor o mayor grado en función de lo feliz que uno haya sido durante la niñez y de lo cubiertas que hayan estado sus necesidades afectivas y emocionales.
“Tener empatía es el mejor antídoto contra la violencia”, defiende Rojas Marcos. “Una de las cosas que tienen en común –agrega– muchas de las personas que están en la cárcel es que no desarrollaron la empatía de pequeños, tal vez porque en su infancia sufrieron abusos, violencia o falta de cariño. Por este motivo, cuando se les pregunta qué sentían al apuñalar a alguien, responden que nada.”
RELACIONARSE Y COMPRENDER
En el otro extremo, las personas con mayor empatía tienen muchas más probabilidades de ser felices, porque al final, como seres sociales, se trata de eso. Sobre este particular, hay quien sugiere que alguien que no es feliz y desconoce la razón debería plantearse si tal vez eso le sucede por estar aislado en su mundo y no relacionarse lo suficiente con otras personas.
“La felicidad pasa por los demás”, confirma Ana Salas, una life coach madrileña para quien la empatía es “comprender a la gente con la mente y el corazón”.
En su opinión, la empatía es la llave que abre la puerta del mundo y de las personas que habitan en él. “Y esto incluye desde promocionarse en un trabajo hasta encontrar a la mujer o al hombre soñados”, dice.
En este sentido, los primatólogos parecen estar cada vez más de acuerdo en que si bien los humanos tienen un lado competitivo, valores como la bondad, la solidaridad y la empatía forman parte intrínseca de la naturaleza humana. Es la tesis que desarrolla en su libro The Age of Empathy (la época de la empatía) el biólogo holandés Frans de Waal, quien ha dedicado buena parte de su carrera a investigar las raíces de la compasión y del altruismo: “Basta ya de creer que somos egoístas por naturaleza. ¡No lo somos!”, exclama.
De Waal sostiene que, aunque la cultura occidental promueve sistemas basados en la competencia, e incluso reconociendo que la selección natural obligó a los humanos a ser egoístas, no nacen con un instinto codicioso y cruel que la sociedad deba corregir, sino con una profunda predisposición a la empatía y a la solidaridad desinteresada que las estructuras sociales no deben corromper. Una tesis que también abona Rojas Marcos en su último libro, La fuerza del optimismo.
Todas estas cualidades tienen como telón de fondo una frase que se atribuye a Stephen Covey, autor de Los siete hábitos de las personas altamente efectivas: “Primero, trata de entender al otro; después, intenta que te entiendan a ti”. El premio reservado para quienes consigan ambas cosas es realmente gordo: ser feliz y gozar de la consideración de los demás.
Multiplicar la empatía
A lo largo de la historia, han sido muchos los que han intentado crear unas pautas básicas para ser hábil en el trato con los demás. Las cuatro tácticas que se citan a continuación gozan de un consenso generalizado:
1. Haga preguntas abiertas: De lo que se trata es de que la otra persona advierta que siente interés por ella. “Formular preguntas con final abierto puede animar a seguir conversando”, recuerda la psicóloga Mati Segura.
2. Sea positivo: Según Goleman, “esperar lo mejor de alguien puede transformarse en una profecía autocumplidora”. Una manera de fomentar las expectativas positivas es dejar que el otro tome la iniciativa y fije sus objetivos, en vez de marcarle el camino o de decirle qué haría
en su lugar.
3. Intente no emitir juicios. “Hay una serie de latiguillos que molestan y que cortan la comunicación”, señala Segura. Por ejemplo: “no hay para tanto”, “ya te lo decía yo” o “tú lo que tienes que hacer es...”. Ana Salas está de acuerdo: “cuando alguien emite un juicio o saca una conclusión apresurada, deja de pensar en la otra persona y se pierde en uno mismo”.
4. Aprenda del pasado. Conviene tener perspectiva y analizar qué cosas se podrían haber hecho mejor cuando algo fue mal. “Cuando muchas de tus relaciones empiezan igual y acaban de la misma manera hay que girar la vista atrás e intentar que los errores pasados se conviertan en una oportunidad para el futuro”, anima Segura.