Dos relatos
Dos relatos de fantasía científica
1. UNA AVENTURA EN EL CENTRO DEL UNIVERSO
Hace miles de millones de años, antes de que ocurriera el Big Bang, tres chicos de un planeta llamado por entonces Plasmarte fueron sin querelo la causa de nuestro origen y del nacimiento de nuestro universo, que entonces se desconocía.
La historia empezó en un lugar oculto del planeta Plasmarte.
—Hola, chicos, ¿cómo estáis hoy? —preguntó Max.
—De momento bien, gracias por preocuparte por nosotros —le respondieron con voz imponente Dan y Kratz.
Max era un chico de 1,46 de estatura, ojos marrones, valiente y muy simpático. Estudiaba 1º de ESO en el Instituto Puig Castellar, considerado como el mejor instituto de todo el planeta Plasmarte que, tal como indica su nombre, era conocido por sus tormentas de plasma.
Dan y Kratz (hermanos), en cambio, eran dos niños muy vergonzosos, pelirrojos, de 1,40. Se pasaban todo el día intentando impresionar a sus compañeros de clase.
—Bueno, chicos, ¿estáis preparados para ver algo más hermoso de lo que nunca habías imaginado? —les preguntó Max con emoción.
—Pues, claro, chaval. Los hermanos Dan y Kratz siempre están preparados —le respondieron con arrogancia.
El grupo de 1º de ESO se preparaba para hacer una visita turística por los alrededores de su planeta a bordo de pequeñas astronaves de tres plazas y, como habréis adivinado, a Max le tocaba ir con Dan y Kratz. Por supuesto, la astronave estaba programada para seguir una ruta automáticamente. Pero ocurrió algo... Cuando la astronave en la que iban estaba a punto de atravesar la atmósfera, una tormenta de plasma alcanzó el depósito de combustible, y empezaron a perder combustible hasta que la astronave se detuvo y quedó flotando en el espacio, lejos del rumbo que seguían los demás.
Max se dirigió hacia los asientos de atrás donde estaban Dan y Kratz que seguían discutiendo por una chica.
—Chicos, ¿no habréis tocado ningún botón, verdad?
—Pues claro que no. ¿Qué pasa? ¿hay algún problema? —preguntó Dan al ver la preocupación de su compañero.
—¡Me temo lo peor! —dijo Kratz.
—La nave se ha parado y nos vamos alejando de nuestro planeta. Y, por si fuera poco, nos estamos quedando sin oxígeno —explicó Max.
Horas más tarde, cuando todo parecía que no podía ir peor, un agujero negro se abrió detrás de la astronave, se la tragó y la condujo hasta el mismísimo centro del universo, hasta un planeta que rompía todas las teorías porque todo el universo parecía girar a su alrededor.
Max, gracias a los frenacaídas auxiliares de la nave, pudo maniobrar para aterrizar. Los tres se sentían perdidos ante lo inexplorable. No se imaginaban qué podrían encontrarse mientras ellos tan sólo se dedicaran a tratar de sobrevivir.
Max, Dan y Kratz salieron de la astronave con el máximo sigilo posible para no hacerse notar su visita. Nada más salir vieron selvas, bosques y, por detrás de todo aquello, un castillo que se alzaba sobre todo lo que había en aquel planeta. A Max le dio un escalofrío ver aquel castillo. Mientras atravesaban un bosque, unos reptiles de dos patas los cercaron.
—¿Cómo os atrevéis a perturbar la tranquilidad de nuestro planeta sin el permiso de nuestro señor, Devil. ¡Seréis castigados! ¡pagaréis con vuestras vidas! —dijo Najbul, el jefe de los reptiles.
Max, sin pensárselo dos veces, salió corriendo. Dan y Kratz le siguieron lo más rápido que podían, pero los reptiles no se habían acobardado y los perseguían armados con mazos. Mientras Max y sus amigos intentaban huir atravesando la selva, más reptiles fueron apareciendo entre los arbustos y saltando entre los árboles. Najbul iba delante de todos ellos.
Cuando los chicos pensaban que habían despistado a sus perseguidores, apareció Najbul detrás de ellos. Cuando iba a clavarle una daga a Max, Kratz empujó a Max y Najbul no consiguió su propósito. Todos ellos retomaron la huida lo más rápidamente posible. Hasta que, acorralados contra un castillo por Najbul y sus soldados, los chicos no tuvieron otra opción que entrar.
En su interior todo era diferente a cualquier castillo. Era oscuro y olía a algo putrefacto. Max escuchó una voz desde el exterior:
—¡Ah, ah, ah! No sabéis dónde os habéis metido. Yo de vosotros hubiera preferido la muerte que yo os ofrecía antes. Mi amo Devil os hará sufrir mucho —les dijo Najbul.
—No si yo puedo impedirlo —contestó Max.
A Max se le notaba un rasgo de valentía, pero poco después se asustó. Los reptiles estaban cerrando la puerta, no abriéndola... ¿tan malo era lo que les esperaba a los chicos?
Max avanzó por unos escalones seguido de Dan y Kratz. Llegaron a un pozo.
—Debemos bucear por él —dijo Dan con seguridad.
—¿Estás seguro? ¿Y si no encontramos una salida? —dijo Max preocupado por sus amigos.
—No hay otra alternativa. Confiamos en ti, Max —añadió Kratz.
Los tres se sumergieron bajo el agua y pudieron ver una luz muy débil a lo lejos. Mientras se iban acercando, la luz se iba haciendo más y más fuerte. El paisaje era totalmente extraño. Por debajo de ellos se abría una cueva.
Cuando por fin, gracias a aquella luz, sólo quedaba Kratz por salir del agua, algo se lo impidió: un calamar gigante sujetaba su pierna. Max sacó una navaja que guardaba en el bolsillo y se lanzó al agua con el propósito de cortar el tentáculo que sujetaba a Kratz. Una vez lo consiguió, él y Kratz salieron del agua.
Los tres chicos no podían ni respirar. Descubrieron que por ser valiente se puede perder la vida, pero ya no se podían echar atrás.
Los tres continuaron hasta llegar a una puerta, donde ponía:
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Era un mensaje en cruzifitis, el idioma de un planeta llamado Crast, un planeta vecino de Plasmarte. Por suerte, a Dan lo único que le había interesado durante años era ese idioma, por tanto tradujo lo que allí ponía: “Para pasar debéis luchar.” De repente, las puertas se abrieron. Apareció un guerrero reptil armado con una astora, una espada que tiene en su filo un inmovilizador. Y antes de que Max pudiera reaccionar, el guerrero reptil le hizo un rasguño y le hizo entrar en estado de catalepsia. Dan y Kratz se enfadaron tanto, que atacaron sin miedo de resultar heridos o muertos. Sabían que no tenían ninguna posibilidad contra aquel guerrero, así que decidieron llevarlo al agua. Y tal como habían imaginado, el calamar gigante hizo lo demás.
Kratz y Dan se dirigieron hacia la puerta donde estaba Devil y entraron dejando solo a Max: pensaban que había muerto.
Cuando Max se reanimó, sus compañeros no estaban a su lado. Pensó que habían entrado en la puerta que conducía hasta Devil. Cruzó la puerta y en seguida encontró los cuerpos de sus amigos. Habían sido asesinados. Delante de él estaba Devil, un oscuro y solitario malvado de una inteligencia más grande que la de cualquier persona de su época. Bastaba ver sus creaciones para saber que era un genio.
—¿Por qué los ha matado? Ellos sólo querían salir de este planeta, volver al que pertenecían —gritó Max dirigiéndose a Devil con rabia.
—¿Por qué? Porque no soporto a los humanos. Y esta máquina de aquí es prueba de mi odio hacia ellos —respondió Devil. Sirve para hacer desaparecer a todo ser vivo que no pertenezca a este planeta.
—¡No te lo permitiré! —gritó sobresaltado Max.
—Este planeta ha sido construido por mí. Y con esta máquina puedo mover el universo, pararlo e incluso puedo hacer que aumente tanto la gravedad, que puedo atraer cualquier astro hacia mí. Después de tanto esfuerzo para fabricarla no voy a dejar que un chiquillo como tú rompa mis planes de arrasar la galaxia —dijo Devil.
A Max se le ocurrió una idea: ya que no podía impedir que la vida desapareciera del universo, por lo menos podía intentar hacerla reaparecer. Se dirigió lo más rápido posible a aquella máquina. Hizo subir la gravedad de tal manera que en menos de siete segundos impactaron todos los astros. Así ocurrió el fenómeno del Big Bang. Desde entonces, el nombre de nuestros aventureros está grabado en las estrellas.
Víctor Santos Jurado (1º de ESO)
2. RECICLADORES EN PELIGRO
Me llamo Tirub. Nací en el año 4234 DEM* en una incubadora genética en la cuarta estación de la zona B cuando acababa de terminar la guerra contra las estaciones de Venus. El problema que tenían las incubadoras de esos tiempos era que tardaban mucho en crear una persona. Se introducía una muestra genética y se tenía que esperar unos diez años a que naciera una nueva criatura. Por eso a mi amigo Runeg y a mí nos incubaron durante la guerra. Los de Venus lanzaron robots espías a nuestra estación y uno de ellos se introdujo en la sección del hospital donde estaban las incubadoras. Unos robots de vigilancia que pasaban por allí se pusieron a disparar como locos para defendernos, pero le dieron a la incubadora de Runeg cuando se le estaba formando el ojo derecho. La incubadora se estropeó y el ojo de Runeg quedó deformado (lo tiene de color blanco y le cuesta mucho menos ver en la oscuridad; también ve cosas que a otros les pasan desapercibidas). Cuando Runeg tenía tres años, se escapó de clase de química y se fue a la zona de reciclaje (no era la primera vez que se escapaba). Allí, unos androides echaban ácido a la basura para reciclarla. Él se puso debajo y le cayó ácido en la cabeza. Desde entonces, además del ojo, tiene también el pelo completamente blanco. Runeg siempre se ha metido en líos. Si no se metía dentro de un robot de vigilancia, se metía en una nave de comercio con destino a la tercera estación de la zona B... La ley dice que sólo se pueden imponer castigos a los mayores de diez años, así que, de mometo, se fue librando de castigos por su mal comportamieto.
A mí me hubiera gustado vivir en la Tierra, pero, por desgracia, la convirtieron en una reserva natural justo antes de la guerra. Ahora sólo les está permitido ir a los mejores zoólogos y científicos de todo el sistema solar y a algunos comerciantes que transportan el material que necesitan esos científicos.
Runeg había sido mi compañero de trabajo desde los diez años. Éramos recicladores. Recogíamos la basura espacial. Volvíamos a la estación y la reciclaban. Él era el más habilidoso con la nave. Siempre se nos adelantaba al coger la basura. Una vez fue hasta el segundo anillo de la Tierra y volvió a la estación en menos de diez segundos esquivando los restos de una nave que venía de la Luna. Nos enseñaron a pilotar a los siete años. Entonces era lo normal. Te enseñaban a pilotar y te ponían a trabajar de reciclador de sexto grado. Yo llegué a ser reciclador de quinto grado (no estaba nada mal). Después dejé de trabajar y me puse a estudiar. En aquellos tiempos tenías que tener bien claro lo que querías ser a los trece años.
Desde muy pequeño me había encantado la idea de ser comerciante. Lo que yo quería era ir a otras estaciones transportando androides o naves de reciclaje, ir a la Luna a comerciar con los habitantes de las plantaciones de alimentos o incluso ir a la Tierra. Entonces podría ver los grandes bosques, los mares, océanos y la famosa ciudad de Atlunteidra, construida en el 3400 DM* en el Océano Pacífico. Fue Runeg quien cambió mi destino.
Un día que estábamos recogiendo basura en el segundo anillo, Runeg se empeñó en ir al tercero porque había visto una nave del 150 AM*. Eso estaba completamente prohibido a los recicladores de quinto grado como nosotros, aunque era muy raro encontrar una nave tan antigua en el extremo de un anillo de basura.
Al final se fue a la nave y yo no tuve más remedio que seguirlo, ¡era mi amigo! En ese momento pensé que lo que estaba haciendo sería lo último que haría. Si nos pillaban los robots de rescate nos llevarían ante el Jefe de reciclaje, quien nos pondría el castigo que quisiera (el Jefe es un androide sin pelo y con la cara aplastada). Los androides son antipáticos. Normalmente sirven para ir a la guerra o para realizar los trabajos más fatigosos. Pero nos pusieron uno de Jefe y éste sería capaz de castigarnos muy severamente.
Cuando Runeg y yo llegamos a la nave del tercer anillo nos quedamos mirándola un buen rato. ¡Era muy grande!... ¡demasiado! Estaban atrasados. Tanto metal serviría para hacer por lo menos cuatro millones de Jefes de reciclaje. ¡Sería insoportable! Entramos a la gran masa de metal. Todo era allí muy estrecho. Tuvimos que salir de nuestras naves de reciclaje para poder entrar. Al final de un túnel estrecho entramos en una sala mucho más amplia. Tenía aparatos muy anticuados y cables por todos lados. Aquello estaba medio en ruinas. Encima de una repisa había un papel. Era donde escribían nuestros antepasados. Lo habíamos estudiado a los dos años en la clase de Historia. Runeg lo recogió y empezó a leer:
“2 de mayo de 2420. Volvemos del viaje a Esteria que emprendimos hace diez años en busca de un planeta similar a la Tierra, para que generaciones futuras puedan colonizarlo. Esteria es un planeta muy similar a la Tierra, tiene agua en abundancia, una atmósfera idética a la de la Tierra, los minerales y rocas que se encuentran allí son similares a los de la Tierra. El único problema que presenta Esteria es que tiene dos soles, y allí siempre es de día. Lamento mucho la muerte de dos de nuestros mejores exploradores en Esteria. Tendrían un accidente, aunque todavía no estoy seguro. No encontramos sus cuerpos. Desparecieron de repente mientras hacíamos un análisis del agua. Mañana aterrizaremos en la Tierra e informaremos a la NASA. Esteria es el lugar perfecto para sustituir a la Tierra.
3 de mayo de 2420. Cuando estábamos a punto de llegar a la Tierra, chocamos contra un trozo de metal que formaba parte de la basura espacial que gira alrededor de la Tierra. No tenemos comunicación de ningún tipo con la Tierra ya que los aparatos eléctricos están destrozados. Estamos condenados a morir aquí. ¡Probablemente la humanidad nunca llegue a colonizar Esteria!”
—Tirub, ¿tú crees que eso es cierto?
—Eso parece. Si fuera así, acabamos de hacer un gran descubrimiento.
—¿Quién crees que será la NASA?
—¿Alguna reina de aquella época? Runeg, será mejor que nos marchemos a la estación. Los robots de rescate no tardarán en venir. Si le enseñamos esta carta al Jefe puede que nos perdone.
—Sí, pero... ¿y si no nos perdona?
—Si no nos perdona, mala suerte.
—¿No sería mejor ir a Esteria?
—¡Claro, y que cuando volvamos nos corten a trocitos! Además, no podemos ir tan lejos con unas naves de reciclaje.
—Bueno, ¡vale! Pero la próxima vez decido yo.
—Vale. No creo que nos pase nada más.
—Tirub, mejor que volvamos a nuestras naves y mandemos una copia de esta carta al Jefe, ¡que decida él!
No tuvimos que esperar demasiado tiempo la respuesta del Jefe. Cinco naves de combate de las usadas en la guerra contra Venus aparecieron de repente entre la chatarra espacial con no muy buenas intenciones.
Comenzaron a dispararnos. Debíamos huir rápidamente.
—Parece que al Jefe no le ha gustado que hayamos descubierto esta carta —dije.
—Tienes razón, Tirub, mejor nos vamos de aquí.
—¿A dónde vamos? El Jefe nos encontrará vayamos donde vayamos.
—¡Hay un sitio donde no podrá encontrarnos!
—¿Dónde?
—¡En la Tierra!
—¡Pero...! ¡estás loco! ¡Está prohibido!
—Por eso mismo. ¡Ellos también lo tienen prohibido!
Pusimos rmbo a la Tierra a toda velocidad, íbamos esquivando el ataque de las naves y, al mismo tiempo, la chatarra espacial. La experiencia de haber pasado tantas horas de trabajo entre aquella gran cantidad de basura nos salvó la vida. Logramos despistar a las naves de los androides.
Enviamos hacia la Tierra, junto con una señal de SOS, una copia de la carta encontrada en aquella antigua nave abandonada. Para no tener más problemas.
¡Por fin! ¡estábamos en la Tierra!
Nos estaban esperando unas cuantas personas. Nos dieron la bienvenida. La carta estaba a salvo y nosotros también. El Jefe tendría ahora su castigo.
Al llegar a la Tierra no podíamos imaginar que, no mucho más tarde, emprenderíamos un viaje hacia Esteria... para acabar de cumplir la misión que los tripulantes de la antigua nave habían comenzado. Pero eso ya es otra historia.
Francisco Cruz Illán (1º de ESO)
* En el año 2.570 un meteorito gigante colisionó contra Marte. Desde entonces, los años pueden ser AEM (Antes de la Explosión de Marte) o DEM (Después de la Explosión de Marte).
[Aquests dos relats van estar publicats a la revista Sota el cel del Puig, núm. 10, juny de 2002.]