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LOS TRES LOBITOS

 

Había una vez tres lobitos que vivían con su madre en una casita a las afueras de la ciudad. Los tres lobitos habían vivido con su madre hasta que, cuando llegó el invierno, la madre enfermó de tal manera que tuvo que ingresar en el hospital donde ya no pudieron hacer nada por salvar su vida. Así que los tres lobitos tuvieron que ingresar en un orfanato.

Cuando los tres lobitos se hicieron mayores, se fueron a trabajar a la ciudad, de obreros. Vivieron juntos los tres en un piso alquilado hasta que ganaron suficiente dinero y se hicieron una casa cada uno en los terrenos que habían heredado de su madre. El pequeño se hizo una khas muy bonita pero poco resistente; el mediano hizo lo mismo que el pequeño, pero el grande se hizo una casa no tan bonita pero sí muy resistente.

Hacía ya un año que vivían en sus casas cuando dieron por televisión una noticia aterradora: un cerdo gigante se había escapado del zoo.

Al día siguiente, cuando el lobito pequeño que se encontraba en casa oyó un ruido extraño afuera, se asomó por la ventana y vio al cerdo que se había escapado del zoo intentando echar la casa abajo. El lobito, horrorizado, salió por la puerta trasera de la casa y, en ese preciso momento, la casa se derrumbó. Fue corriendo a ala casa de su hermano mediano. Cuando llegó, le explicó todo lo que había pasado. Salieron afuera a ver si el cerdo les había seguido y… ¡bum! La casa cayó abajo. Al otro lado vieron al cerdo con una sonrisa maliciosa en la cara. Salieron corriendo hacia la casa del hermano mayor con el cerdo pisándoles los talones. Entraron y oyeron al cerdo intentando derrumbarla sin ningún resultado. De pronto, oyeron unos ruidos ene. Tejado. El lobito mayor se asomó por la ventana y vio al cerdo intentando colarse por la chimenea. Cogió un caldero gigante y lo llenó de colonia, lo puso debajo de la chimenea, y esperaron un rato hasta que el cerdo cayó encima del caldero de colonia. Viéndose embadurnado de tal perfume, el cerdo salió de la casa desesperado por encontrar un charco de barro en el que revolcarse. Los lobitos llamaron a la policía, que capturó al cerdo y lo llevó de vuelta al zoo.

Adrián Vilariño Seijas (1º B)

 

 

CAPERUCITA ROSA

Había una vez una niña muy guapa con el pelo castaño que vivía en una selva en una gran cabaña. Un día, el 14 de febrero, que era el día de su cumpleaños, fue como siempre a llevarle una camisa a su tío Ferry que le había hecho su madre Manuela, y le dijo que a las seis fuera a su casita a comer el pastel. Caminando por la selva, ella escuchaba unos ruidos muy raros, pero no le daba importancia y, de repente, se le apareció un león todo baboso gruñendo como un salvaje, y ella le dijo: “”No me hagas daño, que hoy es mi cumpleaños”, y él respondió: “Tranquila, niña, no te voy a hacer nada, sólo te diré que por ese camino hay un río con cocodrilos, y por ese otro sólo hay unos troncos viejos que han podado esta mañana.” Ella fue por aquel camino y el león fue por el otro más corto. Cuando la niña fue a su casa, vio a su madre haciéndole la comida y le dijo: “Mamá, hoy quiero huevos fritos con patatas”, y la mamá: “Sí, hija”. Y la niña, preocupada por su madre, le preguntó: “¿Estás ronca?” “Sí, hijita”. Al darse la vuelta el león, la niña salió corriendo, pero el león la alcanzó y le arañó la cara. En ese momento vino su tío. Eran ya las seis y afuera, en la puerta, tenía un palo y un tirachinas. Cogió el tirachinas, le tiró una piedra, cayó al suelo y estuvieron peleándose, vinieron los mossos d’esquadra y detuvieron al león. La familia se mudó a la ciudad por miedo a los animales. Al león se lo llevaron a una leonera y, con el tiempo, lo adoptó una familia holandesa que había ido de vacaciones. Se lo llevaron a un circo y el león, con el tiempo, tuvo confianza con la gente. La familia lo tuvo en su casa como una mascota. Y la niña se casó con el recepcionista de un hotel, y fueron muy felices el resto de su vida.

 

Aroa Jiménez y Elisabet Novaes (1º de ESO)

 

LOS TRES CERDITOS

Había una vez tres cerditos que vivían en una granja, pero no iban muy bien de dinero, así que decidieron vender la granja y emigrar hacia el norte. El dinero que les dieron por la granja lo utilizaron para pagarse un billete de tren hacia el norte. Cuando llegaron a Nueva York fueron a alquilar una casita a las afueras de la ciudad, pero, al final, los tres se compraron una casa para cada uno; las tres casas estaban una junto a la otra. Pasaron tres días y ya se instaló cada cual en su casa. La casa de Juan Manuel, uno de los cerditos, era de madera; la de Domingo, de ladrillos, y la de Javier, de piedra. Los tres cerditos tenían que ganar dinero de alguna manera, así que a los cuatro días de haberse instalado fueron a la gran ciudad para buscar empleo.

Pasaron por todos los locales y establecimientos, pero no les dieron faena. Eran las siete y media de la noche y ya tenían que coger el autobús para ir a las afueras, donde estaba la casa de cada uno. Cuando ya habían perdido la esperanza, vieron un edificio que tenía un letrero en la fachada: BOLSA DE NUEVA YORK. Así que entraron para ver si allí les podían dar trabajo. Cuando entraron, un hombre estaba llorando porque se había arruinado y necesitaba tres empleados. Quedaron en que al día siguiente tendrían que entrar a trabajar. Al día siguiente, los tres salieron de sus casas con el mismo traje: corbata azul y americana negra.

A las siete y media, los tres llegaron a sus casas, pero se dieron cuenta de que la casa de madera y la de ladrillos eran ya un montón de ruinas. Los tres cerditos fueron a la policía y, de momento, se instalaron en la casa de piedra con el tercer cerdito. Los policías fueron a preguntar al vecino, quien les dijo que había sido un lobo que conducía una grúa el que había destruido las casas.

Los tres cerditos, mientras esperaban que la policía capturara al lobo, hacían su vida normal, pero viviendo los tres en la misma casa. Un día, mientras estaban viendo la tele, llamaron por teléfono. Era el señor policía, que decía que habían pillado al lobo. Había derribado las casas para robar la comida que tenían dentro. Los cerditos siguieron trabajando y fueron felices y comieron perdices.

 

Pablo Rodolfo y Manuel Silva (1º de ESO)

 

CAPERUCITA NEGRA

Érase una vez una niña que se llamaba Sara. En su pueblo la llamaban Caperucita Negra, porque siempre vestía de negro, el color negro era su preferido. Cada dos días, su madre la mandaba ir a comprar para hacer pasteles de manzanas que, luego, Caperucita llevaba a su abuela. A veces, la niña se quedaba a dormir en casa de su abuela para hacerle compañía.

Su abuela vivía a unos 5 km de su casa. Caperucita pasaba por un lugar del bosque para ir a casa de su abuela, un lugar oscuro. Por eso, cuando pasaba por allí, la gente no la veía, porque iba de negro, y chocaban con ella, y las personas se asustaban de ella en la oscuridad. Cuando pasaba por una parte del bosque, siempre se encontraba a un mendigo, que la perseguía hasta que llegaba a casa de su abuela.

Ella tenía mucho miedo de él porque no sabía por qué motivo la perseguía.

Un día pasó por allí aquel mendigo y le dijo a Caperucita:

—¿Dónde vas, Caperucita?

—A casa de mi abuela.

—¿Me das un trozo de pastel?

—No puedo, porque es para mi abuela.

A este mendigo le gustaban mucho los pasteles de manzana y, como era pobre, no podía comprarse ni uno, y lo que quería era que Caperucita le diera un trozo del que llevaba la cesta. Como Caperucita no pudo darle el trozo de pastel, se enfadó y empezó a gritarle. Al cabo de poco, pasó un campesino y oyó los gritos. El campesino la llevó a casa de Caperucita.

Caperucita se lo contó a su madre y ya nunca más pasó por aquel bosque ella sola. Iba siempre con su madre o con otra persona. Y el mendigo ya no volvió a molestarla.

Btissam Erroukadi (1º de ESO)

 

LA HISTORIA DE CAPERUCITA CONTADA POR SU ABUELA

Soy la abuela de Sofía, más conocida por Caperucita. Os voy a contar la historia con todos los detalles que yo sé.

Eran las 9 de la mañana. Había empezado a sonar el teléfono. Era mi hija. Quería saber qué tal estaba. Le dije que estaba un poco resfriada. Me dijo que le diría a Sofía que viniese a mi casa a traerme una magdalenas rellenas de chocolate y un bote de miel. Le dije que no era necesario, que era un simple resfriado, pero ella insistió mucho. Al cabo de una hora, llamaron a la puerta y yo, pensado que sería mi nieta, abrí, pero no era ella. Era un lobo. Me cogió, me tapó la boca y me encerró en el armario de la ropa. Intenté salir pero no pude. Al cabo de unos minutos, escuché a mi nieta. Estaba hablando con el lobo. También escuché gritos y disparos; no sabía qué había pasado, pero me imaginaba lo peor. Pensé que el lobo había matado a mi nieta. Estuve llorando toda la noche, nadie vino a por mí. A la mañana siguiente, abrieron el armario y me sacaron de allí. Era mi hija. Me contó lo sucedido. Se ve que mi nieta se había dado cuenta de que era el lobo y salió corriendo, y el lobo iba detrás de ella para comérsela. Pero, por casualidad, pasaba por allí el cazador. Entonces pudo disparar al lobo antes de que muriese Caperucita. Y no pudieron sacarme antes del armario porque tuvieron que aclarar lo sucedido ante la policía. Y cuando vinieron a mi casa, me buscaron y no me encontraron, porque no se podían imaginar que estaba metida en un armario.

Bueno, pues ésta es la historia de mi nieta Caperucita, la pobrecilla, que iba con la intención de cuidarme y casi se la come el lobo si no hubiera sido por el cazador.

Judit Barrientos Solera (3º de ESO)

 

 

 

CAPERUCITA ROJA

(Versión en verso)

 

Era una vez que, en un pueblo apartado,

Sucedió un hecho de antaño recordado.

Ahora es un cuento caído en el olvido

Y de antiguoa mí me ha venido.

 

Caperucita Roja la llamaban,

A nuestra protagonista así la apodaban.

Y un día, dicen,  madre fue a buscarla;

para un encargo al bosque fue a mandarla.

 

Ve deprisa y con cuidado, le ordenó,

Y ella, que era obediente, la escuchó.

Buena hija, generosa, a su madre obedeció,

Y cesta en mano el camino comenzó.

 

Anduvo al bosque, con el lobo se encontró.

Astuto que era, él una trampa planeó.

Caperucita, que era inocente, en ella cayó,

Y por el camino más largo acabó.

 

El lobo, a casa de la abuela se dirigía,

Imaginó y planeó cómo se la comería.

Cuando llegó, a la anciana amordazó

Y de un trago, se la tragó.

 

El lobo de abuela se disfrazó

Viendo que Caperucita llegó.

Caperucita, que algo sospechó,

Con muchas preguntas la interrogó.

 

El lobo, poco a poco se acercaba,

Y Caperucita, de miedo, chillaba,

Y un cazador de la zona la buscaba

Por los gritos que no cesaban.

 

La casa, ante sus ojos apareció,

Y el cazador, sin pensar, a la niña defendió.

Disparó un calmante y al lobo acertó.

Cayó desvanecido y la abuela se salvó.

 

En manos de la justicia el lobo quedó

Y en prisión poco después acabó.

Celeste Muñoz (3º de ESO)

 

CAPERUCITA ROJA

(Versión de la madre)

 

Estaba la madre de Caperucita hablando con las vecinas cuando, de pronto, salió el tema del incidente que había tenido Caperucita con el lobo.

—Le di unas magadalenitas a mi niña para que se las llevara a mi anciana madre —decía la madre de Caperucita—, ¿quién me iba a decir a mí que se iba a topar con el malvado y astuto lobo? Le dije bien claro a mi hija que fuese por el camino de siempre y no diese rodeos.

Al salir de casa, me dijo que, de camino, cogería unas flores para llevarlas a su abuelita. Cuando la vi llegar, me asusté bastante. Vino y me lo contó todo, estaba asustada y, a la vez, contenta.

Me explicó que, mientras cogía las flores, se le había aparecido el lobo, que le había explicado que llegaría antes por el camino del este, y mi inocente niña, en vez de ir como siempre por el camino del oeste, hizo caso al lobo.

Al parecer, el lobo fue corriendo por el camino del este y había llegado rápidamente a casa de la abuela. Se hizo pasar por mi hija y secuestró a mi anciana madre, y se hizo pasar por ella.

Cuando mi niñita llegó, notó algo extraño en la voz de la supuesta abuela, pero el lobo, muy listo, dijo que estaba resfriado, y fue dando excusas de todo hasta que Caperucita le dijo que cómo tenía esos dientes tan grandes, y el lobo le había dicho: “¡Para comerte mejor!” Y mi asustada niña salió corriendo con valentía. Pidió auxilio a mi hermano el cazador, quien acudió rápidamente y de un solo tiro acertó al horrible lobo, que cayó desplomado.

Las vecinas estuvieron tres semanas comentando la noticia y todo el barrio supo de ella. Los amigos de Caperucita la trataban como si de una heroína se tratase, y nadie volvió a fiarse de los lobos nunca más.

José Luis Álvarez Culebras (3º de ESO)

[Aquests escrits van estar publicats a la revista Sota el cel del Puig, núm. 20, juny de 2004.]