Manning: juicio y descomposición moral
A más de tres años de su detención en Irak y tras 18 meses de sesiones
preparatorias, hoy [3 de juny de 2013] da inicio el consejo de guerra
en contra del soldado estadunidense Bradley Manning, analista de
inteligencia del ejército de Estados Unidos, acusado de haber
entregado a WikiLeaks centenares de miles de documentos que dan cuenta
de algunos de los crímenes de lesa humanidad cometidos por Washington
en Afganistán e Irak.
En marzo pasado, como parte de una estrategia de sus abogados, Manning
aceptó la culpabilidad de 11 de los 22 delitos que se le imputan –los
de menor gravedad– y rechazó, por otra parte, la acusación de
colaborar con el enemigo, la cual podría derivar en una condena a
cadena perpetua. En tal escenario, es prácticamente seguro que el
juicio que hoy se inicia derive en una condena en contra del marine de
25 años y que, con independencia del éxito o fracaso de la estrategia
de defensa jurídica referida, se consume un nuevo atropello y una
incongruencia mayúscula por la justicia estadunidense.
En efecto, incluso concediendo que Manning violó algunos códigos
militares que juró cumplir y defender, la acusación en su contra por
haber colaborado con el enemigo es un despropósito y un ejemplo de
manipulación propagandística e ideológica de la justicia, habida
cuenta de que la información sustraída del Departamento de Defensa por
Manning no fue entregada a alguna organización o Estado enemigo de
Washington, sino a la organización encabezada por Julian Assange; por
lo demás, tales revelaciones no son una amenaza para la seguridad de
ese país, sino, en todo caso, para la perpetuación de las prácticas
criminales e inhumanas cometidas por esa superpotencia en los
territorios iraquí y afgano.
Tanto más improcedente resulta la afirmación de que las filtraciones
de Manning representaron un riesgo para la vida de estadunidenses,
cuando la evidencia histórica demuestra que dicho riesgo está
relacionado no con la defensa del derecho a la información y al
interés general, sino con las prácticas opuestas: la opacidad, el
ocultamiento y la distorsión de la verdad. Cabe traer a cuento, en ese
sentido, las circunstancias que antecedieron a la incursión militar
estadunidense en Irak, una aventura bélica que se construyó sobre la
base de varias mentiras –la posesión de armas químicas por el régimen
de Saddam Hussein y el apoyo del régimen de Bagdad a la organización
Al Qaeda–, que carecieron en su momento de contrapesos oficiales que
desmintieran tal afirmación, y que se saldó con la muerte de 4 mil 500
soldados estadunidenses, de cientos de miles de civiles iraquíes y de
una devastación material sin precedente, cuya estela de barbarie
persiste.
La posibilidad de que Manning sea condenado por difundir información
sobre diversas atrocidades cometidas por Washington contrasta con la
impunidad de que gozan los autores materiales e intelectuales de actos
de barbarie como el perpetrado el 12 de julio de 2007 en Bagdad por la
tripulación de un helicóptero Apache contra el reportero Namir
Noor-Eldeen, de la agencia Reuters, y 10 personas más; las múltiples
torturas en la prisión de Abu Ghraib y en otras cárceles controladas
por el Pentágono; la eliminación de sospechosos en puestos de control;
el ocultamiento de miles de muertes y el asesinato de civiles a manos
de tropas invasoras, y otras prácticas criminales, cuyos autores
posiblemente han sido condecorados como héroes de guerra.
La persecución emprendida por el gobierno estadunidense contra quienes
han tenido el valor de hacer públicos la barbarie y los abusos
cometidos al amparo del poder planetario resulta particularmente
grotesca, si se toma en cuenta que la principal amenaza a la paz
mundial y a la seguridad de los estadunidenses dentro y fuera de su
territorio no son las filtraciones realizadas por Mannning ni la
información difundida por WikiLeaks, sino el espíritu bélico y la
arrogancia imperial de Washington. En suma, el juicio contra Manning
es un síntoma más de la descomposición moral, política y jurídica en
que se encuentra la superpotencia.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2013/06/03/edito