Gerónimo, un apunte biográfico
Presentación de "Sobre Gerónimo" de Manuel Sacristán (El Viejo Topo, Barcelona, 2013) |
Gerónimo (Gojleyé, Go khlä yeh, Goyahkla [1]) nació el 16 de junio de 1829, en el cañón No-doyohn, en Arizona, y falleció el 17 de febrero de 1909. Se crió en la tierra que rodea las fuentes del río Gila (Gila River), uno de los principales afluentes del Colorado. Aquel territorio era la tierra de sus padres: “nuestros wigwam [viviendas, tiendas generalmente] se ocultaban entre aquellas montañas; los dispersos pequeños valles contenían nuestras tierras de labor; la pradera sin límites, que se extendía por cada lado, era nuestros pastos; las cavernas rocosas eran nuestras sepulturas” [2]. Era la zona en que se desarrolló en los primeros 500 años de nuestra era, según señala Manuel Sacristán en sus anotaciones, “la cultura Hohokam, una de las culturas ‘de antepasados”.
Gerónimo [3] fue el cuarto hijo de una familia de cuatro niños y cuatro niñas. Tuvo cuatro esposas que eran apaches bedonhoke [4] y otras cuatro que tuvieron, además, otra ascendencia apache. No fue el 4 un número cualquiera para Gerónimo. Stephen Melvil Barrett, el editor de su biografía, inspector de las escuelas de Lawton, asegura que creía firmemente en el destino y en la fuerza mágica de este número natural.
En torno a los ocho años, empezó a cazar. Nunca fue la caza para él un trabajo. Cazaban el búfalo a caballo, matándolo con flechas y lanzas. Usaban sus pieles para hacer cubiertas de tipis y lechos, y su carne para comer (los apaches sentían repulsión por comer carne de oso). Cazaban las águilas por sus plumas. La piel del ciervo, sin el pelo y curtida suave por las mujeres, la empleaban para confeccionar sus vestidos.
Cuando creció lo necesario “para ser suficientemente útil”, fue al campo con sus padres, “no para jugar, sino para trabajar”. Abrían la tierra con escardas de madera cuando llegaba la época de la siembra. “Sembrábamos el maíz en hileras derechas, los frijoles entre el maíz, y las sandías y las calabazas irregularmente por todo el campo”. Cultivaban esas cosechas “en la medida en que había falta”.
En 1846, con apenas 17 años, fue admitido en el consejo de guerreros de su tribu. Desde entonces pudo andar “con el sendero hermoso de la guerra en cuanto que se presentara la ocasión… Esperaba servir pronto a mi gente en la batalla”. No fue esa su mayor alegría. “Ahora me podía casar con Alope, la hermosa hija de No-po-so. Era una muchacha delgada y delicada, y habíamos sido amantes mucho tiempo”. Gerónimo había construido una casa para ellos, cerca del tipi de su madre.
En 1858, durante la matanza de Kas-ki-yeh ordenada por el gobernador Terrazas [5], su mujer, tres de sus hijos y su madre fueron asesinados. La masacre “civilizada” hizo que se pusiera al frente de las tribus apaches que atacaron el norte de México, diezmando las tropas que habían cometido la cobarde y criminal acción. Gerónimo lo explicó así:
Una tarde, ya a última hora, cuando volvíamos de la ciudad, nos salieron al encuentro unas pocas mujeres con niños, y nos dijeron que tropas mexicanas de alguna otra ciudad habían atacado nuestro campamento, matado a todos los guerreros de la guardia, capturado todos nuestros caballos, destruido nuestras reservas de víveres y matado a muchas mujeres y muchos niños.
Se separaron rápidamente, escondiéndonos lo mejor que pudieron, hasta que “cerró del todo la noche”.
[…] entonces nos reunimos en asamblea en el lugar que teníamos previsto, una zona de matorral muy espeso, junto al río. Llegamos cautelosamente uno por uno; colocamos centinelas y, una vez hicimos el recuento, descubrí que mi anciana madre, mi joven esposa y mis tres hijos estaban entre los muertos. No habíamos encendido ninguna luz en el campamento, de modo que, sin que los demás se dieran cuenta, me fui. Estuve mucho rato de pie junto al río.
Tras el asesinato de Mangas Coloradas por el general West, en el recrudecimiento subsiguiente de la guerrilla apache, destacaron Victorio, apache chi-hen-ne, y Cochise, apache cho-kon-en (chiricahua). Según Gerónimo su tribu “nunca tuvo dificultades con ellos”. Victorio, su jefe, fue siempre su amigo. “Siempre ayudó a nuestra tribu cuando le pedimos ayuda. Perdió la vida en defensa de los derechos de su pueblo”. Fue un hombre bueno y un guerrero valiente, añade. La tribu de Cochise “tuvo siempre las mejores relaciones con nosotros. A menudo estábamos juntos en el campamento y en la caza”. Naiche, hijo de Cochise, fue su “hermano de armas” y, más tarde, compañero de cautiverio.
En 1865, en Santa Rita, se reunieron los jefes apaches Victorio y Nana con representantes del gobierno norteamericano. Los conminaron a entrar en reservas. Cochise no aceptó la negociación y Victorio se negó a ir a Bosque Redondo. Meses después, el 1 de abril de 1866, el presidente Johnson vetó la ley de derechos civiles. El Congreso anuló la decisión y reconoció iguales derechos a todas las personas nacidas en los Estados Unidos…menos a los indios.
Entre 1868-1873 la actividad de Gerónimo en México fue reducida. Vivió en la reserva de San Carlos. Una ley de 1871 decretó la desposesión de su pueblo. Cochise rechazó de nuevo una invitación para ir a Washington y el 30 de abril se produjo la carnicería de los apaches aravaipas por los blancos de Tucson, en la reserva de Camp Grant. En julio de ese mismo año de 1871, el general George F. Crook tomó el mando militar en Arizona.
Al morir Cochise –en el verano de 1872 había roto las relaciones con el ejército americano y se había refugiado en el sudeste de Arizona-, su hijo proclamó a Gerónimo jefe de la tribu. Cuatro años más tarde, le obligaron a ingresar en una reserva. Rechazó la imposición y se refugió nuevamente, junto con Victorio, en Ojo Caliente. Se dieron órdenes para su detención. Los soldados mexicanos le engañaron en Casas Grandes.
En 1885, Gerónimo se marchó a México acompañado de un grupo de guerreros. Entre ellos, Chihuahua Mangas, el hijo de Mangas Coloradas, y Nachez. Al año siguiente, después de otra fuga junto aproximadamente una treintena de apaches, se dio orden de búsqueda y captura contra él. Se enviaron cinco mil soldados regulares, una parte considerable del ejército estadounidense de la época; se ofreció una recompensa de 2.000 dólares, y una red de puestos de heliografía transmitieron mensajes de monte en monte mediante espejos.
Detenido finalmente, se fugó de nuevo y resistió durante varios años hasta que, agotado y sin recursos, tuvo que rendirse al general Miles. Su única condición: volver a Arizona. El pacto no se cumplió [6] y volvió a ser considerado un criminal.
Tras varios años en trabajos forzados, Gerónimo se instaló finalmente en 1894 en Oklahoma como agricultor. Allí posó para los fotógrafos a cambio de dinero. En los últimos años de su vida, dictó unas memorias recogidas por S. M. Barrett [7] y editadas de nuevo por Frederick W. Turner en 1970, la edición traducida por Manuel Sacristán para la colección “Hipótesis”.
Murió el 17 de febrero de 1909 en el Hospital Militar de Fort Sill, Oklahoma. Un funcionario de la Iglesia Holandesa Reformada explicó que pocos días antes de su fallecimiento había ido a caballo a Lawton, una población cercana, a vender uno de los arcos en los que trabajaba constantemente. Se emborrachó con el dinero que había conseguido por la venta (Eugene Chihuahua le consiguió el whisky, era ilegal venderlo a los indios) y, al regresar, se cayó del caballo y pasó toda la noche tumbado en el suelo. Cuando se le encontró a la mañana siguiente estaba muy resfriado. Pronto empeoró. Amigos y familiares suyos lo cuidaron durante unos días. Un oficial médico ordenó finalmente su traslado, al pequeño hospital apache del puesto militar, el lunes 15 de febrero [8]. Tenía ya entonces una fuerte pulmonía. Falleció en el hospital sin llevar a ver a sus hijos Robert y Chilocco Eva. Asa Daklugie [9], un verdadero hijo para Gerónimo, le veló toda la noche. Naiche, al pie de su tumba, habló el día del entierro.
Su estatuto jurídico al morir, como recuerda Turner III, era el de “prisionero de guerra de los Estados Unidos de América del Norte”. Fue “un hombre agriado que hasta el final de su vida lamentó el haberse rendido al general Miles, en vez de combatirle hasta lo último en las montañas”. Si tenemos en cuenta cómo fue tratado en los años siguientes, comenta su editor, “no se le puede reprochar mucho esa actitud”. Fue allí donde los más “distinguidos” representantes de la civilización occidental proclamaron cínica y abiertamente que “el mejor indio es el indio muerto”.
Otros publicistas, horrorizados por el genocidio que se estaba cometiendo, acuñaron otro lema. “Hay que matar al indio para salvar al hombre”, leyenda aparentemente “piadosa” y mucho más “sofisticada” que ubicaron en uno de los muros del antiguo edificio de los archivos nacionales de Washington. Se trataba de “civilizar” a los indígenas para permitir el avance de la Humanidad. Un singular “intervencionismo humanitario” avant la lettre, otras de las melodías político-culturales ininterrumpidas del Occidente civilizado.
Adelantados en algunas experiencias a los norteamericanos, los “conquistadores” españoles procedieron mucho antes bajo divisas, lemas y acciones muy similares. Los apaches pronto se dieron cuenta que la “civilización”, en la forma de cristianización, les significaba una vida de esclavitud y sometimiento. Quizá por ello ante “sus hábitos, modales y feroz carácter se estrellaron todos los esfuerzos y el mágico ascendiente que tiene la religión para hacerse lugar en el más empedernido pecho”, como apuntó el historiador chihuahuense José Agustín de Escudero, angustiado por el terrible derramamiento de sangre en las aciagas horas de las guerras indias.
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En la cronología elaborada por Sacristán en la última de sus notas, además de informaciones sobre el contexto histórico y político en el que se desarrolló la vida y las luchas de Gerónimo, se ofrece numerosos datos biográficos de interés.
Como comenta F. W. Turner III en su “Nota acerca del texto” [10], Gerónimo contó la historia de su vida a Asa (Ace) Daklugie, hijo de Whoa (Who, Yuh), un jefe indio nedni hostil a los blancos norteamericanos que combatió junto a él durante las últimas campañas de los apaches y murió ahogado en un río en 1886, drogado con mezcalina, cerca de Casas Grandes (México), durante una misión pacificadora. Habló en su tipi, en casa de Asa Daklugie, un “sobrino” (según Debo un primo segundo) “en alguna vaguada de la montaña o mientras galopaba meciéndose por la pradera”.
Gerónimo, que se negó a aceptar la presencia de un taquígrafo así como a interrumpir su narración durante las sesiones por preguntas o dudas, explicó su historia durante 1905 y 1906, tres años antes de su fallecimiento. Daklugie, que había podido recibir seguramente alguna educación en la escuela india de Carlisle [11], en Pennsylvania, tradujo las historias de Gerónimo a S. M. Barrett, por entonces superintendente de educación en la comarca de Lawton (Oklahoma), quien les acompañó durante las conversaciones. Turner señala que Gerónimo habló libremente de los hechos de su vida, al modo característico de los indios [12]: decir sólo lo que le parece importante al narrador y de la manera y en el orden que le parecen adecuados. Empero, como Barrett apuntó, el viejo Gerónimo aceptó pasarse por el estudio del editor, o por algún otro lugar que se le indicara, para escuchar la reproducción de su historia. En esas ocasiones, contestaba las preguntas que se le hacían y añadía más información cuando se conseguía convencerle que era necesario para hacer más comprensible la narración y su propia historia [13].
Las notas de Sacristán para la traducción castellana, que aquí se recogen en su totalidad, también ayudan a ello... ¡y de qué modo tan sustantivo! Una muestra muy representativa de ellas por el rebelde y admirable sentimiento que incorpora:
Es notable el contraste entre esas autodefensas y el sobrio temple de Gerónimo. El chiricahua no tiene visiones, ni deliquios (aunque escucha con escepticismo cortés las visiones de otros), y sabe de sus antepasados que el buen sentir chiricahua se expresa en el hacer. Tanto en su narración cuanto en sus actos en Florida y en Oklahoma, Gerónimo busca tenazmente un objetivo que le parece alcanzable: que los apaches vuelvan a Arizona. Él, Gerónimo, quizá ya no. Parece incluso insinuar eso como precio que está dispuesto a pagar. Pero si sabe que su pueblo ha de volver, el mismo morirá, según dice, como muere un anciano satisfecho.
Notas:
[1] Significa “el que bosteza”. Algunos apaches han sugerido otro nombre que se pronuncia casi igual, cuyo significado es astuto, hábil, inteligente.
[2] Citas tomadas de Gerónimo. Historia de su vida, edición de S. M. Barrett, Hipótesis-Grijalbo, Barcelona, 1975. Presentación, notas y traducción –“puesta en lengua castellana”- de Manuel Sacristán, a partir de la nueva edición de Frederick W. Turner III. Angie Debo, autora de una de sus biografías de referencia -Gerónimo, el apache. El hombre, su tribu, su tierra y su tiempo, José J. De Olañeta, Palma de Mallorca, 2002, traducción de Francesc Gutiérrez-, sostiene a propósito del texto de Barrett: “Como relato basado en los hechos, el libro padece de la debilidad de memoria del anciano guerrero, sobre todo por lo que a la cronología se refiere, y probablemente también se resiente de su natural tendencia a exagerar sus hazañas juveniles. También parece evidente algún añadido imaginativo del redactor… Pero el espíritu del libro es inequívocamente indio, y se tata del primer testimonio de las guerras apaches vistas desde dentro” (p. 12, la cursiva es mía).
[3] El nombre le fue dado por los mexicanos. También los suyos le conocieron finalmente con él. Los paracaidistas norteamericanos, durante la II Guerra Mundial, gritaban “Gerónimo” cuando se lanzaban al vacío (tomado de A. Debo, ob cit, p. 11).
[4] Según S. M. Barrett, aparte de Gerónimo, vivían solamente cuatro apaches bedonkohe puros a principios del siglo XX: Perico (Caballo Blanco), Nah-da-ste (hermano y hermana de Gerónimo respectivamente), Mah-ta-neal y To-klon-nen.
[5] Sacristán informa sobre el gobernador mexicano en la primera de sus anotaciones.
[6] En el telegrama que el Comandante General O. O. Howard envió desde Presidio, San Francisco, California, el 24 de septiembre de 1866, podía leerse: “Al principio, ateniéndome a los informes oficiales, pensé que la rendición era incondicional, salvo que se prometía a los indios hostiles no ser muertos por el ejército. Ahora, teniendo a la vista los despachos el general Miles y su informe anual, remitido por el correo el 21, se aprecian sin duda alguna las condiciones de la rendición: primera, que las vidas de todos los indios estarán a salvo; segunda, que se enviará a los indios a Fort Marion, Florida, adonde ya se ha enviado a su tribu, incluidas sus familias…” [las cursivas son mías]. El brigadier general S. Stanley telegrafiaba el 22 de octubre de ese mismo año, desde San Antonio, Texas, señalando: “En cuando que se dieron cuenta de que tenían que irse de aquí, Gerónimo y Naiche pidieron tener una entrevista conmigo; les comuniqué con exactitud las órdenes que había a su respecto. Ellos consideraron la separación de sus familias como una violación de las condiciones de su capitulación, las cuales les habían garantizado, y del modo más inapelable que sus cabezas pueden concebir, que se reunirían con sus familias en Fort Marion”.
[7] El objetivo de Barrett fue apuntado con claridad –e inusual coraje cívico- en el breve prólogo, fechado el 14 de agosto de 1906, que escribió para la edición de la biografía: “La idea inicial al compilar esta obra era la de dar al público lector un informe auténtico de la vida privada de los indios apaches y aplicar también a Gerónimo, como prisionero de guerra, la cortesía que se debe a todo preso, id est, el derecho a exponer las causas que le movieron a oponerse a nuestra civilización y nuestras leyes. Quedaré del todo satisfecho si la causa india ha sido presentada adecuadamente, si la defensa del preso ha quedado claramente formulada y si se aumenta con todo ello el depósito de información general acerca de tipos humanos que están desapareciendo” [la cursiva es mía]
[8] Con la oposición de sus cuidadoras, su mujer entre ellas. En el hospital habían muerto muchos apaches. Lo conocían como “la casa de los muertos”.
[9] Literalmente, el nombre significa: “se ha abierto el camino a través”, “uno que se aferra”.
[10] Páginas 13-15 de la edición castellana.
[11] A principios del siglo XX, el capitán Pratt distribuyó un cuestionario para comprobar el grado de bienestar de los graduados de Carlisle. Asa Daklugie respondió. Dio las informaciones que se le pedían sobre su matrimonio, situación laboral, vivienda, y a la pregunta final –“Dime otra cosa de interés relacionada con tu vida”- respondió: “La ‘cosa interesante de mi vida actual’ es que desearía ver que el pueblo apache obtiene la libertad y deja de ser prisionero de guerra del Gobierno. Así tendrían sus propia patria” (tomado de A. Debo, Gerónimo, el apache, ob cit, pp. 389-390).
[12] Y, por supuesto, de muchos otros pueblos y culturas del mundo.
[13] Historia que, por supuesto, no finaliza con su muerte sino que se prolonga incluso en sus restos, cuya profanación, cuanto menos intentada, enlaza directamente la barbarie “civilizada” contra los pueblos indios con las presidencias norteamericanas de finales del siglo XX y principios del XXI (Véase la nota de este editor a lo comentado por Manuel Sacristán en su nota sobre “La tumba de Gerónimo”).
Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)
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