Tres historias
Una viejecita
Caminaba por el barrio cuando me encontré una viejecita que me dijo: “Ayúdame a pasar la calle que, de pronto, me caigo.” Yo la ayudé, y me dejó caer un anillo de hierro. Cuando lo recogí y fui a dárselo, me dijo que me lo quedara, que con él podría cumplir deseos. Y mi primer deseo fue que todo el mundo cambiara de manera de vestir; el segundo, que cambiaran las casas, y el tercero, que cambiara el idioma. Todo se cumplió, no como yo quería, pero se cumplió.
Primero, no nos vestíamos y estábamos en cueros; segundo, no teníamos casa, y tercero, el idioma era diferente: en vez de decir mesa se decía alfombra; en vez de decir televisor, se decía radio, y viceversa, y en vez de decir ir a dormir, se decía venir a despertarse. Era todo un embrollo, pero a mí me volvía loooca, que era decir sabia. Entonces me di cuenta de que todo era un sueño. Desde ese momento, amé y quise a mi país y lo que lo conforma, así sea cómo viste la gente, cómo habla y cómo son las casas.
Luz Ángela Tello Luna (1º de ESO)
Archipiélago trivial
[Aquesta història forma part del llibre Imaginario I, de la col·lecció Els llibres del Puig.]
Este archipiélago está formado por tres islas, llamadas Suerte, Paz y Guerra. La isla llamada Suerte es una isla en la que reina el juego; sus habitantes juegan a los dados, a la ruleta, a las cartas, e incluso a ver quién, tirándose por un barranco, llega primero al fondo. La avaricia vuelve locos a los habitantes de Suerte. No tienen gobernantes y el pueblo no piensa en nadie, cada uno va a su rollo. Suerte está dividida en cinco provincias: Ganador, Perdedor, Dados, Trampas y Jugar.
Paz es una isla pequeña en la que todo el mundo se quiere y vive feliz. Los habitantes de paz siempre están alegres y siempre están jugando. Tienen una única preocupación: que no les pase nada a los demás. Paz está dividida en cinco provincias. Amigos, Educación, Pacifistas, Amabilidad y Amor.
Guerra es la isla situada más al sur. Todo el mundo se mataba en esa isla. Sus pobladores llegaron al punto de conseguir que no quedara ni un solo habitante en la isla. Les gustaba la sangre. Ahora sólo quedan allí un montón de escombros, cadáveres y sangre. Guerra está dividida en cinco provincias: Maligno, Lucha, Guerrero, Sangre y Destruir.
Francisco Cruz Illán (1º de ESO)
Cambio de vida
Noche oscura de noviembre. Decido salir a dar una vuelta. El abrigo me respalda de este frío intenso. No hay nadie por las calles. Cuando empiezo a adentrarme en el bosque, los árboles me respaldan un poco más del frío, quizás por las dos horas que he estado andando. Parecen dos mundos distintos la ciudad y el bosque. Prefiero el bosque, sin duda. Es tranquilo, aquí se respira aire puro. Prefiero como compañeros a los árboles y a los lagos que a las carreteras y los coches. Cada vez es más oscuro; escucho a los lejos unos suaves aullidos de lobeznos. Las hojas han caído de los árboles, voy amontonándolas poco a poco hasta tener un montón de poco más o menos mi estatura. Eso serviría esta noche para calmar mi miedo y para dormir hasta que el trino de los pájaros me despierte.
Un brillante rayo de sol resplandece sobre mi cara. Me levanto lentamente y me dirijo hacia el pequeño río de aguas claras y transparentes. El agua es fresca y de excelente sabor, seguramente nunca había bebido de agua tan cristalina.
No me arrepiento de haber huido de casa esa noche oscura de noviembre. Ahora, viviendo en el bosque, parece que haya viajado en el tiempo, todo aquello parece de mucho tiempo atrás.
Cuando vuelvo del riachuelo, veo que alguien parece haber movido aquel montón de hojas secas que había sido mi cama (tenía hasta la forma de una almohada mullida).
Sin yo darme cuenta, había caído la tarde. En aquel mismo momento se oyó un rugido. Me volví asustado, como si tuviese detrás un gran felino hambriento, pero no había nada. ¡Ah!, claro, mi tripa llevaba un día entero vacía. Voy en busca de frutos salvajes o de algo comestible.
Ya es media noche. Mi tripa ya no ruge gracias a ese banquete de moras y frutos silvestres que me he dado. Las horas y los días pasan volando, igual que los pájaros que vuelven cada noche fieles a su nido. Vuelvo a estirarme en mi montón de hojas secas. Cuando estoy empezando a coger el sueño, oigo un grito. Me incorporo y salgo corriendo. Me escondo detrás de un sauce robusto y vuelvo a oír otro grito. Observo que dos hombres armados persiguen a una muchacha de mi edad, más o menos. Consiguen atraparla y un puñal golpea una y otra vez a la muchacha. Una lágrima mezclada con una gotita de sangre recorre su dulce rostro que yace sin vida en el suelo. Los dos hombres, al ver que ya está muerta, salen corriendo de allí. Necesito hacer algo. Cuando me acerco hacia el cuerpo sin vida de la chica veo que es una de mis mejores amigas de la infancia. Me agacho para tocarla y un grito me sobresalta. Me doy cuenta de que todo ha sido una pesadilla y de que a aquella chica no le ha pasado nada. Todo fue por la mala digestión de aquellos frutos silvestres. Pero después de eso me dormí plácidamente, hasta que alguien me despertó y dijo: “¡Eh, chico! ¿Qué haces aquí?” Justo en ese momento desperté sobresaltado y pregunté: “¿Qué pasa?”.
Riki García (2º de ESO)
[Aquestes històries van estar publicades a la revista Sota el cel del Puig, núm. 6, gener de 2002.]