“El futuro es un país extraño”. Así tituló su último libro-epílogo de una historia mundial del pasado medio siglo el historiador Josep Fontana. Confieso que ese título me desconcertó un poco. Ahora, examinando la actualidad, no podría encontrar otro mejor.
Hubo un momento en el que parecía que la sociedad europea, por lo menos aquella más azotada por la estafa neoliberal, despertaba. Islandia, Indignados, Bepe Grillo, Ocuppy, Portugal… En Francia parecía que el Front de Gauche disputaba cierto espacio de malestar y de reacción nacional republicana al Front National. Ahora la sensación es que todo aquello fue poco; en algunos casos débil y disperso, en otros demasiado despolitizado, y en todos insuficiente.
Solo Grecia con sus 17 huelgas generales en dos años, mientras Syriza ascendía hacia posiciones cercanas a las de primera fuerza política, ha dado la talla, sin desmerecer la alargada e inquietante sombra del “Amanecer Dorado”. Pero solo Grecia no alcanza para que Bruselas, Berlín y el establishment global que determina la gran política, tengan miedo y aflojen. Hacían falta tres o cuatro Grecias para empezar. Mucha más desobediencia y legítima ilegalidad. No se ha llegado a ello, ni hay, de momento, perspectiva.
¿Qué es lo que falla? ¿Por qué una juventud sin futuro se limita a gesticular? Esta involución ha venido para quedarse y tiene consecuencias y tendencias políticas muy claras, porque un mundo tan desigual, unas sociedades tan injustas y desesperanzadas solo pueden ser gobernadas con métodos e ideologías en sintonía con ello. Y eso es lo que asoma.
En Francia la muerte del joven Clément Méric, el 5 de junio a manos de un mamporrero de extrema derecha, ha evidenciado que ya hay que pelear hasta por el consenso antifascista que fue firme en la segunda mitad del siglo anterior. Se ha presentado al valiente adolescente de 18 años, un alumno brillante admirado por sus profesores, una persona frágil que acababa de superar un cáncer, como un “extremista”. Se ha explicado que fue él quien empezó la bagarre. Se reduce a mera bronca, a “pelea entre bandas” una reacción que se creía rodeada de una elemental legitimidad: reaccionar y no tolerar que gente violenta con esvásticas tatuadas en el cuello se paseen por una ciudad que deportó a decenas de miles de judíos y que se creía vacunada por aquella vergüenza contra ese tipo de símbolos. Eso ya no es así.
La República está en horas bajas, confusa y postrada en todos aquellos valores que la hicieron grande e importante para Europa, con su derecha empresarial loando el “modelo alemán” y su extrema derecha -que podría barrer pronto a la derecha tout court- explotando el descontento nacional y el rampante euroescepticismo sin que nadie le tosa. El timorato presidente Hollande se ha mostrado completamente incapaz de abanderar una vía alternativa a la medicina de Bruselas/Berlín y se limita a esperar los intrascendentes cambios de acento que, eventualmente, resulten de las elecciones alemanas del 22 de septiembre.
Sí, es un buen momento para releer La Agonía de Francia que Manuel Chaves Nogales (para quien comunismo y fascismo eran equidistantes, una idea que hasta los ochenta era vista como reaccionaria y que hoy vuelve a ser celebrada) dedicó a la nación colaboracionista de 1940. Sí, en el fenómeno actúa una prensa tóxica (hay que hacer un gran esfuerzo para recordar que hace unos 30 años Le Monde todavía era un gran periódico con una visión del mundo diferente a la anglosajona), pero lo fundamental es otra cosa: que el antifascismo ha perdido el apoyo mayoritario que tuvo en la sociedad francesa. Lo alarmante es ese cambio de sentido común. Un claro aviso de que a Europa le están asomando las viejas orejas pardas.
Esa degeneración es parte del legado que treinta años de disciplina neoliberal abrazada por la socialdemocracia deja al continente: una sociedad desorientada que no distingue ya los valores humanistas y de solidaridad de la basura retrógrada, que adopta el lenguaje de los fachas (ese “buenismo”, acuñado por Goebbels y desempolvado por neocons, que hoy forma parte del vocabulario habitual de los tertulianos) contra la emigración, contra los sindicatos y contra la izquierda, perdón, contra “el populismo”. Treinta años de penetración reaccionaria en un terreno de juego que no conoce el vacío y que la izquierda institucional abandonó por rendición incondicional. El resultado es esa extraña amorfía social.
Es también el legado de esa “Europa” y sus instituciones (el euro y el Banco Central Europeo entre ellas, antes “la Comisión”, “Bruselas”) con la que el establishment, siempre con el apoyo de la misma socialdemocracia, ha colado en el viejo continente la mundialización portadora de involución socio-laboral, retroceso de los Estados, privatización y avance de los monopolios, por la puerta trasera y superior de la “construcción europea”, eludiendo así los obstáculos nacionales arraigados en los diferentes países. El resultado: sociedades aún más capitalistas, gente aún más colonizada en sus vidas por la lógica y la antiética depredadora del capitalismo.
Todos los actos a los que he asistido en los últimos dos meses como observador, sea en Alemania o en España, relacionados con la crisis y sus respuestas, han estado claramente dominados por un público de más de cuarenta años. ¿Dónde están los jóvenes?
Jóvenes sin trabajo ni perspectiva de tenerlo que adoptan el discurso de su enemigo con una naturalidad escalofriante. Sociedades de marcianos compuestas por generaciones de pelados y tatuados aún más vitalmente colonizadas, despolitizadas y embrutecidas por el compulsivo consumismo low cost, idiotizadas por el narcisismo y el exhibicionismo individualista, imbuidas en ese también extraño encierro de masas alrededor del ordenador, con su pasiva socialización de encadenados intercambios on line y tesis de 140 caracteres, a través de redes controladas por la NSA o cualquiera de sus versiones nacionales. Ríase usted de la generación de la televisión. Esto sí que es un universo nuevo y extraño.
Confrontado a las virtudes de esta gran liberación tecnológica, retengo, sobre todo, que en este maravilloso mundo de comunicaciones virtuales, las ventanas físicas y reales, por las que circula el aire y los espacios se ventilan, están cerradas en estáticas inmovilidades de hecho que favorecen cierta obesidad, física e intelectual. Transformar todo este mundo nuevo en un movimiento social, coloca al observador en un universo extraño y en una larga perspectiva en el mejor de los casos. Parece que no va a haber reacción social a la 1848, sino un largo e incierto proceso en el que se recogerá lo que se siembre, lo que se consiga arrebatar y ganar. De momento es obvio que la oligarquía se ríe de la calle. Su goleada es total. Le basta y sobra con la guardia urbana. Por eso sus trucos y discursos se repiten con una desvergüenza insultante. Y esa desvergüenza dice mucho de lo sobrada que va.
En España un “comité de sabios” dictamina sobre las vías para reducir las prestaciones de las pensiones. Como en Alemania, ocho de estos doce “sabios” resultan estar inocentemente vinculados al sector bancario y de los seguros que se está forrando en todo el mundo con el desarrollo del seguro privado en el que las cotizaciones de las pensiones se colocan en la bolsa. En la bolsa del mismo casino que quebró en 2008 y ante cuyo altar se sacrifica el Estado del bienestar. Estamos ante un sistema ladrón con estructura de círculo vicioso. Su desvergüenza se asienta sobre la pasividad de la mayoría que consiente y no ejerce su legítimo derecho a desobedecer al robo.
En consecuencia, las mentiras no se renuevan, ni siquiera necesitan ser repintadas para volver a ser vendidas: en Siria el gas Sarin toma el relevo a las “armas de destrucción masiva” de Sadam para justificar mayores intervencionismos militares. El mundo se entera con sorpresa de que el derecho fundamental al secreto de las comunicaciones no existe, pero el tipo que denuncia ese enorme delito pasa a engrosar la lista de los héroes de nuestro tiempo, los Assange, Manning y demás, perseguidos o encarcelados por ello. Un periodismo tóxico se pregunta si estos personajes son héroes o villanos, lo que nos regresa al tema de la bagarre parisina y del cambio de sentido común que hay detrás del ¿quién empezó? Las mismas preguntas son síntoma del gran retroceso de la consciencia social experimentado en las últimas décadas.
A un nivel superior, ahora con llamadas de teléfono, emails, Facebook y demás redes “sociales” de nuestro nuevo sujeto, se repite la mentira de la guerra fría, cuando en el “mundo libre” se controlaba, por ejemplo en Alemania, todo lo que iba y venía hacia y desde el Este, en nombre de la misma “seguridad nacional”, mientras se denunciaban los intolerables controles de aquellas Stasi y Kgb. Como ahora, aquellos controles era completamente ilegales e inconstitucionales, pero la exclusividad de la maldad la tenían los otros. Ahora el público desinformado creía que el líder del control de las redes sociales era… China. Cuantas veces nos arrullaron con su “Gran Muralla de fuego” y sus policías dedicados a censurar el Internet, sus pleitos con Google etc. Mientras tanto, ellos iban perfeccionando el verdadero big brother de orejas globales. No es una cuestión de maldad, sino de capacidad tecnológica y en ello Washington Londres y Bonn/Berlín, siempre fueron por delante de Moscú, Pekín o Teherán.
Al plantearse las sensaciones del momento, esa confusión en distinguir los puntos cardinales, la dificultad de separar lo provechoso de lo negativo, lo rebelde del más estéril exhibicionismo, se acaba aterrizando sobre esa idea de que el futuro es un país extraño, que da título al libro de Fontana. Perplejos ante el nuevo sentido común, perdemos hasta los contornos de lo que nos espera, ignoramos lo que el sistema nos tiene preparado para los próximos años y décadas. Y nos preguntamos, ¿pero qué está pasando?