A propósito de la publicación de "Para la tercera cultura"
Salvador López Arnal
Para la tercera cultura. Ensayo sobre ciencias y humanidades es el
título del libro póstumo del profesor, filósofo, crítico literario y
activista social Francisco Fernández Buey. La editorial de El Viejo
Topo ha anunciado su publicación para el próximo mes de septiembre.
El índice del ensayo es el siguiente: 0. Prólogo: “Argumentos para una
cultura integradora” de Alicia Durán, Jorge Riechmann, Jordi Mir y
SLA. 1. Nota de los editores. Capítulo 1. Humanidades y tercera
cultura. 1.1. Ideas en torno a una tercera cultura. 1.2. Sobre tercera
cultura y nuevo humanismo. Capítulo 2. Lecturas para la tercera
cultura. 2.1. Galileo visto por Bertolt Brecht. 2.2. Los árboles del
Paraíso en la visión de John Milton. Capítulo 3. Ciencias sociales y
tercera cultura. 3.1. Las ciencias sociales entre formalismo y
literatura. 3.2. Economistas y humanistas. 4. Para conclusiones.
Índice de nombres.
Los editores han incluido también cuatro anexos complementarios: 1:
Sobre la medicina hipocrática. 2: Newton y Goethe en la ciencia
moderna. 3. Sobre la objetividad. 4. Sobre ciencia y religión.
Alicia Durán, Jorge Riechmann, Jordi Mir… señalan en el prólogo que
han escrito para la ocasión la relación que el autor de La ilusión del
método establecía entre cultura científica, en sentido amplio, y la
intervención razonable e informada en el debate público:
Paco Fernández Buey defendía la necesidad de incorporar la cultura
científica a la discusión ética, jurídica y política. Y subrayaba que
sin cultura científica, sin la máxima cultura científica de la seamos
capaces, no había posibilidad de intervención razonable en el debate
público sobre la mayoría de las cuestiones que importan a las
comunidades. Pues la ciencia, en sentido amplio, es ya parte
sustancial de nuestras vidas. La mayoría de las discusiones públicas
relevantes, ético-políticas o ético-jurídicas, requieren el máximo
conocimiento posible del estado de la cuestión de las ciencias
naturales: biología, genética, neurología, ecología, física nuclear,
termodinámica. Y concretaba Paco con ejemplos significativos. Para
orientarse en los debates sobre la actual crisis ecológica, la
posibilidad de un desarrollo sostenible, el uso de los recursos
fósiles o las energías renovables, necesitamos comprender los
principios de la termodinámica, la idea de entropía y la flecha del
tiempo, como ya mostraron Barry Commoner, José Manuel Naredo y Manuel
Sacristán. Y para entender la necesidad de una ética medioambiental no
antropocéntrica ayuda conocer la teoría de la evolución, como
demuestra el paleontólogo Stephen J. Gould.
En todo este ámbito, señalan los prologuistas, FFB ha abogado por “un
enfoque naturalista dentro de un contexto evolucionista y sistémico”,
conservando al mismo tiempo “la autonomía de un filosofar que se
quiere filosofía mundana o pública, lejos de las viejas tentaciones de
construcción de sistemas metafísicos omnicomprensivos”. Siempre estuvo
FFB muy lejos de esos sistemas.
En las conclusiones, tras un deslumbrante recorrido, el autor de
tantos libros y artículos imprescindibles, el discípulo y amigo de
Manuel Sacristán, el estudioso de Gramsci y Simone Weil, el admirable
luchador antifranquista que pagó con cárcel y represión su arriesgado
compromiso poliético, el defensor, a un tiempo, del federalismo y del
derecho de autodeterminación de todas las naciones, argumenta así una
de sus tesis centrales:
El humanista de nuestra época no tiene por qué ser un científico en
sentido estricto (ni seguramente puede serlo), pero tampoco tiene por
qué ser necesariamente la contrafigura del científico natural o el
representante finisecular del espíritu del profeta Jeremías, siempre
quejoso ante las potenciales implicaciones negativas de tal o cual
descubrimiento científico o de tal o cual innovación tecno-científica.
Si se limita a ser esa contrafigura, el literato, el filósofo, el
intelectual tradicional (el humanista, en suma) tiene todas las de
perder. Puede, desde luego, optar por callarse ante los
descubrimientos científicos contemporáneos y abstenerse de intervenir
en las polémicas públicas sobre las implicaciones de estos
descubrimientos. Sólo que entonces dejará de ser un contemporáneo. Con
lo cual se desembocaría en una paradoja cada vez más frecuente: la del
filósofo posmoderno contemporáneo de la pre-modernidad (europea u
oriental).
Consciente de ello, proseguía, el humanista de nuestra época podría
ser también un amigo de la ciencia, en un sentido parecido a como lo
eran, a veces, “los críticos literarios o artísticos, equilibrados y
razonables, de los narradores, de los pintores y de los músicos”. Ello
exigía reciprocidad: “la manera de entender la reciprocidad entre lo
que se viene llamando las dos culturas, es decir, entre la cultura
literaria y la cultura científica” y la asunción compartida del
ignoramos e ignoraremos, tal como fue formulada en su tiempo por el
fisiólogo Emil du Bois-Reymond eran, en su opinión, “dos factores
esenciales para perfilar el tipo de tercera cultura que se necesita al
empezar el siglo XXI”. Había que añadir también una idea de S. J.
Gould, uno de sus autores de cabecera: “el conocimiento científico no
puede ir más allá de la antropología de la moral, no puede decir nada
acerca sustantivo de la moralidad de la moral.” FFB solía recordar una
cita de Maquiavelo muy de su agrado y más, mucho más que pertinente
para nuestro mundo grande y terrible, una reflexión que abona la senda
señalada por el gran y malogrado científico norteamericano: se trata
de “conocer los caminos que conducen al infierno para evitarlos”.
Para la tercera cultura enlaza, además, con una de las facetas
(injustamente) menos destacadas del hacer filosófico del autor de La
gran perturbación y de Leyendo a Gramsci, sus reflexiones en el ámbito
de la filosofía, la sociología y la política de la ciencia. La ilusión
del método sigue siendo un libro esencial. En el tercero de los anexos
del libro que comentamos se recoge una prueba del fino hacer
gnoseológico de FFB, una reflexión nada tópica sobre uno de los temas
epistemológicos esenciales de todos los tiempos: la objetividad del
conocimiento humano. Resumo brevemente algunas de sus consideraciones:
La idea de que no hay ni puede haber conocimiento objetivo, señala FFB
(“Nuestro Paco” suelen escribir sus amigos en su honor y en recuerdo
de su “Nuestro Marx”), se ha expresado a lo largo de la historia del
pensamiento por alguna de estas tres proposiciones: 1º No hay ni puede
haber conocimiento objetivo de lo real “porque todo conocimiento es
representación y toda representación es producto de la subjetividad de
los humanos”. 2º. No hay ni puede haber objetividad ni siquiera en las
ciencias naturales por la determinación de intereses e ideología:
“porque los científicos, incluso cuando tratan de hechos o fenómenos
naturales, están determinados por situaciones e intereses ajenos a la
ciencia y por las ideologías dominantes en el momento en que
investigan”. 3º No hay ni puede haber conocimiento objetivo en el
ámbito de las humanidades y de las ciencias sociales “porque quienes
las hacen o las practican viven dentro de sociedades (su objetivo de
estudio) y, por consiguiente, tienen intereses sociales, participan en
los movimientos sociales y aceptan ciertos modos de vida”. La
determinación, si cabe, es mayor aún que en el segundo caso.
Lo que se afirma en la primera proposición, argumenta críticamente el
autor de Albert Einstein, ciencia y consciencia, es trivial y “no
afecta a la afirmación de que haya o pueda haber representaciones
objetivas de lo que pasa en la realidad, representaciones elaboradas,
obviamente, a partir de la subjetividad”. La tesis sólo tiene un
sentido polémico aceptable en el caso de que el interlocutor defienda
-la viejísima y poco informada tesis del reflejo- que las
representaciones cognoscitivas “son copias o espejos simbólicos de lo
que hay o pasa en la realidad exterior”. Pero, como es sabido,
recuerda el autor de Por una Universidad democrática, “esta es una
concepción abandonada hace mucho tiempo en el ámbito filosófico y en
el ámbito científico”. Conclusión: “la proposición 1) combate contra
molinos de viento”. Es absolutamente marginal, insustantiva por
decirlo de un modo que no le sería ajeno.
Lo que se dice en la segunda proposición, prosigue FFB, confunde los
ámbitos en los que puede y no puede hablarse de objetividad: “el
ámbito del descubrimiento de tales o cuales teorías o representaciones
y el ámbito de la justificación o validación de dichas teorías”, el
contexto de descubrimiento y el contexto de justificación. Lo que se
apunta en la proposición 3) es una tesis, digámoslo así, separatista,
una tesis que traza una línea de demarcación radical: supone que hay
una diferencia esencial entre las ciencias sociales y las disciplinas
naturales. Conviene discutirla aparte señala.
El punto de vista que algunos autores llaman anticientífico -y que FFB
llamó “separatista”- no sólo afirma la dificultad de ser objetivos.
Apunta más alto, es una tesis de alta tensión que diría Carlos Solís:
“niega incluso la posibilidad misma de la objetividad en ciencias
sociales”. De hecho, hay que admitirlo, la idea de que las ciencias
sociales no pueden ser objetivas está más que extendida, en ambientes
de izquierda cultural y política, al igual (aunque algo menos en
ocasiones) que en espacios de la derecha o derechona conservadora y
neoliberal.
Un primer paso, sostiene FFB, para refutar la crítica a la objetividad
de las ciencias sociales sería declarar que es irrelevante:
“irrelevante para aquel que centra su atención en la lógica de la
investigación social”. No hace falta ser popperiano más o menos
estricto para admitir que no es lo mismo preguntar “cómo ha llegado
una persona a formar una creencia que preguntar si existe evidencia
suficiente para fundamentarla”. Se puede sostener, remarca FFB, que se
trata de preguntas que se contestan en dos contextos diferentes: el
ámbito o contexto del descubrimiento científico y el ámbito o contexto
de la validación o justificación racional. Una forma posible de
aclarar el problema sería decir de entrada que, “más allá o más acá de
los caminos y determinaciones que los científicos sociales hayan
seguido en cada caso, la objetividad o falta de objetividad sólo será
tomada en consideración en el ámbito de la validación o justificación
racional de los resultados o del producto de la investigación”. No, en
cambio, en el otro contexto o ámbito.
El proceso para llegar a tal resultado, hipótesis, teoría o producto
no interesaría aquí. FFB sugiere una definición o cuanto menos un
intento de delimitación: “Cabría decir que tal o cual teoría producida
es objetiva en el campo de las ciencias sociales siempre y cuando su
resultado haya sido suficientemente contrastado”. Lo cual, admite a
continuación, equipara en cierto modo “objetividad” a “verdad”, “con
independencia de los vericuetos que el investigador o grupo de
investigadores haya(n) seguido para su elaboración”. Estos últimos,
los complejos vericuetos que nos han conducido a la formulación de tal
o cual teoría, “serán objeto de la historia y de la sociología de las
ciencias sociales o de la sociología del conocimiento en general”. No
se está negando su interés, en absoluto.
El autor prosigue reflexionando por la misma senda. Todavía podemos
seguir preguntándonos “si los problemas referentes a las causas de las
creencias del investigador son, como se dice, irrelevantes desde el
punto de vista lógico”. La respuesta a esa pregunta –“como admite, por
ejemplo, un tratadista de la lógica de la investigación social, Q.
Gibson”- es que no lo son.
Pero el que haya que admitir la importancia del examen de la formación
de las creencias sustentadas por los investigadores sociales no quiere
decir que haya que dar por sentada la acusación sobre la falta de
objetividad. Lo que hay que hacer, a partir de ahí, es examinar las
influencias que afectan a las creencias.
Una forma posible de abordar este asunto sería afirmar algo así como
lo siguiente: ser objetivo en la investigación quiere decir que uno no
permite, que uno intenta no permitir, “que sus creencias se vean
influidas de un modo adverso por motivos o intereses personales, por
la costumbre o por la situación social”. Es una buena, una excelente
intención gnoseológica. FFB recuerda que Marx, como investigador
social, empezaba declarando su propio punto de vista, que era un punto
de vista de clase [de clase trabajadora], sin ocultarlo, añadiendo a
continuación: “Llamo canalla al investigador que acomoda su ciencia a
los intereses partidistas” (el paso marxiano era también muy del
agrado de su amigo y compañero Manuel Sacristán). Algo parecido,
señala FFB, “aunque con otro lenguaje”, había escrito Max Weber y algo
similar habían afirmado “teóricas del feminismo, como Virginia Held,
después de reivindicar la aproximación de las mujeres al conocimiento
científico”.
Ahora bien, sigue señalando, declaraciones de ese tipo, la crítica del
incumplimiento, “es todavía una respuesta insuficiente a la objeción
de la falta de objetividad en el ámbito de las ciencias sociales”. Es
conveniente analizar los factores que interfieren en la objetividad de
las ciencias sociales. En su opinión, serían los siguientes:
a) la influencia de los motivos personales (a lo que se opone la
petición de evidencia); b) la influencia de la costumbre o el temor a
la desaprobación de la sociedad; c) la influencia de la situación
social. En los tres casos se puede admitir que hay diferencia de grado
respecto de las ciencias naturales, pero no de sustancia, puesto que
el físico, el químico o el biólogo están igualmente expuestos a los
prejuicios e ideologías derivados (de hecho Francis Bacon ya había
llamado la atención acerca de los idola y de los prejuicios en general
en el marco de la filosofía (ciencia) de la naturaleza).
La observación de que hay diferencia de grado, pero no de sustancia,
obliga a una estimación distinta de lo que se entiende por
objetividad. La siguiente: el simple hecho de que el científico, de
que investigador social sea él mismo un participante en la actividad
pública “no es razón suficiente para admitir la imposibilidad de
objetividad”. ¿Por qué? Porque, responde el autor, “nadie es
causalmente independiente del objeto de su investigación” y porque
“una cosa es decir que el investigador social está expuesto a peligros
especiales y otra muy distinta demostrar que los investigadores
sociales sucumben siempre ante ellos”.
Uno de los caminos más apropiados para examinar la valoración de la
objetividad, sostiene el autor de Por la tercera cultura, consiste en
someter los casos particulares a diversas pruebas. Ahora bien, “por
ese camino no se obtienen pruebas concluyentes”. Hay otro camino:
“averiguar si la teoría es sostenible o no desde el punto de vista de
la razón”. Empero, este tipo de prueba, “parte del supuesto de que
somos capaces de apreciar la evidencia por nosotros mismos y de que
nuestras propias conclusiones no se verán desviadas por los motivos
que criticamos en otros”. De todo ello, infiere FFB que lo más sensato
es concluir que “el verdadero remedio consiste en tener conciencia de
esas influencias” y, además, “recurrir constantemente a la polémica y
la crítica abierta de las teorías, que son siempre conjeturas o
hipótesis en proceso, en construcción”. No es un mal programa de
acción.
De este modo, la objetividad en relación con el conocimiento se podría
defender razonablemente en uno de estos tres sentidos en opinión de
FFB: 1) en términos generales, kantianamente, “como un ideal, como una
idea reguladora, como una aspiración a la verdad en el ámbito
individual o colectivo”, como un ideal que acompaña al deseo de
conocer, que es, sea dicho popperianamente (así lo expresa el propio
autor) “una búsqueda sin término”. 2) En el ámbito de la validación de
los resultados de las teorías, las conjeturas, las hipótesis, “como
contrastación intersubjetiva, es decir, como intersubjetividad”, en el
sentido de que todos y todas y cada uno de los seres humanos, en
condiciones físicas y psíquicas para ello, “pueden repetir los pasos
lógicos dados para alcanzar tal conclusión o resultado dentro de los
límites de la argumentación (probatoria o demostrativa,
probabilitaria, plausible, etc.)”. 3) Y, finalmente, en el ámbito de
la investigación en marcha o en el proceso de descubrimiento como
ecuanimidad, “es decir, como conciencia de las influencias sufridas,
distanciamiento respecto de las propias hipótesis y apertura a la
crítica y a la polémica”. Ciencia y consciencia o autoconciencia
también en este nudo.
Con todo lo anterior, sería absurdo desechar, arrojar a la cuneta de
lo inservible, al archivo de lo pueril e indocumentado, o tildar como
noción burguesa o gran-burguesa la idea de objetividad, aunque haya
tentaciones para ello, espurias en algunas ocasiones.
Hasta aquí el aperitivo, para estimular el apetito. Prosigan cuando
les sea posible, no es aconsejable en absoluto perderse la lectura del
libro. ¡Vale la pena! Me lo agradecerán y, sobre todo, se lo debemos
agradecer al autor. Un imprescindible.
Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del
CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat
Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores
mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para
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