La casa del misterio
Primera variación
Lo que aquella casa suponía para mí no era precisamente algo para dejarlo de lado. Pronto sería demolida, quedaría hecha escombros como la mayoría de las casas de la zona, pero a diferencia de las otras, ésta era realmente bella pese a su estado. Envejecida y deteriorada por el paso del tiempo, todavía se mantenía en pie majestuosamente sobre los pilares centenarios. Permanecía allí inmensa y tranquila entre los robles y los abetos, poderosa tras la verja pesada de hierro forjado, ya rojiza por el óxido.
Tenía dos pisos y, por la forma del tejado, debía de tener desván. Adornaban la fachada grandes ventanas y pequeños balcones en la parte superior. Era realmente un regalo para la vista.
A sus pies descansaba un inmenso jardín invadido por la maleza y por arbustos bajos divididos por un carril central compuesto por adoquines. A un lado había una fuente sobre la que se alzaba una figura cubierta de musgo, que quizá en su momento había sido un bonito ángel de piedra o de mármol. Al otro lado del carril parecía haber un pozo también semicubierto por el musgo.
La casa en sí parecía hablar sola sobre sí misma, sola y abandonada. Había permanecido camuflada e intacta entre los árboles durante décadas. Había sobrevivido al paso del tiempo y había sido olvidada por los que la conocieron, aunque el aviso de demolición del ayuntamiento indicase que no todo el mundo se había olvidado de ella.
Según decían, su dueño era un rico empresario que había tenido que irse con su familia al extranjero, arruinado por sus malas inversiones.
Como veterana coleccionista de antigüedades, aquella casa suponía para mí un reto, más bien una aventura: la de hacerme con los tesoros que guardaba dentro.
Me alejé con paso ligero, ya que tenía que preparar todo lo necesario para aquella misma noche, asaltar la casa y llevarme todo lo que encontrase de valor para los anticuarios.
Como había planeado, el camino hasta la casa fue rápido y discreto. Era cerca de las once y media y había luna llena cuya luz permitía ver casi tan bien como durante el día. Aparqué el coche en un robledo profundo, un poco antes de llegar a la casa, no muy lejos para no perder tiempo yendo y viniendo, además de evitar llamar la atención. Una vez frente a la casa, salté la verja y atravesé rápida y silenciosamente el tétrico jardín. Al llegar a la puerta de la casa eché un vistazo atrás; todo eran sombras y quietud.
No tuve necesidad de forzar mucho la puerta para entrar en la casa y en seguida me encontré dentro, en mitad de un gran recibidor, con alfombras rojas de terciopelo, sucias y gastadas. En las paredes había relieves y también en el alto techo. Desde el recibidor salía un largo pasillo en el que se divisaban dos puertas, una a cada lado del pasillo, una frente a la otra. La de la pared izquierda era un despacho no muy grande, presidido por una mesa de caoba que quedaba frente a la puerta, y detrás había un gran ventanal. Las paredes estaban completamente cubiertas por archivadores y estantes repletos de libros polvorientos. En aquella estancia no había nada de gran valor, solamente una pluma y un tintero para escribir.
Me fui a la puerta de enfrente. Y hallé un gran salón. Caminé un poco y me situé justo en el centro de la sala, di una vuelta de 360 grados para observar la habitación. Los ventanales llegaban hasta el techo y los suelos eran de mármol blanco. Las paredes eran rosáceas aunque apenas se veían porque estaban cubiertas por espejos incrustados que jugaban con la luz de la luna iluminando densamente la sala.
Tampoco había nada de valor, unas sillas y una pequeña mesa, más estanterías y algunos libros. En vista del panorama, decidí subir al segundo piso. Había cuatro grandes dormitorios y un cuarto de baño. De éste último sólo conseguí una jarra de porcelana con una palangana a juego pintada a mano.
En los dormitorios sólo encontré un par de lámparas de mesilla de noche y unos tiradores de un armario apolillado. En definitiva, innegablemente alguien se me había adelantado. Y, bueno, ya no hace falta decir que ni siquiera me preocupé de mirar en el desván.
Bajé al salón y me senté a pensar en una silla. Amargada por no tener ocurrencias, empecé a pasear nerviosamente a lo largo del salón. Al final me detuve a unos metros de la pared frente a la chimenea. Observé los estantes con libros que había junto a ella. Me llamó la atención un libro que relucía con la luz que reflejaban los espejos. Me acerqué y lo miré. Estaba forrado de piel muy oscura y tenía los remates de los cantos de oro. Al parecer, aquel libro era el único elemento de valor que quedaba en aquel lugar. Me quedaba un poco alto y me ayudé de una silla para cogerlo subiéndome en ella. Era muy pesado, tiré con energía de él. Se quedó colgando y, automáticamente, se desplazó una de las estanterías que había junto a la chimenea, dejando al descubierto una puerta en la pared. Al fin sentí que había encontrado algo y corrí hacia la nueva puerta. Entré sin pensármelo y descubrí que daba paso a un estrecho pasillo que debía tratarse de las cámaras de aire. Caminé largo rato con la ayuda de una linterna hasta llegar a una pequeña habitación octogonal.
Localicé un candelabro que todavía sostenía unas velas medio gastadas y las encendí. Una vez más, el juego de espejo y luces iluminó increíblemente la sala, y así pude ver que en la sal había vitrinas, armario y baúles, todos repletos de joyas, armas, cuberterías, vajillas, copas de oro.. infinidad de cosas que había soñado encontrar en aquella casa que al fin tenía entre mis manos. Metí todo lo que me cupo en el saco que llevaba conmigo y me dispuse a recorrer el camino de vuelta, ahora más dificultoso por el volumen del saco.
Ya casi estaba en la salida, cuando vi que la pesada estantería se desplazaba a su sitio tapando la entrada. Corrí hacia la salida y conseguí salir, pero el saco con el botín quedó atrapado tras la estantería. Automáticamente fui a mover el libro de nuevo. Vi una ventana abierta y supuse que un golpe de viento había movido el libro. Ignorantemente, fui a subirme en la silla de nuevo para alcanzar el libro, pero un nuevo golpe de viento la tiró al suelo.
Sin detenerme a razonar, levanté la silla y la puse en el lugar apropiado para subirme. Sin darme tiempo a que subiera, algo me hizo caer. Desde el suelo vi cómo las ventanas se abrían de repente formándose un gran revuelo en el inmenso salón. Los espejos se tambaleaban y las ventanas se abrían y se cerraban. Los espejos incrustados en las paredes empezaron a romperse y a caer en pedazos. No me dio tiempo a ver más. En cuanto estuve de pie, envuelta de miedo, me eché a correr sin pararme ni un solo momento hasta llegar al coche. Atravesé el jardín de los espinos y salté ágilmente la verja. Arranqué el coche y me marché muy lejos jurando que jamás volvería.
Ana Mª Rando (4º de ESO)
Segunda variación
Aquella casa nos daba repelús a todos. Siempre que pasábamos por allí nos quedábamos embobados mirando aquel caserón blanco casi en ruinas. Era tan... tan.. misterioso y terrorífico... Pero a mí me gustaba. Siempre, al salir del cole, me quedaba con las ganas de entrar y saber lo que había allí dentro, lo que nos tenía todos intrigados. Aquellos ruidos y susurros, sobre todo por la noche. ¡Brr! Me daba escalofríos sólo pensarlo... Pero, un día, jugando a nuestro juego favorito, el gesdcards, que habíamos inventado nosotros, un juego de atrevimiento —si no te atreves, las pasarás canutas; por eso preferíamos el atrevimiento—, salió la carta que ponía: “Tienes que entrar con los demás jugadores en la casa del Gran Misterio”. Todos nos mirábamos, pero ninguno se atrevía a preguntar quién había sido el autor de la carta (es una de las reglas del juego). Tal como ponía en la carta, fuimos todos a aquella casa. La verja siempre estaba abierta.
Una vez dentro del inmenso jardín, planeamos lo que hacer. Recorreríamos todas las habitaciones y saldríamos de allí antes del atardecer. Así fue. Una vez dentro de la casa, encendimos todas nuestras linternas y nos agrupamos todos. De pronto se encendieron las luces de la casa. Nada más entrar, vimos el salón con una gran chimenea y dos sillones de cuero con una alfombra de oso, una mesa para doce comensales con dos sillas y una gigantesca lámpara con cristalitos de esos. Después, la cocina, muy desordenada, y al lado, una ancha escalera de mármol con una cristalera de punta a punta de la pared. ¡Crash!, se escuchó arriba. Subimos las escaleras casi tropezando y entramos en una gran biblioteca con más de 10.000 libros polvorientos. En el suelo había un jarrón roto. ¿Cómo se habría caído? Uno de nosotros se apoyó en una de las estanterías de libros y... ¡Ñic!, se abrió un pasadizo. Teníamos la intuición de que al final de aquel pasillo habría algo que nos interesaría, y así fue. Me adelanté a todos y entré. Todos me siguieron. Bajamos unas escaleras de caracol hasta llegar a una sala llena de ordenadores, cedés y cosas por el estilo. Empezamos a preguntar si había alguien. No hubo respuesta. Oímos un ruido. Fuimos hacia donde había sonado. Detrás de un armario había un niño de unos diez años más o menos. Nos quedamos perplejos. Aquel niño podía tener a todo el barrio en vilo con aquellos ruidos de ordenador.
Al salir de la casa el niño nos explicó que se llamaba Spink, un nombre un poco rarito, que se había quedado huérfano hacía tres meses y que... Esoera un momento. Esos susurros... Hacía más de dos años que se oían esos malditos ruidos... Entonces...
Alba Botello Taravilla (3º de ESO)
Tercera variación
Nos encontramos en Witchbrush, un pueblo de montaña apartado de grandes ciudades, el 31 de diciembre de 2000. Éste es un pueblo supersticioso y de creencias propias, que culturalmente no se asemeja a ningún otro, por lo que no recibe muchas visitas. Es un pueblo con pasado largo y oscuro.
Pit, un chico de 16 años, alto, de un metro ochenta, delgado, moreno, de ojos azules, nariz chata, orejas ligeramente echadas hacia delante pero de tamaño normal, pómulos ligeramente marcados... es un muchacho fuerte piernas y brazos ágiles. A diferencia de la mayoría de jóvenes de su pueblo, es solitario, apasionado por la lectura, un joven que se maravilla por los personajes imaginarios. En fin, es algo peculiar, pero detrás de su extraña fachada esconde un personaje tierno pero tímido.
Prólogo
Las historias cuentan que en al año 1800, vivía allí, en Witchbrush, un hombre un tanto extraño que, según decían, había pactado con el Diablo. Se hizo construir una casa en un gran túmulo de arena, supuestamente formado por la naturaleza. Cuando acabó la casa la hizo llamar Devilentrance. Se encerró allí durante el resto de su vida. No se sabe cómo conseguía comida ni agua. Esto duró hasta el 1 de enero de 1801, justo hasta que cambió el siglo. Cuando entraron en su casa para ver qué pasaba, ése era el último día tachado en el calendario. Pero aún hay más. De los cinco hombres que entraron a buscar el cuerpo, sólo volvió uno, con el cuerpo a rastras: con una mano arrastraba el cadáver y en la otra llevaba el calendario. Lo más escalofriante era que le habían sacado los ojos, cosido los labios y reventados los tímpanos. El pobre hombre se suicidó al cabo de una semana.
CAPÍTULO I. LA GRAN AVENTURA
Pit, aburrido de recibir órdenes de sus padres, decidió llevar a cabo una expedición que durante años llevaba planeando. Pretendía ir a Devilentrance. No se había derribado todavía la casa porque era la más vieja del pueblo, aunque estaba totalmente prohibido entrar en ella.
Pit cogió una linterna, salió de casa y, en quince minutós, llegó a Devilentrance.
Era una casa de madera de lo más corriente, con dos habitaciones, cuarto de baño, cocina y salón. La casa estaba en ruinas, parecía que se fuera a caer con el viento, pero lo cierto es que algo la mantenía en pie.
Estaba asustado aunque no sabía por qué y, aunque había estado a punto de volverse, dio la vuelta al jardín, rompió los tablones que bloqueaban la ventana y entró.
Nada más entrar, el vello se le puso de punta y la piel, más blanca de lo que la tenía. Encendió la linterna y se quedó parado. El interior estaba muy sucio, pero decorado a la antigua usanza. El corazón le latía a mil por hora. Se adentró en el salón. (Era enorme, con una mesa para cuatro personas, un sillón antiguo y una gran chimenea con el cuadro de un horrible hombre encima.)
CAPÍTULO 2. EN LA PERIFERIA
En los alrededores de la casa, todo el mundo estaba con sus familiares celebrando la proximidad del año nuevo, todos menos Pit. Sus padres estaban ya preocupados porque faltaba media hora para el cambio de siglo.
Salieron a buscarlo. Después de preguntar por todo el pueblo si lo habían visto, un par de vecinos coincidió en que lo habían visto dirigiéndose a Devilentrance.
Su madre rompió a llorar y su padre estuvo a punto, pero armados de valor se fueron a Devilentrance. Al llegar, se pusieron a gritar como locos: “Pit, Pit”, pero Pit no contestaba.
CAPÍTULO 3. EL NUEVO SIGLO
Pit entró en la cocina. Echó un vistazo y volvió al salón. Faltaban cinco minutos para el año nuevo.
Oyó a su madre llamándolo. Cuando iba a contestar, una voz ronca procedente de todas partes, dijo: “Pit, tu madre te llama. Lástima que no vuelvas a oírla nunca más.” Pit, asustado, cayó al suelo, y entonces la voz estalló en una horrible carcajada.
Faltaban tres segundos para el año nuevo. Dos. Uno. Cero.
La casa entera se iluminó con unas luces que provenían de unas lámparas de gas. La chimenea se encendió de repente. El cuadro de encima transformó su sonrisa en una cara de agonía. La voz de antes volvió a hablar: “Pit, ésta ha sido la mayor estupidez que se te ha podido ocurrir nunca. Ya ocurrió otra vez, con el dueño de la casa, y ahora Pit, tú, como otros, pasarás a ser mío en el sufrimiento eterno. Iré a verte todos los días para regocijarme en tu angustia.” La voz estalló en una malévola risa. La casa entera enrojeció. Del suelo brotaba sangre. Pit no volvió a ver nunca más.
Fernando Porrino (4º de ESO)
[Aquestes versions van estar publicades a la revista Sota el cel del Puig, núm. 7, març de 2002.]