Los escritos imprescindibles de un médico comunista internacionalista

per Salvador López Arnal darrera modificació 2020-03-25T16:24:06+02:00
Norman Bethune, Las heridas. Pepitas de Calabaza, Logroño, 2012, 109 páginas (traducción y presentación de Natalia Fernández Díaz).

 

Salvador López Arnal
El Viejo Topo, mayo de 2013


No llegaba ningún sonido de bomba desde el puerto. ¡A los bombardeos
no les interesada el puerto! Perseguían presas humanas. Perseguían a
los cientos de miles de personas que habían conseguido esquivarlos en
Málaga, que rechazaron vivir con los fascistas acorralados juntos aquí
y ahora como un objetivo perfecto. Durante una semana dejaron sola
Almería. Durante una semana se habían preparado. Y en ese momento, en
que la caminata desde Málaga había terminado, en que los refugiados
fueron capturados en unas pocas manzanas de la ciudad donde el
asesinato en masa únicamente exigía un mínimo de bombas… ahora Franco
saciaba su sed de venganza. Se preocupó poco del puerto. Un puerto no
puede pensar, ni desafiar al fascismo, ni sangrar. Solo la gente tenía
cerebro, corazón, valor. A matarlos, a mutilarlos, a mostrarles la
inclemente garra del fascismo… En el centro de la ciudad me acerqué a
un silencioso círculo de hombres y mujeres. Dentro del círculo, una
bomba había dejado un inmenso cráter. En el fondo del cráter había
tubos de desagüe, ropas desgarradas y restos de lo que alguna vez
habían sido seres humanos. Sentí el cuerpo tan pesado como el de los
propios muertos. Pero vacío y apagado. Y en mi cerebro ardía una
rabiosa llama de odio.


Son los compases finales (pp. 69-71) del segundo relato
(extraordinario es palabra que se queda corta: ¿para cuándo una
película que lo tome como guión?) incluido en este volumen: “La
carretera de Málaga”. Se suman a él, “Charla sobre la medicina
socializada (Montreal)”, “Heridas”, unos apéndices con apuntes sobre
la experiencia de autor en China y en nuestra “guerra civil”, y una
magnífica presentación de la traductora, Natalia Fernández Díaz:
“Norman Bethune, pasión por la humanidad”.


Unas breves notas sobre el autor: Norman Bethune nació en
Gravenhurst, Canadá, en 1890. Participó como camillero en la Primera
Guerra Mundial. Se formó como médico y aportó algunas valiosas
innovaciones en el ámbito de medicina. Acudió a la llamada
internacionalista de la República española contra el fascismo
autóctono e internacional. Poco después se trasladó a China, en guerra
contra el Japón imperial e imperialista, ayudando a construir un
hospital y a formar médicos (en apenas un año) que ayudasen a paliar
el desastre. Una injusta muerte acudió a su encuentro, sin haber
cumplido los 50 años, en el país de Mao (con quien se carteó). El 11
de noviembre (ese miso mes se había hecho un corte durante una
operación) escribió su última carta: “Ayer volví del frente. Ya no soy
útil en nada. No podía operar; ni siquiera levantarme […] Creo que
tengo una septicemia, si es que no se trata de gangrena o tifus. Iré
al hospital de Hua Pai mañana si mi estómago se calma. Un camino
terrible por un puerto de montaña. Hoy me siento mejor. Dolor en el
pecho. Orina de ciento veinte a ciento veinte grados. Te veré mañana,
espero”.


No pudo verlo. El médico-camarada Bethune fallecía al día siguiente.
En una cabaña de Huangshi-Kou.
Vuelvo al libro. Este pequeño volumen tiene la gran virtud de hacer
verdadero el aforismo de nuestro Gracián: “Lo bueno, si breve, dos
veces bueno”. En este caso: dos, tres o más veces.


Antes de partir para España (una etapa en la que los conflictos e
incomprensiones con él no estuvieron ausentes), Bethune escribió un
poema. Lo tituló “Luna roja”. Merece ser recordado: “Esta luna fría y
blanca/ Que refleja/ En lo alto del cielo boreal/ Nuestra mirada
pálida e inquieta / Esa luna de allá nos pasa rozando aquí/ Roja y
sangrante/ Las crestas de las sierras de España / Iluminan los rostros
sangrantes de los muertos/ Hacia ese astro lívido /Alzo el puño de mi
cólera/ Y hago un voto /-Oh camaradas caídos por nuestra libertad-/ De
no olvidar nunca / Vuestro sacrificio anónimo”.


De lo vivido por él en China esta pasaje dice más que mil ensayos:
“[…] Doscientos mil solados, dos mil quinientos heridos en nuestros
hospitales, más de mil batallas al cabo de un año y únicamente cinco
médicos chinos diplomados, otros cincuenta sin formación y un solo
médico extranjero [él claro está] para todo ese trabajo” (p. 103).
De su escritura, de la escritura de este gran cirujano, Natalia
Fernández Díaz señala lo esencial: “Bethune no escribe: es como si
convirtiera su vigorosa escritura en un pincel de trazos gruesos,
intensos, donde, perdida la inocencia, se sitúa así mismo en el
discurso. Entonces, entre esas pinceladas de óleo amargo, aparece un
fulgor que quema los ojos: son las heridas. Las suyas. Las de todos. Y
hace de su testimonio no solo un ejercicio de honestidad inigualable,
sino de comprensión humana que no se esfuerza en esconder su furia. Al
contrario, Bethune es un iracundo cuando se tensa la frágil cuerda de
la injusticia. Y grita. Sus escritos ensordecen tanto como los
bombardeos que describe con minuciosidad de orfebre perfeccionista”
(p. 27).
Se entenderá entonces que algunos jóvenes de los años setenta,
militantes de partidos marxistas-leninistas-

pensamiento Mao Tse-tung
(lo siento, nos hacíamos llamar así), cuando nos preguntaban nuestros
amigos y familiares qué queríamos ser de mayores, respondíamos sin
vacilar: lo que fue Norman Bethune.
De Mao nos emocionaban estas palabras, que leímos en sus obras
escogidas, escritas en honor del internacionalista canadiense (La
edición original, The Wounds, las recoge): “El espíritu del camarada
Bethune de total dedicación a los demás sin la menor preocupación por
sí mismo, se expresaba en su infinito sentido de responsabilidad en el
trabajo y en su infinito cariño por los camaradas y el pueblo […] De
todos aquellos que regresaban del frente, no había ninguno que, al
hablar de Bethune, dejara de expresar su admiración por él y de
mostrarse conmovido por su espíritu. En la Región Fronteriza de
Shansí-Chajar-Jopei, todos los militares o civiles que fueron
atendidos por el Dr. Bethune o que lo vieron trabajar, se sentían
conmovidos. Todos los comunistas deben aprender de este auténtico
espíritu comunista del camarada Bethune. Dedicado al arte de curar,
perfeccionaba constantemente su técnica; se distinguía por su maestría
en el servicio médico del VIII Ejército. Esto constituye una excelente
lección para aquellos que quieren cambiar de trabajo apenas ven otro
nuevo, y para quienes menosprecian el trabajo técnico considerándolo
sin importancia ni futuro. El camarada Bethune y yo nos vimos una sola
vez. Posteriormente, me escribió muchas veces. Pero como yo estaba muy
ocupado, sólo le escribí una carta y no sé si la recibió. Me siento
profundamente apenado por su desaparición. El homenaje que todos
rendimos a su memoria demuestra cuán hondamente su espíritu inspira a
cada uno de nosotros. Todos debemos aprender de su desinterés
absoluto… La capacidad de un hombre puede ser grande o pequeña, pero
basta con que tenga este espíritu para que sea hombre de elevados
sentimientos, hombre íntegro y virtuoso, hombre exento de intereses
triviales”, hombre de provecho para el pueblo chino y para la
Humanidad.

Una observación final. Escribe NB en su charla sobre la medicina
socializada en Montreal: “La protección de la salud de las personas
debería ser reconocida por el gobierno como la primera obligación y
servicio a sus ciudadanos”(p. 36). ¿A qué entre las lecturas de don
Boi Ruiz, el salvaje e irresponsable privatizador sanitario catalán,
no deben figurar los escritos de este “colega” suyo de profesión? No,
por supuesto. Para NB la “medicina socializada significa que la
protección de la salud se convierte, en primer lugar, en propiedad
pública… En segundo lugar, estaría sostenida por fondos públicos.
Tercero, tendría servicios accesibles a todos, no según los ingresos,
sino según la necesidad. La caridad ha de ser abolida y reemplazada
por la justicia”. Lo mismo, prácticamente, lo mismo que defiende el
conseller del rei Artur voluntat-d’un-poble.

PS. En la solapa interior del volumen se señala: “En China encontró la
muerte, y con ella la “gloria” en 1939”. No fue el caso y no es el
caso. No es asunto de gloria. La traductora, la magnífica presentadora
del libro, escribe: “… este comunista –de convicción más que de
partido- decidió trasladarse a China…”. Aparte de abonar un tópico
injustificado, la distinción es impropia y no es esencial. NB fue
militante del PC de Canadá. Tampoco esta formulación está exenta de
críticas: “Se afilió al Partido Comunista a mediados de los años
treinta, más por vocación de entrega que por verdadero instinto
político…” (p. 16). Otras observaciones de la presentadora-traductora
también permiten otra escritura: “Ya dentro del PC, Bethune decide que
su destino es ayudar a los leales en la Guerra Civil Española”.
¿Decide que su destino? ¿Leales? También en esta ocasión: “Pero
Bethune, como dijimos, ya planeaba marcharse a China cuando abandona
la Guerra Civil española. Pretendía construir un hospital de ensueño,
bajo los buenos auspicios de Mao…” (p. 21). ¿De ensueño?


Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del
CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat
Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)

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