El escarmiento del murciélago y otros cuentos

per Institut Puig Castellar darrera modificació 2020-04-24T19:22:47+01:00
Algunes històries de ficció d'alumnes de 1r d'ESO

El escarmiento del murciélago y otros cuentos

 

El escarmiento del murciélago

Había una vez un murciélago que no quería salir a volar con los pájaros. Los pájaros estaban preocupados por su amigo, y decidieron que cada uno le daría una pluma de su cuerpo. Cuando se las dieron, el murciélago se volvió tan guapo que salió a jugar con sus amigos los pájaros.

Al cabo de unos días, decidió que era demasiado guapo para salir a jugar con sus amigos los pájaros, pero ellos no le hicieron caso. Se volvió creído. Decía que era el mejor murciélago del mundo. Sus amigos se enfadaron con él y decidieron pedirle las plumas que cada uno de ellos le había dejado para darle un escarmiento.

El murciélago se quedó sin plumas, y desde entonces sólo sale a volar de noche.

 

Laura Barea Conde (1º ESO)

 

La historia al revés

 

Esta triste historia comienza cuando una señora de unos 48 años caminaba llorando a la salida de un pueblo. Se encontró a un señor de unos 50 años sentado sobre una piedra llorando también.

La mujer, que se llamaba Josefina, se guardó su pañuelo lleno de lágrimas y le preguntó al hombre que qué le pasaba.

Le explicó que se sentía muy desgraciado porque su perro lo había echado de casa a bocados y ladridos sin ninguna explicación. Muy dolido, no entendía el porqué.

Josefina le contó que su gato le había hecho algo parecido a ella, le empezó a maullar, le sacó las uñas y arañándola la echó de casa. Ella también se preguntaba qué mal le había hecho (¿no le lamía bien la patita al gato?, ¿acaso no le hacía compañía?). ¡Qué desagradecido era aquel gato!

El hombre, que se llamaba Roberto, le preguntó si podían caminar juntos, ya que estaban solos y no sabían a dónde ir.

Al rato se encontraron a un niño que, llorando, se iba frotando el brazo mientras se quejaba de que su gato lo había echado de casa a picotazos. Se llamaba Julián, y también se unió a ellos.

A pocos metros de allí se encontraron a una anciana que, lamentándose, se presentó con el nombre de Adela, y les contó que, sin decirle nada, el burro había empezado a darle coces y a rebuznar sin parar hasta que la echó de casa.

De esta manera se formó un grupo y empezaron a pensar la manera de ganarse la vida, pero ninguno sabía hacer nada. Iban los cuatro pensando cómo ganarse la vida cuando Roberto tropezó con una piedra y se cayó de una forma muy graciosa provocando las carcajadas de los demás. Fue entonces cuando al niño se le ocurrió que podían convertirse en cómicos. A los demás les pareció muy buena idea y empezaron a ensayar.

Al poco tiempo ya iban de pueblo en pueblo ganando mucho dinero por sus actuaciones y pudieron comprarse una casa donde vivir sin que nadie les echara de allí a patadas.

Alba Jiménez Gómez (1º ESO)

 

 

Maltrato de animales

Érase una vez un hombre que tenía un gato al que nunca le daba de comer. Sólo le daba de comer cuando había una inspección de maltrato a animales, y siempre le ponían una multa, porque le decían:

—Este gato está muy delgado.

—Sí, es que nunca quiere comer.

Siempre le ponían una multa de 500 €. Al año siguiente, empezó a darle de comer un poco antes de la inspección para que no le pusieran la misma multa, pero le volvieron a pillar, y esto pasaba cada año.

Una vez empezó a cebar al gato para que no le pusieran la multa aquel año. Cuando llegó el inspector, le dijo:

—Este gato está obeso.

—Sí, es que come mucho.

Le volvieron a poner la multa y, antes de que el inspector se fuera, le dijo el dueño del gato:

—Aclárese, dígame cómo tengo que tratar al gato, porque siempre me pone una multa. O me dice que está muy delgado o que está obeso.

Entonces el inspector se lo tomó muy mal y le puso otra multa, pero ésta fue de 1000 €.

 

Sergio Gracia Martín (1º de ESO)

 

El universo

 

¿Sabes cómo se creó el Universo? Ahora te lo explico.

Hace mucho tiempo, cuando aún no existía el Universo, había un rey que tenía en su palacio muchas estrellas. El rey se llamaba Universo, y no le gustaba que nadie fuera a ver su tesoro más preciado, sus estrellas. Un buen día por la mañana, un ciudadano gritó:

— ¡Los enemigos atacan!

Después de este aviso, todo el mundo quiso coger sus pertenencias a toda prisa. Pero el rey ni se inmutó. Entonces un ciudadano dijo:

—Majestad, ¿por qué no huye con nosotros?

—Porque no puedo coger mis riquezas ni mis astros.

—Pero, ¿por qué?

—¿Por qué no te callas? —respondió Universo con malas maneras.

—Y el ciudadano se fue.

Al cabo de unos minutos, invadieron la ciudad y mataron al rey, y después de unas horas destrozaron la cámara con las estrellas.

Según dicen los más sabios, Universo y sus estrellas son lo que hoy llamamos Cosmos.

Marc García García (1º ESO)

 

 

Colmillos rojos

 

Era el año 1889, en las montañas de coníferas del Norte de América, cerca de los Grandes Lagos, en un lugar remoto de aquel país, cuando sucedió un hecho insólito que iba a marcar la vida de muchas personas.

Había allí una montaña que separaba dos formas de vida, la de los colonos, que apenas llevaban unos años ocupando esas tierras y la de los Tatuek, una tribu india que había vivido allí desde hacía varias generaciones.

En esas montañas habitaba una gran cantidad de animales, sobre todo osos. Una cueva medio oculta por una roca gigantesca era el hogar de una osa y su osezno, pertenecientes a la raza de osos pardos, concretamente a los kodiak, los más grandes de dicha especie. Llevaban una vida tranquila, pescando, truchas y asaltando colmenas, como es habitual entre los osos pardos.

Un día, cerca ya del momento en que le oso se haría adulto y abandonaría a la madre para emprender su nueva vida, sin que ninguno de los dos se diera cuenta, les habían seguido unos colonos  cazadores de pieles armados con rifles Winchester y cuchillos. Aprovechando la dirección del viento, que impedía que lo osos olieran la presencia humana, dispararon a la osa, alcanzándola en el costado. Quisieron rematarla con un segundo disparo, pero aquel tiro no alcanzó a la madre a su hijo, dejándole una cicatriz en el ojo izquierdo que le acompañaría toda la vida.

La osa se volvió en la dirección del disparo y vio cómo salía sangre de la herida. Entonces empezó a correr para intentar refugiarse y salvar la vida de ambos. El osezno, al ver correr a su madre, la siguió. En ese instante uno de los cazadores dijo:

—Con esos únicos disparos no morirán.

—Sí, pero los osos corren mucho, seguramente ya estarán lejos, y nosotros casi no tenemos comida, bebida ni municiones, contestó su compañero.

—Tienes razón, volvamos al pueblo.

Mientras tanto, los osos se dirigieron a su cueva. Estando ya en ella, se lamieron las heridas el uno al toro. El oso pequeño se durmió por el cansancio debido al esfuerzo de la huida, pero la osa sangraba demasiado. Tenía una hemorragia interna y, al día siguiente, se desangró. El hijo se quedó un rato mirándola, pensando que aún estaba viva, pero, al ver que no despertaba, comprendió que a partir de ese momento estaría solo.

Como la madre la había instruido muy bien, ya sabía todo lo necesario para cuidar de sí mismo.

Pasaron los años, pero el oso, ya mayor, no dejaba de tener pesadillas con los cazadores. Así que, cuando veía un hombre de piel blanca, loa tacaba hasta matarlo. Era tal su ferocidad que se le conocía como Colmillos Rojos, porque siempre los tenía manchados de sangre.

Una mañana, en el poblado de los tatuek, Tortuga Pequeña, la hija menor del Gran Jefe indio, se escapó hacia el bosque. El jefe le encargó entonces  a su hijo mayor, Nube Roja, que fuera en busca de su hermana.

—Nube Roja —dijo el gran jefe—, si la traes con vida te regalaré el hacha de nuestros antepasados, que representa el valor.

Entonces Nube Roja cogió una lanza y se adentró en el bosque, ya en el bosque, se encontró con su hermana pequeña, de apenas un metro treinta de altura, delante de un oso de casi tres metros. Al principio, se quedó perplejo, pero luego pensó en qué habría hecho un antepasado suyo, y como los osos en su poblado eran sagrados, tiró su lanza al suelo y se arrodilló.

El oso le perdonó la vida y Nube Roja le dijo a su hermana que tenía que saldar la deuda, siguió al oso hasta su cueva y a partir de entonces se quedó a vivir con él.

Su hermana volvió al poblado y contó a su padre lo que le había dicho su hermano. A su padre le pareció bien porque eso le serviría como aprendizaje para convertirse en un buen jefe indio y poder sustituirle cuando muriera.

Al cabo de dos meses, los cazadores de pieles volvieron. Para entonces, Nube Roja y Colmillos Rojos, a quien su amigo indio llamaba Bola de Pelo, ya se habían hecho amigos. Cuando los cazadores vieron otra vez al animal, a pesar de reconocer la cicatriz en su ojo izquierdo, no creían posible que fuera Colmillos Rojos por su gran tamaño, ya que cuando lo vieron por última vez era bastante más pequeño.

Entonces uno de ellos apuntó hacia y el oso y disparó, pero Nube Roja, que los había visto, se puso en la trayectoria de la bala, que le impactó en el tórax, tirándolo al suelo. El oso se puso furioso y fue corriendo hasta donde estaban los cazadores. De un zarpazo mató a dos de ellos, y el tercero, que había disparado, se quedó en el suelo, con mucho miedo.

—No me mates —dijo el cazador.

Pero Colmillos Rojos no atendía a razones y también lo mató. Luego fue hacia donde estaba Nube Roja y le lamió la cara. Nube Roja, justo antes de morir, le dijo: “Lo he pasado muy bien contigo y ahora puedo morir en paz porque mi deuda está saldada.”

Colmillos Rojos se dirigió hacia el pueblo colono en buscad de sangre, mató a muchas personas, volvió luego a su cueva y se quedó dormido.

Al día siguiente, los colonos organizaron una batida para ir matar al oso. Cuando Colmillos Rojos salió de su cueva y sintió que un disparo le alcanzaba en la pata, echó a correr a lo alto de la montaña. Los colonos lo siguieron y en la cima lo mataron. Pero no llegaron a coger la piel para venderla, porque a pesar de estar muerto les seguía infundiendo terror.

Se oyen rumores de que los espíritus del oso y del indio siguen guardando la montaña de los cazadores. Desde entonces ningún cazador se ha atrevido a volver por allí. Si aceptáis mi consejo, no vayáis a aquel lugar de vacaciones.


David González Mina (1º  ESO)

[Aquestes històries van estar publicades al número 28 de la revista Sota el cel del Puig, maig de 2008. Per llegir més històries, cliqueu aquí.]