Más allá de la imaginación
Más allá de la imaginación
Irina era una niña de ocho años que como toda niña de su edad soñaba con ser princesa, hada o sirena, pero ella lo llevaba más allá. Vivía con su abuela en una casa al lado de la playa y un enorme faro encima de un acantilado que encendía cada noche para guiar los barcos, siempre con la esperanza de que uno de ellos fuera el de su padre, que hacía ya dos años zarpó mar adentro. Su abuela había perdido la esperanza de que algún día el buque volviera, pero Irina después de encender el faro se quedaba allí un rato mirando al horizonte esperando ver alguna luz, que nunca brillaba, y se quedaba dormida con esperanza noche tras noche. La abuela cuidaba a su nieta en su casa desde la muerte de la madre de Irina, hacía dos años. Además, el padre de Irina zarpó un mes más tarde de la muerte de su esposa, escondiéndose y perdiéndose en el mar creyendo que iba a estar mejor alejado del mundo y de la tragedia. Irina estudiaba en casa, su abuela le había enseñado a leer, a escribir y a hacer cuentas, pero lo que la niña más hacía era jugar con su imaginación. Soñaba despierta cada cosa que hacía. Subía al faro y allí era la princesa que sufría sola en lo alto de una torre, esperando que llegase su príncipe azul y la rescatase de la soledad que durante tantos años la había entristecido y martirizado. Irina jugaba con las experiencias que había vivido, con la vida que había tenido, una vida trágica. La muerte de su madre cuando ella tan solo tenía seis años y la partida de su padre acto seguido por no saber afrontar todo aquello, aunque ella soñaba con que su padre volvería. Por eso su príncipe azul nunca llegaba y su tristeza no terminaba. La imaginación de Irina no tenía límites, ella creía de verdad que era un personaje salido de un cuento y su abuela estaba muy preocupada por eso. Veía cómo su nieta no hacía más que esconderse en su mundo de fantasía inventado, creado por ella misma, que no le dejaba tener percepción de la realidad. Vivir alejadas del pueblo, al que iban una vez por semana a comprar, también había afectado a Irina. El no tener contacto ni trato con niños de su edad hacía que se inventara amigas como las hadas. La abuela de Irina había decidido ya hacía tiempo que no le iba a comprar a su nieta un solo libro de fantasía más, para que todo aquello de soñar despierta se acabara. Pero aunque Irina dejó de leer libros de fantasía, su imaginación no paraba de crear más y más historias y cuentos de mundos increíbles a los que podía viajar siempre que quería. Detrás de la casa de su abuela había un campo lleno de flores en primavera y verano y árboles de hojas enormes que en otoño caían al suelo y al andar sobre ellas crujían y en invierno se las llevaba el viento dejando un gran descampado. Al llegar la primavera Irina se convertía en un hada que volaba por el prado lleno de flores cogiendo una de cada tipo y color, junto a sus amigas también hadas cada una con un nombre de flor. Vivían miles de aventuras, pero hubo una que no acabó demasiado bien. Irina soñaba con volar, creía tanto que era un hada y que dándose un impulso podría alcanzar el cielo, que decidió saltar de un árbol. Cayó al suelo y se torció un tobillo. Su abuela se enfadó mucho con ella y la riñó diciéndole que despertara y se diera cuenta de la realidad, de que el mundo no es un cuento de hadas y no es bueno esconderse en los propios pensamientos e imaginación. Eso es como meterse en una burbuja y no querer salir porque el mundo te da miedo y dentro uno está protegido y a salvo. Irina esa noche lloró mucho, pero las semanas que estuvo en la cama reposando no paró de jugar en su mundo de fantasía, que era donde se sentía bien. Ese verano la abuela, después de habérselo pensado mucho, decidió mudarse al pueblo por el bien de su nieta. Irina lo vio como un castigo y lo pasó mal. No quería salir de casa a jugar con otros niños y se quedaba encerrada en su habitación, adonde había trasladado su mundo imaginario. Tenía allí dentro la torre donde subir y ser princesa, el prado donde volar y coger flores con las hadas y el mar donde nadar con cola de sirena. Una tarde Irina discutió con su abuela y se marchó a la casa de la playa. Su abuela no quiso ir detrás pensando que sería peor y que volvería al cabo de un rato. Irina volvió a correr por el prado junto a las hadas y volvió a volar sintiendo libertad y felicidad. Subió al faro y fue princesa una vez más. Oscurecía, e Irina encendió la luz del faro, se quedó allí mirando al horizonte y entonces a lo lejos vio una luz que se acercaba: era un barco. Irina quedó fascinada viendo el barco, sus ojos se iluminaron como estrellas, pero cuando el buque estuvo cerca de la playa no vio ningún hombre dentro: era un barco sin tripulantes, capitán ni pasajeros. Irina pudo ver el nombre del barco, se dio cuenta de que era el barco de su padre y por un momento quedó en estado de shock. Se puso a llorar y se sentó en el suelo de lo alto del faro, imaginándose un cuento nuevo en el que su padre había caído al agua y unas sirenas lo habían salvado y llevado con ellas a un lugar precioso y seguro en el fondo del mar. Allí lo esperaba su esposa y lo recibía con una sonrisa. Irina se sintió muy feliz después de haber creado esa historia e imaginó que ella podría nadar al fondo del mar convirtiéndose en sirena como cada vez que se metía en el agua, y allí se reuniría con sus padres y vivirían en el fondo del mar felices para siempre. No se lo pensó dos veces y se subió a la barandilla del faro, miró al horizonte y al barco de su padre que se alejaba y por último miró al mar que tenía debajo de sus pies y las olas que chocaban con fuerza contra el acantilado. Irina sonrió y dio un gran salto. Cayó al agua y se vio una gran cola de sirena que le salía de la espalda y brillaba en el mar oscuro. Sumergida miró hacia el fondo y vio luz, allí estaban sus padres y las sirenas que decían que se acercara. Irina nadó hasta sus padres con una enorme sonrisa en la cara y se sintió la persona más feliz del mundo.
La mañana siguiente todo el pueblo estaba en la playa rodeando a la abuela de Irina, que sostenía a su nieta muerta en sus brazos y lloraba desconsoladamente.
Elionor Martínez (4t d'ESO)
[Aquest text ha estat publicat al núm. 36 de la revista Sota el cel del Puig, maig de 2012.]